La pasión

La pasión José Eduardo Tappan Merino “Más pierde el que pierde la pasión que el que se pierde en la pasión” Kierkegaard Como Trías lo hiciera con su tratado de la pasión yo he dirigido mi interés en ver a “la pasión como idea nuclear desde la cual comprender la realidad […] O si se…


La pasión

José Eduardo Tappan Merino

“Más pierde el que pierde la pasión que el que se pierde en la pasión”

Kierkegaard

Como Trías lo hiciera con su tratado de la pasión yo he dirigido mi interés en ver a “la pasión como idea nuclear desde la cual comprender la realidad […] O si se quiere decir con máxima propiedad, un empeño ontológico. […] Pretendo pensar a la pasión de otro modo a como es pensada habitualmente. No la concibo como negativa respecto a la acción, sino como positividad que funda la acción. No la concibo como rémora del conocimiento racional, sino como la base empírica de éste”[3]

La pasión y las modificaciones que inscribe en la existencia, nos conduce a examinar la condición de “ser” en cuanto despliegue ontológico, no de una forma que busque en el “ser” las respuestas pero sí como una aproximación necesaria, pero que posteriormente será desechada, con cierto afán deconstructivista en el empeño de comprender la complejidad y riqueza del tema.

Existen tres posiciones para entender y pensar “el ser de la condición humana”: una de ellas es la biológica que se sostiene en la genética y que puede ser entendida como la característica propia de nuestra especie “homo sapiens sapiens”, la segunda considera que es producida por la cultura o la sociedad, por lo que se trata de un asunto relativo al campo educativo, en cuanto se introduce al infante a la cultura por la “socialización” y, finalmente la tercera trata de un acto psíquico que genera únicamente tres posibilidades ontologizables: ser sicótico, neurótico o perverso. Por razones de espacio nos dirigiremos directamente a la tercera de estas posibilidades ontologizables: la de la estructuración psíquica.

Sin embargo la estructuración psíquica no es un fenómeno gradual y natural, debe ser inscrita, es efecto de un acto antinatural y fundante, simplemente porque no es un fenómeno que se realiza de manera espontánea, además de que requiere de un agente que actúe, una función que ejecute esa acción (pasión). Una acción o un acto que generará un antes y un después, que en realidad, al no ser naturales es una alienación, se trata de una determinación, un efecto, un afecto, un defecto, un vacío, un pathos.

La propuesta de varios psicoanalistas tiene que ver con un vacío esencial a la condición humana, sin embargo, se diferencian en cuanto a las teorías que emplean para dar cuenta de él, Michel Balint y Donald Winnicott, proponen que esta falta es producto de los desajustes, dificultades y problemas en la relación fundamental entre la madre y el hijo, teoría que presentaría a la falla esencial, como un efecto de la problemática vincular y de la equívoca función materna, lo que deja escapar la idea de cierta posibilidad de zanjar esa falla estructural con una despatologizada y sana acción parental, que “supuestamente” podría tener consecuencias menos graves para los niños. Lacan es más radical ya que propone que esa falla, debe producirse, es una acción necesaria y fundante, producida por lo que él llama función paterna, que debe separar a la madre de su criatura. Pero que es una función paradójicamente sostenida por la madre y que es imposible que opere una función paterna si no existe un deseo de la madre de que ésta actúe en ella. Se trata de que la madre debe tener un “deseo otro”, o un deseo que se dirija más allá de su hijo, de lo contrario, al sentirse completada por su vástago, él no podrá ser nada más que aquello que funge como completud para la madre; en ese “deseo otro” gravita la posibilidad de que opere una separación, de que una función paterna introduzca el significante del corte que Lacan llama “nombre del padre”.

“Uno de los aportes más importantes a toda esta discusión ha sido el libro publicado por Michael Balint, la falta básica (The Basic Fault) el título del cual, creía él, captaba la esencia de la condición humana. Hay un doble significado aquí: por falta, Balint no quiso hablar sólo de error, hizo una analogía con una imperfección geológica, una grieta o hendidura en la tierra que, bajo condiciones de presión suficientes, provoca sismos. La falla es también una falta; en términos de la condición […]”[4]

La idea de emplear a la geología para dar cuenta de la manera en que se constituye la subjetividad, la cultura, el carácter y la sociedad no es novedosa, Lévi-Strauss la emplea de manera recurrente en su propuesta estructuralista de análisis. De hecho tampoco Balint es el primero en concebir el vacío original como una falla geológica, y gracias a ella, son posibles los desplazamientos de las otras capas de la tierra, así como de los continentes. Las fallas son las que permiten que las tensiones terrestres, sociales y psíquicas transiten por ese cause, ya que sin ellas las estructuras bajo la presión se destruirían, se trata de una fractura que permite la movilidad de las placas.

Lacan como legítimo heredero de la tradición estructuralista[5] sitúa, al igual que otros estudiosos, este vacío en el centro mismo de la condición humana, en la materia ontologizable, o para ser más correctos la sin materia que es la causa del “ser”, y la manera de vincularnos con él, será ese vacío lo que determine las características de las estructuras clínicas: psicosis, neurosis o perversión. Decíamos que para Lacan la separación de la madre de ese otro, es fundamental ya que esta totalmente a su merced, debido a que la condición humana se encuentra al nacer en un estado de indefensión que requiere de una segunda matriz (simbólica, y social) para seguir el desarrollo esencial que nos permita valernos por nosotros mismos como sucede con los marsupiales. Este estado ha sido llamado de prematuración, en consecuencia la dependencia es un asunto de vida y muerte, sin embargo, como en las metáforas naturalistas, es necesario que aparezca algo de la dimensión de un destete, que el hijo no sea todo para su madre, que en la madre exista un deseo por otras cosas, ése otro deseo es esencial para que opere como función paterna, como un corte, claro que no se trata de cualquier otro deseo, tiene que tener el peso suficiente como para convertirse en un polo de gravedad, que atraiga al cachorrito humano y lo separe de la madre, le inscriba un corte, una separación, una falta, un vacío, una falla en el orden de la naturaleza que decíamos llevará el título de: “nombre del padre”.

“El novelista británico John Fowles llamó a este vacío “el nemo” y lo describe como un anti-ego, un estado de ser nadie. “Nadie quiere ser nadie”, escribe Fowles. “Todos nuestros actos están parcialmente concebidos para llenar o para marcar el vacío que sentimos en el fondo”[6]

Este vacío se encuentra perimetrado por la angustia y existe una propensión, una especie de búsqueda de llenarlo, lo cual es profundamente angustioso ya que nos conduce a ese estado de “no ser” (antes del corte), pero que encuentra satisfacciones en la con-fusión con el Otro (fusión con el Otro), con la madre, permanecer como eso que le falta a ella, colmarla, ofrendarnos como se haría en las religiones antiguas, como tributo a los dioses voraces (el goce). O bien, escapar torpemente como haría Edipo, para simplemente precipitar y acelerar su destino, buscamos huir de la vacuidad, de lo irrepresentable, del nemo. “Mucho de lo que pasa por cultura y personalidad en nuestra sociedad, tiende a caer dentro de esta categoría sustitutiva, y que es en efecto el resultado de huir del silencio y [el vacío]”[7]

Lo que se escribe como diferancia es el movimiento de juego que produce: “fort-da”, la vasculación, la separación, el corte, la oscilación, el pendular, entre la presencia y la ausencia. Por lo que no se trata simplemente de una cualquier actividad. Éstas actividades y operaciones serán características esenciales y los ingredientes que no debemos olvidar, ya que nos conducirán finalmente con el tema de la ponencia: la pasión, pero eso será en otro momento. No siendo la marca de la diferancia una presencia, sino un desplazamiento, que busca que se repita, en otro tiempo y en otro lugar. Se trata de una diferancia que marca una discontinuidad, con un trazado biológico, con los parámetros impuestos por las leyes de la naturaleza, se trata de la diferencia representada como la opción.

Puede estar claro ahora que la diferancia es la única posibilidad para que aparezca algo que implique una ontología no del “ser” en cuanto “ser”, sino del “ser” en cuanto existencia, una ontología imposible en cuanto se trata de una marca que en realidad es más bien una herida o en su defecto una cicatriz, de una diferencia, de diferir, de una aparición del sujeto entre los opuestos binarios, la implicación de estos opuestos conlleva la aparición del orden simbólico, que además tiene sus cimientos ahora en esa marca, esa señal, en esa diferancia que constituye además al significante signo, al lenguaje y, por supuesto a el habla como única posibilidad de sujetamiento y sujeción, con los otros y con el Otro. Entendida la diferancia como posibilidad de la mismidad y la otredad, antes de la diferancia lo que había era una nada oscilante entre el placer y el displacer, sin que ésta generara registro, algo en la memoria, sin que permaneciera alguna huella.

Sin embargo esta diferancia esta marcada por el dolor, además de que no tiene ninguna existencia propia, más que como aparecida entre significantes, que es supuesta y articulada en el leguaje y el habla “frente al “ente” que es siendo, por la diferencia”. Pero esta operación llamada de corte en la que un sujeto, necesariamente será un producto del mismo, un efecto de la diferencia que surge entre dos significantes, diferencia activa que se ponen en juego y por lo mismo tiene un carácter de separar, y de constituir un vacío. Un vacío lleno de diferencia o una diferencia que es puro vacío.

Decíamos con anterioridad que la diferancia puede ser comprendida como un movimiento, entre la presencia y la ausencia, como una acción, como una afectación sobre el “ello”, que podemos trasladar al ente, que se desliza en un juego dialéctico, que genera una imposición (in-posición). Se trata entonces de algo que genera la condición de ser alienado, el ser en cuanto causado.

Con lo anterior, ya tenemos suficientes antecedentes para entrar de lleno en el tema de la pasión como condición existencial.

La pasión siguiendo a Ferrater Mora es entendida como pathos, es una de las categorías aristotélicas de la retórica como lo son también la sustancia, la cantidad, la cualidad, la situación, el estado, la relación, el lugar, el tiempo y la acción. Es necesario recordar que el uso del pathos en el sentido que le estamos dando, se conserva en voces tales como apático, simpático, empático, patológico y patético, que aluden al pathos como sentimiento, como afecto, como pasión.

“Se debe entender a la pasión como una afección, esto es, el estado en que algo está afectado por una acción –como cuando esta cortado por la acción de cortar-”[8]

La pasión entendida entonces como una afección, como cuando algo está afectado por una acción que imprime un afecto, muestra exactamente el fenómeno del que hemos estado hablando, la constitución de la subjetividad humana en la que ahora descubrimos que Aristóteles, identificaba también la constitución de lo humano como resultado de un acto, no como algo que se producía de manera espontánea. En la pasión queda, pues, modificado o afectado “el ente”, constituyéndole una posibilidad de ser. La verdad del ser como afección-pasión-pathos tiene que ver con esta afectación-patológica, con la desnaturalización, con la trasmutación del instinto al patologizarlo, por vía de la afección-pathos y transformado en pulsión, con la transformación de la cruda necesidad por vía del pathos en deseo, con la mutación del organismo por vía del pathos en un cuerpo erógeno, por la convivencia por la vía pathos en “el ello” que es siendo, por la circulación gracias al pathos de los ideales y del amor, aparecen los ideales y con ellos, el yo y el superyo.

“David Hume, nos dice que: el impulso no surge de la razón, sino que es sólo dirigido por ella”. En suma, la razón no puede, por sí misma, producir ninguna acción o dar origen a un acto voluntario; por lo tanto no puede evitar actos de la voluntad o “disputar la preferencia con ninguna pasión o emoción. Hume llega a afirmar que “la razón es, y sólo debería ser esclava de las pasiones, y no puede pretender desempeñar otro oficio que servirlas y obedecerlas” [9]

Para Hume como para el psicoanálisis la pasión como afectación, afección, emoción, no sólo tiene una encomienda por su carácter fundante, sino como única verdad de la existencia, como fuerza y aliento vital, frente al que algunos torpemente nos enfrentamos siempre para salir perdiendo. Hume se burla de sus contemporáneos, y de aquellos que sobrestiman el papel de la conciencia y la razón. Él afirma contra el pensamiento racionalista, especialmente de corte cartesiano que en realidad la razón sólo debería servir y obedecer a las pasiones, ya que en realidad es su lacaya, aunque “el yo” quiera construir otra historia desde la conciencia para mantener el engaño de su papel protagónico e independiente del resto de las instancias psíquicas.

Es necesario antes de seguir adelante hacer una breve recapitulación de los temas que se han expuesto, hacer un breve resumen de lo presentado.

La idea de que la condición de la existencia humana, como patológica, nos conduce a preguntarnos sobre lo normal entendido como el estado de naturaleza sin alteraciones. Lo patológico es esa alteración, esa afectación al orden de las leyes de esa naturaleza. Lo humano por lo tanto es únicamente pensable a partir de ser patológico, lo normal no cabe como posibilidad en su existencia más que como animal. Somos en nuestros tropiezos, equívocos, actos fallidos, encuentros con la verdad, lo que impide cualquier interés ideal de estudio sobre lo humano normal o natural.

Ahora bien, es necesario que sigamos adelante. Para ello debemos recordar que Freud propuso que la base del aparato psíquico, la materia prima del mismo es lo que llamó: “ello”, se trata de una condición previa al ser, una materia aún no inscrita, en la que se realizan las operaciones que llamamos del campo de la necesidad, y que se encuentran oscilando simplemente entre una satisfacción y un malestar, del que no se tiene conciencia. Para los propósitos de esta conferencia quiero deslizar otro concepto que es muy importante para la filosofía, se trata del “ente”, Aristóteles dice: “el ente es verum”. Para Santo Tomás de Aquino, el “ente” es “lo que es”, mientras que el “ser” se refiere a algo que es para alguien o para algo. El “ente” es, quiere decir que existe porque ha sido creado, “afectado” mientras que el “ser” no es más que el “acto de ser” para alguien. Según Heidegger, la tradición occidental se ha interesado más por el estudio de la ontología y las condiciones del “ser”, las formas del “ser”, las diferencias del “ser”, como por ejemplo, y ahora siguiendo a Santo Tomás: “ser” contingente, que es diferente del “ser” necesario. Sin embargo, se ha querido suponer que el estudio del “ser” implica el estudio de la existencia, el “ser” puede existir como potencia, mientras que la existencia no, a Heidegger le preocupa el existente, en cuanto a que se reconozca como existente, para decirlo de otro modo y colocando el centro en el “ente” que es en la forma en que existe, y que el “ser” es efecto de esa existencia y no al revés, sin embargo para que esto sea posible, es necesaria la idea de muerte, para que impida posponer o postergar. La existencia dialoga con la inexistencia, se existe cuando se sabe que no se ha muerto, se trata de la muerte como finitud, de la muerte como apuesta a la vida, de la muerte como fin.

La propuesta estaría entonces entendida en que el “ente” como eso que “es”, puede ser transportable al concepto del “ello”, especialmente con Georg Groddeck aunque también en menor forma en Freud, pero iríamos más allá al proponer que se trataría la condición del génesis de la condición humana, en cuanto a que trataría esencialmente de un “ente” afectado. En donde incluso el sentido mismo de su ser, quedaría marcado y sujeto a esa afectación, esa afectación sería la esencia primera de las determinaciones psíquicas, el centro que será objeto de represión, forclusión o desmentida. Un “ente apasionado”

Me reservé para este momento continuar la cita que sobre la Pasión que hace Ferrater Mora en su extraordinario diccionario de filosofía, del que ya habíamos tomado el primero de sus sentidos, en cuanto a que se trata de una afectación, ahora bien, ¿qué es lo afectado?.

“Se debe entender a la pasión como una afección, esto es, el estado en que algo está afectado por una acción –como cuando esta cortado por la acción de cortar- En la pasión queda, pues modificado o afectado aquello de que se trata […] En el sentido más general posible, la noción de pasión equivale a la noción de afectación o de afección del ente […] En un sentido menos general, pero todavía suficientemente general, la pasión es la afección de algún ente o si se quiere, el estado de un ente en cuanto afectado por una acción […] En un sentido más específico –y cuyo significado ha terminado por predominar- la pasión es una afección o modificación –o, más exactamente el hecho de la afección o modificación del alma o, en general, de un sujeto psíquico-.”[10]

Esta afección, esta patologízación muestra que el estado de normalidad, lo es en cuanto al “ente” no afectado, aquel que se encuentra del lado de lo que es espontáneo y puro, bajo las leyes de la naturaleza. Eva al introducir la diferencia entre el bien y el mal, no hace más que recordarle todos los días a las madres su auténtico papel, más allá del de ser genitoras. Eva introduce la pasión, el mal, el malestar, simplemente porque antes no existía quien pudiera darse cuenta, porque antes no se podía tener noticia de ese mal, por no existir la diferencia, se trataba de una cosa no afectada aún por el deseo, esa marca del deseo en el registro del “ente” es el pathos, pero es la pasión, el aire que levantara las velas y guiara el rumbo de la nave, aún si nos oponemos a esta fuerza.

Lo que me parece prodigioso de la referencia de Ferrater Mora, es que propone que esta afectación, este pathos implica una modificación, se trata de un cambio de condición, una marca al “ente” el “ser” en cuanto siendo ahora entendido como pasión. El “ser” se disuelve como afectación del “ente”, eso es la pasión. Como lo propone Eugenio Trías en su tratado de la pasión. La pasión como forma del conocimiento, en lugar de aquello que impide que conozcamos, que es como suele entenderse. Se trata de la actividad como efecto de la pasión. También la pasión como padecimiento o sufrimiento. Pero sobre todo como el ser mismo de lo que nos constituye en lo que somos. Resultado y efecto de la oscura labor que la pasión ejerce sobre nosotros.

Pero debemos examinar un poco más el sentido que tenía la pasión para Aristóteles. Debemos primero destacar la importancia del ethos, el logos y del pathos en los procesos de comprensión y de composición discursivas. Los retóricos destacan el ethos, el logos y el pathos como los componentes básicos de la persuasión. Todo discurso se encuentra en una intersección de estos tres registros. El ethos tiene que ver con la comunidad, con el ambiente, con la cultura, con las maneras de ver el mundo y de vivir en él, por lo que también tiene que ver con los valores que podrían ser esenciales para la convivencia. La ética parece como una forma del ethos, cuando Grecia en su desarrollo comercial y de expansión, que experimentó en el periodo de Aristóteles, se amplió de tal manera, que la convivencia de los griegos con diferentes pueblos, que Alejandro Magno anexaba a su imperio se hacía muy compleja, pueblos con distintas tradiciones y culturas, que resultaba imposible conocer cada una de todas las costumbres, las diferentes morales de cada pueblo, por ello se buscaron los valores esenciales a la condición humana, aquellos que necesariamente deberían compartir todos los pueblos, y que de no compartirlos no era menester respetar a esos pueblos por considerarlos inmorales. La ética es la suma de este ejercicio de comportamiento que atendía a los valores esenciales por un lado y supremos por el otro, Aristóteles es uno de los principales responsables de este esfuerzo de sistematización. El logos tiene que ver con la palabra, con el sentido, con la gramática, con la construcción de enunciados o premisas particulares o universales, que dan cabal cuenta de aquello que buscan comunicar; la expresión más elaborada de trabajo alrededor del logos también se debe a Aristóteles, la lógica, constituida a partir de premisas que daban cuanta de una pequeña porción de un razonamiento, que al engranarse con las otras premisas formaban un silogismo. Esta manera de construir conocimiento se fundamenta en el rigor, en hacer desaparecer la ambigüedad, en la precisión; por lo que pone a la verdad del lado de la certeza, veritas dirían varios siglos después los latinos, pero es importante subrayar que no es la tradicional altehia, que se descubre, se trata para Aristóteles de una verdad (certeza) que se construye, buscando certidumbre, veracidad ó verosimilitud. Finalmente y quizá el elemento más importante de la retórica es el phatos, que tiene que ver con la elocuencia, con los sentimientos, en la manera en que los afectos modificaban el discurso, en la medida en que se busca conmover a los oyentes, afectarlos para que sean adeptos a nuestras ideas, conquistar sus corazones. Se trata de hablar con pathos, intentar ser empático, simpático, y si no logramos el resultado será que fuimos apáticos, patéticos, sin afectar a los oyentes.

Bien, por otro lado, las diez categorías de Aristóteles para los distintos modos en que atribuimos un predicado a un sujeto y que en suma son los distintos modos de ser son: la sustancia, la cantidad, la cualidad, la relación, el lugar, el tiempo, la situación, la posesión, la acción y la pasión.

En la frase la señora (la esencia) tiene 65 años (cantidad), es de tez blanca (cualidad), trabaja (acción) en la ciudad de México (lugar), el día de hoy (tiempo), y se encuentra muy enferma (pasión)….etcétera.

La sustancia es el sujeto gramatical del que se despliega todo lo demás. Es la categoría necesaria, ya que el resto son contingentes, son afecciones, modificaciones o acciones que recaen en el sujeto gramatical. Sin éstas, no puede darse el sujeto gramatical, no se puede ser sin alguna afección. Las afecciones, acciones y determinaciones de la sustancia son denominadas por Aristóteles como accidentes, es decir, aquello que necesita de la sustancia para el “ser”. Existe una relación recíproca entre el nóumeno y el accidente. No existe la posibilidad para ese gato de ser gato, si no es que es negro, maúlla, etcétera. El gato como categoría abstracta sin accidentes, es eso, una categoría abstracta en donde los filósofos se han extraviado. El “ser” se dice en múltiples formas. No hay contenido sin forma, ni forma sin contenido. Sin embargo, es evidente que no todas las categorías o accidentes tienen el mismo peso o importancia, en tanto condición de afectar el “ser” del sujeto. El pathos, es el que lo inscribe como viviente, como afectado, como accionar de un verbo, “El verbo encarnó” en cuanto a que el sujeto es en movimiento, actuando, siendo, en una acción transitiva. No es de manera detenida o abstracta, como lo ha disecado la filosofía en las ontologías que hablan del ser y se olvidan del existente. Los accidentes determinan las posibilidades de la existencia, no son simples apéndices, contingentes, pasan a ser necesarios en la medida en que expresan, marcan y conducen la existencia misma.

La pasión es entonces una inscripción del pathos, en el “ente”, quedando entonces trasfigurado, determinado y sujetado al campo de lo simbólico, la afectación del “ente” es la inclusión del afecto, del sentimiento en lugar del vago y borroso mundo de las sensaciones. Atrapado el “ente” afectado, se transforma en sujeto, la pasión (como pathos, afecto y afectación) es entonces la más esencial de las certezas, y la única verdad en cuanto a su “ser”, se trata de la verdad sobre su deseo, verdad que aparecerá como imposible de ser dicha en tanto es condición misma del lenguaje, se trata de una verdad, que como la diferencia es dinámica por lo que debe ser encontrada, se trata de la verdad en tanto aletehia, lo que implica que es una verdad que debe ser continuamente devalada, ya que siempre será otra y la encontraremos en distintos lados. La existencia es la única forma de ir a su encuentro o huir del mismo, la forma en que habitamos nuestra vida, esta forma de inscripción tiene un sentido trágico, en la medida que resta libertad y nos arrastra al destino, a los determinismos de los que si buscamos escapar, no hacemos otra cosa que apresurarlos, propiciarlos, precipitarlos; que no es otra la moraleja de Sófocles con Edipo, al huir lo primero que hace es cumplir con su destino. ¿Si no existía la pasión de la que intenta huir Edipo al conocer el oráculo, porqué escapa para dirigirse rápidamente al encuentro con su destino?

La verdad de la que estamos hablando, en tanto articulada a la existencia, no es otra cosa que “la diferencia”, la condición de ser del “ente” en tanto existiendo, dasein. Se trata de una inscripción como destino del que inútilmente huimos o nos defendemos. Como deseo, como lo advertía David Hume “la razón es, y sólo debería ser esclava de las pasiones, y no puede pretender desempeñar otro oficio que servirlas y obedecerlas” [11] Pero el asunto es más relevante ya que tiene que ver con la propia estructura humana, quizá se trata de esta intuición en Sócrates y en Platón, que los llevó a pensar en un “topos Uranus” como ese lugar en donde las almas aprenden pero al encarnar se olvidan de ese saber, ese saber no sabido, ese sentido que tienen en la vida que descubrir continuamente, ¿qué es lo que somos en la existencia, qué somos en esos momentos en que nos encontramos? Quizá podría haber sido algo de lo que participó en una intuición de este fenómeno, para inferir la existencia de este lugar mítico, que determinaba una verdad sobre la existencia.

Pero si estamos hablando de destino, determinaciones, lazos sociales, sujeción y sujetamiento a lo simbólico y el habla, ¿no entraña todo esto una visión que conlleva una falta de libertad para el sujeto? Sin embargo, en su condición trágica, no la hay. No se trata de una búsqueda superficial sobre el sentido de la vida o de la libertad, ya que no se trata de un asunto de posibilidades o de opciones sociales, económicas o culturales. La carencia de la propia idea de libertad para el esclavo (diría Hegel) le impide aspirar a ella, simplemente es algo con lo que ni siquiera puede soñar, él no podrá nunca aspirar a ella, asumirá como destino inescrutable su condición de esclavitud, el “es” esclavo, no se trata de una persona libre privada de su libertad o esclavizada. No somos en realidad libres si queremos entender el concepto de libertad asido al de la voluntad o, de la razón; no nos es posible hacer cualquier cosa, existen algunas que nos harán sentir como peces en el agua y otras en las que descubriremos que somos profundamente torpes, poco imaginativos y nada creativos, tampoco podemos disfrutar lo que suponemos deberíamos disfrutar, al ver como lo hace otro, estamos sujetos a nuestro deseo, por la pasión, dejarnos atrapar y someternos a nuestro propio deseo, es aceptar el destino, no pelear con él, de encontrarnos en la transitiva existencia del siendo.

Podríamos proponer a la pasión, como esta modificación, afección del “ente”, se realiza desde y por el afecto, por los sentimientos, a partir del deseo del Otro, de la articulación, de sus sentimientos al construir, a partir de sus propias expectativas y referencias una demanda que conducirá al Otro a colmarla. El Otro se atrapa creando una demanda, que posteriormente buscará satisfacer.

Se trata vía el afecto del Otro de afectar, e inscribir las líneas que Lacan coloca entre cada uno de los significantes, y que articula y ordena los significantes, secuenciarlos, hacerlo una serie. El sujeto es lo que representa a un significante frente a otro significante, su articulación y afecto que mantiene esos significantes produciendo un sujeto. Sin el afecto esos significantes, no tendrían la posibilidad del encadenamiento.

Se trata entonces de una diferancia afectada, inatrapable en los significantes que la producen, modificando la transformación que agregará la pasión en esos bordes, en los límites que rodean la falta, la falla que estructura al sujeto y lo sujeta al deseo del Otro por la vía deseante y no de la significación, en un más allá del sentido de la palabra.

Bibliografía

Althuser Louis. La filosofía como arma de la revolución Ed. XXI México.

Derrida Jaques. La escritura de la diferancia.

Ferrater Mora José. Diccionario de filosofía. Ed. Alianza 1986 5ª reimpresión Madrid.

Trias Eugenio. Tratado de la pasión. Ed. Taurus. Col. Ensayistas no.170. 2ª edición 1984. Madrid España.

Lacan Jacques, Seminario IX, _______________________

Lacan Jacques, Subversión de sujeto y dialéctica de deseo. Escritos. Vol. II. 12 edición. Ed. XXI México. 1985.

[1] Ponencia presentada en el 3er congreso nacional de filosofía y psicoanálisis con el tema de la pasión Facultad de Fiolosofía y Letras UNAM. 14 de septiembre 2005.

[2] Antropólogo y psicoanalista. Profesor UIC y Escuela Libre de Psicología.

[3] Trias Eugenio. Tratado de la pasión. Ed. Taurus. Col. Ensayistas no.170. 2ª edición 1984. Madrid España. p. 11.

[4] Berman Morris. Cuerpo y espíritu. Ed. Cuatro vientos. Santiago de Chile. 1992. p.8

[5] “Una estructura es constituyente de la praxis llamada psicoanálisis” Lacan Subversión del sujeto y dialéctica de deseo. P. 773

[6] Berman Morris. Cuerpo y espíritu. Ed. Cuatro vientos. Santiago de Chile. 1992. P.4

[7] Berman Morris. Cuerpo y espíritu. Ed. Cuatro vientos. Santiago de Chile. 1992. P.4

[8] Ferrater Mora José. Diccionario de filosofía. Vol. 3 Ed. Alianza 1986 quinta reimpresión Madrid. p. 2508

[9] Ferrater Mora. op. cit.,1986. p. 2509

[10] Ferrater Mora José. Diccionario de filosofía. Vol. 3 Ed. Alianza, 1986. Quinta reimpresión Madrid., p. 2508

[11] Ferrater Mora. op. cit.,1986. p. 2509