Modernidad y subjetividad
Martha Guadalupe Aguilar Pérez , Ramiro Ortega Pérez
Introducción:
Son diversos los autores que, a lo largo de la historia, nos han permitido identificar los mecanismos y formas en que diversos sectores, así como actores, de la estructura social toman la tarea de intentar determinar tanto las características fundamentales de la percepción y del entendimiento humano.
En una tradición intelectual que abarca desde pensadores como Marx, Nietsche y Freud, hasta autores contemporáneos como Habermas, Bachelard, Foucault, Bordieu, Cassiari, Lacan, etc., ha sido posible el desarrollo de un pensamiento crítico que tiene como tarea básica develar las determinaciones existentes en diversos órdenes de fenómenos.
De este modo, hoy puede señalarse, en una reflexión que abarca tanto aspectos políticos como culturales, que ni el modelo social promovido por los sectores empresariales y la derecha política mexicana constituyen una realidad inexorable ni su visión del mundo tiene que ser la única posible.
No obstante, es necesario identificar los elementos básicos en que la vigencia de un modelo económico históricamente determinado implica, al mismo tiempo, la propuesta un modelo general de pensamiento [1]
Economía y globalización:
En la actualidad no es infrecuente encontrar unidas tanto la versión de lo irremediable con la de lo necesario, para explicar las características del sistema social moderno. Pareciera que más que una realidad humana conformada, como realmente ocurre, bajo el dinamismo de los instituyente y lo instituido se tratara de un destino ante el cual no puede hacerse otra cosa que adaptarse.
Al mismo tiempo, la necesaria integración del mundo y sus diferencias tanto continentales como regionales, son frecuentemente obviadas, en una versión del “mundo globalizado” unilateral y ahistórica.
Ante ello, autores como Pedro Morales y Diosdado Toledano [2] son contundentes en señalar que el modelo económico de la globalización sólo es identificable bajo dos coordenadas precisas: en el plano de la economía política, como una nueva fase del desarrollo de las relaciones de producción capitalista; y en el plano político – intelectual, como un modelo derivado, en gran medida, de las tesis y doctrina del neo-liberalismo.
Si bien es cierto, que existen polémicas [3] en la caracterización tanto de la globalización como de su impacto en las economías regionales, vale señalar que en lo que respecta a la doctrina neo-liberal, se establece claramente el planteamiento de un mundo regido por el libre mercado, y regulado en lo económico, sólo por las leyes del mismo.
Un mercado que en el interior de países como el nuestro traduciría con claridad la visión de empresarios comprometidos con la supresión de las intervenciones estatales no sólo en lo económico sino en lo tocante a seguridad social y educación, como rubros relevantes.
Un esquema de empresarios incluidos en una voluntad por alcanzar la modernidad, el intercambio con otros países, por compartir los avances de la tecnología, por estar al día en materia de finanzas.
No obstante, esta visión empresarial, genera una versión excluyente del mundo. El interés privado antepuesto, por definición, al interés público. Las situaciones se invierten y se extienden de manera consistente en todo el espectro social dos inversiones de gran peso: la primera es que el trabajo humano deja de ser la fuente misma de la riqueza (y la plusvalía el secreto del capital) , y esta se atribuye a la presencia abstracta “del” empresario o inversionista; la segunda, que toda intervención estatal de carácter regulador o simplemente paliativa, pasan a ser denostadas como freno a la libertad mercantil.
Esta última se traduce de manera imperceptible como “la” libertad misma y se busca, en una mixtura de verdades y mentiras o de verdades a medias, presentar al interés privado y a las leyes del mercado como los criterios últimos y valederos de la existencia.
El “espíritu de la época”, como diría Karl Popper, se impone bajo el modelo de una racionalidad particular, decidida a remplazar los procesos sociales y culturales, complejos y contradictorios, por realidades simples, “entificadas” (convertidas en entes) que se auto – regulan. Se habla “del” peso, “del” mercado, de “la” bolsa, de “los” mercados, como si todos constituyeran realidades propias que responden a variables sacadas de su contexto de producción.
El modelo de la computadora, eficaz, fugaz, inmediata en su comunicación con el planeta se convierte en el modelo mismo del sujeto informado, pero también, del sujeto que suprime su relación tanto con los contextos como con las personas. Por un lado, puede decirse que la revolución informática apunta, de manera progresiva, al reemplazo del cerebro (en sus funciones más importantes) por la lógica de la computadora; por otro lado, puede señalarse que se abre la posibilidad a los sujetos de que puedan relacionarse anónimamente, sin la necesidad de pasar por el engorro de construir un modo de aproximarse a la corporalidad del otro.
Vale pues señalar que, en conjunto, asistimos a la dominancia de una “lógica”, es decir, a una organización significante, compuesta de la manera como se incluyen los resultados de los procesos sociales y sus ordenamientos discursivos, que ordena y propone reglas al pensamiento y la acción humana. Lógica contradictoria, por demás, que impone formas generales de ordenar los datos de la experiencia, pero que, es incapaz de eliminar la contradicción social, manifiesta en crisis, carencia de expectativas de los ciudadanos, la violencia social, los fenómenos contestatarios de masa, etc.
Jenaro Villamil [4], en un profundo y brillante trabajo, dedicado al suicidio y su impacto creciente en la población infantil y juvenil, señala con claridad el modo en que la estructura económico – política apunta a reforzar tanto la imagen de un estado “trasparente”, pero, sin responsabilidad social para con sus ciudadanos; como a promover e inculcar una propuesta de mediatización, de control, de interpretación y construcción de significados por la vía de los medios masivos de comunicación, de la cual se pueden señalar las siguientes características:
a).- Una propuesta de infantilización del mundo juvenil, que muestra a la discusión fundamentada y a la reflexión intelectual como aburridas, innecesarias, e inclusive factiblemente suprimidas por la “toma de decisión” o la construcción de alternativas a partir de puros signos o indicadores exteriores;
b).- Una progresiva extensión de la idea acerca de que, en lo contemporáneo, no existen derechos (más que en el plano de las realidades civiles), sino más bien, “oportunidades”. Se promueve un facilismo optimista que apunta a adoptar “cambios”, sin que el sujeto sea capaz, ni en lo mínimo, de analizar reflexivamente el significado e implicaciones de los mismos [5].
c).- La promoción de un discurso moral que apunta a escandalizar a la sociedad, atribuyendo a las personas, las familias, los grupos, la responsabilidad en la causalidad de fenómenos de violencia, conflicto, enfermedad, epidemia, etc., en los que el modo de producción social parece ser independiente. Se promueve la idea de “una ausencia de valores morales” como la causa última de lo que se presenta como problema. Villamil es contundente al señalar, que no es ausencia de tales valores lo que existe en lo social, sino el hecho de que los valores mediáticos no representan “los valores” universales. El discurso neo – liberal de “valores” quiere aparecer como un código único de valores virtuales y mercantiles que “vende” ordenanzas morales, homogéneas y uniformes.
d).- La propuesta mediática de nuevos modelos de sumisión, de uniformización, de vigilancia, de sistemas de premios y castigos. El sujeto es algo de lo que se debe siempre desconfiar, no importa lo que piense, lo que diga, lo que importa es su facilidad para repetir modelos, códigos, formas de comportamiento. Exigir responsabilidad a autoridades o altos mandos, siempre debe ser visto como sospechoso, inadaptado o, simplemente, como “resistencia al cambio”. Se elige, entre opciones que se presentan.
e).- El vaciamiento de la creatividad, a favor de lo efímero, de la lógica de la simulación. Se promueve la lectura de procesos, educativos, laborales, como sujetos en que el cambio físico de situaciones o de nombres sustituye los verdaderos cambios de fondo. El lenguaje se torna trivial y las nuevas formas de denominación parecen cancelar las problemáticas de fondo. Se puede “llamar adulto en plenitud” a un anciano y ello no le quita ni su papel marginal, ni lo aparta del proceso social de segregación, ni suple su “inutilidad” productiva. Del mismo modo, se puede simular que la educación es “activa”, incluir un sinnúmero de actividades y dejar intacto el contenido, el ordenamiento, la lógica interna del material, y lograr, a final de cuentas, que se repita … ¡lo que ya estaba!; sin lograr que, auténticamente, el sujeto cree una aproximación particular.
Este conjunto de características, en su ordenamiento, nos permite señalar que excluir lo social del “material significativo”, implica, de entrada, perder la posibilidad de pensar, de reflexionar lo que ya ha “pre-ordenado” y marcado un sentido a lo que se analizará al interior de la relación enseñanza – aprendizaje.
La subjetividad y lo contemporáneo:
Solamente los enfoques positivistas hacen de la subjetividad un desecho, un verdadero lastre para la comprensión científica. El enfoque, de alguna utilidad metodológica para el tratamiento de datos que pueden ser considerados como hechos naturales, prescinde de las diferencias entre el mundo humano y animal que, en contraparte, las aproximaciones marxista, estructuralista, existencialista o fenomenológica han puesto en primer plano.
Sin embargo, la lógica del mundo moderno, en su evidencia pragmática, supone una eliminación aún más drástica de la subjetividad que la que suponen los enfoques metodológicos. Murray Edelman [6] señala que en el discurso cotidiano se produce una triple conversión: de las personas multivalentes en egos con ideologías fijadas; de las predilecciones del observador en esencias, y ello es válido tanto para el que se coloca con una postura explicativa como de quien lo hace como espectador ante un evento cotidiano; y por último, de los lenguajes multivalentes y polisémicos en un lenguaje descriptivo arraigado en el presente.
La imagen del mundo, de este modo, se fija produciendo una reducción de la diferencia [7] a pura descripción, a un puro intercambio de puntos de vista o a la expresión de valoraciones que son equivalentes. El mundo se despoja de contenidos, de estructuras, de posiciones sociales, productivas o de estructuras subjetivas, se trata, simplemente, de intercambios.
La subjetividad, en este sentido, se desarraiga de sus propios fundamentos sociales y singulares, volcándose en un doble movimiento que oscila entre la descripción inmediata del evento y un mundo conciente arrojado hacia la imagen, hacia el instante de captación de la misma.
¿Qué se elimina mediante este procedimiento?. La compleja estructura del mundo simbólico del hombre y su anclaje en la particularidad psíquica, por demás indeterminada e irreductible. Esa es la subjetividad humana que estorba en este mundo direccionalizado hacia el “… <> imperante en forma neoliberal …” [8].
La subjetividad estorba en el mundo moderno, se presenta como un obstáculo insalvable para los afanes de la homogeneización globalizadora. Se trata de borrar las diferencias a nivel planetario, destruir las culturas “extrañas”, no occidentalizadas; se trata de hacer un rasero las formas simbólicas que dan identidad y sentido de pertenencia a los ciudadanos. Para la subjetividad singular se propone una lógica de intercambios en la cual todo da igual, el objetivo inmediato es satisfacerse sin pasar por estorbos, demoras o frustraciones. Una suerte de ampliación del programa del principio de placer, como diría Freud [9], ¡satisfacción por la vía más corta!. El principio de realidad, como demora de la satisfacción, como admisión de la necesidad de establecer un rodeo, creativo, vital, se empobrece.
No en balde Mario Goldenberg [10], retomando expresiones críticas de Jorge Alemán, señala siete signos propios de la sociedad capitalista contemporánea, que desembocan indefectiblemente, en el vaciamiento de la subjetividad. Estos son:
a).- Procedimientos de homogeneización.- De entre ellos destaquemos los de carácter discursivo, eminentemente volcados a la promoción del pragmatismo, a la desacreditación de la razón y el pensamiento. Hacer rasero con las mentes, los mecanismos de pensar, con los modos de consumo en una idea única de vida moderna.
b).- Desintegración del concepto de experiencia.- Lo inmediato, lo actual, lo nuevo se transforman en valores socales únicos. El sujeto se vuelca hacia la novedad, lo anterior se torna obsoleto, fuera de moda, absolutamente prescindible. Se cierra la posibilidad de que en el recurso subjetivo a la experiencia se recree la diferencia absoluta entre el tiempo original, perdido, de la subjetividad y el movimiento incesante hacia su captura imposible. El sujeto ya no recrea, no compara, no se vale de lo que posee para juzgar, analizar y comparar.
c).- Desaparición de la memoria.- Llevando a la vida cotidiana y al interior mismo de la educación la estigmatización de la memoria. Se reduce esta a una capacidad reproductiva, se la simplifica como un aprendizaje simple, puramente repetitivo. Con ello siglos de historia, de diferencias culturales, del sentido mismo de identidad y dignidad personales caen, profundamente, en el olvido. Eduardo Rabossi señala con acierto: “… Desde Hermann Ebbinghaus (Ubre das Gedächtnis, 1885) en más, sabemos que hay distintos tipos de memoria, de capacidades mnémicas, de procesos de memorización, de olvidos, de factores que afectan la rapidez del olvido, etc. Y desde Sigmund Freud (Zur Psychopathologie des alltasgeben, 1900) en más, sabemos que los olvidos no se deben únicamente a alguna limitación o a algún defecto en el funcionamiento del aparato d la memoria, sino que lo específicamente recordado y –de manera mucho más interesante- lo específicamente olvidado, pasa por los tamices casi siempre sutiles que imponen los mecanismos inconscientes …” [11].
d).- Declinación de la imago paterna.- Las imago, como representaciones imaginarias determinadas por el inconsciente y en este sentido, ancladas en la determinación misma de la subjetividad, se expresan en lo social como formas simbólicas que, a lo largo del tiempo, consagran la diferencia, el sentido de la autoridad, del respeto a lo diferente, de la prevalencia de códigos basados en la jerarquía. En la actualidad, todo da lo mismo, cualquier expresión de autoridad o respeto pasa por sumisión, la diferencia real se degrada para dar paso a formas descriptivas donde el mensaje es simple: todo vale.
e).- Incremento del racismo.- Bajo presión a uniformizar, todo signo de diferencia, de alteridad, de particularidad, es estigmatizado como extraño, como oprobioso, como señal que hace necesaria la posibilidad de persecución. ¿Quién puede ignorar, por ejemplo, el escándalo moral de la feministas occidentales ante los oprobios que viven las mujeres musulmanas, sin detenerse, ni siquiera un momento a considerar cuáles son las formas sociales o culturales que han hecho posible tal inscripción de la feminidad en el mundo árabe?.
f).- Planetarización de la mirada.- Los dispositivos de control, de vigilancia, se tornan cada vez más sofisticados. La subjetividad eliminada requiere de pruebas, de “evidencias” que constaten no lo que el sujeto produce, sino que, simplemente estuvo ahí y cumplió con el ritual social. La vigilancia se extiende desde los espacios sociales amplios, hasta las aulas e incluso a los dispositivos disciplinarios.
g).- Rechazo de la contingencia.- Lo predecible, lo controlable, se ponen en primer plano. No hay lugar para lo imprevisto, para la ocasión sorpresiva que abre la interpretación hacia lo auténticamente nuevo. La novedad del consumo suprime lo novedoso de la sorpresa, se trata de que lo contingente desaparezca en una lógica de lo predecible.
Siete signos, que en el terreno de la subjetividad suponen una forma general de caracterizar lo moderno, pero que, sin embargo, resultan absolutamente insuficientes para eliminar la contradicción y el conflicto que caracteriza el quehacer humano.
Consecuencias:
Lo expulsado retorna en una expresión desordenada, caótica de la vida moderna. Y ésta, tanto en contextos amplios como también en regiones particulares de la existencia, adquiere características ominosas para los sujetos. El mundo adquiere, progresivamente, la apariencia de un mundo sin reglas, donde predomina la ley del más fuerte. La imagen más familiar es la de una vida salvaje, carente de códigos simbólicos que atemperen el suceder de eventos.
Se generalizan, por esta vía, malestares, que adquieren el carácter de verdaderas epidemias: el sida, las toxicomanías, la depresión, las anorexias, la bulimia, etc.
Ante ello, la respuesta social, contemporánea sorprende por su simplicidad y cinismo: por un lado, se promueven discursos de la salud que no alcanzan a insertarse en la complejidad de las determinaciones que rigen a tales fenómenos; por otra parte, se promueve un discurso moral, bajo la forma de discurso de “valores” como argumento que simplifica la complejidad que adquieren los signos contemporáneos del malestar subjetivo.
El problema central consiste en que el centro y pivote del malestar es el sujeto, desde ya excluido, en esa doble manifestación simbólica y singular, por las propuestas generalizadoras y los discursos morales.
No es inocuo, entonces, en este contexto que el quehacer educativo, en todos sus niveles, pero particularmente en las Universidades, se lance presuroso a alcanzar una modernidad que ni siquiera ha sido suficientemente caracterizada y de la que, en consecuencia, no se han dimensionado sus alcances, sus consecuencias. Lanzarse a promover el manejo informático y la modernidad idiomática, sin una propuesta propia, de carácter cultural y crítico, implica directamente esforzar la educación hacia un reforzamiento de los signos contemporáneos.
Se opera, entonces, una poderosa exclusión del sujeto de los discursos educativos, no sólo destruyendo sus códigos contextuales, sino también, arrastrándolo a un pragmatismo simple, sobre el que se le impone la ilusión de decidir por planteamientos de carácter superficial. Como bien lo recuerda Marcos Roitman, una educación asentada en una actitud pragmática “… significa el predominio del temperamento empirista y el abandono de la actitud racionalista. Como método supone ‘la actitud de apartarse de las primeras cosas, principios, categorías, supuestas necesidades y de mirar hacia las cosas últimas, frutos, consecuencias, hechos’ …” [12]. Se promueve, entonces, la aplicación de un pensamiento de consecuencias, por encima de una actitud reflexiva.
Notas
[1] Subcomandante Marcos (1997). El rompecabezas del neoliberalismo: 7 piezas sueltas para construir otras. Periódico Le Monde Diplomatique, ed. Española, agosto-septiembre.
[2] Morales, Pedro y Diosdado Toledano (2003). “Globalización = capitalismo + Neoliberalismo”. www.espaimarx. org/2_12.htm.
[3] Aunque este no es el propósito del presente estudio, vale señalar que la discusión sobre el modelo globalizador alcanza en el momento actual un nivel de análisis y profundidad considerable. Las discusiones en torno al papel de los estados nacionales en el modelo globalizador es uno de los temas polémicos, el otro se encuentra en la diferenciación de la versión económica y la llamada versión “pop” del mismo. Se puede consultar para una información de tallada y crítica a este respecto el texto: Saxe-Fernández, John (coord..) (2003). Globalización: crítica a un paradigma. México: Co-edición UNAM, DGAPA, IIE y Plaza y Janés (3ª reimp.).
[4] Villamil, Jenaro (2003). Artículo El suicidio. Diario La Jornada , 10 de agosto.
[5] Vale señalar la difusión inusitada en ambientes empresariales e inclusive en ámbitos académicos, de libros como “Quien se ha llevado mi queso”. Que con una estructura plana, simplista, de redacción, una abstracción del término “cambio” y una reducción del contexto a actitudes positivas o negativas de “hombrecitos” y “ratoncitos” constituyó un verdadero “Best Séller”. La ausencia de contexto analítico, lo fácil de la lectura, y la poca exigencia intelectual que supone, se propone como una moraleja ideológico – moral del modo cómo una visión de la realidad se plantea como la única actual y posible.
[6] Edelman, Murray (1991). La construcción del espectáculo político. Ed. Manantial, Buenos Aires.
[7] Diferencia, que como categoría lógica introduce la posibilidad de pensar, como alguna vez lo expresara Karel Kosik mediante un lenguaje filosófico, que el hombre vive en varios mundos al mismo tiempo y requiere, por ello, de una clave diferente para comprenderlos. Mundos donde las leyes que rigen los procesos naturales, los humanos y los propiamente singulares se muestran articulados de manera compleja e imposibles de ser reducidos entre sí, ni por un solo método, ni por un solo medio explicativo.
[8] Trías, Eugenio (2000). Porqué necesitamos la religión. Barcelona: Ed. Plaza y Janés. p.23.
[9] Al respecto vale la pena repensar el hermoso trabajo freudiano de 1920, “Más allá del principio de placer”, a la luz de las características de funcionamiento del mundo moderno, tanto en la lógica general como en las particularidades regionales que adopta.
[10] Goldenberg, Mario (2003). El partenaire de la pulsión. Revista Digital “El Sigma”.
[11] Yerushalmi, Y. ; N. Loraux; y otros (1989). Los usos del olvido. Buenos Aires: Ed. Nueva Visión. p. 8.
[12] Roitman Rosenmann, Marcos (2003). “Lucha contra el pragmatismo”. Periódico La Jornada, domingo 30 de noviembre. p. 18.