Silvia Ortega y Gonzalez
Alan Turing, el que produjo la famosa máquina que descifró el código Enigma de los nazis y creó la primera computadora se planteaba que la inteligencia artificial es eficaz si una máquina logra no solamente pensar sino también engañar, hacerse pasar por humano. Este principio es el que usa el “captcha” para definir si el otro es humano o es otra máquina
Lo central en mi participación en este conversatorio es aquello que gravita alrededor de este acontecimiento denominado COVID-19, donde me asombra que la información de los medios y del Estado están enfocados primordialmente en las estadísticas y las medidas posibles para contener esta enfermedad, dejando de lado algo que me parece de importancia vital qué efectos está teniendo en el ser humano el confinamiento social y el privilegiar el uso del cyberespacio, ante la imposibilidad de atacar o curar frontalmente la pandemia.
El ser humano sufre actualmente, entre otras vicisitudes, un duelo de lo que hasta hace poco era lo cotidiano en su transcurrir vital, se presentó de manera inesperada y traumática la propagación mundial del COVID-19, por tanto, debido a lo sorpresivo y el recurso de las constantes postergaciones de levantar la contingencia están haciendo estragos en la subjetividad, en el contacto y convivencia con los más próximos, que en cierta forma pasan a ser el enemigo, al lanzarnos a la cara la posibilidad de enfermar y morir, al mismo tiempo de perder a los más queridos, así como una crisis económica y de productividad sin parangón de repercusiones globalizantes y un cuestionamiento que llena de temores, de cómo será el porvenir, entonces estamos inmersos en todo un acontecimiento que según A. Badiou se denomina a un evento que descarrilla lo esperable y que nos obliga a inventar y diseñar otros itinerarios de vida, mismo que como sujetos de esta época cybermoderna y como psicoanalistas nos corresponde cuestionar nuestro quehacer e interrogar nuestros paradigmas.
Estamos atravesando momentos de gran incertidumbre que exigen pensar el compromiso que como psicoanalistas tenemos hacia el ser humano, tanto en la intimidad de nuestra consulta como en el ámbito social. Estas circunstancias ofrecen nuevas aristas que implican un esfuerzo adicional al recurrir a las distintas formas de implementación tecnológica virtual que trastocan el espacio analítico conocido. En el siglo XXI y ante la presencia de una pandemia como la que vivimos ahora, el psicoanálisis es solicitado desde otro lugar, por lo que como psicoanalistas enfrentamos el desafío de algo muy inquietante que hay que aprehender, que no es informar a alguien de algo que antes no sabía, sino hacer todo lo que implica el dominio de algo que antes no existía, menudo reto. Lo expreso así, porque bien sabemos que debido a ubicaciones no locales u otras circunstancias, recurríamos a este método por excepción y súbitamente se ha convertido en la única forma en nuestro quehacer clínico
En cuanto al ámbito clínico parece un exceso hablar de análisis virtual, sin embargo, los cambios que propone el abordaje psicoanalítico requieren un cuestionamiento cuidadoso sobre las modificaciones en la técnica; debe mantenerse cierta flexibilidad entre la perentoriedad que demandan los cambios sociales, los eventos que trastocan la realidad y la estabilidad propia de lo humano y en consecuencia las premisas básicas de lo psicoanalítico. En este trabajo se pretende reflexionar cómo en esta época convulsa, que parece vislumbrar un futuro incierto, las modificaciones al encuadre pueden dar respuestas para encarar otras formas en la escucha analítica.
Sin duda, estas viradas en que hoy nos debatimos si pueden ser limitantes o perjudiciales, pero a la vez existe una posibilidad de apertura para escuchar el sufrimiento humano que toca a nuestras puertas en tiempos traumáticos. Acuden a nosotros varios pacientes en situaciones de crisis que provocan todas estas vicisitudes y su engarzamiento con las ya existentes de acuerdo con la historia singular.
El psicoanálisis surgió de la clínica en la procura de otra vía para entender los síntomas, por lo que Freud subrayó una y otra vez que había que “revisar el estado de nuestra terapia y examinar en qué direcciones podría continuar su desarrollo”. Tal cita se actualiza: lo que se vive hoy en día es una muestra clara de cómo el escenario “en tiempos de guerra” del sujeto contemporáneo convoca a repensar la técnica sin que irrumpa el trabajo.
Se debe insistir en que no se pretende que estas formas distintas de abordaje suplan lo que corresponde desde lo presencial; se trata de modificaciones necesarias en vista de procurar nuevas opciones que de alguna manera están ligadas a la urgencia.
También quiero enfocarme en algo que me parece que trasciende a esta grave situación, en la que me parece nos hemos ido deslizando sin advertirlo en las últimas décadas y que este acontecimiento nos lo ha puesto a la cara súbitamente y por lo mismo implica una serie de cuestionamientos e investigaciones que nos toca pensar y participar particularmente para las nuevas generaciones: niños, adolescentes y adultos jóvenes que conlleva explorar ciertos aspectos inherentes a la experiencia virtual para luego presentar el problema de la especificidad del cuerpo en los entornos digitales a partir del psicoanálisis, no sin mencionar el asombro que me produce la capacidad creadora del hombre en los avances de los mismos, en tan corto tiempo. En los últimos años la penetración de la tecnología en la vida de las personas inauguró nuevas lógicas y modos de lazo social, ya que en la era digital la existencia con respecto al tiempo y al espacio cambia fundamentalmente
Una cultura de la representación ha sido sutilmente desplazada y se anticipaba el comienzo de la cultura de la simulación. Como muestra, recurro a la versión más compleja y desplegada de una identidad virtual llamada Avatar, que responde a la acepción de reencarnación, ya que existen mundos virtuales con características y orientaciones diferentes según las latitudes y edad de sus usuarios. Los “residentes” de un mundo virtual diseñan el avatar con el cual habitarán un nuevo mundo.
Sherry Turkle, pionera en la investigación sobre la escena virtual, menciona posibles desdoblamientos del yo en una comunidad virtual (Turkle: 1984). Hay en la escena virtual una hipertrofia de lo imaginario por la cual el yo se multiplica en su faz especular, a expensas de lo simbólico. Y quiero resaltar una de las más interesantes características de lo virtual que es el trastocamiento de las categorías de tiempo y espacio: En un mundo virtual todo es automático, no se requiere capacidad de espera a los usuarios
Hay que resaltar que un sujeto puede “encarnarse” en más de un avatar simultáneamente, del mismo modo que una identidad virtual puede pertenecer a varias personas. Asimismo, el cuerpo del personaje creado no envejece, no necesita dormir o comer. Participa de la lógica del entorno al que pertenece, desconociendo las pausas implícitas en las necesidades vitales y los cortes temporales, vaya problema, que invito a que estudiemos a profundidad que implicaciones tiene en la constitución psíquica.
El cyberespacio, replica una característica de esta era histórica, ya que ubica en el centro de la escena a la urgencia. Los sujetos se ven absolutamente capturados por la premura de lo actual
También quiero resaltar que esta necesidad de introducirse, sumergirse en la realidad virtual (así se denomina) tiene como horizonte implícito una puesta en juego del cuerpo. Ahora bien ¿De qué cuerpo se trata? El cuerpo del avatar como parte de la interfaz simula al del sujeto que es su creador. La promesa digital es que ambos puedan confundirse. Esto plantea el problema del desarreglo entre dos cuerpos ontológicamente diferentes. Por una parte, el cuerpo del avatar, cuya última materialidad es el código binario, simula al cuerpo biológico, el de los órganos. Por otra, el cuerpo que se juega en estos entornos es otro cuerpo, mortificado por el significante según el psicoanálisis lo conceptualiza.
¿El campo psi experimenta alguna dificultad interpretativa o de desacompasamiento frente a algunos procesos subjetivos actuales, como el que perciben –por caso– las ciencias sociales respecto de ciertas desclasificaciones culturales de la época actual? ¿Cómo aborda el psicoanálisis esta situación epocal?:
En el Seminario 9 de la Identificación de J. Lacan, con la introducción del rasgo unario el cuerpo queda encuadrado en el significante, como efecto de la palabra, es decir, el significante introduce el discurso en el organismo. El lenguaje atribuye un cuerpo al sujeto, cuerpo que a la vez mortifica. El cuerpo es un cuerpo dicho. No nos interesa el cuerpo sentado frente a la pantalla sino en qué se juega al interior del mundo virtual. Desde el psicoanálisis cabe la siguiente interrogación: Cuando un sujeto ingresa en un juego de rol o a una comunidad digital ¿Cómo se encarna su posición subjetiva en el personaje virtual?, ¿Cuáles son las consecuencias psíquicas de esta encarnadura?
La evitación de los sujetos, encantados por las pantallas, respecto del encuentro de los cuerpos produce un mundo que podemos caracterizar como de “todos fóbicos”. Se quiere exhibir todo, pero seguramente para esconder lo que menos se soporta ver. Se pretende decirlo todo porque, por estructura, no-todo puede decirse.
La vida digital con los avatares permite ver en la pantalla algo que sólo los sueños dejan traslucir, un goce imaginario fundamentalmente narcisista, que repite sin cesar la misma caricatura. En todo caso podemos decir que esa multiplicidad de “yo” de los multiusuarios suelen demostrar un problema en las identificaciones, algo de lo que el psicoanálisis puede ocuparse en forma adecuada.
El cuerpo tal como lo propone Lacan a partir del estadio del espejo, su dimensión esencialmente imaginaria, es la que aparecería en juego en todas las plataformas virtuales. El cuerpo está en la foto de perfil, las selfies, los videos. En fin, es lo imaginario del cuerpo lo que está en juego. Para la realidad virtual no se trataría de algo distinto. Es la imagen del cuerpo, el avatar, a partir de la cual se organiza asimismo la experiencia del mundo.
El verdadero problema no radica ahí sino cuando los hombres empiezan a creerse que su cuerpo, especialmente su cerebro es una máquina, en especial una máquina de aprender. Es el problema que plantean las terapias cognitivas cuando de esa manera desconocen in situ la dimensión del sujeto. Quizás podamos inventar un breve pero profundo slogan que dé cuenta de la diferencia que plantea el psicoanálisis para los seres hablantes: ¡Sujetos sí! ¡Máquinas jamás!
El cuerpo es objeto de preocupación porque hay un reconocimiento de él como un centro de gravitación, no sólo de la existencia en sí misma sino, ante todo, porque cruza todo el mapa de la vida social. La palabra cuerpo no sólo ha sido interpretada como una metonimia de humano o actor social, sino que involucra la exigencia de ver a los actores como portadores de cuerpo, es decir, sujetos de acción, mediante el cual ejercen el espectáculo social. De ahí que sea necesario señalar que el cuerpo no existe en sí mismo, es necesario anclarlo al sujeto o actor (categorías sociales)