Una aproximación gnoseológica a los síntomas contemporáneos.
José Eduardo Tappan Merino
I.- Resulta sospechosa la manera en que cada uno de los teóricos en las disciplinas “psi” presenta sus ideas como si no fueran suyas, como si se tratara de algo independiente de ellos, como si la evidencia y los datos clínicos hablaran por sí mismos y no pudieran ser interpretados de otra manera. Por lo que a partir de su lectura fundan argumentos contundentes, sin embargo, se trata de una trampa y mucha soberbia, no es otra cosa más que un viejo sistema de auto verificación. Se trata de encontrar elementos empíricos o en la clínica que ratifiquen lo que previamente se pensaba. Buscar y encontrar ejemplos de lo que se piensa. Producto esta actitud tenemos más de 1000 “psicocosas” o pseudodisciplinas “psi” todas ellas autolegitimándose, y anatematizando su propuestas con las de las supuestas competidoras, con lo que tenemos un rico y abundante conocimiento fundado en prejuicios, delirios o en la Vox Pópuli. Es con el epistemólogo Karl Popper que se evidencia esta manera de un supuesto proceder científico.
La exploración que realizamos tiene que ver con la expectativa socio-cultural, con los modelos a partir de los cuales nos identificamos, con las construcciones simbólicas a partir de las cuales nos representamos y vivimos: el malestar, la enfermedad, el dolor, La manera en que habitamos el dolor, son profundamente plásticas estas construcciones, con lo que con los mismos ingredientes se pueden obtener un sinnúmero de formas. La forma en estos casos no es determinada de manera exclusiva por el fondo.
El mundo moderno ha logrado convencernos que el dolor es o bien un asunto de competencia médica o de regodeo intimista. Sin embargo Elaine Scarry propone que el dolor es la base invisible de todo acto de creación cultural (como lo pensaría Freud).
“En cada situación histórica, la cultura configura un sistema integrado de ideas, valores y creencias que tienen la virtud de establecer una delimitación articulada y coherente de la virtud, la legalidad, la salud o el pecado. De esta articulación cultural se desprende en cada caso un conjunto de normas (explícitas o implícitas) y a su vez una peculiar concepción de la desviación, el pecado o la trasgresión que se organiza socialmente a través de sistemas integrados de sanción, restitución o punición. Ese es el papel corrector que desempeña el sacerdote, el juez y el médico […]”
Así los síntomas se visten con los ropajes cambiantes de las épocas. Descartes emplea el mismo método descrito por Paracelso, empleado en la antigüedad y en el mundo contemporáneo, para tratar de dar cuenta del complejo mundo de las pasiones humanas: “Otra causa de las lágrimas es la tristeza, seguida de amor o de alegría, o en general de alguna causa que haga que el corazón envíe mucha sangre por las arterias. Requiérese para esto la tristeza porque, enfriando toda la sangre, estrecha los poros de los ojos; pero como a medida que los estrecha disminuye también la cantidad de vapores a que deben dar paso, esto no basta para producir lágrimas si la cantidad de dichos vapores no es aumentada a la vez por alguna otra causa.”
Bajo la perspectiva cartesiana los síntomas de un pulso desigual y a veces más frecuente, el pecho frío mezclado con no sé qué calor áspero y picante; en donde el estómago deja de hacer su oficio y tiende a volitar o al menos a corromper los alimentos y convertirlos en malos humores son signos inequívocos y precisos del: odio. Hoy es posible que no identifiquemos esas mismas características con el odio.
Se construyen bajo estas perspectivas modelos ideales que a manera de recipientes son usados por los médicos de cada cultura y de las diferentes épocas, verter en ellos el sufrimiento, el dolor y los trastornos somáticos. Constelar con ellos médicos y el imaginario popular, para hacer que coincidan con las expectativas que se tienen, con las modas etc. Se trata de vino viejo en odres nuevos.
En occidente el malestar y el dolor no son sentimientos legítimos, o bien son banalizados o se entienden como asuntos de competencia médica y que deben ser aliviados de manera inmediata: analgésica, terapéutica, sedativa, farmacéutica en la mayor parte de los casos, etc. Se piensa que entonces debemos huir del dolor por la puerta que proporciona la medicina al herirnos con un cúter. Independientemente de su causa: un dolor de muelas, un dolor de cabeza, un divorcio no deseado, la muerte de un hijo etc. Existen especialistas que podrán hacerse cargo de este sentimiento. Al igual que Paracelso y Descartes, David Morris quiere mostrar que no existen dos familias de dolor: dolor mental y dolor somático, sino que se trata de uno solo vivido de diferentes maneras; el dolor debe ser entendido como determinado por un lugar, una cultura y un psiquismo individual en un contexto histórico; no es un sentimiento que es vivido y entendido de la misma manera por todos los seres humanos independientemente de su cultura y su estructura psíquica. Lo mismo puede decirse del malestar, la incomodidad, el sufrimiento, la incapacidad, las inhibiciones, son expresiones, síntomas que hablan de un complejo entrecruzamiento de razones y causalidades.
Tanto los profesionales de la medicina como las instituciones intentan legitimar el poder que se les confiere sobre la vida de las personas, sobre la manera correcta en que debe ser vivida, que debe hacer con sus dolencias e insatisfacciones etc.
Desde del siglo XI en el Canon Episcopi se propone que sólo lo impíos creen que las brujas vuelen y el demonio tiene poder para hacer actos extraordinarios, y que por lo tanto no se trata de obras reales, sino que se trata de un engaño debido a la seducción del demonio. Cinco siglos después, con la obra Malleus maleficarum –nos recuerda Joseph Barona- la posición de la iglesia cambia, ahora sosteniendo que quienes proponen que el viaje de las brujas y otras vivencias son ilusorias es que se encuentra asociado con el demonio. Las cosas cambian, antes los que consideraban que era real eran advertidos que se trataba de una fantasía creada por el demonio, después se dice que quienes piensan que es una fantasía están vinculados al demonio porque se trataba de algo real.
“El Malleus consideraba como brujo o hechicero a todo aquel que mostrase el menor signo de desviación o peculiaridad respecto de lo definido como normal: la enfermedad mental, numerosos males corporales como la esterilidad, la impotencia, las deformaciones físicas o incluso los accidentes azarosos de la vida, como las malas cosechas, la mala fortuna y demás eran interpretados como obra de la hechicería y al presunto implicado se le relacionaba con el demonio”
Frente a esta posición de la Iglesia, se comenzaron a dar resistencias de autoridades médicas de la época tratando de trasladar el problema de la posesión y los embrujos al territorio de lo patológico; actitud que se consolida a finales del siglo XVI. Esta oposición frente a la iglesia no fue aceptada, de la misma manera en todas partes de Europa, sin embargo intentaron desarraigar el problema del campo de la religión y la moral para trasladarlo al campo de la medicina.
Morris Berman continuando la tradición freudiana y como en a los más resientes lo hiciera la filosofía existencialista y el psicoanalista ingles Balint; proponen que existe un vacío constitucional, una falla básica, un hueco que nos resulta terrible y del que intentamos fugarnos constantemente. “Mucho de lo que conocemos como “cultura” y “personalidad” en nuestra sociedad, tienden a caer dentro de esta categoría sustitutiva, y es en efecto el resultado de huir del silencio y de la experiencia somática genuina” .
Es entonces un pensamiento que sitúa al vacío en el centro mismo de la existencia humana; fenómeno que genera un malestar irrenunciable. “El novelista británico John Fowles llama a este vacío el “nemo” y lo describe como un anti-ego, un estado de ser nadie. “Nadie quiere ser nadie”, escribe Folwes. “Todos nuestros actos están parcialmente concebidos para llenar o para marcar el vacío que sentimos en el fondo”.
Lo que finalmente es común a todas las sociedades y mueve a los individuos, resultan siempre ser cosas elementales, como nos recuerda Berman sobre lo que decía al respecto el psicoanalista húngaro Sándor Ferenczi: “lo que se busca en la vida, nuestra verdadera meta es ser amado, y cualquier actividad observable es un desvío, un sendero indirecto hacia ese objetivo”.
El sentido que le damos a nuestra vida, la forma en que establecemos relaciones; los ritmos y los espacios en que nos confinamos; las maneras de gobernarnos y de hacer política con entonces una enorme charada, un gran mentira que nos pide tomar en serio cosas que no merecen la pena: las actividades supletorias, los desvíos, los objetivos y objetos sustitutivos. Esto es además evidente en el caso de las ideologías de moda o dominantes; en las maneras fundamentalistas de mirar el mundo; todo ello diría Folwes son “rellenos de nemos”.
Sigmund Freud en el malestar en la cultura dice: “El programa que nos impone el principio de placer, el de ser felices, es irrealizable; empero, no es lícito –más bien: no es posible- resignar los empeños por acercarse de algún modo a su cumplimiento […] Por ninguno de ellos podemos alcanzar todo lo que anhelamos.” Sin embargo aunque esto implique un malestar constitutivo no podemos convencernos de que es mejor vivir bajo el consuelo de la mentira, no se trata entonces de legitimar al malestar para justificar toda mediocridad. Pero de lo que trata el psicoanálisis es el de mostrar, que ese estado de bienestar común que predican las diferentes ideologías, no intentan más que legitimar, supuestas formas de vida en donde “el orden social no se altere” y se mantengan los mismos lazos sociales que garantizan la existencia de las instituciones de Estado. Se trata entonces de generar una ilusión común de concordia y cordialidad entre los miembros de un grupo. Decía Michel Balint: “en mi experiencia, el anhelo por este sentimiento de `armonía´ es la causa más importante del alcoholismo o, en realidad, de cualquier forma de adicción´”
II.- El concepto de salud-enfermedad está enteramente relacionado con lo que pensemos que es el hombre en un determinado momento de la historia, en una cultura particular, con lo que pensamos es correcto y con lo que no lo es: ¿Qué cosa es estar bien? ¿Qué cosa es estar mal? ¿Qué significa estar sano y qué enfermo? La relación que los hombres han tenido con la dialéctica comprendida en el fenómeno salud-enfermedad es un asunto esencial, de todas las culturas, prácticamente cualquier experiencia de la vida cotidiana tiene alguna referencia a ese binario, los hábitos alimenticios, los tipos y características de los alimentos, las prácticas sexuales, lo que hacen con el tiempo libre, la manera en que se relacionan con sus familiares y amigos etc.
Pero si se burlan de mis hijos en la escuela porque no ven televisión, porque no llevan zapatos tenis de la marca de moda, porque no tienen teléfono celular o un smartphone ¿Ellos estarán bien? la discriminación de que son objeto por sus compañeritos de la escuela y los vecinos les afectará sin ninguna duda, para evitar este problema ¿Es conveniente entonces eludir este tipo de conflictos? ¿Lo ideal es estar “conviviendo” correctamente, es decir, de manera adaptada con las normas sociales de una cultura del consumo? ¿Eso es: estar bien? ¿Debemos todos integrarnos a las “mass media” de manera acrítica? Esos problemas son: ¿síntomas? Ya que se trata del establecimiento de relaciones con elementos considerados malignos o dañinos, en esos casos se trata de un malestar o de una enfermedad, se presume entonces que el síntoma es una forma de expresión, un decir, la manera en que habla un malestar o una enfermedad.
El malestar como el síntoma debe ser localizado por las coordenadas culturales. El síntoma teje una relación entre el fenómeno y las causas, en la que la responsabilidad del sufriente frente a lo que le aqueja queda de manifiesto, por lo que necesariamente cambia de un periodo de la historia a otra, sin embargo, hay algo que permanece, una constante: es el vacío, la incompletud, la falta en el ser.
Los criterios diagnósticos mezclan diferentes órdenes de conocimiento, que parecerían democráticos (se dirige la atención a tiende todo lo importante) pero… la diarrea, el mal de ojo, el embrujo, las disidencias políticas o religiosas, las extravagancias, los criminales, los iluminados, los desadaptados, los adictos, los angustiados, etc. En donde el mesías de una sociedad será el psicótico de la otra. Se trata de localizar hábitos y comportamientos en unas coordenadas precisas de una normatividad, la perspectiva psiquiátrica concibe al malestar como algo que no es importante en sí mismo, no es un decir, no es una expresión de una singularidad, para el médico no se trata de analizar el delirio, sino de saber si lo hay o no lo hay, para saber si se trata de una psicosis o para descartarla.
¿Existen enfermedades psíquicas? En un registro como si se tratara de algo similar o idéntico a lo somático. Para quienes la enfermedad psíquica es equiparable a una pancreatitis o a un cáncer, o se emplea el término de patología en algunas de las disciplinas “psi” como sugiere Fernando Savater de una forma alusiva y comparativa, como por ejemplo, cuando hablamos de que vivimos en una sociedad enferma, de que tenemos una economía enferma, de que ese programa de la televisión me enferma, etc., etc.
Sin embargo aún en las perspectivas analógicas de dar cuenta del malestar, de interrogar el síntoma, lo hacen desde una perspectiva medicalizada. Hablan “con la perentoria eternidad de las tablas de la ley, pero es seguro que no hubiera sido idéntico en otras épocas y que hoy mismo tampoco será interpretado idénticamente en toda circunstancia cultural”
Peter Sloterdijk nos dice sobre lo que considera un problema sumamente grave: “La medicalización de la psicología es una equivocación, una catástrofe cultural”
El síntoma se adapta a circunstancias de carácter sociocultural, a las preguntas que puede hacerse el doliente, a la forma en que imaginariza o representa su enfermedad, a las preguntas que realiza el curador y a la manera en que concibe su cuerpo, su alma, su mente, sus relaciones familiares, sociales etc.
«El ejemplo de Pedro Hispano, gran médico portugués del siglo XIII, es sintomático en sus Cuestiones sobre Viaticum establece que el amor es una enfermedad, del cerebro, no de los testículos, que afecta la facultad estimativa, y cita a Avicena, quien decía que la mejor cura consiste en acostarse con el amado» . Lo que es concebido como patológico en una sociedad en un periodo, puede no serlo por otra, o dejar de serlo después.
“Salud es un completo estado de bienestar […] y no sólo la ausencia de enfermedad. Tal balance implica demasiada equidad y un camino yermo de sorpresas o dolores. Lo completo enfada pues conlleva ausencia de movimiento y ahuyenta la sorpresa -virtud, esta última, casi sepultada por la modernidad. Hay que recordar que los equilibrios perfectos esterilizan e inmunizan. Ensordecen al individuo, erradican la autocrítica y asfixian ideas y voces. Lo mismo puede decirse de la salud perfecta. Si nada duele, si no hay flaquezas y si la enfermedad no llama a la cura, la monotonía y el olvido se apoderan del ser. No hay idea del cuerpo y a veces ni siquiera de la existencia. No hay tampoco conciencia que alerte si no se conocen las cicatrices y preguntas que emanan del mal.»
Efectivamente bajo esta perspectiva: lo patológico y el sufrimiento son consubstanciales y cimientos del hombre mismo, no podemos pensar al hombre de manera aislada, al menos que deseemos proponer una ficción idealizada, un maniquí estereotipado en el que el hombre solo ve reflejados sus ideales, no “su naturaleza”, se trata de huir del dolor objetivo que intenta promover una sociedad sostenida en el consumo suntuario de satisfactores, de bienes cuya función es producir confort, que permita enmascarar el dolor, de hecho, la medicina alopática sería un buen ejemplo de la alineación de la persona frente a los deseos e ideales de la sociedad al intentar enajenarlo del dolor, proponernos que la enfermedad no es nuestra, que no nos pertenece y que por lo tanto no somos responsables, que el dolor y la enfermedad no nos es útil de ninguna manera y que debemos emplear todos los medios analgésicos, anestésico y enajenantes que nos proporciona la sociedad, la medicina y algunas de las “psicoterapias light’s” para ofrecernos una huida, el precio es alto pues nos deshumanizamos nos perdemos a nosotros mismos al no enfrentar la «enfermedad» y el «dolor». Para Sigmund Freud, el dolor es una situación esencial a la condición humana, desarrollada en el trabajo: “proyecto de psicología para neurólogos”, por lo que propone que es una operación fundante, la primera inscripción, por lo que plantea que es a partir del dolor, que funge como primera discontinuidad con “el placer”, es la marca de la diferencia, que a manera de primer registro que es condición necesaria del psiquismo, se trata de una característica estructural que funda lo inconsciente, por lo tanto transhistórica y transcultural. Ese dolor puede encontrar diferentes vías para representar ese dolor de estar vivos, ese dolor que podríamos llamar existencial (tatuajes, pirsings, cortes, etc.). A diferencia de lo psíquico, lo mental se encuentra vinculado y es efecto de parámetros culturales he históricos, de género y por edad, clase social etc. El síntoma es entonces una manera en que establecemos un diálogo entre uno y la cultura que busca explicar o representar el malestar, con el cuerpo, con la enfermedad, con la expectativa que tenemos y se tiene culturalmente.
«La salud total suele alejar la reflexión. En cambio los padecimientos, con frecuencia, invitan a repasar los rincones olvidados del alma y del cuerpo. (…) las penas del alma son las venas naturales que conectan las avenidas internas con las del universo».
La enfermedad y el dolor, son entonces algo de lo que no debemos huir, se trata de una verdad, tampoco intentamos hacer una alegoría del sufrimiento humano, podemos tomar la enseñanza que conllevan, hacer un acuse de recibo, para no eternizarnos en el sufrimiento de la enfermedad y deshacernos de ella lo antes posible. Beber el veneno necesario para crecer en el alma. La indisposición y la torpeza generan una actitud que nos permite entender: «me muero porque no me muero».
El seguimiento y análisis crítico de las diferentes maneras de entender lo que es un síntoma por las disciplinas “psi” nos conduce a ver como de manera constante y sistemática, se encuentran repletas de puntos ciegos por sus actitudes etnocéntricas, repletas de prejuicios y lugares comunes.
Los pacientes tienden por lo general a ajustar sus «dolencias» a las expectativas del médico o de la institución, de hecho hoy existe la denominación de «psiquiatrización» del síntoma, que se trata cuando el paciente comienza a mimetizarse con la institución psiquiátrica, transformando su complejo mundo sintomatológico a cuadros precisos que el médico puede entender. No se trata de un fenómeno difícil de comprender cuando sabemos que el síntoma es un decir que es un hacer, un intento de expresión de algo que por lo general desconocemos y que no podemos expresar de otra manera, pero que puede ser expresado de otras maneras, eso es algo de lo que se aprende en el psicoanálisis.
«Por decirlo de otro modo, la enfermedad stricto sensu es algo que uno tiene, pero la llamada enfermedad mental siempre se refiere a actitudes o formas de obrar que se adoptan… o que no pueden adoptarse. (…) En las enfermedades corrientes, es el paciente el que pide ayuda mientras que en las dolencias psíquicas suelen ser los demás los que establecen taxativamente que la necesita lo quiera o no (…) En una palabra, la sociabilidad del comportamiento y la productividad parecen ser mucho más influyentes en el diagnóstico de los enfermos mentales que en los otros.»
Finalmente, podemos concluir que un conjunto de fenómenos intervienen para constituir lo que llamamos enfermedad, lo que es malestar, y lo que es un síntoma, muchos de esos fenómenos son de carácter social e histórico, otros tienen que ver con las perspectivas teóricas que también, con las ideologías, las modas, con las condiciones de clase, con los escenarios y posibilidades económicas y políticas, con el género, la edad, nacionalidad etc. historia de vida o la biografía etc. Pero otros son de carácter transcultural y transhistórico, que son los psíquicos, y que determinan los posicionamientos subjetivos, las formas de vivir nuestras vidas, de posicionarnos frente al dolor, para definir lo que es el malestar o el bienestar y lo que será considerado por lo tanto un síntoma. Por lo que pensar la manera en que pensamos lo que constituye un síntoma, no es un asunto simple, es un camino que debería estar abierto en la formación de los profesionales “psi”.
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