ANALOGÍA ENTRE LACAN Y DESCARTES

Daniela González Guzzi RESUMEN El artículo contrasta la postura de Lacan frente al filósofo René Descartes, el punto de enlace es la subjetividad psicoanalítica versus la objetividad decartiana, la primera según Descartes estará del lado del engaño mientras que la segunda es la certeza que garantiza la verdad de los conocimientos. Se expone como el…


Daniela González Guzzi

RESUMEN

El artículo contrasta la postura de Lacan frente al filósofo René Descartes, el punto de enlace es la subjetividad psicoanalítica versus la objetividad decartiana, la primera según Descartes estará del lado del engaño mientras que la segunda es la certeza que garantiza la verdad de los conocimientos. Se expone como el psicoanálisis desarticula la propuesta filosófica de Descartes desde el cogito, pues lo subjetivo es su fuente de conocimiento y la objetividad es lo más difícil de estudiar a nivel psíquico.

PALABRAS CLAVE: DESCARTES, LACAN, VERDAD, OBJETIVIDAD, SUBJETIVIDAD. 

This article constrasts Lacan’s posture with René Descartes posture on the linking point about psicoanalytic subjetivity agaisnt cartesian objetivity. The first one, according to Descartes, sides on the the deception whereas the second sides on certainty, which garantees the truth of knowledge. It is exposed how psychoanalysis desarticulates cartesian philosophical proposal since subjetivity is the source of knowlegde and objtetity is the hardest part to study at a psychic level.

KEY WORDS: DECARTES, LACAN, TRUTH, SUBJETIVITY

El presente ensayo estará dedicado a confrontar los elementos analógicos

entre la propuesta científica descartiana y la teoría psicoanalitica de Lacan; también intentará reflexionar acerca de la validez de dichos contrastes.

Se señala tradicionalmente a René Descartes como el padre de la modernidad aunque bien valdría la pena exponer como se entiende desde la filosofía occidental dicho hito histórico. Para tal cuestión me basaré en el autor Ramón Xirau[1], esto sólo es debido a que tengo dicha bibliografía a la mano y sus comentarios se homologan al discurso tradicional dentro de la historia de la filosofía. Es así que, proverbialmente se dice que el filósofo francés encontró EL MÉTODO científico por excelencia, a partir del cual se pretende llegar a la certidumbre completa; tomando a la duda tan sólo como un paso inicial más dentro de dicho procedimiento metodológico, será el deseo de superar todas las dudas lo que inaugura el pensamiento moderno. Pero, no podemos detenernos en esta primera idea, hemos de seguir avanzando para profundizar.     

         “El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo”. Con estas palabras se inica el Discurso de Método. Xirau señala que por ‘buen sentido’ Descartes entendería, la razón, es decir, la capacidad de distinguir lo verdadero de lo falso, y que existe algo innato en el pensamiento de todos los hombres, lo cual lo ubica en la misma línea melódica tanto de Platón como de San Agustín, los cuales también abogan por la existencia de las ideas innatas, mismas que en realidad son una ‘capacidad de razonar’. Es decir, por esencia todos los hombres poseen el mismo grado de razón, pero no todos pueden o quieren aplicarla correctamente[2]. Entonces necesitamos de la meditación adecuada para potencializar dicha forma de razonamiento, tal cavilación enarbolará el método y sus respectivas reglas:

La primera era no recibir jamás nada por verdadero que no conociera serlo evidentemente; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no incluir nada más en mis juicios sino aquello que se presentará tan claramente y tan distintamente a mi espíritu que no tuviera ninguna ocasión de ponerlo en duda.

La segunda, dividir cada una de las dificultades que examinara en tantas partes como se pudiera y fuera requerido para mejor resolverlas.

La tercera, conducir mis pensamientos en orden, empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer para subir poco a poco y como por grados al conocimiento de los más complejos, suponiendo incluso orden entre aquellos que no se preceden naturalmente entre sí.

Y la última, hacer por doquier enumeraciones tan complejas y revisiones tan generales que estuviera segura de no haber omitido nada.[3]

Lo anterior, siguiendo la lectura que ya hemos apuntado, permite decir al autor que es necesario ‘poner en duda la realidad para alcanzar la verdad’, aunque lo que al parecer el autor está debatiendo son a los prejuicios: a aquél saber que se conoce previamente y que nos acompaña en todo discernimiento. Por lo que propone ‘analizar’  individualmente, lo que es verdadero y para eso la educación y raigambre recibida estarían de sobra. La invitación descartiana es adoptar una actitud crítica personal, prescindiendo de la tradición para comenzar de cero.

Ahora, antes de Descartes comúnmente se consideraba que la verdad es una correlación entre concepto y esencia de la cosa. Lo que él inaugura es un nuevo tipo de concepción de la verdad que no se refiere a las cosas ni a su esencia sino a nuestro aparato epistemológico, siendo a partir de éste último desde donde se generan las ideas claras y distintas que señalábamos atrás.  Dichas nociones provienen del análisis pormenorizado que se supone que nuestro pensamiento ejerce sobre el exterior, al separar todas las cosas por vectores geométricos, tal como si el mundo fuera un plano. Posteriormente, aquél descuartizamiento ha de conducir a una síntesis o reconstrucción de las partes una vez que se han vuelto claras y distintas por medio del análisis. Por último, hay que repetir muchas veces tal proceso para que ahora sí estemos seguros de la veracidad de la investigación. De este examen conceptual se desprende la ciencia moderna: donde ningún fenómeno es inexplicable racionalmente, debido a que si se secciona en muchas partes el todo, se estudian y luego se sintetizan de nuevo, el conocimiento objetivo vendrá por añadidura. Aunque, hacen falta también dos procedimientos del pensar: la intuición y la deducción.

La primera significa tener la idea inmediata de un objeto, siempre prescindiendo de los sentidos, o sea, la intuición cartesiana es meramente racional, como las intuiciones matemáticas o axiomas que no necesitan ninguna prueba, o las de la física que sólo se comprueba con los hechos mismos, es de allí y sólo de allí de donde proceden las verdades racionales, las cuales concuerdan con las ideas innatas que describía Platón, mismas que están escondidas u olvidadas en nuestro espíritu.

Por tanto, la intuición es un grado de conocimiento inmediato que se concluye necesariamente de la certidumbre de los axiomas matemáticos y a consecuencia de largas cadenas de razonamiento podemos llegar a otro grado de conocimiento llamado deducción. Para el filósofo francés éste último sería una creación, que sale de lo tautológico, que descubre verdades nuevas.  Así, para Descartes no existe verdadera diferencia real, sino tan sólo de uso, entre la intuición y la deducción. Lo que él viene a decirnos es que la intuición es el motor y la función misma de la deducción y que la deducción es, en cada uno de sus pasos, una forma de descubrimiento inmediato y a la vez una creación[4].

El lector disculpará que me extienda un poco más exponiendo al autor modern, empero, es hora de adentrarnos en el corazón de su filosofía y hallar el modo de ponerlo a dialogar con su paisano francés.

Bien, de la breve introducción previa ingresaremos a la metafísica cartesiana que comienza, como lo dije antes, con la duda metódica. Desde donde se inicia el camino a la ‘verdad’, así que es preciso dudar de todo: de Dios, de los sueños y de los sentidos por sobre todas las cosas. Los segundos los acepta como ciertos para poder negarlos posteriormente; los terceros son despreciados totalmente, y el primero es su hipótesis que lo lleva del escepticismo total a la certidumbre. Su línea de pensamiento es que si puede pensar en algo perfecto como lo es Dios, dicha deidad ha de ser buena y no puede engañarnos como lo hacen los sentidos, aunque pensar claro y distinto no nos garantiza que lo que pensamos no sea un sueño o un engaño, es necesario salir de éste atolladero. Para salir de allí, Descartes desarrolla una metafísica basada en al razón pura que viene a sostener la esencia del ‘yo’, la existencia de un Dios perfecto que no puede permitir ni engaños ni errores, y finalmente la existencia de dos sustancias que constituyen el universo: la extensión y el pensamiento.

Una vez establecida la duda y su disolución por medio del Dios-garante, el autor encuentra un punto de apoyo indudable: la existencia del yo, por medio del pensamiento. A pesar de las dudas, engaños y sueños, todos ellos significan que estoy pensando y por lo tanto existo como pensamiento. Aunque realmente el saber es lo menos importante para existir, la preponderancia se encuentra en el pensar, es decir no es una relación de causa-efecto, el pensamiento no es la causa de mí existir, sino que al pensar me doy cuenta que existo. El solipsismo que se genera ha de ser roto, mi pensamiento me encierra, ha de haber un mundo extenso del cual Dios será garantía de existir, mis sentidos no me engañan ya pues dicho mundo es matemático, geométrico y espacial. El pensamiento y el espacio son los componentes de la realidad, en el humano dichas sustancias son la mente y el cuerpo respectivamente. Se logra así la separación conceptual del espíritu y la materia, se afanó en describir al cuerpo como un sistema nervioso mecanicista y a la mente como una sustancia inmaterial independiente del otro.

A la sazón de toda esta palabrería metafísica se deducen varias aseveraciones: la primera es la objetividad del conocimiento científico vs. la subjetividad humana, la cual estaría del lado del engaño y el error, ya que no ha sido sometido al ‘análisis metódico’, por tanto deforma la realidad matemática. Desde el punto de vista freudiano la cosa no parece ser así, para el vienés lo objetivo no es más que algo engañoso, es decir, está lo subjetivo más cercano a lo real que la objetividad. Esto es debido a que según Lacan[5] la significación siempre será algo diferente al significante de las cosas, o sea que lo que se piensa, se dice y se escribe no tendrían ninguna correspondencia real. La significación sería una especie de engaño, en ella estará basada la objetividad, entonces, todo lo que puede decirse a partir de ella esconde lo real que está mucho más del lado de lo subjetividad.

Será la objetividad la que tiende a retornar al equilibrio, a la certidumbre clara y distinta diría Descartes, y jamás pretenderá acercarse al desasosiego:

La instancia de la subjetividad en tanto que presente en lo real, es el recurso esencial que hace que digamos algo nuevo cuando distinguimos esa serie de fenómenos, de apariencia natural, que llamamos neurosis o psicosis[6].

Es la objetividad la que estudia la naturaleza y/o los hechos referenciales,  articulando conceptos nuevos basados en el análisis de los fenómenos físico-naturales, tales conceptos constituyen la realidad matemática científica desde la cual la ciencia puede explicar cualquier cosa, de tal manera que se trata siempre de defender un significante garante de toda ciencia: la universalidad o causa final. Nos dice Lacan en la clase 15 del seminario sobre la psicosis que:

‘el descubrimiento analítico no es simplemente haber encontrado significaciones [referenciales], sino el haber llegado mucho más lejos que nunca en su lectura, es decir, hasta el significante. El de este hecho explica los impasses, las confusiones, círculos y tautologías que encuentra la investigación analítica.’

En consecuencia, el significante debe considerarse como diferente de la significación, en primera porque carece de ésta última propiamente, ni tampoco tendrá un origen arquetípico, ni ningún otro. A pesar de que el pensamiento occidental está basado justamente en un presunto orden de significantes matemáticos que dan forma a la realidad, la verdad incómoda es que la realidad tiene forma humana o no geométrica, la realidad tendrá estructura subjetiva o de ficción, y con esto quiero decir que estará vacía de toda esencia. Incluso Lacan comenta que el pensamiento mágico de los pueblos es visto como primitivo porque precisamente tiene muy a flor de piel su humanidad, por ello es colocado lejos de la ciencia, pues incluye y expone el deseo de forma explícita. Justo ahí donde el científico deja de preguntarse comenzará la indagación subjetiva que plantea el psicoanálisis; es decir, hay ciertas significaciones que estarán prohibidas, la labor del psicoanalista será, entre otras, responder a los que si se preguntan por dichas significaciones, que en todo caso serían los neuróticos. Siendo así, la duda metódica no revela los sinsabores de la subjetividad, más bien intenta lanzar su mirada hacia la convencionalidad  y la buena conciencia, dónde el progreso y la razón son patentes, dejando al pensamiento ‘primitivo’ en las sombras; apelando a la objetividad conquistada desde el descubrimiento del cogito. El contraste, la pregunta del sujeto psicoanalítico procede de allí donde no hay significante, desde la falta, por lo que, de lo que se trataría  es de hacer ostensible dicho hueco, lo cual no implica que debe ser rellenado por algo, ni siquiera por una certeza.

Lacan nos dice al respecto:

No se trata entonces de lo que vagamente se llama realidad, como si ésta fuese idéntica a la realidad de las murallas contra las que chocamos; se trata de una realidad significante, que no sólo presenta topes y obstáculos, sino una verdad que en sí misma se verifica y se instaura como orientando este mundo e introduciendo en él seres, para llamarlos por su nombre. Antes de intentar resolver estos problemas, quisiera hacerles notar como se manifiesta la aparición de la pregunta formulada por la falta del significante. Se manifiesta por fenómenos de franja donde el conjunto del significante esta puesto en juego. Una gran perturbación del discurso interior, en el sentido fenomenológico del término, se produce, y el Otro enmascarado que siempre está en nosotros, se presenta de golpe iluminado, revelándose en su función propia. [7]

Siguiendo el trazo antes dibujado, el mismo autor en ‘La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud[8] de 1957 expresa que no hay ninguna significación que se sostenga sino es en referencia a otra significación, por lo que el campo del significado resulta un instrumento incompleto para dar ilustraciones de lo real. Y que nadie dejará de fracasar si sostiene la ilusión de que el significante responde a la función que representa el significado o que el significante deba responder a razón de una significación cualquiera. La función significante es metonímica, desplazamiento de la significación hacia otra, y metafórica donde se sustituyen palabras por otras poéticamente:

Es pues entre el significante del nombre propio de un hombre y el que lo cancela metafóricamente donde se produce la chispa poética, aquí tanto más eficaz para realizar la significación de la paternidad cuanto que reproduce el acontecimiento mítico en el que Freud reconstruyó la andadura, en el inconsciente de todo hombre, del misterio paterno[9].

Ahora, se comprende que la letra es lo que instaura el sentido, es decir, será por medio de ella que el espíritu cobrará vida, aquél espíritu decartiano que existía per se y que daba cuenta de la existencia al sujeto, se vuelve verbo por medio de la letra, situación no menos que contrastante pues no es el espíritu el que ayuda a que aparezca la letra sino la letra la que ayuda que aparezca el espíritu; siendo los sueños la primera inscripción de aquél pensar. Lacan apunta:

Las pretensiones del espíritu sin embargo permanecerían irreductibles si la letra no hubiese dado pruebas de que produce todos sus efectos de verdad en el hombre, sin que el espíritu intervenga en ello lo más mínimo.

Esta revelación, fue a Freud a quien se le presentó, y su descubrimiento lo llamó el inconsciente.[10]

Bien, como lo escribimos antes, las palabras o significados de las mismas no son suficientes para aprehender lo real, incluso le lenguaje hablado es una puesta en escena como lo serán los sueños, los errores, los chistes, todos ellos representan un teatro mudo que debe ser interrogado, es decir, las formaciones del inconsciente no son sólo mímica sino escritura, no se trata de imágenes de ideas, cosas o acciones, sino de un texto a descifrar. En contraparte, cuando Descartes afirma ‘cuando pienso, allí estoy yo’ circunscribe mi ser al pensar, pero a un pensar consiente, que duda preguntando cosas claras y distintas, que contiene ideas innatas de axiomas matemáticos y posee un aparato epistemológico que a partir de estas y otras cadenas de pensamientos generan ideas nuevas o científicas, el psicoanálisis en cambio advierte que cuando un sujeto duda y habla de sí mismo no es signo de existencia pensante, es signo de que desconoce su lugar en la cadena significante. Y que cuando habla de lo que él es, es muy probable que ni esté hablando de él mismo, por tanto, el cogito no es el punto de partida del conocimiento sino de desconocimiento absoluto de la realidad, más bien la fórmula se invertiría diciendo que pienso donde no soy, luego soy donde no pienso. También, que estoy imposibilitado para pensar en mí sino es en función de otro, no existe tal solipsismo realmente, estoy atrapado y sujeto al pensar del otro para conformarme. Y que de mi pensamiento soy tan sólo un juguete, pues donde verdaderamente soy ni siquiera pienso en pensarlo, es justamente lo que me conforma de lo que no quiero saber nada:

Ese juego significante de la metonimia y de la metáfora, incluyendo y comprendiendo su punta activa que clava mi deseo sobre una carencia de ser y anuda mi suerte a la cuestión de mi destino, ese juego se juega, hasta que termine la partida, en su inexorable finura, allí donde no soy porque no puedo situarme.[11]

Anudado a lo anterior, donde no soy yo ¿Quién está entonces? Si hay una fractura entre lo que soy y lo que no soy: ¿No es necesario reconciliarme? He aquí la impertinencia de Descartes para el discurso lacaniano, pues nada tiene que decir ante esto. Es cierto que para ser yo necesito un garante, que no será bondadoso como el Dios descartiano, sino que será puro engaño: será el Otro. El inconsciente estará estructurado por el otro, cuya demanda no es otra más que el reconocimiento de éste:

Dicho de otra manera, ese otro es el Otro que invoca incluso mi mentira como fiador de la verdad en la cual él subsiste. Para esto es necesario el engaño y la ficción, en el cual es en función de una regla cómo engaño a mi adversario, pero entonces mi éxito es apreciado en la connotación de la traición, es decir en la relación con el Otro que garantiza la Buena Fe.

Tal vez este imperio de la confusión que es simplemente aquel donde se representa toda la ópera bufa humana merece que nos detengamos en él, para comprender las vías por las cuales procede el análisis no sólo para restaurar allí un orden, sino para instalar las condiciones de imposibilidad de restaurarlo. [12]

Pero ufanarse de todo esto no es la labor de un psicoanalista, perderse en la empatía con el loco, o aceptar la imposibilidad de restaurar un orden inexistente no es lo propio del trabajo del analista, al parecer, la filosofía tampoco da respuesta a tal desconcierto, por lo que el psicoanálisis tampoco puede tener pretensiones de, ni ser una filosofía, pues a pesar de los intentos de la primera de ligar a la metáfora con la cuestión del ser y a la metonimia con su falta, no se ha escrito más que palabrería filosófica sin poder verdaderamente ayudar a los otros a encontrar su propio camino, que es finalmente lo que pretendería un análisis. En esto último no profundizaré debido a que excedería los objetivos del presente ensayo.

Agradezco al profesor Fernando Azcárate por las valiosas enseñanzas que dieron lugar a este artículo.

BIBLIOGRAFÍA

Diccionario de la lengua española. Vigésima segunda edición. http://www.rae.es

LACAN, Jacques. Seminario 3.  Clase  14. El significante, en cuanto tal, no significa nada. 11 de Abril de 1956.

 Clase 15. Acerca de los significantes primordiales y de la falta de uno.

            18 de Abril de 1956.

 Lacan. Jacques. / Los Escritos de Jacques Lacan / Escritos 1 / Cuatro.

INFOBASE. 2006.

XIRAU, Ramón. Introducción a la historia de la filosofía. UNAM. México, 2005.  pp. 211-231.


[1]           XIRAU, Ramón. Introducción a la historia de la filosofía. UNAM. México, 2005.  pp. 211-231.

[2]           C/f Ídem p. 216.

[3]           Descartes René  ‘El discurso de método, II’ en Xirau, Ibíd., p. 217

[4]           C/f Ibíd. P.222

[5]           LACAN, Jacques. Seminario 3.  Clase  14. El significante, en cuanto tal, no significa nada.

             11 de Abril de 1956.

[6]           Ídem. Clase 15. Acerca de los significantes primordiales y de la falta de uno.

            18 de Abril de 1956.

[7]           Ibídem.

[8]           Jacques Lacan / Los Escritos de Jacques Lacan / Escritos 1 / Cuatro.

[9]           Ibídem.

[10]          Ibídem.

[11]          Ibídem.

[12]          Ibídem.