Decir o no decir…
Editorial
Julio Ortega Bobadilla
Noticia de los hombres-pez
Más allá del Mar del Sur hay unos hombres, llamados los hombres Joao, que viven en el agua como los peces, pero que no por ello han abandonado el hábito de tejer. Al llorar, a veces, les brotan perlas.
Cuento chino medieval. Antología de Soushenji.
Es febrero de 2004 y llegamos al número cuatro de nuestra revista Carta Psicoanalítica.
Ha sido un año con mucho movimiento, en el que la paz del mundo, se ve más lejos que nunca. Dos muestras como botones: 1) el nefasto muro que Sharon quiere imponer en su frontera, convertiría a Palestina —tierra quebrada— en campo de concentración, reproduciendo en paradoja triste, la lamentable página que vivieron los judíos con el fascismo; 2) la intervención norteamericana contra el terrorismo que después de su victoria, comprobó falsa la coartada moral que le proveía la destrucción de armas masivas en Irak. Se ha “liberado” ese país de la bota de Hussein, sin importar las consecuencias morales, económicas y el número de pérdidas humanas, la opinión y el proceso histórico nacional. “Democracia a cualquier costo” parece ser el lema de las fuerzas de ocupación, y ¡Qué puede haber más democrático que la muerte misma!
Estas tragedias no son otra cosa, más que la constatación de que los individuos importan cada vez menos y que los intereses económicos son la única razón que priva en las decisiones políticas. La muerte del hombre es un hecho que ha dejado de ser una postura filosófica, es la realidad dura que nos toca vivir en este siglo.
En nuestro México asistimos a la denigración de la vida política a la calidad de espectáculo de opereta. Los últimos incidentes de este año, alrededor de la divisiones en la cúpula del poder político, nos hacen preguntarnos en qué mal sueño estamos plantados. El presidente del cambio, jura y maldice en un lenguaje desusado, se siente con derecho a acusar de malos mexicanos a quienes no comprenden su manera de gobernar. Nosotros los ciudadanos somos sombras que vemos de lejos lo que acontece, estamos marginados de la acción social y la política no interesa a quienes debiera importar más.
Los jóvenes están más al pendiente de la continuación de la fantasía posmoderna de Kill Billy, los juegos de roles, las cartas de Magic y los hentai manga o anime que resultan ser más atractivos que la misma carne, que se aja y se pudre. Un programa de transformación de imagen —comunes hoy día— emitido por Sony, tiene sin ningún recato este lema: Las armas no matan a la gente, el mal gusto sí. El imperativo moral y superyoico que regula nuestro espíritu hoy, es: ¡Más imágenes! Lo que debe hacernos repensar el problema del estatuto mismo de la imago que quizá hemos subestimado.
Asistimos al desarrollo del individualismo más puro, desprovisto de los últimos valores sociales y morales de la Ilustración. La res pública está desvitalizada, las cuestiones filosóficas, políticas o militares despiertan la misma curiosidad que los últimos escándalos de Michael Jackson. Se trata de vivir en el presente, sólo en el presente y no en función del pasado y el futuro. La revolución informática ha exacerbado el materialismo, la ética hedonista, la búsqueda de realización personal y las nuevas religiones.
La sensibilidad política ha cedido su lugar a la sensibilidad terapéutica: guestalt terapia, bioenergía, rolfing, masajes varios, reiki, jogging, tai – chi, feng shui, Silva Mind control, hipnotismo ericksonniano, neurolingüística, contranálisis, psicoanálisis Zen, sexología y otra gran cantidad de prácticas “psicoanalíticamente orientadas”. Vivimos una época de inflación terapéutica en la que la gente común, sabe poco qué es un psicoanalista y el compromiso que se toma para estar a la altura de ver un paciente.
Gilles Lipovetsky ha nombrado a nuestra época con el terrorífico título de: “La era del vacío”. Un tiempo en el que privaría la indiferencia, la seducción de los medios, la “despolitización”, la atención dispersa del estudiante, la obsesión por la salud.
Vivimos una crisis social que se refleja en el psicoanálisis. El pasado 2 de octubre en Francia se ha presentado L’amendement Accoyer con el subtítulo Plan d’action pour le développement de la psychiatrie et la promotion de la santé mentale para su discusión en el senado. Según esta enmienda, habría que legislar sobre la práctica terapéutica, para que su ejercicio recayese únicamente sobre los especialistas en psiquiatría. En nombre de los enfermos mentales y de la salud mental se ha tratado de limitar el ofrecimiento de las psicoterapias en el país en el que —según los franceses— se consumen más formas de psicoterapia, como una respuesta al desarrollo de enfermedades mentales graves. Jacques Alain Miller ha estado muy activo para que se deseche tal iniciativa, que colocaría a muchos analistas fuera de circulación o en situación de clandestinaje. Afortunadamente, se ha desechado, lo que constituye una victoria más para el campo lacaniano (y creo también para el psicoanálisis) compuesto por innumerables filósofos y psicólogos que ejercen la práctica psicoanalítica sin haber hecho una formación médica, haciendo honor a lo que Freud llamó el análisis profano.
Queda, sin embargo, intacto… el problema de la profusión de las psicoterapias, del que ha salido perdiendo el psicoanálisis. Algunos analistas independientes de este país, con reconocida experiencia, se empiezan a quejar de la falta de pacientes. El descubrimiento del inconsciente y la represión son hechos incontrovertibles que han sido operadores de nuestro cambio subjetivo, pero al parecer, se han vuelto plataforma de despegue del narcisismo con el que nos identificamos. Uno de los productos sociales más importantes de este fenómeno, es la multiplicación de prácticas terapéuticas basadas en el principio catártico, cuyos oficiantes se forman en maestrías que no exceden los dos años de trabajo. Las psicoterapias se han extendido profusamente dejando de atrás a la psiquiatría (aún con su farmacia milagrosa), el psicoanálisis y la psicología. Sus saberes empíricos desafían toda teoría y desechan cualquier discusión seria respecto a los principios que las animan. Atrás han quedado las críticas al psicoanálisis por constituir una práctica empírica, una metafísica precrítica o una experiencia no científica. La discusión teórica no importa para los consumidores de esos productos que lo que desean es un Amo que intervenga como hada madrina en sus vidas. Esta demanda no puede ser cubierta por ningún psicoanalista.
¿Vivimos entonces una crisis del psicoanálisis? Parece que sí e importa mucho no ocultarla. Nos toca, sin embargo, a los que estamos metidos en este oficio y causa demostrar que el psicoanálisis no ha perdido su punta filosa y que aún es el mayor instrumento de transformación y revelación que ha concebido el hombre para sí mismo. Darse cuenta y enfrentar el temor a sí mismo sin prisas… de eso se trata el asunto.
Recientemente asistimos al XLIII Congreso de APM en Veracruz y constatamos que hubo más de 600 personas en el evento. Fue emocionante ver tantos rostros perplejos de jóvenes que se adentran en la discusión de la teoría psicoanalítica. Nos importa que esto suceda, independientemente de la diversa calidad de los trabajos y de que ésta es sólo una muestra —para algunos, no representativa— del interés que puede despertar en ellos, este discurso. No vemos este espectáculo todos los días en nuestro panorama —especialmente en las minas de provincia—, nos impone respeto y esperanza de que haya un mañana inmediato para una profesión que quizá no sobreviva el siglo. Es un invierno frío, de esos que remueven la nostalgia y nublan el horizonte… quizá por eso estoy escribiendo así.