El objeto de la praxis psicoanalítica.
José Eduardo Tappan Merino
El objeto del psicoanálisis puede ser abordado en tres direcciones: la primera de corte epistemológico, podría resolverse al plantear que el objeto de estudio del psicoanálisis es: lo inconsciente, como su más esencial especificidad; la otra forma de tratarlo sería a partir de su singularidad, respondiendo a la cuestión de qué es lo que hace del psicoanálisis un psicoanálisis, o por qué debe existir el psicoanálisis, es una discusión en la que se tendría que comparar con las más de mil diferentes ofertas “psi” y mostrar las características de cada una, contrastándolas y comparándolas con el psicoanálisis; quizá encontrando que el síntoma para el psicoanálisis es una formación de compromiso en relación con un problema psíquico y no se trata de un problema en si mismo que busque ser borrado, reparado o solucionado; la tercera sería abordar el objeto del psicoanálisis desde la perspectiva clínica, es decir preguntando sobre cuál es el objeto de hacer un psicoanálisis, entendido como praxis, ¿qué se puede esperar de él?, ¿hacia donde se dirige un analizante a partir de su análisis?. En esta ponencia trabajaré someramente la tercera posibilidad.
Existen diferentes clases de profesionales “psi” que entienden a los síntomas como las expresiones manifiestas de fenómenos latentes u ocultos, en general de origen orgánico o ambiental. La primera propuesta descansa en la idea: “de la misma forma en que el hígado segrega bilis, el cerebro genera pensamientos de manera espontánea y natural”, por lo tanto los pensamientos “malos”, “insanos” o “enfermos” son efecto necesariamente de un problema orgánico, relativo al inadecuado funcionamiento cerebral, por lo que si deseamos resolver los problemas o enfermedades mentales debemos actuar directamente sobre la base orgánica. Esta perspectiva medicalizada es considerada por el filósofo alemán Peter Sloterdijk como una catástrofe cultural, por la manera en que es entendido el sufrimiento, el dolor y en general cualquier clase de malestar, como una enfermedad, sin considerar el sufrimiento, que tiene un papel importante en la vida de los hombres, muchas veces uno de los problemas es la manera en que no colocamos frente a éstos.
Los psicoterapeutas buscan soluciones o curas (entendido como sanación) a los síntomas comprendidos como malestares, efecto del ambiente, por lo que promueve formas de adaptación del “sí mismo” en su relación con los otros. Los antipsiquiatras y los freudomarxistas buscaban como principal responsabilidad de los problemas mentales a la sociedad y el propósito terapéutico en la posibilidad de la subversión o tener acceso al crecimiento personal. Luchaban ambas perspectivas contra la alienación de la sociedad que desorientaba y sacaba a las personas de la ruta “natural”. Groso modo esos son los objetivos que persiguen. Sin embargo el asunto es más complejo.
Generalmente el malestar del sufriente desde las disciplinas psi es visto como algo gratuito, no agregan demasiado a ese enfoque, un fenómeno sorprendente en la vida asalta y no deja de torturarlo, algo que debemos enfrentar como si se tratara de una enfermedad que no merecemos, buscamos que no tenga una conexión directa con nuestra existencia, con nuestra responsabilidad en vivir la vida que estamos viviendo “suponemos que somos las víctimas y no los victimarios de nosotros mismos”. Como si no tuviera que ver con que buscamos estar en el mundo sin mayor cuestionamiento, sin mayor detenimiento en los problemas que tenemos. Aprendemos a “ser almas bellas seres emocionales, más o menos planos y acartonados, normados y dirigidos por los consensos y los estereotipos construidos por la sociedad de consumo. Depredadores del ecosistema y cada día más lejos de las formas comunitarias de vida, apostando a un individuo masa, anónimo. El psicoanálisis debe remar contra corriente y se convierte en una perspectiva crítica y por lo tanto incomoda, por su carácter cuestionador y en ocasiones confrontador de todo conformismo y automatismo.
Para comprender este concepto debemos iniciar con Freud, aunque no coincidamos con su trabajo de 1937 Psicoanálisis terminable e interminable, en el que plantea con claridad lo que era para él la principal encomienda del proceso psicoanalítico, se trata de un texto, en el que revela que aún en esos años, permanecían vigentes muchas de sus expectativas terapéuticas más tempranas, es lo que sucede a cualquier pensador, que tiene una obra continua por más de cincuenta años, sus puntos de vista cambian y como en este caso regresa a lo que parecía superado.
No existen consensos sobre lo que es el objeto del psicoanálisis, los objetivos de su praxis varían aún entre los psicoanalistas que se sienten freudianamente inspirados, ¿cuál de todas la propuestas freudianas sobre el objetivo del psicoanálisis es la más freudiana?, ¿de los diferentes periodos de su vida cuál es el que podríamos considerar el más maduro, fecundo o importante para el psicoanálisis?.
La experiencia nos ha enseñado que la terapéutica psicoanalítica -la liberación de alguno de los síntomas neuróticos, inhibiciones y anormalidades del carácter- es un asunto que consume mucho tiempo (Freud S. 1937)
Con esta cita Freud dice que el psicoanálisis tiene entre sus principales metas la liberación de algunos de los síntomas neuróticos y son considerados anormalidades del carácter, podemos inferir entonces que existe una normalidad supuesta a la que puede aspirar el analizante de un tratamiento psicoanalítico, donde buscará aliviar los sufrimientos, las inhibiciones y síntomas “inoportunos”.
En el curso de unos años fue posible devolverle una gran parte de su independencia, despertar su interés por la vida y ajustar sus relaciones con las personas que más le interesaban. Pero entonces la mejoría se detuvo. No pudimos ir más lejos en el esclarecimiento de su neurosis de la infancia, en la cual se había basado su enfermedad posterior, y resultaba claro que el paciente se encontraba muy cómoda su actual posición y no sentía ningún deseo de adelantar un paso más que le acercara al fin de su tratamiento. Era un caso en el que el tratamiento se inhibía a sí mismo; se encontraba al borde del fracaso como resultado de su éxito -parcial-.” (Freud. S. 1937:)
En este párrafo sobre su experiencia en el análisis con un paciente, Freud destaca lo que para él eran algunos de los asuntos que debían restablecerse: “principalmente su interés por la vida”, y “las relaciones con personas queridas”, quizá con una perspectiva distinta, sin embargo el analizante no quiso ó no pudo ir más allá, el psicoanálisis debe ser entendido entonces como un tratamiento que busca condiciones que le permitan a la persona estar más cómodo en el mundo. El psicoanálisis para el padre del mismo es un tratamiento de enfermedades psíquicas y somáticas con el recurso afectivo, empleando para ello a las palabras, ya que las palabras son el elemento esencial del tratamiento analítico, lo plantea de ésta manera desde 1890, en su trabajo: Tratamiento psíquico, tratamiento del alma. Al parecer continúa con esta línea prácticamente hasta terminar su vida.
¿Existe algo que pueda llamarse terminación natural de un análisis? ¿Existe alguna posibilidad de llevar un análisis hasta este final? Si se juzga por el lenguaje corriente de los psicoanalistas, parecería que debe ser así, porque con frecuencia les oímos decir, cuando deploran o excusan las reconocidas imperfecciones de algún mortal: «Su análisis no estaba terminado», o «Nunca llegó a ser analizado hasta el final»
[…] Desde un punto de vista práctico es fácil contestar. Un análisis ha terminado cuando el psicoanalista y el analizante dejan de reunirse para las sesiones de análisis. Esto sucede cuando se han cumplido más o menos por completo dos condiciones: primera, que el paciente no sufra ya de sus síntomas y haya superado su angustia y sus inhibiciones; segunda, que el analista juzgue que se ha hecho consciente tanto material reprimido, que se han explicado tantas cosas que eran ininteligibles y se han conquistado tantas resistencias internas, que no hay que temer una repetición de los procesos patológicos en cuestión. Si dificultades externas impiden la consecución de esta meta, es mejor hablar de un análisis incompleto que de un análisis inacabado. El otro significado de «terminación» de un análisis es mucho más ambicioso. En este otro sentido lo que preguntamos es si el analista ha tenido una influencia tal sobre el paciente que no podrían esperarse mayores cambios en él aunque se continuara el análisis. (Freud S. 1937)
[…] Desde un punto de vista práctico es fácil contestar. Un análisis ha terminado cuando el psicoanalista y el analizante dejan de reunirse para las sesiones de análisis. Esto sucede cuando se han cumplido más o menos por completo dos condiciones: primera, que el paciente no sufra ya de sus síntomas y haya superado su angustia y sus inhibiciones; segunda, que el analista juzgue que se ha hecho consciente tanto material reprimido, que se han explicado tantas cosas que eran ininteligibles y se han conquistado tantas resistencias internas, que no hay que temer una repetición de los procesos patológicos en cuestión. Si dificultades externas impiden la consecución de esta meta, es mejor hablar de un análisis incompleto que de un análisis inacabado. El otro significado de «terminación» de un análisis es mucho más ambicioso. En este otro sentido lo que preguntamos es si el analista ha tenido una influencia tal sobre el paciente que no podrían esperarse mayores cambios en él aunque se continuara el análisis. (Freud S. 1937)
Un trabajo analítico desde esta perspectiva, se finaliza, se interrumpe o se abandona, eso depende, nos plantea Freud, de aquello que lleva al analizante a alejarse de su tratamiento; si son dificultades externas las que impiden la consecución de las metas terapéuticas, en realidad se trata de un análisis incompleto más que inacabado, por otro lado, si se han superado algunos síntomas, angustias e inhibiciones; si es posible que haya hecho consiente una buena cantidad de material inconsciente, y se puede constatar que el analista ha tenido suficiente influencia en su analizante como para no poder esperar recaídas importantes, claro está; si es el analista el que considera que el analizante de continuar con su análisis no habría mayores cambios o mejoras en su calidad de vida, entenderíamos que ha llegado, de alguna manera, a un fin de su tratamiento psicoanalítico.
Es difícil concordar con Freud en este trabajo como lo dice Lacan en 1953 ya que: Freud como Moisés nos llevó a la tierra prometida pero fue impedido de entrar en ella. Lo que nos muestra un Freud especialmente terapéutico, que si bien es un propósito que debe ser considerado, no es todo lo que podemos esperar de un espacio analítico. De hecho podríamos decir que la dimensión del alivio de los síntomas o las inhibiciones, es un efecto colateral en el mismo proceso analítico, no por ello poco importante. Esta dimensión terapéutica es uno de varios planos que toca el proceso analítico, pero son varios, cada uno de los planos tienen una interacción continua y simultánea con los demás. Lacan se mantiene crítico de los alcances freudianos
“Durante toda su vida Freud continuó por las vías que había abierto en el curso de esta experiencia, alcanzando finalmente algo que se podía llamar una tierra prometida. Pero no puede afirmarse que haya penetrado en ella. Baste leer lo que se puede considerar su testamento, Análisis terminable e interminable, para ver que si de algo tenía conciencia, era, justamente, de no haber penetrado en la tierra prometida” (Lacan: 1985. p.31)
Es mucho lo que podríamos objetar del trabajo anteriormente citado: la imposibilidad de hacer consiente lo inconsciente; el hecho de que el “yo” no sea dueño de su propia casa, hace que sea absurdo dirigirle la clínica; además la realidad psíquica es lo que compete a un espacio analítico no la realidad que es supuesta por historia construida por eventos empíricos, por lo que los traumas y la historia de las personas no pueden ser rellenadas con las construcciones o huellas mnémicas faltantes, además de que el que se analiza es realmente el analizante y la asociación libre le permitirá hacer sus asociaciones y que el analista debe permitir o coadyuvar en la tarea de que analice el analizante. De manera que regresamos a la pregunta original ¿cuáles son los alcances y los objetivos de un proceso analítico?
Sabemos que la condición de posibilidad de un análisis es sin lugar a dudas la transferencia, que se traduce entre otras cosas por poder conferirle a un otro el saber y que ese otro también sea su soporte, se trata de una relación asimétrica, en la que se coloca al psicoanalista en un lugar afectivo importante ya que se considera que el saber que se le supone podrá ayudar al sufriente a resolver aquello que es su motivo de consulta. El concepto de la transferencia tiene que ver con los movimientos bancarios, en los que los depósitos a una cuenta pueden ser transferidos a otra cuenta. Se le deposita al analista una serie de montos que lo distinguen, que lo hacen especial. Lacan se da cuenta que esta operación de “dulciniar aldonzas”, “de convertir ranas en príncipes” es exactamente la del amor, que es “dar lo que no se tiene a quien no es”, por lo que la transferencia es esencialmente un acto amoroso. El analista ocupa un lugar de ser un “sujeto al que se le supone un saber” sobre el malestar de quien hace la demanda de análisis; sin embargo, del deseo del analizante no sabe. En un espacio analítico hay dos personas, pero únicamente un Sujeto, la situación es simple: el analizante es aquél que analiza, el analista lo que debe hacer, es: permitir que analice el analizante, por lo que el analista debe ocupar “el lugar del muerto” (Lacan Seminario 8) lo que no quiere decir que sea el muerto, no se trata de una impostura, tampoco se trata de ser mudo o amordazado, puede creer que no se debe hablar, además es posible que no tenga nada que decir en la sesión, ¡no tienen más que guardar silencio¡ dicen los manuales, en realidad quienes obran de esta manera artificial “se hacen los muertos”; no entienden que no se trata de “ser el muerto” o “hacerse el muerto”, sino de “ocupar el lugar del muerto”. Lacan hace referencia al lugar del muerto, “al muerto que tiene que ver con un lugar, tiene el nombre del muerto en el juego de cartas llamado Bridge” es decir, un lugar en el juego, al que se le reparten cartas como al resto de los jugadores, pero las mantiene abiertas, ninguna persona juega en esa posición, el lugar del muerto tiene las cartas abiertas a la vista de todos y es la posibilidad para que cada jugador haga su juego tomando unas cartas y dejando otras. Eso es lo que debe hacer una analista, mostrar las cartas para que el analizante arme su juego, pero sin incidir en él y sin que lo determine. Se trata que el analizante vea las posibilidades que tiene en sus elecciones y la responsabilidad de no haber visto las cartas que le hubieran ayudado. Cada elección en la vida tiene consecuencias y no es efecto de condiciones arbitrarias, ni producto del azar o el destino, no hay casualidad sino una causalidad psíquica. Debe analizar por qué tenía posibilidades de levantar un mejor juego, pero no lo vio, y por qué se contento con lo que hizo con su mano.
El analista que vio muchas películas americanas, sobre todo de los sesentas, y quiere hacer lo que cree es su trabajo, supone que debe entonces analizar, extraer el contenido latente de los sueños, de los lapsus, etc. o bien, cuando analiza lo que considera las fantasías inconscientes de su paciente, no hace en realidad más que proyectarse a partir de una línea argumental, que supone de corte psicoanalítico repleta de símbolos y construcciones pre establecidas: falos, vaginas, edipos, envidias de penes, complejos de Yocasta, etc. En esa perspectiva, imaginarizada y proyectada “como si fuera psicoanalítica”, el analizante piensa que descubre esas proyecciones puestas en él, las hace suyas aunque se trata en realidad de una construcción insertada por su psicoanalista, del tipo: “es obsesivo ya que fue abandonado por su madre durante el periodo del desarrollo psicosexual anal”, él ha sido víctima pasiva de ese abandono o de la excesiva presencia de alguna (o de ambas) de las figuras parentales, y esa es la razón de sus conflictos obsesivos, ahora le toca superarlos o repararlos”. Esta clase de analistas supone que debe tener conocimientos de hermenéutica, es decir, deben tener el oficio del interpretación y el análisis de los que considera materiales inconscientes de su paciente, como José el soñador, que interpreta lo sueños del Faraón para hacerlos comprensibles. Uno de los objetivos que puede ser localizados en la tarea analítica emprendida por Freud, es desentrañar la trama inconsciente, el registro de lo latente y hacerlo manifiesto. Buscan el imposible “hacer consciente el inconsciente”, sin embargo esa clase de análisis no es una encomienda del analista como lo sostiene Lacan en forma de categórica.
Algo en lo que coinciden la mayoría de las diferentes posiciones teóricas que se llaman a sí mismas psicoanalíticas es que un psicoanálisis no tiene como objeto dar consejos, no es una consejería, ya que desde muy temprano Freud descubrió lo profundamente inútil de ese asunto.
“Además, puedo asegurarles que están mal informados si suponen que consejo y guía en los asuntos de la vida sería una parte integrante de la influencia analítica. Al contrario, evitamos dentro de lo posible semejante papel de mentores; lo que más ansiamos es que el enfermo adopte sus decisiones de manera autónoma”. (Freud, 1917, 393)
Mientras que si es el analizante el que analiza, es indispensable que éste busque saber más de que lo que no quiere saber, para lo que no se requiere de conocimientos de hermenéutica, ni estudios especiales. Lo que digan los analistas puede estar de más, si no tiene que ver con la trama del decir del paciente, podemos proponer, entonces, que el analizante es el que tiene la dimensión activa, es el que analiza, a partir de sus propios relatos, de sus sufrimientos, de sus inhibiciones, de sus síntomas, de sus aciertos y desaciertos, busca la responsabilidad que tiene en el hilo de la trama que constituye su vida. Salimos de un laberinto de espejos con el hilo de Ariadna, que no es otro que: descubrir la verdad del deseo. Busca saber de esa verdad íntima y extima, interior y exterior, no se trata de un saber que apela a la conciencia, a lo intelectual, tiene que ver con discernir, advertir, considerar que no son reductibles a la tarea de pensar y menos de intelectualizar, un saber al que no podía acceder por estar atrapado en una forma de vida llena de certezas, automatismos, llena de metas supletorias, con una vida banalizada, acartonada y unidimensional. Sin embargo y simplificando las cosas de manera preliminar, podemos atrevernos a decir que el analizar no es el fin del proceso analítico, no es el último objetivo, ni el propósito esencial, analizar es el medio en un contexto que tiene una orientación, que es la que llamamos: la dirección de la cura (Lacan. Escritos Vol. II), analizar por analizar banaliza la tarea analítica, lleva a lo que los exégetas y hermeneutas llaman el círculo hermenéutico, que es un análisis estéril, intelectual y vacuo, en el que cada análisis puede remitir a otro análisis y ser analizado hasta el infinito, ya que debe evitarse nos advierte Freud el furor analizandis que no conduce substancialmente más que a perpetuarse en el malestar y regodearse en el sufrimiento[i], y sentir que está resolviendo problemas que en realidad no está resolviendo. La hermenéutica en el estudio de un discurso sea documental u oral, es sin lugar a dudas una metodología fecunda, pero ese no es el caso en la clínica psicoanalítica.
El análisis en muchas ocasiones de manera “casi mágica” abandonar hábitos, conductas, síntomas o incluso formas de estar en el mundo repletas de malestar, sin embargo y considerando que si bien el análisis que realiza el analizante es una condición necesaria no es suficiente. Es fundamental encontrar el sistema de causalidades que conducen del malestar (que quizá sea el motivo de la consulta) a lo que se hizo o se dejó de hacer para causarlo, eso se llama un síntoma analítico, en tanto establece una causalidad entre su malestar y algo que hizo o dejó de hacer para causarlo. Lo que daña al análisis es el engaño, por eso el analista debe presentarlo, mostrarlo para permitir al analizante desengañarse. Lo falso o la mentira para el psicoanálisis son formas de la verdad, no engaños, ya que saber que algo es falso o que se trata de una mentira, dan claridad, “sé que es verdad que eso es falso”, “sé que es verdad que eso es una mentira”, en el engaño actuamos desde él, en la turbiedad sin advertirlo, nos impide darnos cuenta de la verdad y lo que se busca es la complicidad, no el desvelamiento de esa verdad. El engaño conduce a una viscosa enrarecida manera de estar en el mundo, en la que el yo es el protagonista, enajenado del deseo y sin atisbar aquello que llamamos lo inconsciente y menos la responsabilidad que tenemos en nuestro padecer, en nuestros síntomas.
El asunto es que todo está dispuesto para que analizar no sea una tarea fácil, se busca impedirlo de diferentes formas: defensas, resistencias y complicidades. Socialmente en una sociedad estupidizada por las leyes del consumo, la familia y amigos que temen a los cambios que experimenta el analizante y por lo tanto boicotean su análisis, hasta la estructura misma de la instancia psíquica que llamamos yo, cuya encomienda esencial es pacificar, encontrar sentido y proveer de mecanismos de defensa para mantener los viejos problemas, más vale los males conocidos que los bienes por conocer, males entrañables, familiares repletos de ganancias secundarias y de argumentos que buscan la preservación del sufrimiento gracias a los imperativo de goce (ese malestar que insistimos en procurarnos).
La cura analítica se encuentra alejada de cualquier perspectiva salubrista, médica, o que implique una curación, no tiene que ver con el registro de la salud, de la medicina o la psicología. Se dice cura analítica, por ejemplo, de la misma manera que se habla de la cura en la curaduría de una exposición de pintura, la cura entendida como la organización de una exposición a partir de criterios que cada curador establecerá, una cura es entonces una reorganización, un cambio en los lugares y el orden de los elementos, de los contextos, de las iluminaciones, alturas: lo que constituye una exposición. Toda reorganización de los elementos conlleva un cambio en los sistemas y en la relación de los mismos. Recordando que el “todo” no se obtiene por la suma de sus partes, sino por las relaciones que se establecen entre ellas. La curaduría de una exposición, lo que debe destacar es la obra que se expone no la persona que realiza la curaduría, ni en el psicoanálisis el “yo” del analizando, lo que constituye el plano del Sujeto que se encuentra sujeto, sujetado al lenguaje, sujetado al deseo, sujeto de lo inconsciente. El papel del analista no es la de ser curador, ese es el papel del analizante. Lo que sostiene esta tarea analítica del analizante en la dirección de la cura es el deseo del analista, el deseo de que el analizante analice y reorganice los diferentes elementos que constituyen su subjetividad, aprende sobre su deseo y desaprende en términos de lo que consideraba era su obligación, su deber, no es una psicopedagogía. Su propósito no es agregar, sino quitar las capas de prejuicios, en autoengaños para poder analizar, el analista entonces debe evitar el protagonismo, no es el que agrega información, como decíamos. Lévi-Strauss afirma que una estructura es el efecto de las relaciones que se establecen entre los elementos que constituyen un conjunto. Por lo que cambiar el orden entre ellos, tiene implicaciones exponenciales en las relaciones entre las mismos modificando con ello la estructura.
“En verdad, entre la técnica sugestiva y la analítica hay la máxima oposición posible: aquella que el gran Leonardo da Vinci, resumió con relación a las artes, en las fórmulas, per via di porre y por via di levare. La pintura, dice Leonardo, trabaja per via di porre; en efecto sobre la tela en blanco deposita acumulaciones de colores donde antes no estaban; en cambio, la escultura procede per via di levare, pues quita de la piedra todo lo que recubre las formas de la escultura contenida en ella. De manera en un todo semejante señores la técnica sugestiva busca operar per via di porre; no hace caso del origen, la fuerza y la significación de los síntomas patológicos sino que deposita algo, la sugestión […] La terapia psicoanalítica, en cambio, no quiere agregar ni introducir nada nuevo, sino restar, retirar, y con ese fin se preocupa por la génesis de los síntomas patológicos y la trama psíquica de la idea patógena”. (Freud, 1905 a, 250)
El psicoanalista no agrega, permite quitar, pero … ¿eso es todo? -Sí- podríamos contestar en un sentido, pero tendríamos que decir que no en otro. Sí, en cuanto propósito del análisis, pero no, en cuanto a que el sufriente logre un cambio en su vida. Si recordamos lo que Lacan enfatiza en los tres tiempos lógicos comprendidos en un espacio analítico: un tiempo para ver, otro para analizar y otro para actuar. Cabe la pregunta; ¿cuáles son los propósitos, fines, metas, u objetivos del psicoanálisis? La respuesta sería que lleven al analizante a moverse y actuar, para no quedarse en un supuesto conocimiento de sí mismo.
Ahora bien, que objeto tiene el pasaje por un psicoanálisis, además de la resolución de síntomas, inhibiciones, trastornos, etc. Lo que se llama una cura analítica, también tiene que ver con lo que Lacan llamó, la “ética del psicoanálisis” (Lacan Seminario 7), que sería consecuencia de la cura analítica, que se resume entre otras cosas en “la ética del bien decir”, esto desde luego no se refiere a la ética entendida como las reglas morales o los acuerdos que un profesionista debe seguir o las reglas que no puede violar ya sean morales y profesionales.
La ética en psicoanálisis toca al sujeto en análisis, es decir, al analizante. Se trata de una posibilidad de poder decirlo “todo”, o por lo menos intentarlo. Por vergonzoso, inapropiado o absurdo que le parezca, debe hablar venciendo la autocensura, el pudor, los prejuicios y los parámetros morales; hablar de lo que no hablaría en ningún otro lugar, sincerarse como quizá no lo había hecho antes en su vida. Decir y darse cuenta de que se está diciendo, tratar de ir más allá de las palabras, apropiarse de la vida a partir de lo vivido, de lo que decimos, sentimos, ocultamos y de nuestras inhibiciones y de nuestras compulsiones, de nuestros aciertos y tropiezos, de nuestras altas y bajas pasiones, para intentar escucharnos a nosotros mismos, sorprendernos de ese saber que no sabíamos de manera conscientemente que teníamos, exponer y tomar distancia de lo que dice y de lo que callaba. Se trata de poder acceder a la responsabilidad que tiene de su propia vida, que vea el conjunto de determinaciones que lo han llevado hasta donde se encuentra, para poder comprender su responsabilidad subjetiva en el camino que ha seguido, lo que hizo y lo que dejó de hacer. Se trata de que conozca los resortes últimos que determinan y constituyen su propio sistema de causalidades. No para su etificación, sino para que se haga cargo de su responsabilidad frente a su vida, cuya consecuencia implica un replanteamiento ético de la existencia, con referencia al deseo, pero más allá de los juicios, del bien o del mal en sentido moral. Se trata de descubrir que la vida que vivimos, tiene valor, y que cada cosa pequeña tiene importancia, aún los descuidos, los lapsus, los errores etc.
Sin embargo, para que sea posible advenir a esta ética, es imprescindible que la escucha analítica se encuentre muy lejos de cualquier situación confesional, de cualquier tipo de juicio, de la reparación; el analista debe ser para el analizante alguien lo suficientemente abierto, como para poder suponer como Terencio que al analista “nada humano le sea ajeno”, por lo que no se va a sorprender, ni extrañar de lo dicho en la sesión. Se trata de una posición extra-moral, lo opuesto al juicio, a la confesión. Esto `posibilita el intento de “decirlo todo”. En analizarlo.
La ética del psicoanálisis es del orden de la deontología en tanto da cuenta del fundamento de los elementos sobre los que giran nuestras determinaciones, nuestros valores, nuestros problemas, malestares y síntomas, pero principalmente de las operaciones y los resortes que tienen un papel determinante en nuestra vida, en la que no podemos escapar de la responsabilidad. La deontología plantea el asunto de la libertad del hombre, en este caso, acotada, delimitada y sujetada al deseo, ya que no escapa a la responsabilidad que tiene todo Sujeto. Es decir, está en juego una paradójica libertad en tanto limitada por su deseo, ¿se puede ir más allá del deseo? sí pero ello conlleva la traición a lo más íntimo y a la propia existencia. Aquello de lo que no puede escapar Antígona, no puede evitar enterrar a su hermano, aunque ese acto le cueste la vida, ya que vivir sin haberlo enterrado sabiendo que será un alma en pena para la eternidad, no es una opción viable para ella, no podría dejar de reprocharse su cobardía todos los días de su vida, su existencia sería miserable, prefiere morir a vivir con esa pena. El concepto básico es que obrar «de acuerdo a la ética de la verdad sobre el deseo» implica la única opción ética. Una actitud o un comportamiento no-ético, por lo tanto es hacerse aliado del goce, del malestar, de no aceptar que el malestar es efecto de un estar en el mundo sin mayor conflictividad existencial, traicionándonos a nosotros mismos, ser en términos freudianos unas almas bellas.
Esta ética busca que se produzca una anagnórisis, un auténtico descubrimiento de la verdad que nos funda, un saber de esa verdad para actuar en consecuencia, con lo que se logra tener una distancia subjetiva sobre la vida que ha sido vivida, la responsabilidad sobre lo que se ha hecho, lo que se ha dejado de hacer, sobre los problemas, con la finalidad de poder analizarlos y dejar de ser actuados por ellos. Es a partir de esta distancia subjetiva que se obtiene en el proceso analítico que encontramos un hilo conductor de todos esos eventos aparentemente desarticulados de nuestra vida, eso es lo que concierne a la ética en términos de lo que estamos hablando. Un saber que se transforme en un (savoi faire) saber hacer, por ejemplo, frente al síntoma, al dolor, a la angustia; convertirlos en materia prima para otra clase de apuestas en la vida: diluyéndolos, eliminándolos, transformándolos, encausándolos, corrigiéndolos, etc. Un saber hacer (Lacan seminarios VI), frente a lo que podríamos considerar, de alguna manera, obstáculos. Lo que conduce a una ética que debe responsabilizarse de las facultades y de las condiciones mismas de nuestra sensibilidad, percepción, clasificación, representación y actuación. Aún de aquellas que llamamos formas a priori (espacio y tiempo). Somos responsables de lo que sentimos y pensamos, de lo que nos permitimos o nos impedimos hacer con nuestras vidas. Sin embargo, para pensar la ética, la responsabilidad y la libertad es necesario considerar las formas en que el psiquismo se impone a todo aquello que pueda ser conocido, de tal suerte que para que un fenómeno u objeto pueda ser percibido debe dar cuenta de ese sometimiento a las condiciones formales que impone la subjetividad, sus ejes en el tiempo y el espacio a partir del significante.
Para el psicoanálisis la responsabilidad subjetiva no puede ser separada del acto mismo de conocer, no se encuentra exento de las repercusiones de su forma de conocer ni de lo que hace con ello. No existe para el Sujeto un lugar de ignorancia que lo exima o quite responsabilidad. Es responsable incluso de lo inconsciente, de lo inefable, de lo indecible, de la manera en que lleva su vida y la manera en encara su muerte, saber que moriremos es esencial para llamar a la vida, la muerte es importante en tanto finitud, es importante en tanto nos permite llamar la atención sobre lo sustantivoque es lo que se está viviendo, siempre sabiendo que en cualquier momento irrumpe la muerte.
No se trata desde luego de pensamientos, juicios o algo semejante, sino de una ética a la que le concierne por igual lo que se dice como lo que no se dice, lo que se piensa como lo que no se piensa, lo que se siente como lo que no se siente y lo que se hace como lo que no se hace. Es una obligación de esta ética buscar vivir de mejor manera, cierta eudaimonia es quizá una condición para el trabajo analítico, se trata de darle una cierta densidad e importancia a nuestra existencia, una dimensión erótica que se desprende de la trama analítica. Como lo sugería el teólogo/poeta catalán del siglo XIII Ramón Llull “transformar nuestra vida en una obre de arte”. Evitando así caer en el conformismo, en el automatismo, en el anonimato frente a nuestra propia existencia. Desde luego hablamos de una ética que va más allá del bien y del mal, de una ética extra moral, o que transita por fuera o al margen del moral. Se trata de una nueva comarca en la que los sentimientos, las pasiones, y los malestares dibujan las ideas de falso y verdadero, muestran lo que es deseo y la manera de separarlo de lo que es goce (ese imperativo y amable llamado a la autodestrucción). En este sentido lo falso no es más que una forma de la verdad, como aletheia, como descubrimiento. Saber qué es lo falso, y que esto es tan importante y poderoso como saber qué es aquello que es verdad. El saber que nos mentimos, descubrir las trampas que nos hacemos, nos ilumina en el camino analítico que busca una verdad del deseo (Lacan Seminario 18. 1971), y que se sigue en la dirección de la cura. Como decíamos, lo que se opone a la verdad son los engaños cuando no son descubiertos.
Decimos que se trata de una cierta eudaimonía pero alejada del sentido que tenía para Aristóteles quien lo llevó a determinar que es una manera de buscar la bien vivir (felicidad) que nos da el descubrimiento de la verdad sobre nuestro deseo, como si se tratara de un bien por sí mismo, pero no de la felicidad como es comprendido en la Ética Nicómaco en la que se hace mención a formas de vida que se orientan para encontrar la felicidad: a través de la riqueza, de los honores y de la fama o por medio del placer. No estamos hablando de esa felicidad, estaríamos diciendo en este caso que sería el placer que se produce de descubrimiento de la verdad (alétheia) sobre el deseo, que puede ser doloroso, incómodo o molesto, pero que es un descubrimiento del que nos orientarnos (anagnórisis). Ese sería el norte de la brújula de nuestra existencia, una ética diferente no moralizada. Es revisando analíticamente lo que constituye nuestra eudaimonía y nuestro sistema axiológico que podemos apropiarnos de los parámetros que van determinando los caminos que hemos tomado en nuestras vidas, y los que tomaremos al caminar, “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, dijo Antonio Machado, frente a nosotros para responsabilizarnos de nuestra existencia, en ese ente que es siendo transitivamente hacia la muerte. Un psicoanálisis no es un periodo de detenimiento, sino algo que alienta el andar, andando (algo así como un homo viator). Un encuentro más que una búsqueda, encontrar algo que incluso se ignoraba de su existencia. No se trata de huir de todo malestar sino de poder habitarlo de manera diferente.
Para el analizante es la posibilidad de transformar su vida en un bien, el psicoanálisis puede convertirse en algo importante en tanto le permite encontrar ese bien, analizar se convierte en una condición que le permite salir de algunos de los goces, de los engaños y autoengaños, de las imposturas narcisistas. Para emprender una travesía por su fantasma/fantasía, ya que no puede ser atravesado, pero si desplegado y surcado. No existe forma de estar frente al objeto “a” ni estar frente a la “cosa”, siempre el fantasma/fantasía cubrirá con un manto todo aquello con lo que nos relacionemos y lo transformamos en lo que Freud llamó “nuestra realidad psíquica”, todo está cubierto con ese manto: ideas, objetos, sentimientos, personas, etc. Entre el Sujeto y el objeto siempre se encontrará un mundo. Un mundo que invita a ser conocido, caminado, inferido, adivinado, a partir de una lógica repleta de epifanías y anagnórisis. Hay quien habla de atravesar el fantasma, lo que quizá sea posible para quien considera que el analizante es la bala humana de cañón, de un circo que es su consultorio, y que saldrá proyectado contra su propia integridad subjetiva, de esta manera una vez desubjetivado, fuera de los parámetros de la metáfora, no podrá analizar, ni preguntarse nada. El horror constituirá su vida, es la estupidez del que se dice analista, no todo aquél que se permite ser analista está autorizado para serlo. El analista es otro producto del análisis y no de las instituciones o de las escuelas, aunque desde luego estas ayudan, estudiar música, pintura o letras no transforma al estudiante en músico, pintor, crítico o escritor, lo mismo sucede con el psicoanalista, requiere lo que en la música flamenca llaman “el duende”, que es otra forma del saber hacer (savoi faire) (Lacan seminario 17) entendido como una especie de “don” que en realidad es un “contra don” en términos de Marcel Mauss que se obtiene como efecto de un trabajo (analítico), pero que no se puede aprender o enseñar, quizá algo pueda ser trasmitido, como lo hace un maestro zen con sus discípulos, o los artistas.
Dicho lo anterior. Quizá ahora podamos comprender lo que sucede en un espacio analítico, pero primero es necesario apartarnos de la tradición empírica que nos hace equivaler al setting con el espacio analítico, concibiéndolo como un topos localizable en el domicilio que es el consultorio del analista. Bajo éste mismo principio el lugar del analista, es el sillón que se encuentra frente al paciente o atrás del diván. Siguiendo ésta perspectiva la duración de una sesión tiene que ser de entre 45 a 50 minutos, la tarifa será determinada por el mercado de los servicios, por lo que la tarifa y duración son cuestiones estándar, establecidas al principio en “el establecimiento del contrato analítico” que se realiza entre el psicoanalista y el que paciente. Lacan propone que el analista, ocupar ese lugar a partir de la transferencia ¡no es analista! Ocupa ese lugar en el espacio analítico, que no pertenece al topos empírico del consultorio, sino a un espacio lógico constituido por el Sujeto que se encuentra en análisis, el tiempo o la duración del la sesión por lo tanto no es cronológico sino lógico, y el analista realiza su función a partir y dentro de la estructura lógica constituida por el espacio analítico. Lo mismo sucede con el pago y duración de la sesión de análisis, que se rige bajo criterios lógicos, no depende de la relación entre personas. Será el valor lo que determine el preció, la escansión lo que constituirá el límite temporal de cada sesión. Por lo que el análisis será posible una vez establecida la transferencia en un plano que rebase la dimensión imaginaria, y permita la circulación de la pregunta, sin que sea el analista el que de las respuestas.
Todo esto tal vez suene ridículo o inimaginable para algunos de los que se dicen psicoanalistas que repiten procedimientos sin comprenderlos, sin saber lo que subyace en los mismos.
Las teorías psicoanalíticas sostenidas a partir de criterios empiristas, naturalistas, humanistas, psicologistas y medicalistas han lastimado profundamente la manera de concebir lo que es el espacio analítico, acartonándolo, tergiversando lo que son las condiciones mismas de posibilidad de que se realice un psicoanálisis y por supuesto sin comprender lo que son sus objetivos.
El objeto del psicoanálisis es por todo lo anterior complejo, rico y rebasa con mucho los propósitos terapéuticos, busca a partir del análisis un cambio en la manera en que el analizante está y concibe el mundo. Como efecto de ello, propone dar a su vida dignidad, sabiendo que tiene una responsabilidad plena sobre su existencia, con todo lo que eso implica. Saber del doloroso y breve paso por el mundo, entendiendo las diferentes servidumbres que lo atrapan, comprender que la vida es un recurso perecedero, irrenobable, la vida tiene importancia porque moriremos. El espíritu que guía cada una de la las sesiones de análisis se resume en esa ya gastada pero no por ello menos elocuente frase, que se pintara en los muros de París en 1968: “seamos realistas busquemos lo imposible”.
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[i] Este fue el problemas que Otto Rank Y Sandor Ferencsi detectaron y que los llevo a innovar y crear lo que llamaron “técnica activa”, hoy con la perspectiva que nos da el tiempo y gracias al juicio de la historia, podemos ver el gigantesco problema que eso significó y lo equivocada de su propuesta. Sin embargo no por ello, los problemas que detectaron dejan de ser significativos y dignos de consideraciones por parte de psicoanalistas en la actualidad.