De la pulsión sexual a la pulsión de vida (Eros) en la obra de Freud
Juan Vives Rocabert
Junto con el concepto del inconsciente y la teoría del conflicto psíquico, la doctrina de las pulsiones tiene una trascendencia nuclear dentro de la metapsicología. De ahí la importancia de su sistematización, ya que su teorización pasa por tres momentos bien definidos dentro de la obra freudiana, cambios en los que se opera una transformación radical no sólo del concepto mismo de pulsión, sino que estos cambios conmueven radicalmente los postulados de la propia teoría metapsicológica. Hablamos de tres momentos ya que consideramos que entre la primera (pulsiones sexuales y pulsiones del yo) y la segunda doctrina (pulsiones de vida y pulsiones de muerte), las modificaciones introducidas en su estudio sobre el narcisismo (libido yoica y libido objetal) se corresponden con aspectos teóricos que van más allá de la descripción de las distintas depositaciones de la libido. Como veremos, el que la libido catectice al yo o los objetos es el primer cuestionamiento acerca del destino de descarga postulado por el punto de vista económico de la metapsicología –observaciones adelantadas, es verdad, desde mucho antes (El Proyecto… y La interpretación de los sueños), donde ya se concibe al deseo como investidura libidinal de la representación psíquica de la experiencia de satisfacción.
Asumimos al término pulsión como una buena aproximación al vocablo alemán Trieb, que ha sido traducido al castellano indistintamente por instinto, pulsión, pulsión instintiva e impulso instintivo, y al inglés como drive, instinct y urge en la Standard Edition de J. Strachey. Aunque Freud usó tanto Trieb como Instinkt, el segundo término fue escasamente empleado o estuvo referido a comportamientos fijos y heredados.
Una de las características centrales del psicoanálisis es que nos ofrece una teoría de las pulsiones como explicación de la actividad psíquica y como fuerza estructuradora del aparato psíquico. Sin pulsión nos quedaríamos sin el elemento energético para explicar tanto el funcionamiento mental como la vida misma, por lo tanto es un concepto en el que se sostiene la metapsicología. Son los impulsos instintivos en interjuego dialéctico constante con los objetos, los que van formando el aparato mental del sujeto.
Definición de pulsión
Si atendemos a la definición ofrecida por Laplanche y Pontalis entendemos a la pulsión como un «proceso dinámico consistente en un impulso (carga energética, factor de motilidad) que hace tender al organismo hacia un fin. Según Freud, una pulsión tiene su origen en una excitación corporal (estado de tensión); su fin es suprimir el estado de tensión que reina en la fuente pulsional; gracias al objeto, la pulsión puede alcanzar su fin»2.
Desarrollo del concepto de pulsión en Freud
A pesar de que Laplanche y Pontalis mencionan que el término pulsión no aparece en la obra de Freud antes de 1905, y emerge un tanto tardíamente en los Tres ensayos… de ese año, el hecho es que encontramos el uso de este concepto a partir de 1894 en las cartas y Manuscritos que Freud anexaba en sus cartas a Fliess, en el Proyecto… de 1895 y en La interpretación de los sueños de 1900.
Concretamente, la primera mención aparece en el Manuscrito G, dedicado a la melancolía; aunque los precursores del término aparecen en distintos lugares de la correspondencia, donde se hace referencia a los «afectos sexuales» y a las «excitaciones endógenas».
De esta manera nos encontramos con la carta del 21 de mayo de 1894 en la que aparece un Freud entusiasmado por tener la sensación «de haber tocado uno de los grandes misterios de la Naturaleza»3, es decir, por haber atisbado sobre la etiología de las neurosis y su relación con los llamados «afectos sexuales». En estos momentos puede reconocer tres mecanismos: «1) la transformación del afecto (histeria de conversión); 2) el desplazamiento del afecto (ideas obsesivas); 3) el trueque de los afectos (neurosis de angustia y melancolía). En todos estos casos sería la excitación sexual la que experimenta tales transmutaciones» 4. Es claro que Freud concibe a las neurosis como derivadas etiológicamente de una desafortunada vicisitud de los «afectos sexuales». Un poco más adelante, en este mismo escrito, nos aclara que «el término ‘afecto sexual’ debe comprenderse, naturalmente, en su sentido más amplio, como una excitación de cantidad definida» 5.
El Manuscrito D6, probablemente un anexo de la carta anterior, nos muestra una clasificación de las neurosis y un esbozo teórico sobre su etiología, donde se hace mención tanto de una «teoría de la constancia», como de una «teoría de la sustancia sexual».
Muy poco tiempo después, en el Manuscrito E que versa sobre la angustia, aborda directamente el problema de las neurosis como resultado de un incremento de las «excitaciones endógenas» –término que utilizará posteriormente en el Proyecto… y que desemboca en el concepto de pulsión- «cuya fuente reside en el propio cuerpo (hambre, sed, instinto sexual)»7. En este documento distingue, además, entre tensión endógena física y tensión endógena psíquica, con lo que establece por un lado el territorio de las neurosis actuales, derivadas de la acumulación de la primera (como es el caso de la neurosis de angustia), y por el otro el área de las psiconeurosis -aunque en este momento el cuadro clínico mencionado es el de la melancolía, producida por un gran incremento en el anhelo de amor, que ha quedado insatisfecho. Otro aspecto fundamental apenas iniciado en este Manuscrito E se refiere al hecho de que «la tensión endógena puede crecer en forma continua o discontinua», pero tanto en uno como en el otro caso, solo puede ser percibida, es decir, llegar a la conciencia, una vez ha alcanzado cierto umbral, o sea, cierta acumulación cuantitativa. «Sólo por encima de dicho umbral es elaborada psíquicamente y entra en relación con determinados grupos de ideas, que organizan entonces la reacción específica. En otros términos: una vez que ha alcanzado cierta magnitud, la tensión sexual física despierta la libido psíquica, que desde allí conduce al coito, etc.»8 Se trata, entonces, de una de las primeras descripciones de la pulsión –aún bajo la denominación de «excitación endógena»- como límite entre lo físico y lo psíquico, y de que dicha fuerza es el motor del psiquismo y de toda posibilidad de acción futura.
Incidentalmente mencionaremos también que en este manuscrito aparece el problema de la tensión física acumulada que no puede formar «afectos sexuales» por existir una insuficiencia en las funciones psíquicas y, consecuentemente, no poder ser «ligada » psíquicamente, dando lugar a la angustia. Aunque Freud relaciona este estado de cosas con la neurosis de angustia, de hecho está rozando el fundamental problema de los padecimientos llamados psicosomáticos, caracterizados, justamente, por esa incapacidad del aparato mental de dar una forma simbólica –psíquica- a ciertos contenidos afectivos, es decir, a determinados derivados pulsionales.
En el Manuscrito G es interesante hacer notar que Freud comienza a hablar ya directamente de la pulsión en un área que, justamente, está referida a un tipo de cuadro clínico –la melancolía- que se caracteriza por una depleción o carencia pulsional. De hecho, Freud se refiere a este cuadro diciendo que «en la melancolía probablemente se trate de alguna perdida: una perdida en la vida instintiva del propio sujeto.» 9 Lamentablemente, la muy cuestionable traducción al castellano de José Luis Etcheverry – quien cada vez traduce peor- nos habla primero de «una pérdida, producida dentro de la vida pulsional» 10 en su versión de las Obras completas, y luego se rectifica a sí mismo para ofrecérnoslo como «una pérdida en la vida querencial» 11 en su traducción a las Cartas a Wilhelm Fliess; esta última versión no hace justicia al término Triebleben que puede entenderse mejor y con ventaja como «vida instintiva» –como lo hace López Ballesteros. Por su parte, Strachey lo traduce como «a loss in instinctual life» 12, texto que se repite en forma idéntica en la traducción que J.M. Masson hizo más adelante a la versión completa de la correspondencia Freud-Fliess. 13
Dado que la melancolía está provocada por una pérdida de la vida pulsional, no nos extraña que con frecuencia se manifieste clínicamente como una anestesia y que, dado que se trata de una pérdida, el afecto dominante en este tipo de cuadros sea el de duelo. «La melancolía consistiría en el duelo por la pérdida de la libido«.14 Más adelante, al escribir los Tres ensayos…, Freud plasmará la definición de «libido» como la energía psíquica específica de las pulsiones sexuales. Cuando esta energía psíquica cesa o falta, el sujeto se deprime, cae en un cuadro melancólico y puede terminar suicidándose; en otras palabras, desde este primer escrito, la pulsión está caracterizada por aquello que energiza al psiquismo, lo que le mueve y motiva, como algo sin lo cual la vida deja de tener sentido y valor.
Otro aspecto conectado con el anterior es la relación de la pérdida de la vida pulsional y la aparición de dolor. En este Manuscrito G, Freud establece que la melancolía ocurre gracias a una «inhibición psíquica con empobrecimiento instintual, y el dolor consiguiente«. 15 Etcheverry traduce este texto como una «inhibición psíquica con empobrecimiento [pulsional 16] querencial y dolor por ello«. 17
Más adelante Freud nos explica, en una terminología muy cercana a la del Proyecto…, que cuando un «grupo sexual psíquico sufre una pérdida muy considerable en la magnitud de su excitación, ello lleve a una especie de invaginación en lo psíquico [una contracción en lo psíquico, traduce Etcheverry18] que ejercerá un efecto de succión sobre las magnitudes de excitación vecinas.» 19
Es casi inevitable no remitirnos a pensar en la semejanza entre lo mencionado por Freud y algunos conceptos de la física moderna, ya que lo descrito en este Manuscrito G es un auténtico «agujero negro» de lo psíquico. Las neuronas asociadas –dice Freud- se ven precisadas a ceder su excitación, lo cual produce dolor. Y agrega que «la disolución de asociaciones siempre es dolorosa. Como si fuera por hemorragia interna, prodúcese un empobrecimiento del caudal de excitación –es decir, de la reserva libre- que se hace sentir en los demás instintos [otras querencias, dice Etcheverry] y funciones. Este proceso de invaginación tiene acción inhibidora y actúa como una herida, de manera análoga al dolor (véase la teoría del dolor físico [en el Proyecto…])». 20
Un poco más delante de este mismo Manuscrito G, Freud nos deja saber que encuentra semejanzas entre este proceso y la neurastenia donde «se produce un empobrecimiento muy análogo, debido a que la excitación se derrama [escurre], en cierto modo, como por un orificio, pero es este caso es derramada la tensión sexual somática, mientras que en la melancolía el drenaje se produce en lo psíquico». 21
Como podemos ver hay en lo anterior al menos tres puntos a destacar: a) la existencia de una energía –la libido- de la pulsión sexual; b) esta energía se explica en su comportamiento dinámico siguiendo un modelo hidráulico; y c) se establecen algunas de las vicisitudes de esta energía, tratada conceptualmente como si de un fluido se tratase: vicisitudes hidráulicas que en el caso de la melancolía transitan por lo psíquico, mientras que en la neurastenia lo hacen en el terreno de lo físico.
Pensamos que Freud no podía sustraerse ni permanecer ajeno a las fantasías de su tiempo, mitos populares que ponían en las sustancias sexuales –en el semen, concretamente- la fuerza vital que en el caso de ser desperdiciada por la masturbación «excesiva», debilita al sujeto que, de esta suerte, queda empobrecido y debilitado. Lo mismo seguirá impregnando el pensamiento de Freud aún en épocas tan avanzadas de sus desarrollos psicoanalíticos como en Introducción al narcisismo de 1914, cuando describe el drenaje de libido que ocurre cuando ésta catectiza a un objeto externo, con el empobrecimiento yoico consecutivo; en contraposición con lo que ocurre cuando la libido –narcisista- catectiza al propio Yo. La clínica cotidiana, sin embargo, nos ofrece una y otra vez, ejemplos de lo contrario, pues la capacidad de amar y de dar es lo que provoca la mayor sensación de riqueza interna en los sujetos, mientras que la imposibilidad de dar y de amar hacen que el sujeto se viva vacío y empobrecido, por lo que con frecuencia es un estado que da pie al sentimiento de envidia.
Pero siguiendo con las metáforas hidráulicas de Freud en su tratamiento del concepto de pulsión y de libido (como fuerza específica de la pulsión sexual), entendemos que los conceptos de «orifico o agujero» por el que se «derrama o escurre» la sustancia libidinal, como si de un líquido se tratara, enfatizan una metáfora que luego tendrá que ser corregida o tamizada –cuando elabore la segunda tópica y la segunda doctrina de las pulsiones. El que un concepto energético como la libido sea tratado originalmente desde una metáfora que tiene que ver con el territorio conceptual de lo fluido, lo hidráulico, nos remite al concepto del liquido seminal que es en donde se apoya esa abstracción teórica denominada libido –término para designar la energía de la pulsión sexual.
Resulta lógico que Freud redactara su tan controvertido Proyecto de una psicología para neurólogos, anclado conceptualmente en una pretensión positivista de fundar la comprensión del aparato mental en términos neurofisiológicos. Con términos casi idénticos a los que ya habíamos visto en algunos manuscritos y cartas anteriores, Freud se refiere a los » estímulos endógenos», también necesitados de ser descargados. Estos «se originan en las células del organismo y dan lugar a las grandes necesidades: hambre, respiración, sexualidad. El organismo no puede sustraérseles, como lo hace frente a los estímulos exteriores 22» y sólo pueden cesar bajo las condiciones de una «acción específica». Estos «estímulos endógenos» constituyen la fuerza que provoca ese apremio de la vida al que se encuentra sometido el individuo, como se desprende de lo escrito en relación a las barreras de contacto que son más altas en el sistema de las neuronas psi que las barreras de las vías endógenas de conducción, por lo que hay un incremento constante de la cantidad que se almacena. «Desde el momento en que la vía de conducción alcanza su nivel de saturación, dicha acumulación no tiene límite alguno. Aquí, psi se encuentra a merced de la cantidad, y de tal modo surge en el interior del sistema el impulso que sustenta toda actividad psíquica. Conocemos en esta fuerza de la voluntad, el derivado de los instintos [Trieb, en el original alemán] «. 23 Pero, ¿cuál es la naturaleza de estas «excitaciones endógenas» que parten de las células del organismo? No hay duda –nos dice Freud- de que se trata de que «los estímulos endógenos estarían constituidos en ambos casos por productos químicos cuyo número y variedad bien puede ser considerable» 24. James Strachey nos recuerda que Freud persiguió durante toda su vida la posibilidad de encontrar una posible fundamentación química de su teoría de las pulsiones, particularmente en lo tocante a las pulsiones sexuales. De hecho, existen claras referencias al tema en el Manuscrito D y en la famosa carta 52 del 6 de diciembre de 1896 25.
De cualquier manera, conviene recordar cuando abordemos el problema de la pulsión de muerte que los conceptos de «Q endógena» y de «estímulos endógenos» del Proyecto… son claros precursores del ulterior concepto de pulsión y están referidos a un origen corporal, biológico, que al ingresar al psiquismo lo hace a través de su representante-representación.
En La interpretación de los sueños de 1900 hay una sola breve mención referida a la vida pulsional. En el capítulo VI consagrado a la «elaboración onírica», al referirse a la representación simbólica de los sueños donde Freud nos ofrece nuevos ejemplos de sueños típicos, en un apartado nos advierte que «ningún instinto [pulsión] ha tenido que soportar, desde la infancia, tantas represiones como el instinto sexual [la pulsión sexual] en todos sus numerosos componentes, y de ningún otro perduran tantos y tan intensos deseos inconscientes, que actúan luego durante el estado de reposo provocando sueños» 26. Casi inmediatamente después de esta cita, reconoce que muchos sueños son bisexuales y gratifican tendencias homosexuales latentes del soñante. Esta observación es importante porque ratifica el hecho de que, para Freud, la pulsión sexual está formada por «numerosos componentes» –lo que más tarde denominará pulsiones parciales.
Primera teoría pulsional.
La introducción «oficial» del concepto de pulsión aparece en 1905, en los Tres ensayos para una teoría sexual. En este trabajo encontramos la primera definición formalizada de pulsión como concepto límite entre lo biológico y lo psíquico: «Bajo el concepto de ‘instinto’ [pulsión] no comprendemos primero más que la representación psíquica [la agencia representante, traduce Etcheverry 27] de una fuente de excitación, continuamente corriente o intrasomática, a diferencia del ‘estímulo’ producido por excitaciones aisladas procedentes del exterior. Instinto [pulsión] es, pues, uno de los conceptos límites entre lo psíquico y lo físico» 28, para agregar más adelante que «lo que diferencia a los instintos [pulsiones] unos de otros y les da sus cualidades específicas es su relación con las fuentes somáticas y sus fines. La fuente del instinto [de la pulsión] es un proceso excitante en un órgano, y su fin más próximo está en hacer cesar la excitación de dicho órgano».29 Estos instintos o pulsiones –dice Freud- tienen una raíz innata, aunque pueden sufrir vicisitudes que las dirijan hacia manifestaciones perversas, hacia una neurosis o hacia la normalidad.
Hay que puntualizar, sin embargo, como lo hace Green, que cuando Freud habla de la pulsión como de un concepto límite entre lo biológico y lo psíquico, se refiere a que «es el concepto lo que está en el límite, no la pulsión» 30; lo cual vuelve a abrir el debate sobre el sitio de la pulsión en la teoría psicoanalítica. Así, el «concepto límite» deberá de entenderse como una construcción teórica que intenta dar cuenta del sitio en el que se realiza la traducción que hace posible que tengamos advertencia psíquica de algunos de los estímulos endógenos: los que tienen que ver con las grandes necesidades corporales.
Freud establece que, provisionalmente, una doctrina de los instintos (o pulsiones) «es la de que los órganos del cuerpo emanan excitaciones de dos clases, fundadas en diferencias de naturaleza química. Una de estas clases de excitación la designaremos como específicamente sexual, y el órgano correspondiente como ‘zona erógena’ del instinto parcial de ella emanado» 31. Este tipo de hipótesis provisionales nunca satisfizo del todo a Freud, dado que aún en épocas tan avanzadas como 1924, agregó un nota a sus Tres ensayos… en la que hacía ver su insatisfacción con este tipo de construcciones teóricas, cuando mencionaba que, «la teoría de los instintos es la parte más importante de la teoría psicoanalítica, pero también la más incompleta «32.
En la época en la que escribió los Tres ensayos… una de las concepciones teóricas que le había llamado la atención fue la de Moll, quien en 1898 había mencionado que podríamos descomponer a la pulsión sexual en dos tendencias: «el instinto de contrectación e instinto de detumescencia» 33, el primero provocando la búsqueda del objeto y el segundo favoreciendo la descarga de la pulsión. Es posible que el nunca resuelto a satisfacción problema del placer preliminar, al que Freud dedica importantes párrafos en esta obra, tenga que ver con este tipo de antecedente teórico. Placer previo y placer final son términos freudianos que podemos entender como íntimamente conectados conceptualmente con las ideas previas de Moll.
En este trabajo pionero, Freud parte del hecho de que para explicar la sexualidad tanto humana como animal, hay que postular la existencia de un «instinto [o pulsión] sexual». A la manifestación de esta necesidad fisiológica la designará con el término de libido. Desde el mero inicio de sus explicaciones, Freud nos da a conocer dos de las características distintivas de dicha libido: «la persona de la cual parte la atracción sexual la denominaremos objeto sexual, y el acto hacia el cual impulsa el instinto [la pulsión]: fin sexual» 34. En un agregado de 1910, Freud nos recuerda que «la máxima diferencia entre la vida erótica del mundo antiguo y la nuestra está, quizá, en que para los antiguos lo importante era el instinto mismo y no, como para nosotros, el objeto» 35.
Una de las características de dichas pulsiones es que pertenecen a un tipo de fuerzas que, aún en condiciones normales, son difícilmente dominadas por las actividades anímicas más elevadas, entre otras cosas porque Freud deja establecida la idea de que la agresión, la crueldad y la «pulsión de apoderamiento», son una parte constitutiva de las pulsiones sexuales: «este elemento agresivo, mezclado al instinto sexual, constituye un resto de los placeres caníbales; esto es, una participación del aparato de aprehensión [aparato de apoderamiento, dice Etcheverry, p. 144] puesto al servicio de la satisfacción de la otra gran necesidad, más antigua ontogénicamente» 36.
Por otra parte, Freud nos advierte que «el instinto [la pulsión] sexual no es, quizá, algo simple, sino compuesto, y cuyos componentes vuelven a separarse unos de otros en la perversiones» 37; en otras palabras, la llamada pulsión sexual es múltiple en su origen, aunque tiende a integrarse al servicio de la genitalidad y la reproducción, pero es susceptible de subdividirse en sus componentes en caso de regresión libidinal y descomponerse en sus múltiples pulsiones parciales originales. Deberemos de regresar a esto cuando veamos si la pulsión de muerte (tratada por Freud en ocasiones usando el plural, tanto al hablar de pulsiones de muerte como de pulsiones agresivas y/o destructivas, sobretodo en sus escritos posteriores a El Yo y el Ello) es una pulsión antagónica del Eros, tal como fue formulado originalmente por Freud, o se trata de una forma de pulsión sexual de muerte, como ha postulado recientemente Laplanche 38.
Freud nunca deja de tener presente el factor constitucional al hablar de las pulsiones; de hecho nos advierte que en cuadros clínicos como la histeria, estamos en presencia de un «poderoso desarrollo del instinto sexual» 39 [«un despliegue hiperpotente de la pulsión sexual», traduce Etcheverry, p. 150]. En función de tomar este factor constitucional en toda su significación, es el primer investigador de la sexualidad que sitúa a dichas pulsiones como operando desde la infancia –y no a partir de sus manifestaciones en la pubertad, como era comúnmente aceptado en el ambiente médico de su época. A partir de estos inicios, puede asumir que «la actividad sexual se apoya primeramente en una de las funciones puestas al servicio de la conservación de la vida, pero luego se hace independiente de ella» 40. Más adelante, al hablar de la zona oral, precisa las siguientes peculiaridades: «En el acto de la succión productora de placer hemos podido observar los tres caracteres esenciales de una manifestación sexual infantil. Esta se origina apoyada en alguna de las funciones fisiológicas de más importancia vital, no conoce ningún objeto sexual, es autoerótica, y su fin sexual se halla bajo el dominio de una zona erógena«41. En forma semejante a lo ocurrido con la etapa oral, las funciones fisiológicas correspondientes a la zona anal ofrecen un apuntalamiento para el desarrollo de la libido anal.
Como puede advertirse a lo largo de su obra, Freud nunca excluyó la importancia del objeto externo en el desarrollo infantil en general y de la libido en particular. En este sentido, fue muy claro al postular que «debemos reconocer que la vida sexual infantil entraña también, por grande que sea el predominio de las zonas erógenas, tendencias orientadas hacia un objeto sexual exterior. A este orden pertenecen los instintos de contemplación, exhibición y crueldad, que más tarde se enlazarán estrechamente a la vida genital» 42.
En relación a los orígenes de la pulsión sexual, Freud menciona que «la excitación sexual se origina: a) Como formación consecutiva a una satisfacción experimentada en conexión con otros procesos orgánicos. b) Por un apropiado estímulo periférico de las zonas erógenas. c) Como manifestación de ciertos instintos cuyo origen no nos es totalmente conocido, tales como el instinto de contemplación y el de crueldad» 43. En relación de dichas fuentes de excitación sexual, Freud no deja de advertir que un factor decisivo es «la calidad de la excitación, aunque el elemento intensidad (en el dolor) no sea por completo indiferente» 44.
Posteriormente, en un pequeño trabajo dedicado al Concepto psicoanalítico de las perturbaciones psicógenas de la visión, de 1910, Freud constituye una nueva distinción cuando nos advierte de «la innegable oposición entre los instintos puestos al servicio de la sexualidad y de la consecución del placer sexual y aquellos otros cuyo fin es la conservación del individuo o instintos del yo» 45. A partir de este momento, la (primera) teoría de la pulsiones advierte la existencia de dos tipos de pulsiones: las sexuales y las yoicas.
En 1911, en la tercera sección del caso Schreber, Freud da formalidad conceptual a lo que será su primera teoría de los instintos (o doctrina de las pulsiones). «Consideramos el instinto [la pulsión, traduce Etcheverry 46] como el concepto límite de lo somático frente a lo anímico; vemos en él el representante psíquico de poderes orgánicos y admitimos la distinción corriente entre instintos del yo [pulsiones yoicas] e instinto sexual [pulsión sexual], que nos parece coincidir con la dualidad biológica del individuo, el cual tiende a su propia conservación tanto como a la de la especie». 47 Esta dualidad es, sin embargo, cuestionada muy poco tiempo después, en su Introducción al narcisismo de 1914, donde Freud advierte que las pulsiones del Yo cuentan, para su desempeño, con la misma energía –la libido- que se emplea para la preservación de la especie. Esta energía, que puede manifestarse como libido narcisista o como libido objetal, proviene de la pulsión sexual. Estas energías psíquicas «en un principio se encuentran estrechamente unidas, sin que nuestro análisis pueda aún diferenciarla, y que sólo la carga [investidura] de objetos hace posible distinguir una energía sexual, la libido, de una energía de los instintos del yo» 48 [«de las pulsiones yoicas», dice Etcheverry 49]. En esta obra, Freud nos advierte que pese a que «siempre procuro mantener apartado de la Psicología todo pensamiento de otro orden, incluso el biológico, he de confesar ahora que la hipótesis de separar los instintos del yo de los instintos sexuales [«unas pulsiones sexuales y yoicas separadas»], o sea la teoría de la libido, no tiene sino una mínima base psicológica y se apoya más bien en fundamento biológico». 50 Más adelante, con el fin de explicar la comunidad libidinal entre las pulsiones yóicas y las sexuales, Freud aclara que «los instintos sexuales se apoyan [«las pulsiones sexuales se apuntalan», en Etcheverry] al principio en la satisfacción de los instintos del yo [«pulsiones yóicas»], y sólo ulteriormente se hacen independientes de estos últimos». 51 Es interesante advertir dos elementos que pronto entrarán al campo psicoanalítico cobrando cada vez mayor importancia: en primer término, desde este escrito Freud empieza a tomar a la biología como apoyatura para sustentar sus puntos de vista; en segundo lugar, la libido tiene una función que difiere radicalmente de lo que hasta este momento habíamos visto: ahora es la fuerza que cohesiona al Yo y la fuerza que nos vincula –nos liga- con los objetos del mundo externo con los que nos relacionamos libidinalmente. Como podemos ver, el acercamiento a la biología era, desde nuestro punto de vista, inevitable ya que Freud, desde sus primeras formulaciones, está haciendo referencia a un concepto –el de libido- que deriva de la instrumentación de un constructo teórico –la doctrina de las pulsiones- para dar cuenta de la energía con la que el aparato psíquico opera –lo que, por otra parte, no tiene nada de extraordinario en un hombre como Freud educado en una escuela de pensamiento en la que no tienen cabida nociones «metafísicas» como la de «alma» o «espíritu» (base de la disociación cuerpo/alma vigente en la ciencia desde la desafortunada influencia de Descartes 52 quien, pese a ello es el que inicia el discurso de la modernidad). La parte mecanicista de la educación de Freud hacía impensable no recurrir a un concepto de energía como medio para explicar el funcionamiento de la «maquinaria humana», por lo tanto, esta debe de originarse en el intercambio de los organismos vivos con su medio ambiente; es decir, se trata de un concepto que sólo puede encontrar su explicación en el campo de lo biológico. La alternativa potencial era encontrar la fuente de la energía en el psiquismo mismo, es decir, recurrir a una explicación que, de una manera u otra, remite a la vieja noción de alma –baluarte central de las doctrinas de carácter religioso (como veremos más adelante, la necesidad de apoyatura en la biología se verá acrecentada cuando, en ese tercer momento de su reflexión, postule su segunda teoría pulsional enMás allá…).
Finalmente, en Los instintos y sus destinos, de 1915, Freud organiza de manera más sistemática esta primer doctrina de las pulsiones y las vicisitudes por las que dichas fuerzas son susceptibles de organizarse y las etapas por las que atraviesan. En este trabajo aparece una definición más acabada del concepto de pulsión: «Si consideramos la vida anímica desde el punto de vista biológico, se nos muestra el ‘instinto’ [la pulsión] como un concepto límite entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos procedentes del interior del cuerpo, que arriban al alma, y como una magnitud de la exigencia de trabajo impuesta a lo anímico a consecuencia de su conexión con lo somático» 53 [«de su trabazón con lo corporal», traduce Etcheverry 54].
Como conclusión podemos ver que la teoría de la libido, como construcción energética que da cuenta de la fuerza de las pulsiones sexuales, está fuertemente anclada conceptualmente en un origen biológico; de ahí su definición como concepto límite: es algo que originándose en el cuerpo y habiendo alcanzado cierto umbral, ingresa al psiquismo y es representado en el. Cuando hablemos de pulsión de muerte, será importante recordar estos conceptos definitorios con el fin de saber si este último concepto, así como el de Eros o pulsión de vida pertenecientes a la segunda teoría pulsional, corresponden a la definición de pulsión –o si tendremos que entender que la nueva dualidad Eros/pulsión de muerte corresponden a una construcción teórica distinta de la que Freud había sostenido anteriormente y, por lo tanto, diferente conceptualmente de su teoría pulsional.
Aquí hemos analizado el concepto de pulsión y su evolución en la obra freudiana hasta antes de la gran revolución contenida en la segunda teoría pulsional vertida en Más allá del principio de placer de 1920 que estableció una nueva distinción: en vez de pulsiones sexuales y pulsiones del Yo, comenzará a referirse a la diferencia entre las pulsiones de vida o Eros y las pulsiones de muerte.
Segunda teoría pulsional.
Antes que nada tenemos que advertir que, pese a postular una nueva concepción de la doctrina de las pulsiones, no por ello deja Freud de seguir hablando de la pulsión desde una gran multiplicidad de denominaciones. Por ejemplo, después de haber publicado su Más allá… y su segunda postulación teórica en la que habla de pulsión de vida –o Eros- y pulsión de muerte, no por ello Freud deja de referirse a las denominaciones anteriores –como ocurre con muchos otros conceptos a lo largo de su obra- y sigue hablando de las pulsiones de autoconservación, y aún cita a la pulsión de nutrición, la pulsión de poder, la pulsión de ser reconocido, la pulsión gregaria o pulsión social, las pulsiones sexuales, las pulsiones del Yo y, finalmente, a las pulsiones parciales. En este sentido es interesante que en Más allá del principio de placer de 1920, las exigencias del principio del placer, prototípicas del proceso primario, «bajo el influjo del instinto de conservación [de las pulsiones de autoconservación, traduce Etcheverry] delyo queda sustituido el principio del placer por el principio de realidad, que, sin abandonar el propósito de una final consecusión de placer, exige y logra el aplazamiento de la satisfacción y el renunciamiento a algunas de las posibilidades de alcanzarla, y nos fuerza a aceptar pacientemente el displacer durante el largo rodeo necesario para llegar al placer». 55
Más adelante, especifica que una de las características centrales de la pulsión es su naturaleza conservadora. Concretamente define que «si todos los instintos orgánicos [pulsiones orgánicas] son conservadores e históricamente adquiridos, y tienden a una regresión o a una reconstrucción de lo pasado, debemos atribuir todos los éxitos de la evolución orgánica a influencias exteriores» 56, por lo que la repetición –dice Freud- sería la manifestación de esta tendencia conservadora; lo cual incluye, en primer término, la conservación de la vida y su repetición, es decir, la reproducción de la misma en vástagos idénticos a sus padres (obviamente, estamos hablando en términos de los caracteres de la especie). Pero al mismo tiempo, y un tanto paradójicamente, también deriva de esta naturaleza conservadora, esta tendencia a regresar a lo anterior, a lo inorgánico. De ahí que Freud diga que «la meta de toda vida es la muerte«. 57 Él mismo advierte la contradicción cuando señala que «el instinto de conservación [el estatuto de las pulsiones de autoconservación], que reconocemos en todo ser viviente, se halla en curiosa contradicción con la hipótesis de que la total vida instintiva [la vida pulsional] sirve para llevar al ser viviente hacia la muerte. La importancia teórica de los instintos de conservación y poder [pulsiones de autoconservación, de poder y de ser reconocido] se hace más pequeña vista a esta luz; son instintos parciales [pulsiones parciales], destinados a asegurar al organismo su peculiar camino hacia la muerte…». 58
Cuando en una etapa intermedia de sus formulaciones teóricas estableció la distinción entre pulsiones sexuales, dirigidas a los objetos, y pulsiones yóicas, entre las cuales se hallabas las dedicadas a la conservación del individuo, nos advirtió, en esta nueva hipótesis, que las segundas eran también de naturaleza sexual, pero con una libido dirigida hacia el propio Yo. «Estos descubrimientos demostraron –concluye Freud- la insuficiencia de la dualidad primitiva de instintos del yo e instintos sexuales [pulsiones yoicas y pulsiones sexuales]. Una parte de los instintos del yo quedaba reconocida como libidinosa» 59; lo cual, por cierto, no invalidaba aquella fórmula que indicaba que las psiconeurosis derivaban de conflictos entre las pulsiones yóicas y las pulsiones sexuales. A partir de este momento, Freud comienza a reconocer «en el instinto sexual el ‘eros’ que todo lo conserva». 60
Es claro que la postulación de la segunda teoría pulsional derivada de la constatación de la naturaleza libidinal de las pulsiones yóicas implicaba para Freud, en un primero momento, la posibilidad de asumir una postura monista y, de esta forma, coincidir con el punto de vista esgrimido por Jung muchos años antes y con quien había polemizado acremente. Sin embargo, es en esta primera fase cuando, en un momento aún preñado de confusiones conceptuales, establece una nueva dualidad y reivindica un nuevo dualismo, estableciendo «una decidida separación entre los instintos del yo o instintos de muerte [pulsiones yoicas = pulsiones de muerte ], e instintos sexuales o instintos de vida [pulsiones sexuales = pulsiones de vida]. Nos hallamos dispuestos a contar entre los instintos [pulsiones] de muerte a los supuestos instintos de conservación [pulsiones de autoconservación], cosa que después rectificamos». 61 De hecho, a partir de este momento Freud incluye, por un lado, a las pulsiones sexuales y las pulsiones yóicas entre las pulsiones de vida, mientras que, por el otro, establece la presencia de las pulsiones de muerte. De alguna manera intuye que en el Yo probablemente actúan otras pulsiones, además de las pulsiones libidinales del Yo, mezclados o enlazadas de un modo especial con otras pulsiones aún desconocidas.
Esta segunda concepción pulsional obliga, también, a pensar de manera distinta la teoría del sadismo, ya que ahora le resulta difícil hacerlo derivar del Eros, conservador de la vida –como antes derivaba de la pulsión sexual. En vez de esto, era lógico que el sadismo –a veces también llamado «instinto sádico [pulsión sádica]»- fuese el resultado de la acción de la pulsión de muerte.
Inmediatamente después, al retomar el tema de las pulsiones sexuales conservadoras de la vida, aborda el tema de los protozoarios y la observación de que la unión –»la fusión de dos individuos»- produce en ellos una suerte de rejuvenecimiento y de vigorización sobre ambos participantes luego de su separación. Unión, como pulsión de vida, y separación, como pulsión de muerte, pueden ser metáforas que resultan útiles a Freud en sus ulteriores argumentaciones.
Al comentar su viraje teórico, Freud aclara que «con el establecimiento de la libido narcisista y la extensión del concepto de la libido a la célula aislada se convirtió nuestro instinto sexual [la pulsión sexual] en el ‘Eros’, que intenta aproximar y manten er reunidas las partes de la sustancia animada, y los llamados generalmente instintos sexuales [pulsiones sexuales] aparecieron como la parte de este ‘Eros’ dirigida hacia el objeto. La especulación hace actuar al ‘Eros’ desde el principio mismo de la vida, como ‘instinto de vida’ [pulsión de vida], opuesto al ‘instinto de muerte’ [pulsión de muerte] surgido por la animación de lo inorgánico». 62 Este es el momento es que con mayor claridad puede advertirse el cambio conceptual fundamental en las hipótesis de Freud en relación a la teoría de las pulsiones. Anteriormente, en su primera formulación las pulsiones sexuales tenían como meta primordial la descarga de la tensión y la recuperación del equilibrio anterior. Ahora, en su segunda teoría las pulsiones de vida pugnan por la unión, por estar dirigidas «hacia el objeto», objeto que, antes, constituía la parte más variable de la pulsión. En otras palabras, la pulsión de vida tiene como meta primordial la unión o ligadura de lo que antes estaba separado. Ligadura es unión, es la formación de estructura. El Eros tiende a utilizar la energía libidinal en catexis de ligadura, en vincular lo que antes estaba desligado. Lejos de tender hacia la disminución de la tensión –vía descarga- cuyo modelo inicial (es conveniente recordarlo) era el arco reflejo, ahora esa tensión se deriva y emplea como catexis, como ligadura. De ahí el cambio de denominación desde la pulsión sexual y el modelo de descarga = orgasmo, al modelo de la pulsión de vida o Eros y su meta en el amor: la unión y la permanencia vincular con el objeto.
En vez de la antigua división entre pulsiones sexuales y pulsiones de autoconservación, Freud entiende ahora una oposición entre pulsiones yoicas y pulsiones de objeto, ambas de naturaleza libidinal. A su vez, ambas están opuestas a las «pulsiones de destrucción».
Muy poco tiempo después de haber formulado su segunda teoría pulsional, Freud comenta un caso especial de esta nueva forma de oposición en el seno mismo de la pulsión libidinal, a propósito de las grandes dificultades que se enfrentan en el tratamiento de la homosexualidad, ya que ésta es muy difícil de vencer en función de que la motivación no está anclada en las necesidades de modificar el destino de la libido objetal, sino que el (o la) sujeto acude a consulta en función de los inconvenientes sociales o bien forzado por motivos externos a sí mismo(a); y que «estos componentes del instinto de conservación [la pulsión de autoconservación] se demuestran harto débiles en la lucha contra las tendencias sexuales». 63 De hecho, parecería que es en esta distinción entre libido narcisista y libido objetal donde debemos entender el dictum freudiano de que el objeto es lo más variable de la pulsión -al menos considerado como objeto externo. En la homosexualidad, el objeto externo es mucho menos importante que el Yo tomado como objeto de la libido.
Sin embargo, al año siguiente, en su estudio sobre los grandes grupos y su característica impulsividad, conceptualiza a la fuerza vincular de la libido como la más poderosa, ya que las masas -que están motivadas dinámicamente por mociones inconscientes- muestran tal intensidad de esta fuerza que la cohesiona que llega a rebasar los muy poderosos intereses de autoconservación de cada uno de sus integrantes. Esta posibilidad de que los componentes libidinales objétales puedan llegar poner en un segundo término a factores tan poderosos como las pulsiones de autoconservación del individuo, comienza a llamar al atención de Freud al estudiar el papel de la «sugestión» con el que se manejan las masas. Los mecanismos invocados para explicar esta dinámica son equiparables al enamoramiento donde puede verse también un caso en el que la libido yóica es resignada y es empleada a favor de la libido objetal y del vínculo con el otro –con los otros, en el caso de la dinámica de los grandes grupos. De hecho, dicha libido objetal tiene dos destinos distintos en la dinámica de las masas: una parte está dirigida hacia los pares –lo que promueve la cohesión de la masa- y otra está dirigida al líder en el que se deposita el ideal del Yo –es decir, se trata de un vínculo intersistémico (entre el Yo y el Ideal del Yo) pero externalizado y al servicio de una dinámica intersubjetiva de sometimiento al líder grupal a quien la masa obedece ciegamente.
De nueva cuenta, en este trabajo nos encontramos con otra de las consecuencias del viraje conceptual freudiano que va de las pulsiones sexuales a la pulsión de vida o Eros y su función de ligadura, ya no de descarga –o bien, de una forma de descarga en la estructura vincular (en el ligamen de su conformación interna), lo que puede dar lugar, en un segundo tiempo, a propiciar una descarga y satisfacción a través de dicho vínculo. Este tipo de concepto vincular podríamos verlo, siguiendo a Berenstein, tanto en lo interpersonal (y transpersonal, como ocurre con los símbolos usados por el ejército, las iglesias, los pueblos y las naciones), como en los niveles intersubjetivo e intrasubjetivo. 64
En su nueva formulación, Freud empieza a hablar en términos de «amor», de «vínculos de amor», de un «amor sexual, cuyo último fin es la cópula sexual». 65 La meta de la pulsión ya no es la reducción de la tensión; ahora es la unión. De hecho, desde el inicio de Psicología de las masas y análisis del Yo de 1921, Freud comienza a reconocer la importancia central y fúndante del sujeto de las primeras experiencias de apego –para hablar con un término que muchos años fue después fue re-descubierto por John Bowlby, quien lo puso de moda y que ha sido motivo de encendidas y constantes polémicas dentro del campo psicoanalítico. Como podemos comprobar, en los escritos freudianos se introduce el concepto de «el lazo que une» 66 o «ligazón» 67 –término con el que se ha traducido la palabra alemana Bindung, es decir, vínculo. El hecho es que, en este escrito Freud nos habla de un «individuo bajo la influencia de una única persona, o, todo lo más, de un escaso número de personas, cada una de las cuales ha adquirido para él una extraordinaria importancia». 68 De ahí que nos hable de que el «instinto social» no es una fuerza primaria e irreductible sino, por el contrario, «que los comienzos de su formación pueden ser hallados en círculos más limitados; por ejemplo, el de la familia». 69 A partir de la importancia concedida a los intercambios originarios con la madre (figura de apego, como se dice contemporáneamente) 70, Freud ya intuye estar en posesión de un instrumento con el cual sustentar de una manera distinta aquel viejo problema de la transmisión cultural dejado un tanto a la deriva desde Tótem y tabú –donde tuvo que acogerse a los postulados de Lamarck y la existencia de inciertos mecanismos de la transmisión hereditaria de caracteres adquiridos. De ahí que en 1921 ya pueda hablar en términos del «individuo como miembro de una tribu [«miembro de un linaje», traduce Etcheverry 71], de un pueblo, de una casta, de una clase social o de una institución, o como elemento de una multitud humana». 72
A partir de estos conceptos de apego y vínculo (Bindung ) y de que dicha energía libidinal «se apoya en la satisfacción de las grandes necesidades individuales y elige como primeros objetos aquellas personas que en ella intervienen» 73, Freud postulará una nueva y poderosa fuente de angustia y sufrimiento: el peligro representado por la posibilidad de ser abandonado por el objeto de amor, o de que dicho objeto le retire su afecto amoroso. Pérdida del objeto y pérdida del amor del objeto serán, a partir de este momento, dos de las más poderosas fuentes de insatisfacción. El viraje conceptual hacia el Eros hace que Freud hable ahora de amor erótico, pero también de «amor del individuo a sí propio, (…) el amor paterno y el filial, la amistad y el amor a la Humanidad en general, a objetos concretos y a ideas abstractas.» 74 En este sentido, es lógico que Freud se acerque y apoye en Platón: «El Eros, de Platón, presenta, por lo que respecta a sus orígenes, a sus manifestaciones y a su relación con el amor sexual, una perfecta analogía con la energía amorosa [Liebskraft]; esto es, con la libido del psicoanálisis.»75 Para el psicoanálisis, son las pulsiones de vida el origen a potiori de la ulterior sexualidad –de la que tendremos noticia a través de las pulsiones sexuales. Empero, hacer derivar las pulsiones sexuales del Eros no invalida el viraje conceptual que ha ocurrido. Eros y erotismo son los nuevos términos de la segunda doctrina de las pulsiones. Muy significativamente, estos términos están colocados justamente en el mismo párrafo en el que Freud sitúa su tan citada frase de: «se empieza por ceder en las palabras y se acaba a veces por ceder en las cosas».76 A propósito de las palabras, Freud establece la clara puntualización de que el término alemán Liebe significa amor, «eros». De ahí que los «vínculos de amor» (o, expresado de manera más neutra, los lazos sentimentales) constituyen también la esencia del alma de las masas». 77 De hecho, en su contraparte emocional, que es el rechazo a los desconocidos y extraños –es decir, a los miembros del exogrupo- «podemos ver la expresión de un narcisismo que tiende a afirmarse». 78 Sin embargo, en la vinculación libidinal con el otro está la clave para entender el concepto que solemos denominar como «consideración por el objeto». «El egoismo [el amor a sí mismo] no encuentra un límite más que en el amor a otros, el amor a objetos [que incluye] … tolerancia y consideración con respecto a los demás». 79 Para terminar, Freud vuelve a enfatizar, en una nota a pie de página, que las pulsiones sexuales son fuerzas derivadas –representantes- de las pulsiones de vida; es decir, una energía procedente del Eros universal.
Como podemos ver, Freud intenta conciliar los anteriores conceptos que definían a las pulsiones sexuales –la descarga- con este campo nuevo que ahora descubre en las pulsiones de vida –la ligadura o unión- al hablar del vínculo con los demás. De aquí surge una nueva forma de entender la necesidad de preservar al objeto, el vínculo con él y el desarrollo de consideración por éste. De ahí que confiese la enorme complejidad de las relaciones libidinales y, provisionalmente, intente conciliar ambas al decir que «la certidumbre de que la necesidad recién satisfecha no había de tardar en surgir, hubo de ser motivo inmediato de la persistencia del revestimiento del objeto sexual, aun en los intervalos en los que el sujeto no sentía la necesidad de » 80.
En 1923, en dos artículos que escribe para la Enciclopedia editada por M. Marcuse, Freud hace una revisión de su doctrina de las pulsiones justificando la necesidad del cambio operado y dejando en claro que la libido es «la manifestación energética [«fuerza»] del amor, como el hambre la del instinto de conservación [«pulsión de autoconservación»]» 81, lo cual nos remite a la vieja diferencia entre deseo y necesidad. Sin embargo, hay que tener en cuenta que las pulsiones parciales parten de diversos órganos corporales, como «el instinto [«pulsión»] parcial oral [que] encuentra al principio su satisfacción con ocasión del apaciguamiento de la necesidad de alimentación y su objeto en el pecho materno» 82 [apuntalándose en el saciamiento de la necesidad de nutrición», traduce Etcheverry]. Necesidad y deseo quedan así en una relación muy cercana, pues la primera da origen al segundo. El deseo se autonomiza posteriormente de su relación con la necesidad. Cuando, después, el deseo trata de independizarse también del objeto, nace el autoerotismo –etapa intermedia previa al regreso hacia la búsqueda objetal –objeto sin el cual la necesidad no se satisface.
Como resulta obvio constatar, cuando se refiere a la «manifestación energética del amor» [o «la fuerza del amor», como traduce Etcheverry 83] ya no está haciendo referencia al mismo orden de ideas que cuando se expresaba en términos del empuje de la pulsión sexual. Incluso podemos ver cómo en el artículo referido a la Teoría de la libido, luego de explicar que «lo que se conocía con el nombre de instinto sexual [«pulsión sexual»] era algo muy compuesto y podía descomponerse en sus instintos parciales [«pulsiones parciales»]; Freud aclara, al referirse a las características de la pulsión, que los clásicos conceptos de fuente, empuje, meta y objeto están referidos a las pulsiones parciales, y puntualiza que el fin [o «meta»] era siempre su satisfacción o descarga». 84 Adviértase que Freud está hablando de la historia de sus teorías sobre las pulsiones y, por ello, emplea el tiempo pretérito. En este orden de ideas, luego de explicarnos la necesidad teórica de fusionar las pulsiones sexuales con las de autoconservación (de donde aparecen los términos polares de libido objetal y libido narcisista, como ya quedó explicado), advierte, sin embargo, que «si los instintos de autoconservación del yo [«las pulsiones de autoconservación»] son reconocidos como libidinosos, ello no demuestra que en el yo no actúen también otros instintos». 85 ¿Cuáles serían esos «otros instintos»? Las pulsiones de muerte de sus segunda formulación teórica sobre las pulsiones.
Más adelante, cuando explica «el instinto gregario» [«la pulsión gregaria»] –al que también se refiere con el nombre de «instinto social» [«pulsión social»]- y las demás pulsiones sexuales de meta inhibida, vuelve a enfatizar la importancia de esta fuerza pulsional en el establecimiento y perduración de los lazos sentimentales: «A esta clase pertenecen en especial las relaciones cariñosas [«los vínculos de ternura», Traduce Etcheverry], plenamente sexuales en su origen, entre padres e hijos, los sentimientos de amistad y el cariño conyugal, nacido de la inclinación sexual». 86 Como podemos advertir, aquí Freud ya está manejando un nuevo instrumento conceptual – el de vínculo- que le permite resolver el hasta ahora no despejado misterio por el cual las parejas permanecen unidas más allá de la descarga orgásmica.
Al hacer mención de su segunda doctrina sobre las pulsiones, Freud hace la equiparación entre las dos variedades de pulsión, otra vez estableciendo la sinonimia entre pulsiones sexuales o de vida –»(el Eros) cuya intención sería formar con la sustancia viva unidades cada vez más amplias, conservar así la perduración de la vida y llevarla a evoluciones superiores»87- en oposición a las pulsiones de muerte. Así concluye: «Amplias reflexiones sobre los procesos que constituyen la vida y conducen a la muerte muestran probable la existencia de dos clases de instintos [«dos variedades de pulsiones»], correlativamente a los procesos opuestos de construcción y destrucción en el organismo» 88 [con los procesos orgánicos contrapuestos de anabolismo y catabolismo» 89]. De nueva cuenta comprobamos dos aspectos repetitivos a lo largo de estos textos: la necesidad de apoyatura que toma Freud en conceptos de la biología de su tiempo con el fin de sustentar sus nuevas concepciones en torno de las pulsiones 90, y las diferencias existentes entre la meta vincular –»la unión» o «ligadura»- de la pulsión de vida, opuesta al fin económico de la descarga de sus primeras concepciones. En relación a la pulsión de muerte, Freud dice textualmente: «Uno de estos instintos, que laboran silenciosamente en el fondo, perseguirán el fin de conducir a la muerte al ser vivo; merecerían, por tanto, el nombre de instintos de muerte y emergerían, vueltos hacia el exterior por la acción conjunta de los muchos organismos elementales celulares, como tendencias de destrucción o de agresión«. 91
Nos inquieta un tanto el problema de la meta pulsional de conducir al ser vivo hasta la muerte, pues tal argumento, sesgadamente teleológico, tampoco guarda ya relación con el concepto original de descarga –incluso está lejano a la noción de satisfacción pulsionial o de gratificación. La contrapartida está constituida por «los instintos sexuales [«pulsiones sexuales»] o instintos de vida libidinosos (el Eros), mejor conocidos analíticamente, cuya intención sería formar con la sustancia viva unidades cada vez más amplias, conservar así la perduración de la vida y llevarla a evoluciones superiores». 92
De nueva cuenta comprobamos que en la segunda teoría de las pulsiones, la meta o finalidad de las mismas no se circunscribe a la mera descarga; de hecho, el punto de vista económico ha sido desplazado por una perspectiva estructural. El Eros une, vincula; es decir, forma estructura.
Al final de este repaso histórico, Freud propone «que los instintos [«las pulsiones»] son tendencias intrínsecas de la sustancia viva a la reconstitución de un estado anterior, o sea, históricamente condicionadas y de naturaleza conservadora, como si fueran manifestación de una inercia o una elasticidad de lo orgánico. Ambas clases de instintos, el Eros y el instinto de muerte, actuarían y pugnarían entre sí desde la primera génesis de la vida». 93
Pensamos que la contradicción salta a la vista, ya que si el Eros tiende hacia una continuada complejización, la conjetura sobre el fin de la pulsión (tal como es mantenido por Freud) necesitaría retorcerse bastante para terminar diciendo que trabaja, a fin de cuentas, al servicio de la pulsión de muerte. En forma semejante, decir que las pulsiones son la «manifestación de una inercia», o sea, una tendencia que le impele fatalmente a devenir hacia adelante eternamente -según se desprende de las fuerzas originarias que las pusieron en marcha- además de corresponder a un reduccionismo de tipo fisicalista, no guarda coherencia con lo que el propio Freud ha descrito ni para la pulsión de vida ni para la de muerte; ya que la primera tiende a la vinculación y organización creciente –es decir, es profundamente antientrópica 94- mientras que la segunda, la pulsión de muerte, es de tendencia regresiva circular (de ahí que Freud la relaciona con la compulsión a la repetición) y no linealmente progresiva. Finalmente, si la pulsión erótica trabaja de acuerdo con las metas últimas de la pulsión de muerte y viene a ser su más fiel servidor, ¿por qué, entonces, no conceptuar al Eros como una de las manifestaciones de la pulsión de muerte, ya que todo el tiempo está llevando agua a su molino? ¿Por qué hablar de dos pulsiones, si una –la llamada pulsión de vida- es un «caso especial» o manifestación de la pulsión de muerte? ¿No desemboca esto en un monismo en el que, en estricto sentido, sólo existiría una pulsión: la de muerte? Desde esta perspectiva, ¿tiene caso hablar acerca de la mezcla y desmezcla de pulsiones? Por otra parte, cuando en Más allá del principio de placer (1920) Freud intenta establecer algún tipo de hipótesis sobre el origen prehistórico de las pulsiones sexuales -luego pulsiones de vida- concede que «aún cuando la sexualidad y la diferencia de sexos no existían seguramente al comienza de la vida, no deja de ser posible que los instintos [«las pulsiones»] que posteriormente han de ser calificados de sexuales aparecieran y entraran en actividad desde un principio y emprendieran entonces, y no en épocas posteriores, su labor contra los instintos del yo» 95 [«pulsiones yóicas»]. Dado que Freud nunca pensó en un término para designar a las «pulsiones» operantes en los organismos de reproducción por bipartición o gemación (las formas no sexuadas de reproducción), se necesitaba un vocablo más abarcativo que el de libido –que tradicionalmente Freud empleó para designar la energía derivada de la pulsión sexual y que preside todo cuanto tiene que ver con la reproducción sexuada. El concepto de pulsión de vida vendría a solucionar este problema, siempre y cuando las pulsiones sexuales fuesen un derivado de este Eros primordial. Empero, para Freud «nadie ha podido demostrar aún la existencia de un instinto general [» una pulsión universal»] de superevolución en el mundo animal y vegetal, a pesar de que tal dirección evolutiva parece indiscutible». 96 Este concepto indiscutible de «dirección evolutiva» (de «progreso evolutivo», según traduce Etcheverry 97), caro a la perspectiva del modernismo y a las ciencias de la naturaleza que fueron parte del sustrato intelectual de Freud, es insostenible en biología, que es una ciencia que habitualmente habla con una terminología referida a los sistemas complejos. 98 En relación con esto nos preguntamos, ¿cómo es que Freud no asumió la existencia de una energía universal –el Eros- explicativa también de estos procesos de reproducción pre-sexual? Hay que tener en cuenta, sin embargo, que más adelante, cuando equipara su segunda teoría pulsional con los conceptos de Empédocles, admite, junto con el presocrático, la existencia de un par de fuerzas que determinan los fenómenos del universo entero. Es posible que la reticencia de Freud estuviese determinada por una tenaz oposición a Nietzsche (filósofo precursor de muchos de los hallazgos del psicoanálisis, cuya influencia sobre Freud -nunca admitida por este último- se antoja evidente) y su concepto de progreso y evolución le llevan hasta la idea del superhombre. A partir de aquí es que Freud se rehusa a hablar de una «pulsión de perfeccionamiento» que, pretendidamente, sería una fuerza interior que transformaría el hombre en superhombre. Admitir una tendencia pulsional hacia la complejización es, sin embargo, muy distinto que suscribir la tesis nietzschiana del superhombre o sobrehombre (que parece ser una traducción más cercana al concepto original de Nietzsche) –aunque el psicoanálisis sí coqueteó en su momento con la tesis del «eterno retorno» del filósofo alemán. Para Freud, toda conquista cultural y de perfeccionamiento es fruto de la represión de las pulsiones. Esta represión sería la responsable de ese «factor impulsor, que no permite la detención en ninguna de las situaciones presentes, sino que, como dijo el poeta ‘tiende, indomado, siempre hacia delante’ (Fausto, I). El camino hacia atrás, hacia la total satisfacción, es siempre desplazado por las resistencias que mantienen la represión». 99 Freud admite, finalmente, al término de la sección V de este trabajo, «que el afán del Eros por conjugar lo orgánico en unidades cada vez mayores haga las veces de sustituto de esa ‘pulsión de perfeccionamiento’ que no podemos admitir. » 100
La tesis de Freud es, vista desde cierta perspectiva de su pensamiento, que la tendencia universal de la pulsión es a la descarga total (la tendencia hacia el cero), pero como esto significaría la muerte del organismo en el que habita la pulsión, hay un freno: las resistencias yóicas (dependientes de la pulsión de autoconservación) son las que impiden la descarga total. Se instaura así el principio del placer en vez del principio de Nirvana. Pero desde otro sitio, Freud también asume que el Eros universal no pugna por la descarga total; lejos de ello, tiende a la ligadura, la organización y la estructuración de lo vivo en unidades cada vez mayores y más complejas. Como ocurre muchas veces en la obra del padre del psicoanálisis, dos líneas de pensamiento aparentemente excluyentes una de otra se conservan una al lado de la otra, y son motivo de discusión constante con argumentaciones alternativas.
Freud inicia la sección VI de Más allá… con una conclusión provisional, pero que ya le resulta insatisfactoria, en relación a la distinción entre los instintos [las pulsiones] del Yo y los instintos [las pulsiones] sexuales, «haciendo que los primeros tiendan a la muerte y los segundos a la conservación de la vida». 101 Desde esta perspectiva, sólo las pulsiones del Yo podrían ser caracterizadas por ese rasgo «conservador, mejor dicho, regresivo del instinto [«la pulsión»], correspondiente a una obsesión de repetición [«una compulsión de repetición»], más que a los primeros, pues según nuestra hipótesis, los instintos de l yo [«las pulsiones yóicas»] proceden de la vivificación de la materia inanimada y quieren establecer de nuevo el estado inanimado». 102 Y agrega: «En cambio, es innegable que los instintos sexuales [«pulsiones sexuales»] reproducen estados primitivos del ser animado; pero su fin –al que tienden con todos sus medios- es la fusión de dos células germinativas determinadamente diferenciadas. Cuando esta unión no se verifica, muere la célula germinativa, como todos los demás elementos del organismo multicelular. Sólo bajo esta condición puede la función sexual prolongar la vida y prestarle la apariencia de inmortalidad». 103 Desde esta perspectiva y basado en los conceptos de la biología de Weismann quien reconoce en la sustancia viva «un componente destinado a la muerte, el soma, o sea el cuerpo despojado de la materia sexual y hereditaria, y otro componente inmortal, constituido precisamente por aquel plasma germinativo que sirva a la conservación de la especie, a la procreación». 104 A partir de estas consideraciones, Freud pasa a postular su nueva doctrina de las pulsiones en la que distingue entre pulsión de vida y pulsión de muerte.
Basado en Weismann, Freud entiende que la muerte es un fenómeno privativo de los organismos pluricelulares; en estos hay que distinguir entre el soma y los elementos germinativos: «Esta muerte de los seres animados superiores es, ciertamente, natural, muerte por causas interiores; pero no se debe a una cualidad primitiva de la sustancia viva, ni puede ser concebida una necesidad absoluta, fundada en la esencia de la vida. La muerte es más bien un dispositivo de acomodación, un fenómeno de adaptación a las condiciones vitales exteriores». 105
En un trabajo posterior abordaremos el tema específico de la pulsión de muerte así como el análisis pormenorizado de Más allá del principio del placer donde se origina su nueva propuesta, por lo que aquí continuaremos con la descripción del pensamiento de Freud en relación al concepto de pulsión desde la perspectiva de sus dos momentos teóricos. Pero es importante dejar señalado que en estos momentos Freud equipara el Eros con las pulsiones sexuales: pulsión de vida y pulsión sexual aún son tratados como sinónimos. En diversos sitios hace referencia a «los instintos vitales o sexuales» 106 [«las pulsiones de vida o sexuales»] como conceptos idénticos. Como ejemplo, podemos mencionar un párrafo en el que refiere como «de este modo la libido de nuestros instintos sexuales [«pulsiones sexuales»] coincidiría con el ‘eros’ de los poetas y filósofos, que mantienen unido todo lo animado». 107 Un poco más adelante vuelve a reconocer «en el instinto sexual el ‘eros’ que todo lo conserva». 108
Este tipo de confusión inicial la podemos entender como resultado de cierto efecto del desplazamiento inicial desde los conceptos de una doctrina hasta la nueva terminología de la otra; por ello inicialmente Freud se refiere a «una decidida separación entre instintos del yo o instintos de muerte, e instintos sexuales o instintos de vida » 109 [«hemos partido de una tajante separación entre pulsiones yoicas = pulsiones de muerte, y pulsiones sexuales = pulsiones de vida» 110]. Como ya quedó mencionado anteriormente, en esta discusión, Freud se apuntala en una nueva comprensión de los aspectos sádicos de la sexualidad a los que ahora hace depender de la pulsión de muerte, ya que le resulta insostenible derivar el sadismo de un Eros conservador de la vida (con lo que, además, va adelantándose en su nueva concepción del masoquismo como primario y dependiente de la pulsión de muerte).
A pesar de suscribir en este momento el carácter conservador de la pulsión a las pulsiones de vida, no deja de ser significativo que esta necesidad de restablecer un estado anterior esté sustentando, en estos párrafos, en la referencia al mito platónico desarrollado en El banquete y que, lejos de ser una metáfora referida a la muerte y lo inorgánico, es una alusión que explica la búsqueda del objeto y que nos remite a la más intensa de todas las ligaduras: la del coito que garantiza la reproducción –correspondiente a la anphimixis descrita por Weismann, con la que los protozoarios se renuevan para garantizar su eterna capacidad de reproducirse- y, en última instancia, hace referencia a un estado primigenio de fusión simbiótica con la madre durante la gestación, desde donde la separación del nacimiento renueva el ciclo de la vida una y otra vez. La metáfora contenida en El banquete de Platón nos remite, si prestamos atención, a una concepción cíclica y eterna del fenómeno de la vida –ajeno a la muerte si lo vemos desde la perspectiva de la especie. La muerte del individuo podría ser vista, de esta forma, como un fenómeno dependiente de una materia vida que puede y necesita desechar a los organismos que ya han asegurado la inmortalidad del plasma germinal. ¿Sería posible revertir la perspectiva freudiana y ver a la muerte –y la pulsión de muerte- como una fuerza al servicio de ese fenómeno antientrópico por excelencia llamado vida? Al menos cierta forma de leer un texto reciente de los Cereijido (1997) 111 podría dar cierto sustento a esta nueva forma de pensar, si comenzamos a ver a la muerte del individuo (el sujeto como elemento «desechable» luego de que ha cumplido su cometido en la transmisión genética) como indispensable para la evolución y perpetuación de la especie.
Al final de esta sección, Freud agrega un pie de página aclaratorio en el que, luego de reflexionar sobre lo anteriormente expuesto, se da cuenta de que se hace necesaria una cierta rectificación, así como la conveniencia de puntualizar los nuevos términos. Es así como advierte ahora la necesidad de establecer que las pulsiones sexuales se convirtieron «en el ‘Eros’, que intenta aproximar y mantener reunidas las partes de la sustancia animada, y los llamados generalmente instintos sexuales aparecieron como una parte de este ‘Eros’ dirigido hacia el objeto» 112. Como dejamos ya asentado, este es el sitio donde se ha dado un importante cambio, pues aquella meta de la pulsión que en su primera teoría sólo pugnaba por la descarga, ahora en su nueva doctrina de las pulsiones se ha transformado en una energía del Eros universal que se esfuerza por conseguir una meta distinta: la de establecer la unión, el vínculo con el objeto. Ahora las pulsiones sexuales sólo son una de las formas en las que se manifiesta el Eros universal, mucho más abarcativo.
En un nuevo vaivén pendular, en la siguiente y última sección de este trabajo inaugural (tanto de la segunda doctrina de las pulsiones como de la perspectiva que luego ha sido bautizada como la segunda tópica o el punto de vista estructural de la metapsicología freudiana), el autor sintetiza y concilia los puntos de vista antes expresados, estableciendo que «la ligadura del impulso instintivo [«moción pulsional»] sería una función preparatoria que dispondría a la excitación final en el placer de descarga». 113
Cuando al año siguiente, publica Psicología de las masas y análisis del Yo (1921), Freud ya puede establecer con toda claridad «que las pulsiones sexuales son los subrogados más puros de … las pulsiones de vida». 114 De ahí que resulte lógico leer en este texto la formulación de un nuevo concepto, impensable desde la perspectiva económica de la pulsión, cuyo fin es la descarga; me refiero a la ya mencionada noción de consideración por el objeto. Freud se pregunta si «la simple comunidad de intereses no habría de bastar por sí sola, y sin la intervención de elemento libidinoso alguno, para inspirar al individuo tolerancia y consideración con respecto a los demás» 115. De esta forma, el amor –la fuerza del Eros- viene a ser un factor que, al vincular a los hombres en grupos (entre otros, la institución fundacional de la familia), «ha revelado ser el principal factor de civilización [«de cultura»], y aún quizá el único, determinando el paso del egoísmo al altruismo». 116
Posteriormente, en 1923, en uno de los escritos más importantes de la llamada segunda tópica –El Yo y el Ello– Freud vuelve a establecer la equiparación entre las pulsiones sexuales y el Eros, concepto en el que «integraba no sólo el instinto sexual [«la pulsión sexual»] propiamente dicho, no coartado, sino también los impulsos instintivos [«mociones pulsionales»] coartados en su fin y sublimados derivados de él, y el instinto de conservación, que hemos de adscribir al yo» 117; pulsiones a las que opone la pulsión de muerte, para restablecer el dualismo indispensable para explicar no sólo la noción de conflicto, sino la existencia de la vida misma. De nueva cuenta, este escrito nos advierte que el «Eros, cuyo fin es complicar la vida y conservarla así, por medio de una síntesis cada vez más amplia de la sustancia viva, dividida en particular [«dispersada en partículas»]» 118. A pesar de que Freud vuelve a hablar en términos de una sinonimia, lo que vemos es que no hay tal igualación entre pulsiones sexuales y pulsión de vida ya que la meta de la segunda es la unión, que ahora incluye el concepto de síntesis –y que podrá asociarse con beneficio con la función sintética del Yo, así como recurrirse a las fallas de dicha función en los procesos psicóticos en donde puede constatarse una disgregación de la estructura psíquica, principalmente de la instancia yóica. Dicha función sintética derivada de un Eros que liga podemos verla también operando sobre funciones tan específicas como el proceso del pensamiento 119 y la energía catéctica que liga a las representaciones entre sí. En forma semejante, el juicio estará sustentado en este interjuego pulsional, pues la afirmación tendrá que ver con procesos de vinculación, mientras que la negación será tributaria de la pulsión de muerte. 120
Una vez más, a renglón seguido, Freud concluye: «Ambos instintos se conducen en una forma estrictamente conservadora, tendiendo a la reconstitución de un estado perturbado por la génesis de la vida; génesis que sería la causa tanto de la continuación de la vida como de la tendencia a la muerte». 121 Si la pulsión de vida tiende a la síntesis y hacia una complejización creciente, no resulta clara esa tendencia conservadora a la que una y otra vez alude Freud. Por el contrario, advertimos que es cada vez más firme la aseveración de que se trata de procesos cuya marca distintiva está en sus tendencias respectivas a la unión y la desunión: la vinculación en el Eros y la desvinculación en la pulsión de muerte. Acorde con lo anterior, podemos pensar que cuando predomina el Eros estará favorecida la mezcla –unión- de las pulsiones con la consecuente neutralización de la pulsión de muerte; mientras que cuando predomina la fuerza de esta última pulsión, entonces se advertirá una tendencia a la desmezcla y, por tanto, a la liberación de las energías destructivas, independientemente de que estas se manifiesten sobre el sujeto mismo (autodestrucción, masoquismo), o sobre los objetos del mundo externo (destructividad, heteroagresión, sadismo).
Ciertamente hemos estado tratando de entender los entretelones de un aspecto un tanto contradictorio en el seno de los escritos freudianos en torno de la doctrina de las pulsiones, que debemos asumir como un proyecto que no se terminó de pulir y que su autor dejó con numerosas ambigüedades en el curso de sus consideraciones teóricas. Uno de los problemas clínicos con los que Freud se debatía tenía que ver con las transformaciones del amor en odio y viceversa, enigma por el que tuvo que empezar a considerar la posibilidad de una energía primaria, neutra, aún sin cualidad (energía a la que había negado toda posibilidad de existencia desde sus polémicas con Jung). Esta nueva hipótesis freudiana que fue deslizada «calladamente» –como el mismo admite en 1923- establecía la posibilidad de asumir la presencia de cierta energía sin cualidad específica «pero susceptible de agregarse a un impulso erótico o destructor, cualitativamente diferenciado, e intensificar su carga general» 122. Sin embargo, esta posibilidad seguía resultando tan contraria a su manera de pensar, que unos párrafos más adelante, anula esta posible alternativa y establece que «dicha energía, desplazable e indiferente, que actúa probablemente tanto en el yo como en el Ello, procede, a mi juicio, de la provisión de libido narcisista, siendo, por tanto, Eros desexualizado» 123. Desde esta perspectiva –concluye- se trata de libido sublimada y, por tanto, mantendrá el fin que caracteriza al Eros: «el de unir y ligar» 124.
En este sentido, y para sustentar el supuesto del cambio de meta del que venimos hablando, conviene recordar que en Las resistencias contra el psicoanálisis, de 1925, al estar hablando de la universal tendencia a evitar el displacer y, por lo tanto, a desembarazarse de cualquier incremento pulsional que invada al sistema psíquico, Freud se sintió tentado a incursionar sobre el tema de la reacción psíquica frente a lo nuevo, pues en ocasiones pudo comprobarse «una sed de estimulación que se apodera de cuanto nuevo encuentra, simplemente por ser nuevo» 125 –una de las pocas alusiones que podemos encontrar a lo largo de la obra freudiana que contradice la tendencia a la descarga y que se acerca a lo que hoy conocemos acerca del papel de la información que se almacena y estructura en forma de experiencia. Esta avidez o hambre de estímulos es lo que los seres vivos acumulan como información sobre el medio circundante (y sobre su propio funcionamiento) al servicio de la sobrevivencia y adaptación al medio del sujeto, así como en forma de capacidad creativa para proyectar acciones futuras.
Finalmente, la búsqueda del objeto tamizará con intensidad los últimos escritos de Freud. Así, en Inhibición, síntoma y angustia de 1926, la pulsión erótica es presentada en términos que se acercan, de nueva cuenta, al concepto bowlbiano del apego, ya que dice que «el Eros quiere el contacto, pues tiende a la unión, a la supresión de los límites espaciales entre el yo y el objeto amado» 126. Aferrarse al objeto, apegarse a la madre será, así, una de las manifestaciones primigenias de la pulsión de vida, y la pérdida del objeto –incluso la pérdida del amor del objeto- una de las experiencias más devastadoras en el desarrollo temprano de cualquier bebé. De ahí la necesidad de incluir el concepto de angustia de separación, aunque en ocasiones tenemos la impresión de que Freud, en este punto confunde separación y pérdida, ya que la primera da origen a la angustia mientras que la segunda en la que promueve un trabajo de duelo. De cualquier manera, pensamos que este trabajo de 1926 establece un nuevo paradigma en la obra de Freud que resulta la continuación lógica de sus indagaciones sobre el complejo de Edipo –es decir, la importancia de las relaciones con los objetos significativos en la ontogenia de la constitución del sujeto humano.
A pesar de que Freud aclara que la demanda de la percepción de la madre es consecutiva al aprendizaje vivencial de que ésta figura es la que suele satisfacer sus necesidades y hacer que le displacer cese, no deja de ser cierto que se trata de experiencias que son el origen de la comunicación humana. Paralelamente, la creciente acumulación de las huellas mnémicas de necesidad y satisfacción y las diversas representaciones de displacer y placer como memorias estructurantes de objetos parciales buenos y malos, serán los elementos fundantes del aparato psíquico del bebé. El displacer y la satisfacción como experiencias almacenadas son el primer rudimento de historización; al mismo tiempo, los elementos primigenios para que el infante humano comience a tener una participación creciente en su devenir –vía su comunicación con la madre.
Ese mismo año, en un escrito realizado para la Enciclopedia Británica, Freud admite que dentro del psicoanálisis «la teoría de los instintos es un tema poco conocido» 127, ya que las pulsiones son fuerzas de origen orgánico y «se caracterizan por poseer una inmensa capacidad de persistencia (somática) y unas reserva de poderío (compulsión a la repetición)» 128. Llama grandemente la atención que en este trabajo Freud divide a las pulsiones en dos clases: «los denominados instintos del yo [«pulsiones yoicas»], cuyo fin es la autoconservación, y los instintos objétales [«las pulsiones de objeto»], que conciernen a la relación con los objetos exteriores» 129. Aquí podemos ver, más que nunca, el cambio operado en la conceptualización de las pulsiones de vida: su meta es el vínculo con el objeto. Es posible que Freud estuviese haciendo una referencia a la distinción establecida desde 1914 entre libido narcisista y libido objetal, sin embargo, por alguna razón no utilizó dichos términos tan probados y usuales en psicoanálisis.
En forma semejante, en las Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis (1933), establece que las pulsiones ingresan al Ello, donde encuentran su expresión psíquica, a partir de su extremo inferior abierto a lo somático. Ahora comienza a hablar de «impulsos optativos [«mociones de deseo»], que jamás han rebasado el Ello (…) son virtualmente inmortales y se comportan, al cabo de decenios enteros, como si acabaran de nacer» 130. Ahora la pulsión hace su aparición a través de la representación a la que inviste –es decir, del deseo.
Quisiéramos terminar esta somera exposición de las avenidas transitadas por Freud en sus indagaciones sobre las pulsiones con lo que dejó escrito en la conferencia dedicada al tema de la angustia y la vida instintiva. En esta Conferencia 32ª, Freud admite lo incompleto de nuestros conocimientos y termina asumiendo que «la teoría de los instintos es, por decirlo así, nuestra mitología. Los instintos son seres míticos, magnos en su indeterminación. No podemos prescindir de ellos ni un solo momento en nuestra labor, y con ello ni un solo instante estamos seguros de verlos claramente» 131. Parte de las cuestiones que deja sin resolver dicha doctrina, tiene que ver con la característica conservadora de las pulsiones y el problema de la compulsión a la repetición. En este sentido, Freud asume: «También la interrogación de si el carácter conservador no será propio de todos los instintos [«las pulsiones»], sin excepción alguna, y si quizá también los instintos eróticos [«las pulsiones eróticas»] quieren restablecer un estado anterior cuando tienden a la síntesis de lo animado en unidades mayores; también esta pregunta tenemos que dejarla incontestada» 132.
De hecho, en esa suerte de testamento de 1938 denominado Compendio del psicoanálisis (por lo que nos permitiremos citarlo ampliamente), Freud nos sitúa en el punto al que sus indagaciones le permitieron llegar cuando afirma que, finalmente y luego de muchas dudas, «nos hemos decidido a aceptar dos instintos básicos: el Eros y el instinto de destrucción. (La antítesis entre los instintos de autoconservación y de conservación de la especie, así como aquella otra entre el amor yóico y el amor objetal, caen todavía dentro de los límites del Eros) El primero de dichos instintos básicos persigue el fin de establecer y conservar unidades cada vez mayores, es decir, a la unión; el instinto de destrucción, por el contrario, busca la disolución de las conexiones, destruyendo así las cosas. En lo que a éste se refiere, podemos aceptar que su fin último es el de reducir lo viviente al estado inorgánico, de modo que también lo denominamos instinto de muerte. Si admitimos que la sustancia viva apareció después que la inanimada, originándose de ésta, el instinto de muerte se ajusta a la fórmula mencionada, según la cual todo instinto perseguiría el retorno a un estado anterior. No podemos, en cambio, aplicarla al Eros (o instinto de amor), pues ello significaría presuponer que la sustancia viva fue alguna vez una unidad, destruida más tarde, que tendería ahora a su nueva unión». 133
Sirva esta larga cita para enfatizar la necesidad de entender, en primer término, que la pulsión de vida es un concepto nuevo que se aparta radicalmente del viejo postulado de las pulsiones sexuales –siendo estas últimas sólo una de las formas de expresión de la primera. En segundo lugar, que la tendencia regresiva hacia lo inorgánico es válida sólo en el caso de la pulsión de muerte, pero no opera en el caso del Eros universal –pulsión de vida o pulsión de amor- que tiende hacia la unión y a la formación de estructuras cada vez más complejas. En tercer lugar, que es la existencia de ambas pulsiones, sus combinaciones y luchas, sus antagonismos y conflictos, lo que hace posible entender «toda la abigarrada variedad de los fenómenos vitales». 134 Finalmente, que la última doctrina de las pulsiones freudiana está formulada de manera tal, tan abarcativa, que amplia de manera formidable su campo explicativo, pues contempla el interjuego de dos fuerzas actuando sobre los organismos vivos, pero también sobre la materia inorgánica y sobre todos los eventos del universo –tal como Freud asumió al referirse en más de una ocasión al parecido existente entre su última formulación sobre las pulsiones y las ideas del filósofo de Agrigento. Freud, como antes el presocrático Empédocles, habla de concordia y discordia, de vida y muerte, de amor y destrucción. Sólo contemplando el interjuego dinámico entre estas dos fuerzas y la tensión que de ellas deriva, es como ellos explican la posibilidad de entender tanto al universo y su larga evolución, como al hombre y su corta historia.
Notas
2 Laplanche, J. y Pontalis, J.-B. (1968): Diccionario de psicoanálisis, trad. de Fernando Cervantes G., Ed. Labor, Barcelona, 1971, p. 337
3 Freud, S (1894a1): Carta 18 (21-V-94) (Los orígenes del psicoanálisis, 1887-1902 [1950]. Cartas a Wilhelm Fliess. Manuscritos y notas de los años 1887 a 1902, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, 1973, III, pp. 3489-3490
4 Op.cit., p. 3490
5 Op.cit., p. 3491
6 Freud, S. (1894b1): Manuscrito D (Los orígenes del psicoanálisis, 1887-1902 [1950]. Cartas a Wilhelm Fliess. Manuscritos y notas de los años 1887 a 1902, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, 1973, III, pp. 3492-3493
7 Freud, S. (1894c1): Manuscrito E (Los orígenes del psicoanálisis, 1887-1902 [1950]. Cartas a Wilhelm Fliess. Manuscritos y notas de los años 1887 a 1902, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, 1973, III, p. 3495
8 Ibídem
9 Freud, S. (1895a1): Manuscrito G. Melancolía (Los orígenes del psicoanálisis, 1887-1902 [1950]. Cartas a Wilhelm Fliess. Manuscritos y notas de los años 1887 a 1902, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, 1973, Vol. III, p. 3504
10 Freud, S. (1895a2): Manuscrito G. Melancolía (Fragmentos de la correspondencia con Fliess [1892-1899]), en: Obras completas, trad. de José Luis Etcheverry, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1982, Vol. I, p. 240
11 Freud, S. (1895a3): Manuscrito G. Melancolía, en: Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904), trad. De José Luis Etcheverry, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1994, p. 98
12 Freud, S. (1895a4): Draft G. Melancholia (Extracts From the Fliess Papers, 1950 [1892-1899], in: The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud, The Hogarth Press, London, Vol. I, p. 200
13 Freud, S. (1895a5): Draft G. Melancholia, in: The Complete Letters of Sigmund Freud to Wilhelm Fliess (1887-1904), trans. And ed. By Jeffrey Moussaieff Masson, Harvard Univ. Press, Cambridge, 1985, p. 99
14 Freud, S. (1895a1): Ibídem
15 Op.cit., p. 3507
16 Freud, S.: (1895a2): Op.cit., p. 244
17 Freud, S. (1895a3): Op.cit., p. 103
18 Ibídem
19 Freud, S. (1895a1): Op.cit., p. 3507
20 Ibídem
21 Op.cit., p. 3508
22 Freud, S. (1895b1): Proyecto de una psicología para neurólogos, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, 1973, Vol. I, p. 213
23 Op.cit., p. 229
24 Op.cit., p. 232
25 Freud, S. (1895b3): Project for a Scientific Psychology, in: The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud, The Hogarth Press, London, Vol. I, p. 321n 2
26 Freud, S. (1900): La interpretación de los sueños, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3º ed., Madrid, Vol. I, p. 587
27 Freud, S. (1905): Tres ensayos de teoría sexual, en: Obras completas, trad. de José L. Etcheverry, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. VII, pp. 109-224
28 Freud, S. (1905): Tres ensayos para una teoría sexual, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3º ed., Madrid, Vol. II, p. 1191
29 Ibídem
30 Green, A. (1973): La concepción psicoanalítica del afecto, trad. de Diana Litovsky de Eiguer y Alberto Eiguer, Siglo veintiuno ed., México, 1975, p. 179
31 Freud, S. (1905): Tres ensayos para una teoría sexual, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3º ed., Madrid, Vol. II, p. 1191
32 Ib.
33 Op.cit., p. 1192
34 Op.cit., p. 1172
35 Op.cit., p. 1180
36 Op.cit., p. 1186
37 Op.cit., p. 1188
38 Laplanche, J. (1986): La pulsión de muerte en la teoría de la pulsión sexual, en Green, A. et al.: La pulsión de muerte, trad. de Silvia Bleichmar, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1989, pp.15-34
39 Freud, S. (1905): Tres ensayos para una teoría sexual, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3º ed., Madrid, Vol. II, p. 1189
40 Op.cit., p. 1200
41 Ibídem
42 Op.cit., p. 1206
43 Op.cit., p. 1211
44 Op.cit., p. 1214
45 Freud, S. (1910): Concepto psicoanalítico de las perturbaciones psicógenas de la visión, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3º ed., Madrid, Vol. II, p. 1633
46 Freud, S. (1911): Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente, en: Obras completas, trad. de José L. Etcheverry, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. XII, p. 68
47 Freud, S. (1911): Observaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia («Dementia paranoides») autobiográficamente descrito, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3º ed., Madrid, Vol. II, p. 1524
48 Freud, S. (1914): Introducción al narcisismo, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva 3º ed., Madrid, Vol. II, p. 2019
49 Freud, S. (1914): Introducción del narcisismo, en Obras completas, trad. de José L. Etcheverry, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. XIV, p. 74
50 Freud, S. (1914): Op.cit., p. 2020 y 76, respectivamente.
51 Freud, S. (1914): Op.cit., p. 2025 y 84, respectivamente.
52 Descartes, R. (1637): Discurso del método, trad. de Eduardo Bello R., Ed. Altaya, Barcelona, 1993
53 Freud, S. (1915): Los instintos y sus destinos, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3º ed., Madrid, Vol. II, p. 2041
54 Freud, S. (1915): Pulsiones y destinos de pulsión, en: Obras completas, trad. de José L. Etcheverry, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. XIV, p. 117
55 Freud, S. (1920a): Más allá del principio de placer, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2509
56 Op.cit., pp. 2525-2526
57 Op.cit., p. 2526
58 Ibídem.
59 Op.cit., p. 2534
60 Ibídem.
61 Op.cit., p. 2535
62 Op.cit., pp. 2539-2540
63 Freud, S. (1920b): Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2548
64 Berenstein, I. (1991): Reconsideración del concepto de vínculo, Psicoanálisis (ApdeBA), XIII (2): 219-235
65 Freud, S. (1921a): Psicología de las masas y análisis del Yo, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2577
66 Op.cit., p. 2579
67 Freud, S. (1921b): Psicología de las masas y análisis del yo, en: Obras completas, trad. de José L. Etcheverry, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. XVIII, p. 90
68 Freud, S. (1921a): Op.cit., p. 2565
69 Op.cit., p. 2564
70 En este punto no deja de ser importante recordar aquel pie de página, tan autobiográfico en su esencia, en el que Freud postula que la ambivalencia de los vínculos humanos tiene como «única excepción … las relaciones de la madre con su hijo, las cuales se muestran basadas en el narcisismo, no son perturbadas por una ulterior rivalidad y quedan robustecidas por una derivación a la elección sexual de objeto» (Op.cit., p. 2583).
71 Freud, S. (1921b): Op.cit., p. 68
72 Freud, S. (1921a): Op.cit., p. 2564
73 Op.cit., p. 2584
74 Op.cit., p. 2577
75 Ibídem
76 Ibid.
77 Freud, S. (1921b): Op.cit., p. 87
78 Freud, S. (1921a): Op.cit., p. 2583
79 Op.cit., pp. 2583-4
80 Op.cit., p. 2589
81 Freud, S. (1923a1): Psicoanálisis y teoría de la libido (Dos artículos de enciclopedia), en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2674
82 Op.cit., p. 2668
83 Freud, S. (1923a2): Dos artículos de enciclopedia: «Psicoanálisis» y «Teoría de la libido», en: Obras completas, trad. de José Luis Etcheverry, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. XVIII, p. 250
84 Freud, S. (1923a1): Op.cit., p. 2675
85 Op.cit., p. 2676
86 Ibídem.
87 Ibid.
88 Ibid.
89 Freud, S. (1923a2): Op.cit., p. 253
90 Argumentos que volverá a esgrimir, casi literalmente en El Yo y el Ello (1923b1), cuando, de nueva cuenta, con cada una de las pulsiones relaciona los procesos fisiológicos del anabolismo y catabolismo.
91 Freud, S. (1923a1): Op.cit., p. 2676
92 Ibídem.
93 Ibid.
94 Incluso el mismo Freud en Más allá del principio de placer de 1920, al hablar de las pulsiones sexuales y su carácter conservador (por lo que sólo conservan la vida por lapsos más largos), agregó en 1923 una nota a pie de página para puntualizar: «¡Y aún más, es a ellos solos a los que podemos atribuir un impulso interno hacia el ‘progreso’ y hacia un desarrollo más elevado!» (p. 2527). Es claro que Freud, hijo de su tiempo, fluctúa entre ciertos conceptos que tienen que ver con el espíritu de la modernidad y su fe en el progreso, el dominio de la naturaleza y la ciencia; y, al mismo tiempo, pertenece (aún sin advertirlo) al grupo de pensadores que ponen las bases para el llamado pensamiento postmoderno.
95 Freud, S. (1920a): Más allá del principio del placer, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, pp. 2527-2528
96 Op.cit., p. 2528
97 Freud, S. 1920b): Más allá del principio de placer, en: Obras completas, trad. de José Luis Etcheverri, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. XVIII, p. 41
98 Para una discusión sobre estos aspectos, ver Cereijido, M. (1978): Orden, equilibrio y desequilibrio. Una introducción a la biología, Ed. Nueva Imagen, México; así como la actualización que publicó, con el mismo título, la Universidad de Zacatecas en 1995.
99 Freud, S. (1920a): Op.cit., p. 2528
100 Freud, S. (1920b): Op.cit., p. 42
101 Freud, S. (1920a): Op.cit., p. 2529
102 Ibídem.
103 Ibid.
104 Op.cit., p. 2530
105 Ibídem.
106 Op.cit., p. 2533
107 Ibídem.
108 Op.cit., p. 2534
109 Op.cit., p. 2535
110 Freud, S. (1920b): Op.cit., p. 51
111 Cereijido, M. y Blanck-Cereijido, F. (1997): La muerte y sus ventajas, Fondo de Cultura Económica, México
112 Freud, S. (1920a): Op.cit., pp. 2539-2540
113 Op.cit., p. 2540
114 Freud, S. (1921b): Psicología de las masas y análisis del yo, en: Obras completas, trad. de José Luis Etcheverri, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. XVIII, p. 97
115 Freud, S. (1921a): Psicología de las masas y análisis del yo, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2584
116 Ibídem.
117 Freud, S. (1923b1): El yo y el ello, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2717
118 Ibídem.
119 Incluso en El Yo y el Ello (1923b1), Freud se refiere al proceso del pensamiento como el producto de una sublimación derivada de la fuerza de la pulsión erótica.
120 Freud, S. (1925b): La negación, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, pp. 2884-2886
121 Ibid.
122 Op.cit., p. 2719
123 Ibídem.
124 Freud, S. (1923b2): El Yo y el Ello, en: Obras completas, trad. de José Luis Etcheverri, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, Vol. XIX, p. 46
125 Freud, S. (1925a): Las resistencias contra el psicoanálisis, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2801
126 Freud, S. (1926a): Inhibición, síntoma y angustia, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2854
127 Freud, S. (1926b): Psicoanálisis: escuela freudiana, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 2905
128 Ibídem.
129 Op.cit., p. 2906
130 Freud, S. (1933): Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 3142
131 Op.cit., p. 3154
132 Op.cit., p. 3162
133 Freud, S. (1938): Compendio del psicoanálisis, en: Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros, Biblioteca Nueva, 3ª ed., Madrid, Vol. III, p. 3382
134 Ibídem.