Julio Ortega Bobadilla
Después de 22 años y con 27 números publicados, sale de nuevo nuestra revista con el sostén y la participación de los miembros del comité editorial. Se dice fácil, pero haber hecho esta labor de conjuntar a diversos psicoanalistas, pertenecientes a diferentes grupos en México o de labor independiente hace diferente nuestro trabajo al de las instituciones psicoanalíticas cerradas y que no pretenden hacer cambios ni abrir puertas.
Nuestro trabajo ha sido incomparable y diverso, no conocido ni reconocido del todo por los psicoanalistas de las instituciones que buscan sólo la formación de candidatos con la finalidad de establecer líneas de trabajo económicas. Empezamos en un momento en que no había ninguna revista electrónica de psicoanálisis mexicana y nos separamos del servidor de Acheronta en Argentina, para formar nuestro propio espacio.
Hemos recibido muchos trabajos en todos estos años, que prueban la importancia de la revista y el interés de gente de todos lados del mundo, esa es la potencia del Internet.
¿Podrá sobrevivir el psicoanálisis a los cambios tecnológicos y sociales? Hoy se habla de inteligencia artificial y de que probablemente las máquinas puedan atender a las personas con trastornos emocionales. Parecería ser que la tecnología intenta borrar al hombre, tal y cómo lo había imaginado Heidegger y también Lewis Mumford. De hecho, hoy se tratan la mayoría de los padecimientos mentales con pastillas farmacéuticas que suponen que una depresión o un trastorno somático, son producto de fallas a nivel cerebral e incluso se pone a la biología por encima de las vivencias vitales, se vuelve a hablar de herencia e incluso se desliza la palabra destino.
Nosotros pensamos con Freud que hay que seguir considerando que un trastorno mental proviene de series complementarias, es decir, factores congeniticos (lo innato), la constitución de experiencias infantiles que daría lugar a una disposición psíquica, y factores externos desencadenantes (traumas, etc.) que harían a cada persona un ser diferente del resto, por lo que un tratamiento debe ser individual y discreto. En esta época en dónde se privilegia la rapidez, lo inmediato y la reinserción del sujeto en la cadena de explotación, un tratamiento como el que ofrecemos, puede parecer lento y hasta impotente frente a las derivas farmacéuticas.
Se trata de que el paciente no piense, que asuma que su malestar es individual pero que puede ser tratado con métodos universales. No se acepta que un tratamiento psicoanalítico puede tardar años, pues es una vuelta de tuerca completa de nuestro ser. No se ve como inversión el psicoanálisis en la salud mental del paciente, se considera más bien como dependencia y hasta explotación. Y la deriva psiquiátrica contemporánea privilegia la rapidez proporcionada por los medicamentos sin pensar en las consecuencias de sumisión al fármaco, tratando de reestablecer la vuelta vertiginosa del sujeto a la cadena de explotación capitalista.
A pesar de ello, quienes nos dedicamos a este trabajo, confiamos en nuestra posición de escucha y en el hecho de que la cura se lleve a cabo a través de la palabra. El paciente dice cosas que nunca había pensado antes, eso le libera poco a poco y le va llevando hacia su verdad. Las palabras no son lo único que se muestra en un análisis, también hay espacio para las lágrimas, el silencio y los síntomas corporales. Quien recibe el mensaje es el analista, un destinatario particular que es y al mismo tiempo no puede ser el destinatario final. En este punto, quisiera decir que la posición del analista es no sólo de escucha, sino de tolerancia y hasta apoyo. No quiere decir esto que los analistas no deban hablar y que sus intervenciones deban excluirle de su contratransferencia. Hemos escuchado, hace muchos años a Néstor Braunstein, muy laureado después de su reciente muerte –autor de muchos bestsellers–, afirmar ante sus alumnos con disposición de árbitro estricto, que el analista debe intervenir ideal y quizás exclusivamente: como eco del discurso del paciente, cantando un dicho o una fracción de éste, en forma de interjección o respondiendo con su silencio. Invenciones socarronas de este tipo, hace pasar por verdad imprudencias majaderas. No hay análisis iguales, ni recetas a seguir en el método, porque cada paciente es diferente. El analista interviene como puede, para mostrar al paciente la verdad que subyace a su decir: no hay receta segura. Esto significa que la práctica analítica no es una práctica silenciosa, los mismos casos de Freud lo demuestran. Y en el caso del análisis infantil todas estas argucias caen por sí solas, el analista de niños debe, literalmente, ponerse de rodillas y jugar, una cosa más, para convertirse verdaderamente en analista, hay que pasar por el tratamiento de niños.
Confiamos en el psicoanálisis porque lo hemos visto curar a los pacientes, ofrecerles una mejoría de vida, Freud en algún punto de su obra habla del valor terapéutico del análisis como centro de nuestra práctica, ese es nuestro ideal.
JULIO ORTEGA B.