La invención de la memoria

La invención de la memoria  Beatríz Aguad 1.- Punto de partida: Una clínica psicoanalítica Ocurrió que recibí varios llamados que reclamaban «que se hablara de psicosis». Debo confesar que esta insistencia me sorprendió ya que aún queda por ver si algo desplegado en la experiencia analítica puede nombrarse con categorías nosográficas. Y si así se…


La invención de la memoria

 Beatríz Aguad

1.- Punto de partida: Una clínica psicoanalítica

Ocurrió que recibí varios llamados que reclamaban «que se hablara de psicosis». Debo confesar que esta insistencia me sorprendió ya que aún queda por ver si algo desplegado en la experiencia analítica puede nombrarse con categorías nosográficas. Y si así se hiciera, si se usara el nombre de psicosis en un momento de la cura, ¿se nombraría lo mismo que aquello que señala un cuadro patológico, en cuya definición para nada juega la transferencia?

En el mes de noviembre del año pasado escuché a Edmond Sanquer, invitado especial a este Seminario,  preguntarse lisa y llanamente:»…¿pero, qué es la psicosis?», [2] para luego anunciar que trataría de desplegar a propósito de un caso el modo en que él procedía. Sanquer no se ahorró el relato de sus penurias ante el hecho insólito al que el paciente lo subordinaba: la exposición de sus curiosas esculturas. [3] El comenta que en ese momento de la cura, sintiéndose desconcertado a pesar de su experiencia de muchos años, decidió hacer un control a fin de encontrar una significación para ese acto del paciente. Consulta entonces a Lacan quien se limitó a expresar un vivo interés por las esculturas: deseaba verlas. Sanquer llega entonces a la conclusión de que no era cuestión de mostrar lo que fuera sin traicionar al paciente. [4] Reubicándose en su lugar dejó de esperar la significación que Lacan supuestamente tendría. Este relato -que podría formar parte de las 213 ocurrencias con Lacan o su versión posterior «Hola…¿Lacan? Claro que no! [5] muestra que Sanquer, como resultado de esa consulta, se abocó a la transferencia en la que estaba comprometido: es al paciente a quien le pide las palabras que hacían falta.

Un punto de partida entonces, para un abordaje clínico de la locura, es tener en cuenta lo que Moria decía de sí, según Erasmo lo cuenta en «Elogio de la Locura.» «…No conozco a nadie, dice Moria, que me conozca mejor que yo».

No hay en este sentido más concepto de locura que aquél que tiene el llamado «enfermo» respecto de lo que padece. Si alguien lo declara loco pondría en juego un concepto de locura diferente al que lo habita. [6] Este otro concepto de locura extravía, saca la cuestión de donde debe estar, ya que no podría sostenerse sino a costa de la devaluación de la palabra de aquél que nos habla eliminándose completamente lo que esta palabra conlleva como testimonio: se la trata como si no tuviera alcance alguno.

Recientemente tuve acceso a una carta, escrita en México en 1940 por Jorge Cuesta al psiquiatra Gonzalo R. Lafora. De ella cito solo unas líneas. [7]

«Me expresó usted que seguramente padecía yo de una inclinación homosexual reprimida, y que esta inclinación y su represión consiguiente eran causa de una manía u obsesión mental, que ud. pretendió poner de manifiesto con sus preguntas, desde el principio del reconocimiento. Yo reconozco el derecho de un médico , si se trata de un médico eminente como ud., con una larga experiencia, de diagnosticar a priori, por una pura intuición. Así pues, he considerado con seriedad este diagnóstico hipotético con que guió ud. el interrogatorio que se sirvió hacerme y sin objetar yo, también a priori, una opinión que ni ud. ni yo todavía tenemos la buena o la mala suerte de comprobar, me parece que por lo nuevo y sorprendente que resultó la enfermedad que ud. puso a la luz, quedaron completamente en la sombra los hechos relacionados con la enfermedad de que yo estaba conciente.

Es sabido que Cuesta interrumpió la entrevista y que ya en su casa escribió esta carta que es muy extensa. Pocos días después fue internado en el Manicomio de la Castañeda en donde se le indujeron comas insulínicos. Padeció desde entonces varios internamientos, hasta que termina sus días suicidándose, en el sanatorio donde se hallaba recluído, el 11 de Agosto de 1942.

¿A qué obedece este mal reparto de las cartas? Se pregunta Jean Allouch en su texto Perturbación en Pernepsi [8]. Infiere, desde un cierto número de trabajos actuales, que el tratamiento de la locura desde Pinel fue colocado bajo la bandera de una escuela filosófica de la Antigüedad: la estoica. En esta perspectiva estoica se genera la noción de proceso. [9] Esta noción deriva de la idea que los estoicos se hacían sobre la relación del sujeto con la pasión que había enfermado su alma (el pathos griego). La pasión sería como una piedra que el sujeto-amo sostiene en su mano un instante; bastando con que la arroje para que ella siga su trayecto sin que de allí en adelante el sujeto pueda hacer absolutamente nada. Toda idea de «domar»o «someter» un impulso, una pasión o la pulsión, puede ser referida a este origen estoico del discurso del amo.

La psiquiatría moderna opacó más este panorama enmarcado por la idea de dominio consustancial al amo. Quitó del medio la noción histórica de acto del sujeto interpretando la aparición de la locura como un proceso que «traduce» un proceso orgánico. [10]

¿No es pertinente entonces acoger la crítica a la concepción estoica de la relación del sujeto con la locura?

Nos debemos dar como principio el descartar todo abordaje de la enfermedad mental que la considere un proceso. Es la conclusión de Lacan en su tesis que termina de escribir en 1932: De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad [11] . Curiosamente, como joven psiquiatra, había partido de la idea de que la psicosis correspondía a un proceso pero desembocó en una conclusión absolutamente contraria que le vale la ruptura teórica y personal con su maestro Clérambault. Justamente el caso le permite rebatir la hipótesis endogénica, orgánica, de proceso como causa de enfermedad. Este momento de inclinación, del que era entonces un joven psiquiatra, sobre las formulaciones de Freud en «Duelo y Melancolía» lo llevan a aislar el episodio traumático como clave de la paranoia de autocastigo que padecía su Aimée, su amada. A partir de allí su recorrido fue sacar del juego analítico, expulsar de allí, al sujeto-amo estoico es decir a la suposición de una idea de control de las pasiones que conlleva la consideración del estado llamado patológico como la pérdida del dominio.

La erradicación del estoicismo de la clínica se confirmó años después cuando identificó el discurso del amo como el revés del psicoanálisis. Muchos años antes había comprobado que en el Imaginario el dominio nunca se instala sino como desconocimiento de la alteridad constitutiva de la imagen de sí. Luego estableció que en el Simbólico el significante nunca llega a representar al sujeto sino al precio del desvanecimiento del sujeto frente a otro significante. Finalmente al aislar la imposibilidad en el Real, la idea misma de algún dominio se mostró propiamente descabellada.

Lo que supongo que compartimos aquí, ya que esta invitación me fue hecha por el Seminario de Clínica Psicoanalítica de la Psicosis, es el punto de partida transferencial con respecto a ella. Quiero explicitarlo. En este punto no me parece inadecuado recordar algunos aspectos de El elogio a la locura de Erasmo. Es una crítica a la concepción estoica de la relación del sujeto con la locura que, a mi parecer, nos introduce a lo que haría posible la experiencia psicoanalítica. Esta lectura está guiada por lo que Jean Allouch encuentra allí, lo que le permite hacer estallar las categorías nosográficas de neurosis, perversión y psicosis.

Sabemos que Erasmo cabalgaba de regreso de Italia donde supuestamente fué a nutrirse con aquellos que como él hacían el Renacimiento. Recuerda a su amigo Thomas More y luego sus ideas se deslizan hacia Moria. Definida como estulticia, necedad, locura, es objeto del elogio que comienza a escribir. Moria dice todo lo que se le viene a la boca como pasa con quien escribe sobre ella.

Este método explícitamente no estoico acuerda con la regla fundamental de la experiencia psicoanalítica. Es una levedad que se opone a la pesadez del escritor estoico, al que Erasmo llama morósofo, sabio-loco. Aquí se ven los riesgos de encarnar esa figura del morósofo que cuida tanto lo que va a decir, consultando por anticipado, suprimiendo o corrigiendo. Las penurias del morósofo no serán solo las que derivan de su escritura, a la que quiere cuidada en extremo. Más grave aún es lo que sobreviene en él a causa de estas exigencias: perderá el sueño, envejecerá pronto, llegará a tener oftalmias, tendrá una vida sin placer consagrada a recoger la aprobación de algún otro- todo lo cual es una advertencia que deberíamos recordar-. El morósofo, en pocas palabras, es el que se quiere no-loco.

Me parece pertinente la evocación a este respecto que hace Jean Allouch de una gran figura de la psiquiatría. Cuenta de von Gudden, maestro de Kraepelin, que estaba advertido de lo inconveniente que es la posición del morósofo. Llevaba esto hasta el extremo de rehusar hacer el menor diagnóstico, salvo el de parálisis general. Dejaba eso, decía, a los espíritus sublimes entre los cuales obviamente no se contaba. Pero un día decidió hacer una excepción a la regla. Claro que no estaba fácil rehusarse porque el paciente en cuestión era Luis II de Baviera. Y yendo a informar a tan distinguido enfermo el diagnóstico de paranoia lo que implicaba su destitución como rey dijo a su mujer: «Volveré…muerto o vivo». [12] Volvió, definitivamente volvió, pero con los pies para adelante.

1.-De este relato podemos extraer la primera afirmación: No hay no-loco.

El ejemplo de von Gudden enseña que para acabar con la posición del morósofo es necesario excluir cualquier término que sirva de referencia para encarnar una figura de no-loco. Sea éste: el libre, el sensato, el normal, el sabio, el razonable.

2.-Cuando Moria dice de sí:»No conozco a nadie que me conozca mejor que yo» establece la condición de reconocimiento del loco como ser hablante. Paso dado por Freud.

Pero no es solo la condición de ser hablante la que aquí se puede despejar sino que en esta afirmación: nadie me conoce mejor que yo se establece, en el mismo lugar donde radica la locura, el saber sobre ella . Esta es la condición de posibilidad de la transferencia psicótica que es ante todo una transferencia al psicótico.

De estos dos puntos Allouch deduce la ejemplaridad de la folie à deux a la que designa como vía regia para el abordaje de las psicosis. Dice:»…si no hay no-loco y si la locura se conoce ella misma mejor de lo que nadie la conoce, se sigue que quien la interroga no lo puede hacer sino no instaurándose a priori como no-loco; no lo puede hacer, por tanto, sino al prestarse a esa posibilidad que algunos califican de folie à deux.» Allouch termina diciendo: «A fuerza de frecuentarlos, dice el vulgo, uno se vuelve como ellos.» [13]

 Uds. pueden pensar que el asunto ya está arreglado: hay una especificidad de la transferencia en el caso de la psicosis… ¡¡no hay nada más que hablar!!… Pero ¿qué pensarían uds si todo aquél que demanda un análisis a un psicoanalista es llamado psicótico? Pues bien esa es una afirmación de Lacan en Deauville en 1978. Habida cuenta de que todo el mundo tiene síntomas neuróticos Lacan diferencia ese día a los que tienen síntomas y demandan un análisis del común de los neuróticos. Nos encontramos entonces con una definición psicoanalítica del psicótico : es llamado psicótico de síntoma neurótico aquel que viene a demandarnos un análisis. [14]

¿Y los otros, los que tienen síntomas y no demandan análisis? Esos son los que tienen la cordura o la sabiduría de no demandar a un psicoanalista que se ocupe de ellos. [15] Entendamos aquí la cordura como esa afectación que tiene el sabio morósofo [16] descrito por Erasmo. Su congelamiento en la sabiduría haría su discurso incompatible con el discurso analítico: éstos son los psicóticos de síntoma psicótico.

Para Lacan, ocuparse de«esa cosa absolutamente loca que se llama el inconsciente» [17] – transliterando [18] el nombre alemán Unbewust (inconciente) al francés Lacan obtiene l’une bévu que es un error o metida de pata – produce el lugar de la clínica analítica como siendo aquél en el que cada caso exige ser abordado como si nada de un saber hubiera sido depositado por el análisis de los casos anteriores. [19]

Dicho de otro modo, atender a esta condición de l’une bévue es quitar del campo toda idea esencialista u óntica de la nosografía, cosa impensable en psiquiatría. Pero también es quitar toda idea óntica del inconciente, concebido muchas veces como el estrato subyacente de una verdad inmutable.

Dando un paso más -de 1976 a 1978- Lacan traducirá el Unbewusst como sujeto supuesto saber tratándose entonces de aquello a partir de lo cual se instaura una transferencia, o , de aquello a partir de lo cual un sujeto psicótico de síntoma neurótico o – a veces- psicótico se dirige a un psicoanalista para liberarse de él (sic). [20]

El hecho de que use la misma denominación que usó para la transferencia para designar esta vez al inconciente señala que el psicótico se deja localizar en el mismo punto de instauración de la transferencia. [21] Es psicótica esta instauración de la transferencia con ese Significante que no cesa de no representar al sujeto ante el significante cualquiera. [22]  

Es el momento de volver sobre lo que dije al principio de esta charla cuando pregunté acerca de la relación del síntoma y de la entidad clínica con la transferencia. Cuando dije: … aún queda por ver si algo desplegado en la experiencia analítica puede nombrarse con categorías nosográficas. Y si así se hiciera, si se usara el nombre de psicosis ¿se nombraría lo mismo que aquello que señala un cuadro patológico en cuya definición para nada juega la transferencia?

2. Testimonio de un duelo. Paul Auster ante la muerte de su padre: «Retrato de un hombre invisible.» [23]

El ensayo literario de Paul Auster es un intento por construir lo que habría sido su padre. No es que no lo halla conocido. Como es el caso de Paul Jan [24] que padece el duelo por alguien respecto del cual no tiene idea ni signo: su padre es un desaparecido desde antes de su nacimiento. El padre de Paul Auster es en cambio el «Hombre invisible», lo que lo aproxima más a un borrado de la escena familiar. Para estar borrado supuestamente en algún momento no lo estuvo.

Dos son los rasgos que quiero destacar:

1)El primero de ellos se refiere a la experiencia del duelo en tanto ésta nos mete de lleno en la locura impidiéndonos concebirnos como no-loco. Es así que Jean Allouch nombra parapsicótico a este estado que padecemos cuando un ser que nos es esencial ha muerto. El carácter de desaparecido que obtiene aquél que ha muerto, confiriéndole una existencia fantasmagórica y persecutoria que llena el vacío de su ausencia durante un cierto tiempo, dá lugar a esta designación. Este momento parapsicótico [25] indica el «cuasi» (cuasi psicótico). También nombra con el «para» un lugar cercano a la psicosis. El duelo estaría al lado de esa experiencia, en cercanía con ella.

El duelo como parapsicosis está fundado en la operación inversa a la Verwerfung que actúa en la alucinación o el delirio. En esta última lo que ha sido rechazado del simbólico aparece en el real. En el duelo, en cambio, es un agujero en el Real el que apela a la totalidad del significante y a las imágenes con las que se levantan desde allí esos fantasmas.

El hecho de que la muerte de alguien que nos ha puesto de duelo haga un agujero en el real no necesita probarse. Es un hecho demostrado y del que todos podemos testimoniar. Entonces los fenómenos de duelo no son un retorno en el real de lo que fue forcluído en el simbólico- sino una apelación al Simbólico y al Imaginario provocada por la apertura de un agujero en el Real. [26]

2.- Pero ¿qué pasa cuando se juega la desaparición sin que halla una sanción del real que indique su muerte?

Si hay duelo, quien está de duelo pasará de la experiencia de desaparición de un ser querido ocasionada por su muerte – y del desfallecimiento de la realidad que trae aparejada esa desaparición- al reconocimiento de su inexistencia. Esta no puede ser admitida más que al final del duelo cuando se trata con el aniquilamiento [27] y no solamente con la muerte de quien ha fallecido.

Pero en el caso de un desaparecido ¿cómo realizar ese aniquilamiento, esa segunda muerte, sino hay constatación de la muerte? ¿ sino está su cuerpo?

Esto sería lo acontecido en Paul Jan. Toda su vida parece ser un duelo sin que halla podido salir de él, muriendo incluso en el intento por obtener un signo (de la vida o de la muerte) de su padre.

Lo que habrá sido un padre

«Quizás, en nuestra modernidad no hay más que hijos que mueren». [28] Así comienza el comentario de Jean Allouch sobre Auster en un pié de página de su libro. Lo que pone en cuestión si aquél al que Auster llamó «papá» pudo alguna vez ser padre. El duelo de Auster se va a conjugar con esta pregunta.

Desde el principio del relato su propio hijo está presente, y también él como hijo: «Recibí la noticia de la muerte de mi padre hace tres semanas. Fue un domingo por la mañana mientras yo le preparaba el desayuno a Daniel, mi hijito.»

«Incluso antes de hacer las maletas para emprender las tres horas de viaje a Nueva Jersey supe que tendría que escribir sobre mi padre. Pensé: mi padre ya no está y si no hago algo de prisa su vida entera se desvanecerá con él.» [29]

Auster no siente dolor, no derrama ni una lágrima, ni queda atontado…»parecía asombrosamente preparado para aceptar esa muerte. Lo que me preocupaba era otra cosa: algo que no tenía que ver con la muerte ni con mi reacción ante ella: la certeza de que mi padre se había marchado sin dejar ningún rastro.» [30]

«Había estado ausente incluso antes de su muerte…Ahora que se había ido no sería difícil hacerse a la idea de que su ausencia sería definitiva» [31]

¿A qué se refiere Auster como siendo esta ausencia? La describe así: «Incapaz de cualquier sentimiento de pasión, fuera por una cosa, una idea o una persona, no había podido o no había querido mostrarse a sí mismo bajo ninguna circunstancia y se las había ingeniado para mantenerse a cierta distancia de la vida, para evitar sumergirse en el torbellino de las cosas. Comía, iba a trabajar, tenía amigos, jugaba al tenis; pero a pesar de todo no estaba allí.[32] … Era un hombre invisible, en el sentido más inexorable de la palabra. Invisible para los demás y muy probablemente para sí mismo. Si cuando estaba vivo no hice otra cosa que buscarlo, intentar encontrar al padre que no estaba, ahora que está muerto siento que debo seguir con esa búsqueda.» [33]

Auster plantea tanto la ausencia en vida de ese hombre al que le decía padre como su desaparición por la muerte. Para poder hacer algo con su desaparición tiene que constituirlo primero como padre y como hombre. Hacer de él un existente. Dicho de otro modo, no va de sí que el objeto esté constituido por el simple hecho de que halla sido, declarándolo luego al llegar su muerte objeto perdido. A este respecto es pertinente recordar lo que le observa Melanie Klein a Freud en relación a Duelo y Melancolía: «La pérdida del objeto no puede ser experimentada como una pérdida total antes de que éste sea amado como un objeto total» [34] . Lacan dirá algo semejante. Cito: «La cuestión de la identificación (en el duelo) debe aclararse con categorías que son las que aquí …promuevo, a saber, las del simbólico, el imaginario y el real.¿Qué es esta incorporación del objeto perdido?…para que sea introyectado, hay tal vez una condición previa, a saber, que se haya constituido en cuanto objeto». [35]  

Pero ¿con qué recursos cuenta Auster para constituirlo? Evidentemente no cuenta con la memoria. Lo que sabía de su padre era insuficiente e inocuo, al punto que tiene el sentimiento de que ha partido sin dejar rastro.

Es curioso que Auster comience esta construcción con el espacio. Es un buen punto de partida porque todo ser con vida ocupa un espacio, ¿pero cómo lo hacía el Sr. Auster?: «No parecía un hombre que ocupaba un espacio, sino más bien un bloque impenetrable de espacio en forma de hombre. [36] …Durante quince años vivió como un fantasma, absolutamente solo, en una casa enorme, la misma casa donde murió. Para acentuar aún más la ajenidad con respecto al que era su lugar cuenta que su padre, acostumbrado hacer una siesta cuando regresaba de trabajar, un día – una semana después de haberse mudado a la nueva casa- entró a la casa anterior por la puerta trasera , subió a la recámara y se acostó a dormir. Durmió durante una hora. Parece que la nueva dueña de casa lo sorprendió en ese trance.

Paul Auster va a revisar tramo por tramo la casa. Había sido vendida y había que ordenar todo antes de entregarla. Pero lo cierto es que Paul busca en cada rincón «los lugares secretos de la mente de un hombre» lo que lo hace sentir como un ladrón y, al mismo tiempo, le dá al padre muerto la posibilidad de regresar y reclamar semejante intrusión. [37] Es tan vívida la sensación de que el padre aún puede aparecer que se espanta cuando una amiguita de su hijo- que está descubriendo nada más y nada menos que aquello que justamente tiene atrapado a Auster: la sucesión de las generaciones, o sea, que los padres también tienen padres- jugando con el teléfono le dice: «Paul, es tu padre. Quiere hablar contigo.» Auster anota: «Fue horrible. Por un instante pensé que había un fantasma al otro extremo de la línea y que realmente quería hablar conmigo. -No- dije por fin de forma abrupta- no puede ser mi padre. Hoy no puede llamar porque está en otro sitio.» [38]

Nada es suficiente para llenar el agujero en el Real de la ausencia del padre. Lejos de eso parece que lo que encuentra es la confirmación de esa ausencia. Busca fotos, imágenes. Encuentra un álbum muy grande, encuadernado en piel fina con letras doradas grabadas en la cubierta que decía: «Los Auster. Esta es nuestra vida». Estaba completamente vacío.

Descubre unas fotografías en el armario. Este descubrimiento es importante porque «parecía reafirmar la presencia física de mi padre en el mundo, permitirme la idea ilusoria de que aún estaba allí.» Su padre comienza a existir por primera vez, anota. «El hecho de que muchas de estas fotografías eran totalmente desconocidas para mí, sobre todo las de su juventud, me daba la extraña sensación de que lo veía por primera vez y de que una parte de él comenzaba a existir ahora. Había perdido a mi padre; pero al mismo tiempo lo había encontrado.» [39]

Sin embargo, al pensar en su concepción teniendo la idea de un encuentro sexual desapasionado entre sus padres, su propia existencia se le aparece como casual. El drama de la ausencia del padre cuando su nacimiento se repite y confirma cuando el nacimiento de su hijito. «Hermoso bebé -dijo- que tengáis buena suerte con él.» [40] Lo que hace escribir a Paul: «Jamás fue capaz de encontrarse donde estaba en realidad; durante toda su vida estuvo en otro sitio, entre aquí y allí. Pero nunca verdaderamente aquí y nunca verdaderamente allí.» [41] Agrega más adelante: «…yo nací, me convertí en su hijo y crecí, como una sombra más que aparecía y desaparecía en el oscuro ámbito de su conciencia». [42]

La hermana de Paul, nacida cuando él tiene tres años y medio, está bañada por un tinte casi espectral en su relato. «Ella era un pequeño ángel…no una persona…Era una Ofelia en miniatura. Pasaba mucho tiempo sola.» [43] Cuando se fue a vivir con el padre, éste la dejaba sola y «ella vagaba por esa casa enorme como un fantasma.» [44] La enfermedad de su hermana fue lo único que logró conmover al padre. Paul subraya esto.

La forma de existencia del padre como sustraída en una cierta irrealidad, como lo ha sido la vida de su hermana, se encuentra plasmada en la foto que circuló para la publicidad de este evento. Está en la tapa del libro. Es una foto tomada en Atlantic City. Cuarenta años antes de que Paul Auster comience su escrito. Su padre está sentado y varias imágenes de él mismo se ubican alrededor de una mesa. Por la penumbra y la inmovilidad de las poses pareciera un grupo de hombres en una sesión de espiritismo: «…es como si él hubiera asistido sólo para invocarse a sí mismo, para traerse de vuelta del reino de los muertos; como si multiplicándose a sí mismo hubiera desaparecido de forma accidental…Es una fotografía de la muerte, el retrato de un hombre invisible.» [45]

Atormentado Auster concluye más adelante: «En lugar de enterrar a mi padre estas palabras lo han mantenido vivo, tal vez mucho más que antes. No solo lo veo como fue, sino como es, como será, y todos los días está aquí, invadiendo mis pensamientos, metiéndose en mí a hurtadillas y de improviso. Bajo tierra, en su ataúd, su cuerpo sigue intacto y sus uñas y su pelo continúan creciendo. Tengo la sensación de que para comprender algo debo penetrar en esa imagen de oscuridad, de que debo entrar en la absoluta oscuridad de la tierra.» [46]

Pienso que no se trata en este esfuerzo de escritura de Auster de un trabajo de duelo como lo concebía Freud. No puede tratarse de ello porque las huellas mnémicas no existen anticipadamente en él. Auster las va fabricando para quizás poder desprenderse de ellas luego. Auster insiste en esta fabricación y encuentra. Su libro tiene un epígrafe de Heráclito:

Si buscas la verdad, prepárate para lo

  inesperado, pues es difícil de encontrar

  y sorprendente cuando la encuentras

Auster encuentra una foto. La familia paterna está en Kenosha, Wisconsin. Su padre, quizás de un año, se encuentra sobre las rodillas de su abuela. Los otros cuatro niños, de pié, alrededor. La foto está rasgada y vuelta a pegar. La inspecciona una segunda vez y cae en cuenta de que es su abuelo el que ha sido recortado de la foto: vé unos dedos apoyados en el torso de uno de los tíos y el brazo de otro no está apoyado sobre el hombro de uno de sus hermanos sino sobre una silla que ya no está allí. «…la imagen parecía distorsionada porque una parte de ella había sido eliminada» escribe Auster al reconstruir la escena.

Sabía por su padre que su abuelo había muerto en 1919. Durante todo este tiempo eso había solo significado que su padre había tenido padre unos pocos años de su infancia. Tuvo tres versiones de la muerte de su abuelo: que había muerto en un accidente de caza, que se había caído de una escalera y que lo habían matado en la primera guerra mundial. Pensó que su padre, en realidad, no sabía cómo había muerto. Sus primos contaban que sus padres daban distintas explicaciones sobre el hecho. Nadie hablaba del abuelo y la familia se conducía como si nunca hubiera existido. No había visto fotos de él. [47]

La historia vino literalmente del cielo. Una prima, en un viaje en avión, se entera de lo sucedido platicando con un viejo oriundo de Kenosha que envía luego los periódicos de la época. [48] Fue el 23 de Enero de 1919 cuando ocurrió aquello. Auster demora en escribir, da vueltas. Finalmente lo cuenta: «Mi abuela mató a mi abuelo.» [49]«Los hechos en sí no me atormentan más de lo que cabría esperarse. Lo difícil es verlos impresos, desenterrarlos del ámbito de lo secreto, por así decirlo, y convertirlos en un suceso público. [50] Tiene veinte artículos frente a él y las fotocopias aunque borrosas son impactantes. «No creo que lo expliquen todo pero no hay duda de que explican muchas cosas.» Agrega a continuación una reflexión sobre su padre niño: «Es imposible que un niño sufra una experiencia así, sin que su vida de adulto resulte afectada.» [51]

Luego de esta conclusión el estilo de Auster cambia cuando comenta los diarios que han llegado a sus manos.

Los titulares dicen: «HARRY AUSTER ASESINADO. Su esposa detenida por la policía. LA ESPOSA DICE QUE FUE UN SUICIDIO.» Se hace una entrevista a su abuela después del crimen. Pero como la abuela casi no hablaba inglés queda la incógnita de cómo respondió a las preguntas. Es bien probable que el periodista haya inventado. El relato no es muy claro pero uno dice que los Auster se habían separado hacía tiempo, que reñían por cuestiones de dinero y que una mujer, involucrada con Auster, tuvo algo que ver en el asunto. Sam, el hijo más pequeño- el padre de Paul- dijo que no había visto a su madre coger el revólver. [52]

Otro titular dice: LA VIUDA DE AUSTER NO DERRAMA NI UNA LÁGRIMA ANTE LA TUMBA DE SU MARIDO.

  Durante un mes no hay noticias hasta que en el juicio que se le sigue a la abuela el abogado defensor relata que ANNA AUSTER INTENTÓ SUICIDARSE. Así lo presenta el titular de otro periódico que además entra en detalles: Tomó ácido fénico y luego encendió el gas. El abogado sostuvo que había puesto en peligro la vida de sus hijos.[53] Esto había ocurrido 9 años antes de la muerte del abuelo: el 10 de marzo de 1910.

 El 4 de Abril otra noticia: SAM AUSTER DISPARA CONTRA LA VIUDA DE SU HERMANO. [54] El periódico relata: «Auster siguió a su cuñada hasta la puerta y le disparó una vez. A pesar de no haber sido alcanzada por el disparo, la señora Auster cayó en la acera y Auster volvió al interior de la tienda, donde según testigos declaró:»Bueno, me alegro de haberlo hecho». Allí esperó con tranquilidad que vinieran a arrestarlo…

 El boletín de prensa del juzgado, el 12 de abril, da a conocer que la Sra. Auster ha sido declarada inocente. «14 de Abril:»Hoy es el día más feliz de mis últimos 17 años», dijo la Sra. Auster al estrechar las manos de todos los miembros del jurado después de la lectura del veredicto. «Cuando Harry estaba vivo- le dijo a uno de ellos- siempre estaba preocupada, nunca supe lo que era la verdadera felicidad. Ahora siento haber sido yo quien lo matara, pero nunca creí que podría llegar a ser tan feliz…» [55]

 Auster finalmente ríe con este relato de los hechos. Dice de ellos: «Supongo que fue un final feliz. Al menos para los lectores de los periódicos de Kenosha, para el astuto abogado Baker y, sin duda alguna, para mi abuela.» [56]

Esta aparición de la ironía marca otro momento del duelo. Aparece una tercera persona que es el lector. El mismo ante quien desentierra los hechos para pasarlos a una escena pública. Es el lector de los periódicos de aquella época renovado en el lector a quien se dirige Auster haciendo reír con él. Escribe a partir de allí recuperando recuerdos. Dispone de ellos, los compone. Ya no está doblegado por la imperiosa necesidad de tener que dar cuenta del estado en el que su padre lo ha dejado al morir. Tampoco se trata ya de una enumeración detallada de lo que el padre le ha infligido y le ha hecho padecer en vida. Ahora escribe sobre su padre y su familia.

Paul Auster puede localizar a ese hombre que ha sido su padre para finalmente constatar de regreso su invisibilidad [57] pero, esta vez, como inexistente. Quiero decir que esta invisibilidad es de otra naturaleza que la del comienzo. Se produce cuando ya no puede hablar con eso. En palabras del escritor, cuando ponga un pié en el silencio significará que su padre ha desaparecido para siempre. [58]

Cuenta: «Durante las últimas dos semanas, unas palabras de Maurice Blanchot me rondan por la cabeza:«Debo dejar algo claro: no he dicho nada extraordinario ni tampoco sorprendente. Lo extraordinario comienza en el instante en que yo dejo de escribir. Pero entonces ya no soy capaz de hablar con [59] ello.»

La escritura se muestra entonces como el ejercicio de Auster para poder hablar «con» ese ello que no designa a la persona del padre. Ese «con» señala lo que era el padre para él, no al padre mismo. Pero luego la escritura comienza a fragmentarse hasta que simplemente vuelve a citar las últimas palabras de Blanchot esta vez modificadas: Pero ya no soy capaz de hablar de ello. [60] ¿No hay en ese pasaje del «con ello» al «de ello» un desprendimiento? ¿Decir «de ello» no separa, no indica una exterioridad, no indica lo que ya pertenece a otro? 

 Continúa: «Comenzar con la muerte, desandar el camino hasta la vida y luego, por fin, regresar a la muerte. En otras palabras la vanidad de intentar decir algo sobre alguien.» [61]

Su padre ya no está presente en las cosas que ahora usa Paul, a sabiendas de que ellas se romperán o dejarán de funcionar y habrá que tirarlas a la basura. [62] Es así como se ha vuelto invisible en el ejercicio de escritura de Paul.  

[1] Este texto forma parte del que fue presentado el 27 de Abril del 2002 en el Seminario de Clínica Psicoanalítica de las Psicosis. Vaya a los miembros del Seminario mi agradecimiento por su invitación a exponerlo.

[2] Edmond Sanquer: Entre perversion et psychose, conferencia pronunciada en el Seminario de Clínica Psicoanalítica de la Psicosis en noviembre de 2001 en el Fondo de Cultura Económica de México. No publicado. Versión mecanografiada, página 1.

[3] Ídem, p.6

[4] Ídem, p.7

[5] Jean Allouch: 213 Ocurrencias con Jacques Lacan, Libros de artefacto, SITESA, México, 1992. Del mismo autor: Hola…¿Lacan? Claro que no, Epeele, México, 1998

[6] Jean Allouch: «Perturbación en Pernepsi«,en Saber de la locura , Litoral N°15, p.13. Córdoba, Argentina, Octubre de 1993

[7] Agradezco a Jesús Martínez Malo el habérmela dado a conocer.

[8] Jean Allouch: «Perturbación en pernepsi», Litoral N°15, Edelp, Córdoba, 1993

[9] Jean Allouch.. Op.cit., p.15. El autor considera que Pinel toma los problemas en términos que habrían sido los de Séneca o Cicerón. Consultar al respecto:»Selección de textos», Obra Psiquiátrica de Gaetan Gatian de Clérambault seguida de un estudio de Danielle Arnoux, Colección Pathos, U.A.Q., Querétaro, 1997

[10] Si para los estoicos la locura era el acto de un sujeto que en un momento preciso de su historia hubiera podido no tirar la piedra – lo que significa además el peso de una falta moral sobre el acto pasional- para un psiquiatra como Clérambault la locura es un proceso orgánico y se revela como automatismo mental. Consultar al respecto:»Selección de textos», Obra Psiquiátrica de Gaetan Gatian de Clérambault seguida de un estudio de Danielle Arnoux, Colección Pathos, U.A.Q., Querétaro, 1997.

[11] Jacques Lacan: De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, Ed.SXXI, México, 1976

[12] Op. Cit, .p.20

[13] Op.cit.,p.22

[14] Op.cit., p.31

[15] Op.cit.,p.32

[16] Op.cit.,p.19

[17] Deauville 1978-«Jornadas sobre El Pase». Op.cit.,p.27

[18] Dos años antes, en 1976, en su seminario «L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre que quiere decir lo no sabido que sabe de la metida de pata toma alas en la morra. Une bévue es una metida de pata catastrófica, un error mayúsculo. La morra es un juego entre dos personas que cantan números al azar del uno al diez mientras que con sus dedos señalan otro. Si ambos contrincantes levantan la misma cantidad de dedos y ese número coincide con el cantado por uno de ellos ése gana. Ver nota al pié  op.cit.p.28

[19] Op.cit.p.31

[20] ídem,p.34

[21] ídem.p.35

[22] ídem.p.35

[23] Paul Auster: «Retrato de un hombre invisible» en La invención de la soledad, Anagrama, Barcelona, 1994.

[24] Edmond Sanquer: op.cit.

[25] Jean Allouch: «La erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca.» Epeele, México, 2001. Es una reedición de la primera hecha en español en 1996 en Argentina por Edelp y que conoció la primera versión mexicana en 1998.

[26] Jean Allouch: Op.cit.,pp.391-392.

[27] Lacan habla de la «segunda muerte«. Jean Allouch habla de «inexsistente«. Acerca del aniquilamiento ver Jean Allouch, op.cit.,p.131

[28] Jean Allouch; op.cit.p.144

[29] Paul Auster: «Retrato de un hombre invisible»,Anagrama, Barcelona, 1982,p.12.

[30] P.Auster:op.cit.p.13

[31] ídem.

[32] ídem

[33] Op.cit.p.14

[34] Melanie Klein: «Contribución a la psicogénesis de los estados maníacos depresivos», en Obras completas, T.II, Paidos, Bs.As.,1967, p.256.

[35] Jacques Lacan: El deseo y su interpretación. Sesión del 18 de marzo de 1959. Inédito.

[36] P.Auster: op.cit.,p14

[37] Paul Auster, op.cit.,p.19

[38] Paul Auster: op.cit.,p.23

[39] ídem,p.24

[40] ídem,p.30

[41] ídem,p.31

[42] P.Auster. op.cit.p.38 De su abuela paterna dirá también que estaba muy arrugada y que su piel tenía una suavidad sobrenatural. Ver p.77

[43] ídem,p.38-39

[44] ídem,p.43

[45] ídem. p.49

[46] ídem.p.51

[47] P. Auster, op.cit.p.51-52

[48] P.Auster, op.cit,p.53-54

[49] ídem,p.55

[50] ídem,p.55

[51] ídem,p.55

[52] ídem,p.58

[53] ídem.p.65

[54] ídem,p.66

[55] ídem, p.71

[56] ídem, p.72

[57] «Mi padre- escribe Paul- ya no está presente en ellas, ha vuelto a convertirse en un ser invisible», op.cit., p.101

[58] ídem, p.96

[59] El subrayado es mío. Op.cit.,p.93

[60] Ídem, p.100

[61] ídem, p.93

[62] ídem., p.101