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El triunfo es encontrar sus restos

Mariana Osorio Gumá. “Hay un cuerpo aquí, atrancado entre los goznes y pernos del tiempo, que suspende el ritmo y la secuencia”  Cristina Rivera Garza (El Invencible Verano de Liliana) “…somos miles los que vivimos con la desaparición, mi contribución ha sido el dolor y el encauce de ese dolor hacia la búsqueda de verdad.” …


Mariana Osorio Gumá.

Hay un cuerpo aquí, atrancado entre los goznes y pernos del tiempo, que suspende el ritmo y la secuencia” 

Cristina Rivera Garza (El Invencible Verano de Liliana)

“…somos miles los que vivimos con la desaparición, mi contribución ha sido el dolor y el encauce de ese dolor hacia la búsqueda de verdad.” 

María Herrera (madre con hijos desaparecidos)

“El triunfo es encontrar sus restos” es la respuesta que da María Herrera, una de las tantas personas que hay en México en busca de familiares desaparecidos. En el caso de doña Mari, como le dice la gente cercana, son cuatro hijos desaparecidos, desde hace ya varios años. Ella, quien es una de las figuras emblemáticas entre los más de 60 colectivos y agrupaciones que existen en la actualidad en nuestro país, impresiona por su entereza y persistencia, aunque no es la única que destaca: he encontrado a varias, sobre todo mujeres, quienes, como ella, trabajan arduamente en acciones de búsqueda, a pesar de estar atravesadas por un dolor y angustia inimaginables al no saber, necesariamente, si sus seres queridos están vivos o muertos. Un dolor que, a la vez, las ha movilizado a formar grupo y hacerse de herramientas y métodos para salir detrás de los rastros que dejaron sus desaparecidos. Es imprescindible mencionar que las pesquisas no se reducen a encontrar restos humanos: hay muchas iniciativas creadas por diversos colectivos de familias, ONG´s, periodistas y académicos que promueven impulsar investigaciones inmediatas pues eso brinda mayor posibilidad de encontrar con vida a la persona no localizada. Sin perder de vista que la realidad de la desaparición en México suele implicar el rastreo de restos humanos y fosas en campo, es indispensable tener presente que esto tiende a restarle responsabilidad al Estado mexicano pues una investigación expedita tendría que ser prioridad.

Según fuentes oficiales, en México 92,791 personas están en calidad de desaparecidas o no localizadas. Una cifra que se ha venido acumulando desde el año 1964. Muchas de estas personas podrían estar en los Servicios Médicos Forenses que reportan más de 50,505 cuerpos sin identificar en México. Esta acumulación de personas sin identificar en las instituciones públicas, en sí mismo un dato terrible, se potencia en el horror que viven miles de familias en busca de sus seres queridos. Una crisis de derechos humanos única en el mundo.

Ha sido a lo largo de los últimos tres sexenios cuando el número de personas desaparecidas se ha exponenciado. Desde el sexenio de Felipe Calderón se contabilizan más del 90% de ese total. Es decir, desde el arranque del sexenio de Calderón y hasta julio pasado se desconoce el paradero de 73,755 personas, cifra que seguramente ha crecido al día de hoy. Antes del 2006 se tiene un registro de 1,523 desaparecidos. Hoy hay más de 92,000. 

Saber a ciencia cierta cuántas fosas clandestinas han sido halladas en nuestro país, no es fácil. Los datos suelen ser imprecisos, reservados o inexistentes. La Plataforma Ciudadana de Fosas Clandestinas da cuenta, principalmente, de la omisión estatal al respecto y de las preocupantes y persistentes contradicciones en la información. No obstante se calcula que habría contabilizadas más de dos mil fosas registradas a lo largo y ancho del país con miles de restos humanos. Cuerpos sin nombre, aventados en fosas que si bien suelen ser traducidos en cifras, sabemos, aunque nos esmeremos en negarlo por el horror que implica pensar en ello, que están lejísimos de ser solo eso: son, sobre todo, historias (muchas de ellas silenciadas) de dolores desgarrados, de angustias extremas, de los terrores sin nombre por el que atraviesan miles de personas en búsqueda de sus seres queridos. Y también son los dolores y torturas sufridas por otras miles que han sido secuestradas de sus existencias, expropiadas de sus identidades y, muchas, muchísimas, asesinadas a sangre fría.

Escuchemos sus voces:

Desde el camino vas viendo los zopilotes, es impresionante, y desde ahí tu corazón se empieza a preparar… ver los zopilotes ahí es estrujante, el poner el pie ahí (se refiere al área de una posible fosa encontrada) es indescriptible” (narra una madre en busca de su hijo desaparecido) 

Otra madre buscadora, agrega: “Recuperar estas almas, estos restos de nuestros seres queridos, nos da la oportunidad de regresar a la vida propia.”

Sabemos que las primeras desapariciones registradas en México datan de los años 40´s y que se perpetraron contra disidentes políticos. En los 70´s fue una estrategia contrainsurgente, una política de terror operada por el Estado mexicano. En esa época ya se registran al menos 500 desapariciones forzadas, y data de esos tiempos el grito que, lamentablemente, oímos con enorme frecuencia en las calles hasta el día de hoy: “vivos se los llevaron, vivos los queremos”. No obstante fue a partir del 2006, y disparado por la estrategia contra el narco impulsada por Calderón, cuando las desapariciones se disparan. A partir del 2011 ya se habían encontrado 350 fosas clandestinas y en la actualidad se habla de que se encuentra una fosa cada dos días. 

Los principales involucrados en la lógica de la desaparición forzada, han sido el crimen organizado, de la mano del ejército, de los intereses territoriales del gran capital y sus estrategias de despojo, de las instituciones de (in)justicia, y por lo tanto, del Estado. Esta mancuerna de violencia sistémica, que es una guerra no declarada pero guerra al fin, opera como el engranaje de una maquinaria que se alimenta de corrupción e impunidad, impide que se obtengan respuestas en cuanto al paradero de las personas que están en esta circunstancia. 

“En la criminal y cobarde metodología que es la desaparición forzada de personas, lo que se busca y produce no es sólo la sustracción violenta de un ser de su propia vida, de su propia historia, su confinamiento clandestino (…), sino, y este es el rasgo que caracteriza a esta metodología tan del siglo XX,  la “desaparición” de su muerte. (La Madrid, 2004: 244)

Este muro de injusticia sistémica produjo que durante la primera década del 2000, de manera temeraria sin duda por el nulo apoyo estatal, como una paradójica respuesta vital al mensaje perverso de miedo que lanza esta maquinaria siniestra de desaparición, algunas familias empezaran a buscar por su cuenta a sus seres queridos, sin ninguna condición de seguridad. Esto, a su vez, produjo más desapariciones, a pesar de lo cual ha ido creciendo, generando una red de búsqueda que actualmente funciona por medio de los más de 64 colectivos de varios estados que componen el movimiento. 

Tal y como plantea la periodista Marcela Turati en el documental “Sin Tregua” de Diego Rabasa (Rabasa, 2019), suele pensarse que una persona desaparecida perdió toda posibilidad de vida, pero se sabe que otros patrones y logísticas funcionan tras las bambalinas de las desapariciones, que no son sólo la muerte propiamente. Muchas de las personas desaparecidas son reclutadas por el crimen organizado y esclavizadas de múltiples maneras, por ello es que también la llamada búsqueda en vida es un asunto de absoluta relevancia. 

Si extrapolamos el clásico en materia forense que pregona “si no hay cuerpo, no hay delito” a la variante “si no hay muerto, no hay duelo” tendremos ahí, no sólo una situación psicológica compleja, por decir lo menos, sino que también tendremos una variante que sostiene y expresa una posición política, sin duda en resonancia con la vieja consigna “vivos se los llevaron, vivos los queremos”: aceptar de entrada la muerte de un familiar que está en calidad de desaparecido o no localizado, implicaría un duelo que es de entrada imposible propiamente hablando. Además de que, en términos políticos, supondría claudicar frente a una lucha que se arraiga en los derechos humanos más fundamentales y en la exigencia hacia el Estado de que se haga cargo de esta crisis humanitaria que sostiene a la devastadora violencia estructural imperante.

Los más de sesenta colectivos de familiares en búsqueda, se mueven por distintos terrenos que van desde hospitales, hospitales psiquiátricos, asilos, cárceles, lugares de trasiego fronterizo o acompañándose entre sí en sus exploraciones terribles para buscar fosas clandestinas en diversos paisajes, o en espacios que han sido centros de tortura o exterminio, en dado caso, llevados por esa esperanza pírrica del triunfo al encontrar los restos. Una esperanza pírrica pero que se funda en el conocimiento ancestral de que no es posible acceder propiamente al trabajo de duelo, ni recuperar la vida misma, si no hay un cuerpo para enterrar.

Una madre buscadora, al hallar los restos de su hijo en las ruinas de lo que fuera una casa donde torturaron, asesinaron y descuartizaron a varias personas (actualmente convertidas en una especie de mausoleo por los propios familiares), afirma: “yo lo veo como que ahí es la tumba de mi hijo, o sea por que ahí quedaron: ahí quedó todo de ellos y como yo no pude sepultarlo, no pude hacer lo que normalmente se hace; por eso digo: aquí está mi hijo, sus restos pues, lo que quedó de él.”  

En su clásico ensayo del 17, Freud se pregunta: “¿En que consiste el trabajo que el duelo opera?” Y responde: 

“El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto.” (Freud, 1917: 242). “El duelo mueve al yo a renunciar al objeto declarándolo muerto” (Freud, 1917: 254). 

Cabe la pregunta ¿puede el examen de realidad mostrarle a una persona, vinculada afectivamente con alguien que ha desaparecido, que el objeto amado ya no existe más, en tanto no está, es decir, en tanto se ignora por completo su paradero? 

La pérdida de un ser amado, con quien hemos compartido parte de nuestra propia historia, sin duda nos trastorna. En ocasiones, la intensidad del dolor psíquico se erige como antesala de la locura. Perdemos el rumbo, se nos confunden las coordenadas. Cuando se trata propiamente de una muerte y la desaparición constatada de su corporeidad, de su ser en el tiempo compartido con nuestra propia existencia, desaparece también la posibilidad de reeditar los encuentros y, desde allí, alimentar el vínculo con ese otro, como objeto interior. Objeto interior que prevalece a la muerte del objeto de carne y hueso, por decirlo de algún modo, pero que sufre la ausencia en los territorios íntimos de lo cotidiano, de la interlocución que compartíamos con él. Ese dolor que sentimos, tal y como plantea J.D Nasio, es 

“el signo indiscutible del paso por una prueba.” (Nasio, 2007: 22) “(…)siempre un fenómeno de límite” (Nasio, 2007:23)

El dolor frente a la pérdida definitiva del objeto amado se desata a raíz de la conmoción afectiva, del caos pulsional, que nos produce el ya no verlo más, el no volver a hablar con él, pues hemos constatado su muerte física que nos enfrenta a lo real. A lo absoluto e irremediable. Ausencia física, concreta y definitiva porque hay ahí un cuerpo inerte (o la constatación de que lo hubo) que implica la resignificación de ese vínculo. A partir de entonces, se realzan rasgos, gestos, momentos: inicia la reconstrucción de una memoria íntima de lo que fue nuestra relación con el muerto mientras vivía, como un archivo que se reconfigura conciente e inconcientemente. Una memoria íntima –pero también familiar y colectiva- que humaniza tanto al deudo como a la persona fallecida, especialmente a través de los ritos funerarios. 

En su último libro publicado a la fecha, referido al feminicidio de su hermana Liliana, la escritora Cristina Rivera Garza anota una descripción del duelo de gran belleza:

“Vivir el duelo es esto: nunca estar sola. Invisible pero patente de muchas formas, la presencia de los muertos nos acompaña en los minúsculos intersticios de los días. Por sobre el hombro, a un lado de la voz, en el eco de cada paso. Arriba de las ventanas, en el filo del horizonte, entre las sombras de los árboles. Siempre están allá y siempre están aquí, con y adentro de nosotros, y afuera envolviéndonos con su calidez, protegiéndonos de la intemperie. Éste es el trabajo del duelo: reconocer su presencia, decirle que sí a su presencia(…)El duelo es el fin de la soledad” (Rivera Garza, 2021: 118). 

Pero para que eso pueda tener lugar, paradójicamente, es necesario desprenderse del objeto, perderlo definitivamente.

La dificultad del duelar de los allegados a los desaparecidos, complejiza esa situación, en tanto la ausencia repentina e indefinida del objeto amado, no implica necesariamente su muerte y lanza al sujeto que la sufre a un estado emocional ambigüo que, si bien está emparentado, colinda con los procesos de duelo corrientes en términos de que hay una pérdida, no es lo mismo: no existe un cuerpo al cual llorarle, del cual despedirse, al cual recordar y reubicar a través de los rituales funerarios, empezando porque si bien todo muerto es un desaparecido, hay que insistir, no todo desaparecido está muerto y esa premisa coloca al ausente en un limbo de no-muerto/no-vivo y a sus cercanos en uno de duelo/no-duelo/doliente.

 Escuchémoslo en las voces de algunas de las buscadoras:

 “Ese pedacito de hueso, que desde el momento en que fue concebido fue amado, fue deseado, fue procreado…todo. Eso fue lo que nos llevó a nosotros mismos a educar a nuestra vista (se refiere a esa atención especializada para encontrar los fragmentos de restos óseos, u otras evidencias, diseminados por el suelo). Un muerto es siempre un desaparecido. Pero un desaparecido no está necesariamente muerto. Pero tampoco está necesariamente vivo. Un desaparecido ha quedado en un limbo entre la vida y la muerte. Ha quedado en suspenso.”

(La esposa de un desaparecido, que estaba embarazada en el momento en que su compañero desapareció, afirma:) “no sabemos si un día vaya a regresar. ¿Cómo explicarle (al hijo que ya tiene cinco años) que existe la vida pero que existe la muerte y que su papá se quedó entre esas dos?”

(La hija de una desaparecida en los sesenta, narra): “Mi jefa es como etérea, no tiene como forma, no tiene como cuerpo para mí”

(Otra familiar relata:) “Mientras que no tengas la certeza de que esté muerto, mientras no te enseñen un cadáver, nunca te puedes despedir completamente.” “Te dejan suspendido en el tiempo, te dejan suspendido en el espacio, porque siempre estás tratando como de resolver una pregunta que sigue y sigue y sigue.”

Hasta aquí sus voces.

Miles de cuerpos no identificados en los servicios médicos forenses: grave omisión del Estado.  No se identifican y por lo tanto los familiares en búsqueda no pueden verificar si ahí se encuentra su ser querido. Esa intención de no identificar los cuerpos, como bien dicen los antropólogos forenses que no trabajan para el Estado, y que están empeñados en hacer que los restos humanos puedan contar su historia, afirman, que esa omisión estatal es justo para impedir que los huesos hablen. Porque los huesos hablan. Hacer desaparecer hasta los huesos apunta a una intención de evitar, no sólo el relato de un vida, sino el relato de una muerte. Esto puede pensarse como una estrategia política de silenciamiento respecto a la violencia imperante. Una estrategia para diseminar, junto con los pedacitos humanos, un terror que acalle las voces de la colectividad en busca de justicia. Un conjunto de elementos que implica una gravísima crisis de derechos humanos, pues todo ser humano tiene derecho a una identidad, a un nombre, a una historia de vida y a una historia de muerte que forme parte de la memoria de sus familiares vivos, así como de la memoria colectiva.

(Una madre buscadora, narra:) “Cuando llegamos al campo sí los estamos buscando a ellos, pero también nos estamos buscando a nosotros mismos, porque a partir de la desaparición también nos perdemos, también dejamos de ser nosotros y esto nos repara, nos reconstruye.” 

(Otra madre, se pregunta:) “Trato de imaginarme su vida: si está muerto ¿cómo lo mataron? ¿en dónde está? Si está completo, si está en pedacitos…”

(Otra voz más, afirma contundente:) “Tú lo que quieres es encontrarlo, no importa cómo, pero encontrarlo.” “Al mío (se refiere a su hijo) lo encontré en un noventa y tantos por ciento (de restos óseos): algunas compañeras no van a tener esa misma suerte y algunas no lo van a encontrar, por eso yo me siento bendecida.”

El triunfo es encontrar sus restos. Un triunfo ominoso, batalla pírrica, y que, no obstante eso, implica la esperanza de rescatar de un vacío de palabra –es decir, de la deshumanización- al muerto.  Y, a la vez, rescatarse a sí mismo de un limbo que puede durar toda una vida. Y, me atravería a decir: un limbo que genera un campo radioactivo transgeneracional, con profundas implicaciones psíquicas.

Y es que la verificación de la muerte pone fin al desgarre imparable del dolor por la mutilación afectiva –ya no pérdida- implicada en esa ausencia-presente interminable. En ese afán de encontrar los huesos, las cenizas, los restos, se zurce una suerte de promesa que se hacen los familiares en colectivo: encontrar al desaparecido vivo o muerto y de ser este segundo caso, darle una muerte humana erigiendo para el muerto una tumba. Una tumba que registre su memoria y desde la cual relance su existencia al cauce de lo simbólico pues desde ese registro, desde esa marca que es la cripta, el epitafio, es posible contar la historia y, por ende, guardar memoria.  

 “El arte funerario es conmemoriación. Y la memoria del muerto, en el doble sentido objetivo y subjetivo, se conserva en el orden significante, rescatando al muerto del olvido, merced al sepulcro. Cumple así la cultura con una de sus funciones esenciales: la de matar a la muerte.”(Aparicio, 1980: s/p) 

Así como la Antígona de Sófocles, quien en su búsqueda de dar digna sepultura, muerte humana, al cadáver de su hermano, desafía a la vida revelándose contra la inhumana ley humana que lo destina a ser pestilente carroña, así mismo, los familiares en búsqueda apuntan a rescatar del silenciamiento de la historia, hacer reaparecer, a los desaparecidos.

Encontrar los restos es el triunfo de la vida, humanizada, sobre la muerte.

Escuchemos la voz de la madre de un muchacho desaparecido: 

“El dolor es tan grande que uno dice: mejor me quito de esto, no lo soporto. El dolor tiene una característica de avasallamiento, te doblega y la muerte se te hace envidiable. Por eso “las únicas herramientas que tenemos para defendernos de tanto dolor, son la colectividad y la solidaridad.” 

“Buscando nos encontramos”, dice también doña Mari (María Herrera), a quien cité al principio de este texto y cuya frase “el triunfo es encontrar sus restos” ha dado lugar a estas páginas. Esta otra frase (“buscando nos encontramos”) que ya es emblema del movimiento, también guarda una verdad fundamental en términos del trabajo colectivo que hacen estas familias: en esa búsqueda de sus desaparecidos donde los dolientes se acompañan caminando al descampado, siguiendo pistas, cavando hoyos, sobreponiéndose al aplastante limbo de la incertidumbre sobre el destino del ser querido, el horror de ese estado de no-duelo/doliente, se comparte. Así, el dolor, en cierto sentido, se desindividualiza, para colectivizarse en una lucha, que es búsqueda grupal que cobra sentido y resurge como símbolo y así logran reconfigurar esa experiencia extraña del no-duelo/doliente, a nivel personal y colectivo. Se vibra con el dolor del otro y, de cierta manera, entrar en ese estado de resonancia afectiva permite que prevalezca lo vivo, la memoria del desaparecido, para darle nombre, para darle rostro, recuperar su identidad, rescatando al ausente-presente del agujero negro del sinsentido, como vestigio de su paso por el mundo y sobre todo, como motor de esperanza, y de vida, para quienes, sin descanso, lo buscan.  Y en el caso de encontrar sus restos, tal y como Aparicio afirma en el texto ya citado:

 “el orden simbólico, arte funerario mediante, arranca la muerte a la naturaleza. Es obra de la polis que da una muerte al inscribir el paso de un sujeto en sus registros y así formula para ese muerto una promesa de eternidad.” (Aparicio, 1980:s/p) “un imaginario que no puede descansar hasta que su desaparición no sea sancionada en lo simbólico” (Aparicio,1980:s/p)

Y en ese sentido, me he encontrado con que las producciones del psiquismo, en su dimensión de sueño o de cierto desliz alucinatorio, son una parte imprescindible del relato de los familiares (muchos de ellos llevan años buscando), y van dando cuenta de las enormes dificultades para elaborar una experiencia de dimensiones traumáticas. 

Una hija con ambos padres desaparecidos, dice: 

“Empecé a oír voces, con mucho miedo, yo creo que era la pesadez y la tristeza, entonces ahí sí fue cuando empecé a dialogar con ellos y a decirme que yo ya tenía que despedirme de ellos porque no podía ya cargar con tanta muerte y con tanta tristeza. Dije: yo ya no busco desaparecidos, yo ya busco historias (ella es historiadora).” “Hay un punto en que uno tiene que parar y seguir con la vida. De no ser un desaparecido de la vida uno mismo.”

Una madre en búsqueda de su hijo, relata: 

“La última vez que lo soñé, me dijo: he vuelto.  Pero estás muerto, le dije.  ¿Cómo volviste si estás muerto? Aquí estoy, me dijo. 

Estos relatos de los familiares en búsqueda son escuchados por los mismos familiares, por los llamados acompañantes solidarios y también por los antropólogos forenses –me refiero específicamente a aquellos que operan al margen del Estado, principalmente argentinos, guatemaltecos y mexicanos- formándose así grupos de autocontención desde donde se trabajan, en menor o mayor medida, las intensísimas emociones que disparan estas circunstancias. 

Si bien las herramientas de los antropólogos forenses (insisto: los que trabajan al margen del Estado) hacen que sea posible hacer hablar a los huesos, es imprescindible destacar aquí que dadas las omisiones, falta de colaboración, información inexistente, no sistematizada y confusa (en gran medida a propósito) del Estado, han sido los mismos familiares quienes se han visto obligados a convertirse en forenses, abogados, activistas, antropólogos, caminantes, rastreadores, psicólogos y acompañantes de otros, pero sin títulos ni estudios propiamente. Y es muy impresionante confirmar cuánto saben de anatomía, de medicina y de química personas que antes de la desaparición de su ser querido, no habían terminado ni la secundaria.

Entre ellos se acompañan en la minuciosa labor de hacer memoria, de contar la historia, de rescatar lo posible de las garras del silencio y del horror, para reintegrarlo al cauce simbólico. Trabajan a contracorriente en ese limbo incierto entre la vida y la muerte, donde muchos sujetos permanecen suspendidos. No obstante, no son magos. Su poder tiene un límite y saben que hay mucho que no podrá encontrarse, ni reconstruirse, ni contarse. Hay tanto, tantísimo, que quedará engullido por las fauces del silencio y del olvido, dejando heridas abiertas en las subjetividades y en lo colectivo que sería absolutamente descorazonador, si no supiéramos también, que no queda más que seguir insistiendo en lo improbable. 

“Ante la deshumanización, la magia de lo humano.  Ante el quiebre y el fragmento, la reconstrucción” , o al menos, el intento de que la haya.

 

Agradecimientos especiales:

A los antropólogos Camila Plá Osorio y Javier Perea, quienes me acompañaron, asesoraron, compartieron información y experiencia, además de sacarme de la ignorancia sobre un montón de asuntos delicados respecto la amplia y compleja circunstancia de los desaparecidos y su búsqueda por familiares, en México. Mi más profunda admiración por el trabajo de acompañamiento y reflexión que ellos, como tantos otros ciudadanos y ciudadanas, vienen realizando desde hace tiempo.

Bibliografía. 

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Filmografía

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Huffschmid, Anne & Jan-Holger Hennies (2019  ): “Persistencia”

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Otras fuentes

*Los Montes de Sinaloa. En: Paisajes. Podscast Global Initiative. En Spotify.

*Fonrensic Landscape. https://www.forensiclandscapes.com/

*Info Session. National Search, Brigade (Part one, part two y part three) https://www.youtube.com/watch?v=X0YDujSVEH4