La voz del analista: una de las voces del analizante

La voz del analista: una de las voces del analizante  Luis Tamayo Pérez   Ella y él. Él relata a Lacan un hecho a sus ojos totalmente extraordinario: ¡en el curso de una noche su paciente y él tuvieron exactamente el mismo sueño! Respuesta [de Lacan]: ―Ciertamente, pero es ella la que sueña Allouch, J.…


La voz del analista: una de las voces del analizante

 Luis Tamayo Pérez

 

Ella y él. Él relata a Lacan un hecho a sus ojos totalmente extraordinario: ¡en el curso de una noche su paciente y él tuvieron exactamente el mismo sueño!

Respuesta [de Lacan]:
―Ciertamente, pero es ella la que sueña

Allouch, J. [1]

El psicoanálisis no es una corriente psicológica ni psiquiátrica, tampoco una religión y mucho menos una ética. Su modelo epistémico no corresponde al de la psicología o la psiquiatría, corresponde más al de la filosofía cínica o al de la pederastia socrática. El psicoanálisis es, como indica J. Allouch, una erotología o, como prefiero enunciarlo yo, una filosofía en acto.

Pero no a la manera del autor de Más Platón y menos Prozac [2] donde, desde una filosofía de segunda se abordan los problemas psíquicos, generando una pseudo ética pragmática que, sinceramente, dudo llegue a resolver los casos graves. No es por la vía del saber o de la voluntad por la que se resuelve la locura.

La filosofía a la que me refiero tampoco es esa que, desde una lectura de Freud carente de la experiencia de la propia locura, es decir, carente de análisis de sí, hace una lectura meramente académica del psicoanálisis. Para esa filosofía académica el psicoanálisis siempre será una incógnita que tarde o temprano desechará, denostará o que, cuando incluso lo puede llegar a alabar, siempre lo hace con los argumentos incorrectos. pues lo desconocen profundamente.

La filosofía que comparte el modelo epistémico con el psicoanálisis es esa que, en la antigüedad, no dejaba de lado la tarea de «curar» a sus adeptos.

Al respecto J. Allouch escribe:

«…la filosofía así definida [como ’una vasta empresa de disipación de ideas locas’] sacudiéndose la cadena universitaria que la sujeta (no sin efectos creadores a veces), reanudaría ese prestigioso pasado destacado hace poco por Pierre Hadot, esos tiempos en los que, realizada en escuelas, permanecía indisociada de la preocupación terapéutica, propiamente hablando, frente a cada uno de sus adeptos». [3]  

Es con esa filosofía con la que el psicoanálisis hace acuerdo, acuerda, resuena, armoniza. Porque el psicoanálisis no es sino un espacio en el cual el analizante, gracias a sus síntomas, se pregunta por el sentido de su vida, por su ser. En el diván aparecen, «aterrizados», los grandes problemas filosóficos y es ahí donde encuentran solución, en acto, dichos enigmas (si es que realmente merecen esa denominación).

De entre tantos enigmas que se despliegan en el análisis (la verdad, la muerte, el tiempo, el acto, la locura, etc.) elijo uno para el día de hoy: el problema del sujeto. ¿Quién sueña cuando lo hago? ¿Quién habla cuando emito palabras? En resumen: ¿Cuál es el sujeto del sueño o del habla? La respuesta simple: «yo» no responde la cuestión. No es necesaria demasiada reflexión para darme cuenta de que mis palabras no son mías, que simplemente repito significantes que mis padres, maestros o amigos me enseñaron. Hasta las emociones que logro percibir provienen de aquello por lo que he aprendido a impresionarme.

En resumen, estoy muchísimo más determinado de lo que mi voluntad consciente quisiera aceptar. «Die Sprache spricht» (el Habla habla) enunció Heidegger en Unterwegs zur Sprache, [4] para recalcar que el Dasein no es sino un mero portavoz del Habla.

 Este simple acto de habla que realizo ahora muestra mi pobre -aunque irrenunciable― control de la cuestión, pues si pienso en quién es el responsable de que me encuentre hablando ahora obviamente pienso en mí, pero no solamente. También ustedes, con su silencio y actitud me obligan a hacerlo, son asimismo responsables los profesores que tantas palabras imprimieron en mí o, incluso, mi analista, de quién aprendí a marcar los silencios, tan importantes en la comunicación.

«Dime un número al azar y te demostraré el determinismo inconsciente presente ahí», desafiaba Freud a sus interlocutores para obligarlos a reconocer la existencia de eso que denominó die Unbewuβte (el inconsciente, se acostumbra traducir) y cuya substancialización Lacan prefería evitar al traducirlo mediante la transliteración «une bévue» [5] (equivocación, metida de pata). ¿Cómo ocurrió que Freud subvirtiese la subjetividad moderna? ¿Cuales fueron las vicisitudes de tal revolución? Para responderlo hay que recordar el sueño que dio origen al descubrimiento del inconsciente.

De los orígenes

Cuando Freud hablaba de los orígenes de su práctica refería un dato preciso: el sueño ocurrido en la noche del 23 al 24 de julio de 1895, ese denominado por la tradición: el sueño de la inyección aplicada a Irma [6] , sueño que Freud mismo pudo leer de manera suficientemente convincente para generalizar la hipótesis, luego desplegada en la Traumdeutung: «el sueño es una realización de deseos». [7]

En el análisis de sus asociaciones respecto a ese sueño, Freud nos revela la concepción del objetivo terapéutico que tenía en esa época:

«Por aquél entonces tenía la opinión […] de que mi tarea quedaba concluida al comunicar al enfermo el sentido oculto de sus síntomas; si él aceptaba después o no esa solución de la que dependía el éxito, ya no era responsabilidad mía […]». [8]  

En esta época, como podemos apreciar, Freud exigía tan sólo el acuerdo racional y consideraba que al obtenerlo se alcanzaría la cura. Ello por no tener aún clara la idea de la existencia del inconsciente y la transferencia, pues si se pudiesen eliminar con la voluntad racional los síntomas ¿para qué postular la existencia del inconsciente? La concepción del sujeto que Freud poseía en esa época lo reducía a un sujeto psicológico, racional y con posibilidad de plenitud. Por ello su concepción de la cura consistía en «completar» racionalmente la historia del soñante mediante el esfuerzo detectivesco que lo caracterizó.

En aquel entonces, Freud confundía la noción de represión (esfuerzo de desalojo inconsciente) con la de supresión (esfuerzo de desalojo conciente) y por ello pretendía que, al revelar a la razón el sentido de sus síntomas, éstos quedasen atrás. Los fracasos terapéuticos repetidos le mostraron la inexactitud de tal supuesto.

 El método que Freud utilizaba entonces era la asociación libre, en la cual él se dejaba asociar -pues no olvidemos que a quien primero interpretó los sueños fue a sí mismo- hasta encontrar esas palabras clave, ese juego de letras que permitía descifrar el texto de la formación del inconsciente en cuestión.

 Un ejemplo de esto es «El sueño de la inyección aplicada a Irma», gracias al cual Freud pudo apreciar que los sueños poseían un sentido.

 Dicho sueño inicia con una reunión en la cual Freud se acerca a Irma para reprocharle que aún no acepte su «solución» («Lösung»), diciéndole: «si todavía tienes dolores es por tu exclusiva culpa» a lo cual ella responde con una frase que hace dudar a Freud sobre su diagnóstico: «si supieses los dolores que tengo ahora en la garganta [9] , el estómago y el vientre, me siento oprimida». A continuación Freud inspecciona la garganta (Hals) de Irma hallando unas formaciones rugosas semejantes a los cornetes nasales con abundantes escaras blanco grisáceas. Preocupado llama a otros colegas -el doctor M., Leopold, Otto- quienes repiten el examen y finalmente indican: «no hay duda, es una infección, pero no es nada; sobrevendrá todavía una disentería y se eliminará el veneno».

 En ese momento Freud escribe:

«Inmediatamente nosotros sabemos de dónde viene la infección. No hace mucho mi amigo Otto, en una ocasión en que ella se sentía mal, le dió una inyección con un preparado de propilo, propileno, ácido propiónico, trimetilamina [10] … No se dan esas inyecciones tan a la ligera… Es probable también que la jeringa no estuviera limpia». [11]  

En su estudio de este sueño Freud señala que lo que buscaba con el mismo era evitar la culpa que sentía por la ausencia de resultados satisfactorios en el tratamiento de Irma, vengándose así de Otto -su excolaborador y pediatra de sus hijos Oscar Rie- el cual, en un encuentro realizado la víspera, había respondido a la pregunta de Freud acerca del estado de Irma: «está mejor, pero no del todo bien», lo cual Freud interpretó como un reproche. Por ello tomó venganza de Rie en el sueño al responsabilizarlo del malestar de Irma por su «descuidada inyección» de trimetilamina una substancia considerada por Freud y Flieβ como fuertemente ligada con el líquido seminal.

Resumamos, al inicio del sueño, Freud reprochaba a Irma no aceptar su solución (Lösung) y, al final, la causa del malestar de Irma era también una solución (Lösung) de trimetilamina. Freud, por tanto, dado que era el que indicaba la «solución» que la aliviaría de sus malestares ―y que «sus amigos aliviarían gustosos»― seguía siendo el responsable. Como podemos derivar fácilmente (aunque Freud nunca lo reconoce en el texto) el médico se estaba culpando por sus deseos eróticos respecto a su paciente -y amiga― Irma.

 No me extenderé más en la interpretación freudiana de este sueño, la cual ha recibido numerosas relecturas y críticas [12] , tan sólo recordaré lo planteado por Lacan en la sesión del 16 de marzo de 1955 como interpretación final a dicho sueño en la cual hace decir a Freud:  

«Yo soy ese que quiere ser perdonado por haber osado comenzar a curar tales enfermos, que hasta el presente no se les quería comprender y a quienes se prohibía curar. Yo soy ese que quiere ser perdonado por ello. Yo soy ese que no quiere ser culpable, pues es siempre culpable el que transgrede un límite impuesto, hasta entonces, a la actividad humana. Yo no quiero eso. En mi lugar están todos los demás. Yo no soy ahí sino el representante de este vasto, vago movimiento que está en búsqueda de la verdad y donde yo, me borro. Yo no soy nadie. Mi ambición fue más grande que yo. La jeringa estaba sucia sin duda. Y justamente en la medida en que he deseado demasiado, en que he participado en esa acción donde he querido ser, yo, el creador y no soy el creador. El creador es alguien más grande que yo. Es mi inconsciente, es esta palabra que habla en mí, más allá de mí». [13]  

Desgraciadamente el Freud racionalista, ese que pretende dominar racionalmente al inconsciente, es el que pasó al discurso universitario.

 Es por eso que el psicoanálisis en la universidad, cuando entra, sale. Ahí pretenden que sea tan sólo una «corriente» psicológica más. El psicoanálisis es intransmisible en la universidad dado que ahí la clínica se escapa. Porque mientras que el análisis implica mirarse a sí ante otro, la universidad es, en el mejor de los casos, dialógica, sofística, un lugar de reunión para interesados en problemas comunes. En la universidad se discute, en el análisis no.

 Recordemos lo revelado por Althusser: la escuela constituye un AIE (Aparato Ideológico del Estado) que busca del alumno la identificación, la repetición o incluso -como indica Freire- el sometimiento.

Ahora bien, esto es contrario al psicoanálisis, donde priva la ley del deseo, es decir, donde de lo que se intenta, es que surja un sujeto de deseo, alguien capaz de interesarse por la verdad oculta en sus síntomas.

 Freud en la interpretación de los sueños -y en su «autoanálisis» con Flieβ- se investigaba y hallaba verdades, las suyas. Ahí era analizante, y tan sólo eso, pues no hay evidencias claras de que hubiese concluido su análisis. Pues el que concluye su análisis es analista y ser analista implica colocarse como artefacto. No es evidente que Freud, en la época del sueño referido, aceptase ser ubicado en ese lugar.

 Lo que sí estaba claro desde aquél entonces era la peculiar posición epistémica del Freud que descubre el inconsciente.

El modelo epistémico del psicoanálisis freudiano

Ubiquémonos en la situación del Freud que se encuentra ante su sueño princeps, ante el asombro de las imágenes y aún bajo el influjo de las emociones concomitantes. Ese Freud no aceptó considerar su sueño, tal y como hacían los neurólogos de la época, como una «actividad errática del cerebro», Freud prefirió considerarlo como un fenómeno cargado de sentido y se abocó a descifrarlo. Acto seguido inició el análisis: divide al sueño en escenas y asocia respecto a los elementos presentes en cada una de ellas, dejándose llevar por su pensamiento y tratando de no omitir detalle alguno. Al final del proceso Freud tenía un texto mucho más amplio que le obligaba a reconocer un deseo reprimido por él mismo, un deseo que sólo a contramano admitía y cuyo rechazo de su parte era una prueba más de su validez.

 Y eso que Freud descubría se lo comunicaba, por vía epistolar, a su amigo berlinés, al otorrinolaringólogo y sexólogo aficionado W. Flieβ, quien algo le contestaba (no sabemos qué, su correspondencia esta perdida), lo necesario y con el tino suficiente para que Freud siguiera escribiéndole.

En resumen, en esa situación, tenemos a un Freud que se busca y se rebusca a sí mismo [14] ante otro con el fin de encontrar el sentido de sus sueños y demás formaciones del inconsciente. Freud no estudiaba un objeto externo, sino que lidiaba con una parte, oscura y enigmática, de sí mismo, con una parte de su subjetividad reprimida. Freud no era un sujeto que investigaba un objeto sino un sujeto que se miraba a sí ante otro.

 La experiencia fue tan fructífera para Freud que la consideró, durante muchos años, como la clave de la transmisión del análisis, es decir, a quiénes se le acercaban solicitándole la manera de formarse como analistas él les indicaba: «interpreten sus propios sueños». La respuesta freudiana era suficientemente precisa y aún hoy válida: un analista no se forma leyendo libros ni asistiendo a seminarios y conferencias (como ésta) sino tratando su locura, analizando sus sueños, sus síntomas, su locura toda, es decir, haciendo su análisis.

 Como se puede apreciar el modelo epistémico del psicoanálisis no corresponde al que habitualmente orienta a la ciencia, el análisis deja atrás el esquema que las ciencias utilizan para pensar la relación con su objeto:

 S O

para establecer otro modelo:

 S O (analista)

En el cual el sujeto se investiga a sí mismo gracias a la pantalla de la transferencia que constituye el objeto (el analista).

Por esta característica (de no excluír a lo subjetivo), es que el análisis es criticado como meramente singular. Así, aparecen tesis que relativizan sus resultados y que cuestionan su generalidad.

 De tal modo se cuestiona la universalidad del complejo de Edipo y castración y se plantea que el psicoanálisis es una clínica de lo singular, que opera «caso por caso». Y es así, pero no olvidemos que lo singular no es sin relación con lo universal.

 En los albores de la física también se pensaba que cada tormenta era diferente… y lo era, mas ahora sabemos que todas obedecen a los mismos patrones, a las mismas leyes.

 Todas eran diferentes y todas eran iguales.

Con el carácter subjetivo de los hombres no es distinto, todos somos diferentes y todos somos iguales. Esta verdad -a la que sólo se accede plenamente al fin del análisis- es la que permite al analista realizar su operación. Dicho en otros términos: sólo estudiándome rigurosamente a mí mismo con otro (analizándome) es que puedo ubicar el lugar de mi deseo y, gracias a ello, posibilitar el acceso al mismo de mis analizantes.

 Tarea imposible para la psiquiatría nosológica, la cual sólo estudia entidades meramente ideales (los «cuadros clínicos»). La nosología «psicoanalítica» no es más que una inyección de psiquiatría en el seno del psicoanálisis que en nada ayuda a su operación ni a la transmisión del mismo.

 Resumiendo, en el psicoanálisis no se deja fuera al sujeto, se trata de una investigación del analizante sobre sí mismo ante otro, la cual conduce a modificar la propia vida, a generar una analista. Y analista es aquél -y esto hay que decirlo con claridad- que ha cursado hasta el fin su análisis, descubriendo en tal experiencia la existencia de procesos inconscientes propios, y por ello comunes; analista es aquél que se ha comprometido con su verdad. Es ese compromiso el que entrelaza al psicoanálisis con esa filosofía cínica y epicúrea -y refrendada por Heidegger y Husserl― quién, en sus Meditaciones cartesianas se permitió escribir:

«[.] todo el que quiera llegar a ser en serio un filósofo tiene que retraerse sobre sí mismo ’una vez en la vida’, y tratar de derrocar en su interior todas las ciencias válidas para él hasta entonces, y de construirlas de nuevo. La filosofía -la sabiduría- es una incumbencia totalmente personal del sujeto filosofante». [15]  

Podemos añadir, desde una posición analítica, que en el proceso de buscarse a sí mismo con otro se genera un sujeto peculiar, uno que excede a las personas en juego en la operación, uno que sueña y actúa y habla, uno que genera sueños compartidos como el referido en el epígrafe a este ensayo y que nos obliga a reconocer el carácter necesariamente limitado y pequeño de nuestro yo.

Cuernavaca, 27 de agosto de 2003.

 
 

 

[1] Hola, ¿Lacan? Claro que no , Epeele, México, 1998, p. 214.

[2] Marinoff, L., Más Platón y menos Prozac, Punto de lectura, Madrid, 2001.

[3] Allouch, J., En estos tiempos, Epeele, México, 1993, p. 22.

[4] Die Sprache (1950) en Unterwegs zur Sprache, Gunther Neske, Pfullingen, 1959 (Hay versión castellana: De camino al habla, Serbal, Madrid, 1987, p. 12).

[5] Cfr. Pasternac, M. La traducción: Una consistencia en el pasaje de lenguas, en Artefacto 3, México, 1992, p. 50-51.

[6] Freud, S., «Traum vom 23./24. Juli 1895» en Die Traumdeutung, Fischer , Frankfurt am Main/Hamburg, 1964, pp. 98-109.

[7] «Der Traum ist eine Wunscherfüllung» en Die Traumdeutung, op. cit, p. 110 ss.

[8] Freud, S., «Interpretación de los sueños», en Obras completas, Vol. IV, Amorrortu, Bs. As., 1976, p. 128 ss.

[9] En este punto el vocablo alemán Hals fue traducido por las versiones castellanas como «cuello» opto aquí por vertirlo como «garganta», lo cual me parece más pertinente en este caso. L.T.

[10] Me permito poner en itálicas este vocablo porque Freud también lo subraya en el original, lo cual no es respetado en las versiones castellanas.

[11] Grinstein, A., Los sueños de Sigmund Freud, SXXI, México, 1982, p. 19.

[12] Entre los numerosos estudios escritos al respecto (Anzieu, Grinstein, Schur, Erikson) cabe destacar los brillantes ensayos que Manuel Hernández García ha publicado en me cayó el veinte 4, 5 y 6 (2001 y 2002), los cuales permiten situar, de manera convincente, el deseo inconsciente de Freud presente en dicho sueño: cambiar la vida de una Matilde (su paciente) por la de otra (su hija), así como sus deseos eróticos respecto a su paciente Anna Hammerschlag / Emma Eckstein (desde mi punto de vista la identidad de la Irma del sueño corresponde, al menos, a estas dos pacientes de Freud).

[13] Lacan, J., Le moi dans la theorie de Freud et dans la technique de la psychanalyse. Sesión del 24 de noviembre de 1954. (Trad. L. T.) Notemos el acuerdo de Lacan con la posición de Heidegger sobre el Habla antes referida.

[14] No fue otra la manera como Heráclito denominó la actividad que lo hizo filósofo (Fragmento 101). Cfr. Los presocráticos, versión J. D. García Bacca, FCE, México, 1980.

[15] Husserl, E., Meditaciones cartesianas, FCE, México, 1986, p. 51.