Caminos melancólicos de la anorexia
Ma. Fernanda García Rojas Alarcón
¿Y tú te vas? ¿Te vas?… No, no te vas: yo te retengo…
Me dejas tu alma entre las manos como si fuera un manto.
Marguerite Yourcenar, Fuegos.
Andar por los caminos de la clínica de la anorexia nos adentra en los terrenos del amor y del odio, por supuesto, con la singularidad, la historia y el contexto de cada caso.
Hay que recordar, en la escucha de la paciente con un síntoma anoréxico, que lo que sucede en la boca y en el cuerpo son representantes de la pulsión erótica. Así, el estadio oral con sus fantasías, relaciones con el objeto y modos de ser, se inscriben en cada sesión mediante sueños, lapsus y asociaciones libres. Y de las bocas que no quieren hablar «que no quieren comer» , se pretende promover la necesidad de las preguntas por el ser. Bocas que instauran control e indiferenciación, labios y lenguas que hablan de lo voraz; que callan fantasías de devorarse al otro y ensanchar sus cuerpos como prueba del delito cometido. Dientes que se niegan a someter-someterse a los deseos de la madre, perdiéndose en los surcos del deseo, en donde la cuestión de la sobrevivencia tiene que darse aniquilando el cuerpo e incluyendo en la delgadez la conservación de la madre y de ella misma. Lo oral como aporía: comer o ser comido.
Pensemos la anorexia como lo hace Freud. Ya desde muy temprano en su «Manuscrito G» (1895) [1] , equipara la pérdida de apetito como pérdida de la libido en lo sexual. Consistiendo la melancolía entonces, «en el duelo por la pérdida de libido» (p. 240). El concepto de afánisis (del griego aphanisis, hacer desaparecer) que introduce Ernest Jones [2] hace eco en esta concepción freudiana de la melancolía. Afánisis como un miedo fundamental a la «total, y por supuesto permanente, extinción de la capacidad y oportunidad del goce sexual».
La melancolía como un asunto de lo oral, y esto como primera organización, donde «la actividad sexual no se ha separado todavía de la nutrición, ni se han diferenciado opuestos dentro de ella. El objeto de una actividad es también el de la otra; la meta sexual consiste en la incorporación del objeto, el paradigma de lo que más tarde, en calidad de identificación, desempeñará un papel psíquico tan importante» [3] . Nutrición, alimento, en donde la pulsión sexual se montará para que ahora el cauce de las cosas sea diferente. Cuestiones de hambre y de amor quedan ahí fundidas desde lo sexual hasta la muerte.
La pulsión oral «significa el movimiento hacia el objeto con vistas a la satisfacción pulsional, que es al mismo tiempo impulso narcisista, apetito de vivir y gozar, orexis« [4] , y en un segundo momento habría que agregar el sadismo.
Al respecto, Karl Abraham [5] , al hablar de la identificación melancólica como una muestra de amor y destrucción, supone que el comer toma el lugar de amar… y posteriormente con la ambivalencia, también el lugar de odiar y de matar. Puede decirse entonces que el amor entraña la devoración canibálica del objeto perdido que se reencuentra mediante la incorporación. Este objeto se confunde con el yo para extraer de él su fuerza y potencia (Tótem y Tabú) y para atacarlo sin perderlo. Ya decíamos, en lo oral está el amor y el odio, si se aniquila el objeto, si se ha devorado a éste, habrá entonces que ser el objeto, colocarse en el lugar de aquel objeto ¿muerto?, ¿perdido?, extrayendo de él su fuerza y potencia, y por supuesto su capacidad mortífera. Matarlo, resucitarlo: controlarlo. Caminar por la identificación melancólica implica correr riesgos: situarse en la denegación de la pérdida del objeto, en el repudio a una realidad intolerable y a la negación de un yo que resulta poco suficiente. De esta manera cuando el yo cobra rasgos del objeto… y se impone él mismo al ello como objeto de amor «busca repararle su pérdida diciéndole: Mira, puedes amarme también a mí, soy tan parecido al objeto» [6] , y por qué no agregar, puedes odiarme también a mí. «La melancolía es la alineación suprema en la omnipotencia desordenada de la figura del superyó, se identifica con él» [7] , y el yo queda sometido a esta alianza del ideal y el deseo. En este sentido, el objeto puede verse resignado a cambio de uno situado en el propio cuerpo, lo cual sucede, como dice Freud [8] , en relación al chupeteo, donde la actividad sexual es desasida de la actividad de la alimentación. Este es un punto central en la anorexia, pues el comer o no comer es ya asunto del orden del deseo, no de la necesidad.
El escenario es pues, el propio cuerpo como exponente de la relación madre-hija y la boca como el primer lugar de fijaciones, de la marca de amor organizada por las experiencias procuradas por la madre. Para la anoréxica la abstención completa del alimento la preserva de ejercer pulsiones reprimidas. Pacientes que imaginan morder o devorar a la persona que aman u otros que, reactivamente o como autocastigo, se niegan a alimentarse. Podría hablarse de tres momentos: devorar, incorporar y destruir. Así, el canibalismo pone al alimento en el terreno de lo persecutorio y no comerlo es preservarse.
En la fusión narcisista oral el sujeto y el objeto son indiferenciados e intercambiables en la equivalencia simbólica, «el sujeto es él mismo y los otros son también él, recibe lo que da y da lo que recibe» [9] . Por esta razón puede pensarse que el no comer de la anoréxica es un privar, pero ¿a quién? Al respecto, Salvador Rocha dice que «la madre como objeto primario de amor, queda fusionada con el cuerpo de la hija»… «cualquier movimiento que tienda a la separación será vivido como desgarrador, como una amenaza grave a la integración del vínculo primitivo e indiferenciado» [10] . Así pues, ante la amenaza de separación y de diferenciación la anoréxica toma un camino melancólico pues la libido se retira sobre el yo y hace una identificación con el objeto resignado. Se refiere a una elección narcisista de objeto por lo que la investidura de objeto regresa al narcisismo si tropieza con dificultades, se resigna la investidura de objeto, y como dice Freud «la identificación remplaza a la elección de objeto» [11] . Habría que entender que la identificación es la etapa previa de la elección de objeto y el primer modo de distinguir al objeto. Referencia mítica freudiana que funda la interpretación de la melancolía. No hay que olvidar que hablamos de la identificación primaria con el padre primordial, aquél de Tótem y Tabú, aquél que en lo oral devorará y privará a los hijos de cualquier goce posible. Así, el objeto perdido es vuelto a encontrar a través de la incorporación.
Freud, en «Pulsiones y destinos de pulsión» [12] afirma que «… el incorporar o devorar es una modalidad de amor compatible con la supresión de la existencia del objeto como algo separado, y que por tanto puede denominarse ambivalente». Modalidades del amor y odio oral, no como, no me he separado, boca abierta hambrienta que se alimentan de nada y todo porque la madre es ella misma; rabia, furia por el pecho que la priva, que no le dispone el alimento deseado, negado por una madre que desata al odio. Modelo pulsional que no alcanza nunca satisfacción ideal y empuja al punto antes de la muerte para parar en el umbral de aquella, y continuar la repetición de aquello que fue un pecho agotado, débil, exprimido, que no da, que mata. Frialdad de una boca hambrienta que se sacia de una nada llena de fantasías.
Así, parece que la anoréxica empobrece su yo con sus consecuencias: la identificación con el objeto amoroso, la localización del duelo en las catexias del yo y la anulación de las catexias objetales en la identificación narcisista. Karl Abraham, en la carta acerca de «Duelo y melancolía» dirigida a Freud [13] , le dice que el empobrecimiento del yo se refiere a que éste «…no recibe… para comérselo, lo que desearía. Ha perdido su contenido, es decir, lo que quería incorporar». En la anorexia vemos cómo se retiran las catexias del mundo y regresan a su yo. Este yo no encuentra en el afuera «alimento» por lo que comienza a devorarse a sí misma. Ante la pregunta ¿qué de sí misma es alimento?, podemos andar varios caminos, pero al menos podríamos decir que lo que queda de bueno, ya que afuera sólo hay persecución, lo malo, lo que envenena y aniquila. La delgadez sería entonces la metáfora de esta situación de un entorno despoblado, sin contenido y una manifestación del narcisismo.
El síntoma anoréxico pensado desde lo oral, con sus dimensiones de amor, destrucción, conservación en el interior de sí, y apropiación de las cualidades del objeto, se sumará después en los lenguajes de lo anal, uretral y fálico. En los pasos pulsionales marcados por las zonas donde lo sexual hará representación, en el control retentivo y expulsivo. Dominio, apoderamiento, odio, destrucción, paso a paso la incorporación toma el rumbo del control. Lo oral se actualiza en fantasías de posesión del objeto, ¿muerto?, ¿perdido?, finalmente fantasma. Siguiendo rumbo, retrocediendo pasos en el aglomerado de lo edípico aparece la angustia por un padre deseado, anhelado, temido; una madre que atrapa y rivaliza. Padre y madre que no erotizan un cuerpo, que dan cuenta en su mirada triste que aquella niña-mujer se ha tragado un muerto. Juegos del amor, momentos de destiempo y horas puntuales que en movimiento llevan a la anoréxica a la revuelta melancólica.
Entre la muerte y nosotros no hay, en ocasiones,
sino la densidad de un único ser. Una vez desaparecido ese ser,
ya no queda más que la muerte.
Marguerite Yourcenar, «Fuegos«.
[1] Freud, Sigmund. «Manuscrito G», en O. C. Vol. I. Amorrortu, Buenos Aires, 1996.
[2] Jones, Ernest. «The early development of female sexuality». Int. J. Psyco-anal, 8: 459, 1927.
[3] Freud, Sigmund. «Tres ensayos de teoría sexual», 1905, en O. C. Vol. VII. Amorrortu, Buenos Aires, 1996.
[4] Brusset, Bernard. El Desarrollo libidinal. Amorrortu, Buenos Aires, 1994, p. 62.
[5] Abraham, Karl. Psicoanálisis Clínico. «Un breve estudio de la evolución de la libido, considerada a la luz de los trastornos mentales», 1924. Hormé, Argentina, 1980.
[6] Freud, Sigmund. «El yo y el ello», 1923, en O. C. Vol. XIX. Amorrortu, Buenos Aires, 1996, p. 32.
[7] Juranville, Anne. «La mujer y la melancolía». Nueva Visión, Buenos Aires. 1994, p. 87
[8] Ibid. Nota 3.
[9] Brusset, Bernard. El Desarrollo libidinal. Amorrortu, Buenos Aires, 1994, p. 62.
[10] Rocha, Salvador. Espectros del Psicoanálisis, «La pasión del cuerpo según la anorexia», Número dos, El cuerpo, 1998, p. 51.
[11] Freud, Sigmund. «Psicología de las masas y análisis del yo», 1921, en O. C. Vol. XVIII. Amorrortu, Buenos Aires, 1996, p. 100.
[12] Freud, Sigmund. «Pulsiones y destinos de pulsión», 1915, en O. C. Vol. XIV. Amorrortu, Buenos Aires, 1996, p. 133.
[13] Carta con fecha del 31 de marzo de 1915.