El cuerpo en el discurso. Simbolización

El cuerpo en el discurso. Simbolización Myrta Casas de Pereda «La facultad simbolizadora… facultad de representar lo real por un signo, de comprender un signo como representante de lo real…estableciendo entonces relaciones de significación» Benveniste Aproximación Metapsicológica «El discurso, en el corazón del método psicoanalítico, es tanto lo que habilita la escucha del sentido como…


El cuerpo en el discurso. Simbolización

Myrta Casas de Pereda

«La facultad simbolizadora… facultad de representar lo real por un signo, de comprender un signo como representante de lo real…estableciendo entonces relaciones de significación»

  1. Benveniste

Aproximación Metapsicológica

«El discurso, en el corazón del método psicoanalítico, es tanto lo que habilita la escucha del sentido como la percepción de lo enigmático, y es en su dimensión realizativa que se pone en escena el fantasma» […] «La transferencia analítica sostiene dicha puesta en escena, donde la simbolización, que siempre implica una perdida, conduce a una articulación significante». [2]

Al utilizar el término realizativo, intento transmitir una encrucijada de registros donde lo simbólico, en juego en todo intercambio analítico, sostiene el despliegue imaginarizado con su intensa carga de afectos y vivencias, que van empujando o cercando ese real enigmático, medular, de la constitución sintomática.

  1. Badiou (3), retoma conceptos de Lacan sobre lo real asociado al acontecimiento, algo del orden del acto. «Lo real se demuestra», afirmó Lacan en una ocasión. La angustia misma puede ser un exceso de real, de no reconocido que desborda. Lo real – señala entonces Badiou- no se conoce pero no es incognoscible, es ajeno al conocimiento, ya sea de manera positiva: no es incognoscible; ya sea de modo negativo: no se lo conoce… […] se demuestra.» Y agrega: «es en el meollo de esa demostración donde se encuentra la singularidad del acto analítico».

Hace unos años, trabajando en torno al discurso infantil (1999), proponía que lo real en la infancia, correspondía a la indefensión, lo no abarcable, acrecentado por la profunda dependencia, propia de la infancia, que genera efectos de sentido y movimientos estructurantes. Tal es, por ejemplo, la imprescindible preeminencia de la desmentida estructural, donde castración y muerte hacen sentir sus efectos en el imaginario fantasmático con la «creación» de las Teorías Sexuales.

Hoy, retomando viejas inquietudes personales en torno al afecto, la repetición y la simbolización, pienso que el afectar y ser afectado es un acontecimiento que intenta dar cuenta de un real inaprensible, que se produce en la experiencia con el objeto, con el otro, donde siempre queda algo mas allá de la palabra, en especial donde los afectos, cuya intensidad desborda el plano racional o reflexivo, dibujan sentidos múltiples, a veces contradictorios, que agregan oscuridades. Lo real, lo inaprensible de nuestro cuerpo y nuestra psiquis, participa de todo momento de estructuración psíquica.

«Nada de nuestro cuerpo en discurso, ya sea a través del gesto, el movimiento o la voz, escapa a ser instrumento, al tiempo que ser instrumentado por la división radical que nos constituye como humanos, es a través del cuerpo que se experimenta el despliegue libidinal de la pulsión o el conflicto, la emergencia del deseo donde, a su vez, la palabra hablada comparte con el discurso no verbal el mismo espacio de realización fantasmática pulsional.»(4a)

El símbolo, la marca psíquica, es testimonio de una ausencia, pero dicho testimonio no abarca nunca la totalidad del referente.

Diríamos entonces que la experiencia analítica trabaja a través de la simbolización, que reúne el montaje y desmontaje del fantasma, repetición mediante, que concierne a una producción junto a una reproducción. Situación dinámica, donde regresión y progresión resultan indispensables y donde los registros indiciales e icónicos, donde prevalece la imagen o el impacto de la vivencia, retoman muchas veces la posta de la angustia, al acercarnos a lo reprimido inconsciente.

La función que asume la transferencia es la de poner en acto el conflicto y allí acontece esa ida y vuelta de realizaciones y desrealizaciones (que implican a la simbolización) que se producen como acontecimientos psíquicos, experiencias de y con el objeto (encarnado por el analista), donde la angustia va señalando los límites del proceso.

Entiendo enriquecedora la inclusión de elementos semióticos del discurso, tomando las tríadas de Peirce, para visualizar mejor cómo el cuerpo en psicoanálisis forma parte indisoluble del discurso, ya sea en la emergencia de lo pulsional (cuerpo y primeridad que articula especialmente lo icónico donde la imagen y al sensación son relevantes), o en su experimentar con el objeto (segundidad que refiere a lo indicial, donde los índices aluden a lo perceptivo que integra una experiencia) o en el momento de subjetivación, simbolización, que constituye la emergencia de un sujeto deseante (interpretante-terceridad que señala al símbolo y una pérdida real acontecida).

Pienso que es precisamente en esta experiencia con el objeto (segundidad indicial) donde se produce la dimensión realizativa de la puesta en escena, fantasmática y transferencial.

Toda puesta en escena, que conlleva una formación del inconsciente (síntoma, acto fallido, lapsus, sueños), concierne a un momento de pérdida y sustitución de sentido y que, al igual que la palabra en el discurso, se significa hacia atrás. Hay una realización que, en tanto gerundio, gramaticaliza en lo perceptivo la posibilidad de una significación. Aquí entra en juego la radical importancia de la imagen, del dar a ver (afectos, sentidos diversos vehiculizados por la palabra, por el tono de la voz), que constituye una envoltura metapsicológica y semiótica en toda puesta en escena de lo inconciente en juego [3] . El carácter insensato del acto fallido lo muestra así muy próximo de lo real, siendo a su vez un importante productor de sentidos. En el discurso, lo real esta ligado a la producción del acto, y aunque lo real no se dice, sino se demuestra, como señalaba Lacan, el acto fallido conjuga un decir que demuestra (podríamos decir en forma análoga al performativo: realización de un acto por el mismo hecho de decir algo) [4] . Un lazo real de no reconocido que aparece sin saberlo y sorprende.

Es a propósito de un acto fallido de la analista acontecido en sesión que voy a realizar algunas articulaciones.

El acto fallido [5] , como toda formación del inconsciente, concierne a una realización de deseos siempre vicariante, como en el lapsus, el sueño o, más aún, en el síntoma. También comparte con las demás el sentido de resistencia, la ambivalencia propia de todo sustituto de un real realizándose. El lapsus o el fallido, con esta estructura común a las otras formaciones en torno a la realización y la ambivalencia, tiene la peculiaridad de convocar con mayor fuerza la imagen o el afecto en el otro como receptor. Lo icónico es allí relevante y lo indicial, los indicios que se juegan en la relación con el objeto, vuelven capitales sus respuestas. Se disparan asociaciones en el receptor especialmente condicionadas por la trama afectiva del vínculo. Es la simultaneidad de aconteceres que se producen en el fallido que lo emparentan al Witz freudiano, es el lado metonímico del discurso que muestra lo real-izativo con mas fuerza.

Lo metonímico en el acto fallido, en forma similar a lo que sucede con el performativo, es la inferencia casi inmediata de un sentido con la forma de un equívoco.

La puesta en escena de un acto fallido, enunciado aquí por la analista, denota un avatar transferencial no interpretado o reconocido y que la conduce a la emergencia de un sentido sustraído o reprimido.

Nos interesa principalmente pensar en torno a los significantes vinculados a lo reprimido y su retorno, dado que el movimiento transferencial trata precisamente de lo pulsional en juego: oral, anal, mirada, voz y -agrego- contacto. El significante, «el homologo freudiano del significante saussuriano está esencialmente ligado a su soporte corporal» M. Arrivé (1 pág. 72).

Por ello hablo del significante psicoanalítico que se escribe con todo lo que el cuerpo dispone (desde la pulsión) palabra, voz, entonación, mirada, gesto, don, contacto (caricia o golpe).

Lo manifiesto en nuestra tarea, que se puebla de sentidos porque proviene del cuerpo erógeno, fácilmente se involucra con el afecto, constituyendo un fuerte imaginario que no es sino parte de un acontecer simbólico.

Afecto, afectar, ser afectado… movimiento esencial de la experiencia transferencial, que señala al otro y los efectos que toda afectación connota [6] .

Afecto, que además de señalar al otro en forma obligada (le es consustancial ), irradia desde y hacia el significante que lo sostiene, hacia las posibles combinatorias propias del trabajo psíquico (condensación, desplazamiento, figurabilidad) y que, a su vez, dejan siempre un lado no recuperable y enigmático. No hay posibilidad de que evada el cuerpo o el sentido, aunque dicha evasión se logre a través de las diversas formaciones del inconsciente. Particularmente evidente en las plasmaciones sintomáticas.

Resulta claro que sólo por la preeminencia del «significante psicoanalítico» se pueden dibujar la multivocidad de sentidos o convocar afectos; sólo por el significante hay posibilidad de que emerjan funciones metonímicas y metafóricas y que haya entonces deslizamientos, sustitución y producción de sentidos nuevos. Acto con valor significante donde la connotación afectiva señala significado.

Nuestro cuerpo, habitado por la palabra y su decir, es también efecto de la palabra en tanto proveniente del otro, desde quien circulan afectos y sentidos como referentes imprescindibles para articular y tolerar la pérdida (lo simbólico, la muerte). Dicha presentación -que reúne presentificación, actualización, real-ización- toca inexorablemente el cuerpo y es también por esta vía a lo real que algo puede ser cercado, articulado, cambiado de lugar.

Breve recorte clínico

«Contratransferencia es aquello que del paciente es reprimido en el analista»

  1. Lacan. Seminario sobre la Angustia

Paula acude un día a la sesión a plantear una situación de urgencia coyuntural que la angustia sobremanera. Lo ha pensado cuidadosamente y siente que no hay otra salida que plantear la disminución de una sesión. El contexto de ese momento del análisis era el de una inequívoca mejoría en todos los aspectos vitales de su existencia, que siempre despertaban temores de igual magnitud.

Sobre el final de la sesión le señalo que entiendo éste no es un momento para disminuir una sesión, que por el contrario es necesario mantenerla y le propongo conservar la frecuencia y acumular la deuda correspondiente a la sesión no paga para ser saldada mas adelante, cuando recupere su situación económica.

Responde que eso no le parece justo para mí pero queda en una serie de formulaciones vagas que dejan abierta la respuesta definitiva.

En las dos semanas siguientes falta una sesión por semana y aumenta progresivamente su nivel de angustia «cada vez me siento peor…, me siento sin salida…, no doy mas…».

Promediando la tercer semana y luego de acercarme a diversas dificultades expresadas le señalo que esta vivencia de callejón sin salida es una nueva repetición, una detención dolorosa pero buscada inconscientemente, como acontece cada vez que se producen señales evidentes de transformaciones internas.

Luego de mi intervención queda en un silencio reflexivo, me habla con un tono más sereno y cambia paulatinamente su humor. Pienso haber dado un paso para desatar una vez más un nudo de repetición, que suele echar por tierra lo logrado eliminando la esperanza que la conduce a pozos depresivos. Pero «me» sucede un hecho inesperado: al despedirnos, yo le digo hasta el viernes, lo cual implicaba haberme salteado la sesión del miércoles, me mira muy seria y se despide correctamente, «hasta el miércoles», señalando mi error.

La impronta de este acto fallido, me produce ante todo desconcierto, cierto disgusto conmigo misma, pero al mismo tiempo me sonrío pensando que nos espera un arduo pero rico trabajo por delante.

A partir de mi lapsus, la paciente no falta más aunque desde luego «viene a cobrarme» mi fallido con creces. Sumamente enojada me muestra mi impericia, mis fallas como analista, etc. Me encuentra en un estado anímico sereno y que conserva mucho de esa vivencia peculiar que me permitía reconocer en el error un lado de enigma que me interesaba especialmente develar.

Transitamos la aceptación indudable de mi acto fallido abriendo el campo a inteligir sentidos que se nos escapan, sostenida en mis vivencias contratransferenciales ya señaladas. Acuciaban sus reproches: que yo tenía que ver muy bien mis cosas por las cuales la echaba, pero que esas eran solo mías y que a ella no le interesaban los motivos, solo los efectos.

Apoyada en mi serena expectativa me sentía muy lejos de haber atacado el vínculo, más bien estaba en las antípodas, y eso precisamente comenzó a iluminar la oscuridad. Me había jugado demasiado a la saturación de sentido que producía su propuesta de disminuir sesiones y respondí en ese plano, «justificando» mi respuesta en la necesidad de oponerme al lado siniestro de su ambivalencia que apuntalaba resistencias.

Surgía ahora una posible alternativa donde algo de lo verdadero, de lo inconsciente reprimido, daba sentido al acto fallido: la imperiosa necesidad de un límite al goce sintomático que mi ofrecimiento había propiciado.

Mantener las sesiones y acumular la deuda, además de reconocer la defensa que asumo por ella del análisis, de su lado más vital, también es ubicado como lo opuesto: la reinstalo en el fantasma de hija preferida que señalaba la exigencia narcisista parental. No ser verdaderamente amada en la dimensión esencial del reconocimiento simbólico, no por ella misma sino por lo que ellos querían de ella.

Mi intención había sido saludar amablemente, luego de una buena sesión y aparece ese fuerte desfasaje entre la intención y lo que emerge. Creo que el fallido y el lapsus descansan precisamente en ese desfasaje de sentidos que lo hace evidente. Tuve que ponerme a trabajar con ella en ese fracaso de mi decir, trabajar en el reconocimiento de lo que quise decir mas allá de lo que dije.

El retorno de lo reprimido sintomático en la paciente se iba llenando progresivamente de angustia y odio, en el pesimismo catastrófico del «nada sirve para nada»,y produce una puesta en escena que desde lo sabido-impensado en la analista (lo reprimido), posibilita el desmontaje de la fantasía que la restituía al lugar de la elegida.

Fue por lo menos una de las construcciones que dando algún sentido a mi fallido acudieron a mis representaciones.

Le señalo entonces que, tal vez, el acto fallido respondía a una aceptación tácita por mi parte de la disminución de sesiones, dado que se sentía tan presionada por mí como por su madre a hacer las cosas bien y tal vez no quería deberle nada a nadie.

Luego de un breve pero significativo silencio y más serena, relata que en estos días había experimentado algo nuevo con relación a su cuerpo, ya que mirándose al espejo, revisando sus ropas, tuvo una sensación fuerte que la conmociona y que luego se le organiza como que por primera vez se daba cuenta de la edad que tenía. 

Elementos de una especularidad fallida, de un yo que nace con defecto, anclado en una vivencia persecutoria y perseguidora, un narcisismo herido que se organiza en la grandiosidad de la omnipotencia, siempre implica en contracara desfallecimientos yoicos que inhabilitan o trastocan tantas áreas de la estructuración psíquica, incluyendo desde luego su imagen corporal.

Su imagen resonaba en mi como señales de un tiempo sin tiempo, de un tiempo detenido. Sin ser para nada discordante no era fácil calcular su edad.

Mi interpretación, fue una apertura a los diversos sentidos que encerraba tanto su propuesta de disminución de sesiones como mi respuesta y ello permitió acercarnos mucho más estrechamente a la posibilidad de reconocerse en la profunda ambivalencia de los anudamientos de rencores, reclamos y odios presentes en sus complicados manejos de su relación con el otro. Esta es la destitución subjetiva que da más trabajo y que genera mayor dolor narcisista.

Insisto en los aspectos icónicos e indiciales de mis vivencias que se transmiten en la interpretación y que trasuntaban la tranquilidad de estar ante algo de lo verdadero que se podía develar. Creo que por eso sonreía, sintiendo que había trabajado mejor mi inconciente que mi yo.

En el tono de mi voz estaban sin duda presentes elementos de indudable valor indicial, que re-crean, o mejor producen una experiencia con un objeto-otro, diferente al de su historia.

La dimensión realizativa, que sostengo desde el comienzo de esta ponencia, apunta a jerarquizar el acontecimiento de la puesta en escena transferencial y sus efectos, luego de la interpretación y elocuentes en la asociación inmediata de la paciente.

No sólo hay un efecto de alivio en la paciente sino que emerge como algo realmente nuevo para ella el contacto con su imagen, su cuerpo y su edad.

Creo que podemos inferir entonces un momento de construcción y deconstrucción sintomática a través de la repetición, donde la respuesta del objeto, incentivando dicha puesta en escena, permite una simbolización diferente, una pérdida, habilitando una sustitución simbólica.

De la palabra en la escena analítica:

    1. de cómo lo verdadero apunta a lo real
    2. de cómo lo real apunta al cuerpo

1- de cómo «lo verdadero apunta a lo real» [7]  

Freud, cuando discurre acerca del proceso simbólico de la identificación ya había anticipado al plantear que sólo se puede incorporar lo que se ama.

Lacan en el Seminario 20, Aún, subraya que la cuestión del amor se liga a la del saber, y también que no se conoce amor sin odio. E introduce un nuevo concepto para pensar la transferencia: el odioamoración.

Lo verdadero apunta a lo real, pues es a partir de la experiencia en la situación analítica que «puede constituirse… un saber sobre la verdad«(idem). La verdad en juego no es mas que lo verdadero del inconsciente del sujeto, su historia de represiones, tanto saludables como sintomáticas, capaces de configurar un sinfín de sentidos.

El eje de la transferencia es el ámbito de la experiencia analítica, donde el deseo enlazado al amor o al odio, interpela y convoca al otro y al Otro en su respuesta.

En la viñeta relatada, los signos, efectos del funcionamiento significante, son los que debemos poder escuchar como efectos de transferencia.

La revelación que mi acto fallido promueve reúne ese amor y odio de la historia subjetiva de la paciente, que reclama una respuesta, a la vez igual y diferente. Igual, para perpetuar el goce sintomático; y diferente, en tanto su dilucidación pueda conducir a un reconocimiento.

El fallido en la analista apuntaba a un real que reclamaba ser reconocido o desplegado, dado que recreaba el modo en que se constituyó la huella sintomática.

Los perfiles metonímicos del fallido avalan una coagulación instantánea del sentido: si me salteo una sesión, «la salteo»; si elimino una sesión, «la elimino». Ese es el sentido en el que la paciente se atrinchera para repetir el libreto sintomático. Figuraciones, figurabilidades, puesta en escena, Darstellung imprescindible y transitoria que es necesario deconstruir, desmontar (consecutivas a haberla podido producir, montar en trasferencia.)

Cuando realicé la re-construcción enmarcada en el contexto de historicidad del vínculo analítico, estaba dando cuenta de un goce sintomático en el que me había involucrado. Probablemente el libreto, la circunstancia novelada de esta breve peripecia, no sea el lado relevante sino lo que ella articula. Los índices semióticos del discurso en mi enunciación son cruciales, no sólo por el/los sentidos allí desplegados, sino que importan como semiótica de la producción de la significación

2- de cómo lo real apunta al cuerpo

En torno al discurso infantil, postulaba el anudamiento entre el figurar y el representar. Lazo que acontece desde el figurar –Darstellung– (dar forma, informar, que es la función de la imagen, que hace al percibir, sentir) al imaginar, fantasear, pensar , representar –Vorstellung– en presentaciones de gesto, juego y fonemas» (4b, pág. 135). También planteaba que el juego como discurso es precisamente aquello a través de lo cual el sujeto se realiza, dependiendo a su vez de la investidura libidinal del otro.

Las leyes que rigen la construcción, tanto del sueño como de la agudeza, el acto fallido, el lapsus, el síntoma, son la condensación, el desplazamiento, y un tercer elemento, la figurabilidad (Freud 1900) que Lacan (6a, pág. 51) denomina «consideración de las necesidades de la puesta en escena, para traducir Rücksicht auf Darstellung.».

Los tres elementos son un común denominador de toda dinámica significante pulsional producida cada vez que asistimos a una actualización transferencial. Diacronía y sincronía se conjugan y explicitan en la puesta en escena de la transferencia a través del discurso. Diacronía presente en la realización discursiva, dado que el sentido se completa al terminar una frase, y donde la impronta del a posteriori, que permite acercarnos o «tocar» el retorno de lo reprimido, otorga fuerza a la sincronía.

«El engendramiento de sentido«constituye precisamente para Lacan (idem) lo que Freud nos mostró como formaciones del inconciente.

Lo «entrañable» con que se adjetiva el amor alude a entrañas y también es desde allí que el odio «visceral» echa raíces, transformando la expresión del rostro desde la impronta de la ira, por ejemplo.

Lo enigmático del amor, por qué amamos o somos amados, o en forma similar con relación al odio, se enraíza en el cuerpo erógeno sin que sepamos donde, pero sólo podemos sentir desde nuestro cuerpo.

En esa articulación entre amar la vida y reconocer la muerte, reside el lazo que reúne lo imaginario de los afectos y sentimientos con lo simbólico de la pérdida en la simbolización, de nuestra chance de discursear.

Tal vez el mismo lazo que Freud nos legara a través de su afirmación radical e inaugural: «no sabremos nunca de la pulsión más que por su representación». Porque hablamos tenemos cuerpo y por lo mismo queremos «entrañablemente» o nos «duele» profundamente el alma.

Pienso que la dimensión icónica e indicial del discurso, que revela una cadena inconsciente de representaciones, emerge como puesta en escena de sucesos y afectos, donde amor, odio y angustia comparten espacios privilegiados que no necesariamente dan lugar a actuaciones, sino como llamados al otro en reiteradas demandas que enganchan los significantes más vinculados con lo reprimido.

La chance de experimentar un encuentro con el otro, convocándolo a ocupar determinado lugar, implica necesariamente el despliegue de la intensidad afectiva transferencial. Ya sea a ocupar el lugar del otro que asegura el síntoma, ya sea a ocupar un lugar otro que habilite nuevas articulaciones y se aleje de la repetición sintomática, y en ambos estamos siempre comprometidos.

Por eso entiendo que afectar y ser afectado es un acontecimiento que señala lo real, lo menos aprensible de nuestra estructura, y es desde allí que se pueden re-crear, re-producir las marcas de nuestra historia.

Cuando la realidad del inconciente se manifiesta, cuando se hace presente la pulsión como experiencia sujeto-objeto, la transferencia bascula en torno a un aspecto nodal, un momento donde la demanda se acerca a la identificación. Se trata de un momento en que el sujeto se aliena en el otro, recreando un lazo especular. Yo, en la transferencia de la paciente, quedé, por ese lapsus, ubicada en una alienación no buscada por la paciente, sino ofrecida por mi y sin saberlo, lo cual lo hacia aún más escenificable. Es decir, se avizoraba un lado real no esperado, no previsible, remedando lo que el síntoma tiene de real, de inexplicable.

Yo quedé llamada al lugar de mi falla recreando -pese a mi intención, que era la opuesta- el escenario sintomático, el de una madre que apresa a la hija que se resiste gozando de tal aceptación.

Pero esta situación, esta oportunidad de tocar la mismidad en el preciso momento de una repetición invocante, tiene toda la fuerza de una pulsión en acto, de un real-izándose con otro que habilita desde otro simbólico: el posicionamiento transferencial de la analista.

No estoy recomendando el acto fallido, sólo retomo su puesta en escena para inteligir un momento de fecundidad analítica. Vivenciar la experiencia del síntoma en el despliegue de los roles que el fantasma pormenoriza atravesando la fijación (fixierum) sintomática que otorga todos los beneficios enunciados por Freud y que Lacan denomina goce.

En el acto fallido se hace presente la escansión del tiempo para comprender y se evidencian los lados icónicos e indiciales del discurso: lo instantáneo y la experiencia con el objeto, donde, precisamente, lo experiencial abre a la diacronía de vivencias donde la pelea por la vida (en este caso del análisis) redundaba en una verdadera contienda por su vida, que no implicaba fusión como en su historia, sino el alcance de una frustración tolerable, y esto último, desde luego, incluía mis propios límites.

Nota 1

Deseo aclarar el haber privilegiado el término acto fallido sobre lapsus. J.L. Etcheverry (Sobre la Versión Castellana, pag. 45, Amorrortu Editores, 1978) resume desde López-Ballesteros los diversos términos empleados por Freud, como operación fallida, acción fallida y a veces trastocar las cosas confundido. Señala que «los deslices en el habla, en la escritura, los olvidos, etc. son operaciones fallidas.» Y a esto agregamos un hecho relevante que figura en la cuarta conferencia de las Conferencias de Introducción al Psicoanálisis, donde Freud establece que todos ellos son«actos psíquicos de pleno derecho»(subrayado de Freud).

BIBLIOGRAFÍA 

1- Michel Arrivé, 2001. Lingüística y Psicoanálisis, Siglo XXI, México D.F.

2– John L. Austin, 1982. Como hacer cosas con palabras. Paidós , Buenos Aires.

3– Alain Badiou, 2000. Lacan y lo Real en Rev. Acontecimiento, año X, nº19-20. Noviembre 2000, Buenos Aires.

4– Myrta Casas de Pereda

a- 1994, «Cuerpo, Simbolización y Juego», presentado en XX Congreso y 1ª Sobre Psicoanálisis de niños, Córdoba, Argentina.

b-1999, En el Camino de la Simbolización. Producción del Sujeto Psíquico, pág. 135, Paidós, Buenos Aires.

c-2001, «El discurso y el Método psicoanalítico», Revista Uruguaya de Psicoanálisis Nº94, Montevideo.

5– Sigmund. Freud, 1915, Lo Inconsciente, capitulo 3, pág. 173, Tomo XIV, Amorrortu, Buenos Aires 1976

6– Jacques Lacan

a- 1957-58, Seminario 5 Las Formaciones del Inconciente, Paidós, Buenos Aires.

b- 1962, Seminario X La Angustia (no editado)

c- 1972-73, Seminario 20, capitulo 3. Paidós, Buenos Aires.

7– Charles Pierce

a- 1974, La ciencia de la Semiótica, Nueva Visión, Buenos Aires.

b- 1991, Pierce on Signs, Chapel Hill, The University of North Carolina Press.

[1] Miembro Titular de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay. Rivera 2516 – 11300 Montevideo –

e-mail: mcasas@uyweb.com.uy

[2] Del texto» El discurso y el método psicoanalítico» Myrta Casas de Pereda 2001, presentado en 42º Congreso de IPA Niza 2001 en el Panel «El Discurso y el Método Psicoanalítico » ,Junto a Ethel Person y Gemma Corradi. Discutidor Ted Shapiro

Publicado en Revista Uruguaya de Psicoanalisis RUP,nº 94,2001,Montevideo,Uruguay.

[3] Siempre teniendo en cuenta que la evidencia de la imagen (Lacan 6b), vuelve inaprensible, en sentido estricto o absoluto, la realidad, ya que sólo construimos una realidad subjetiva.

[4] Ver el desarrollo de la impronta del performativo en el discurso vinculado a los aspectos semióticos de la simbolización, en Myrta Casas de Pereda (4c)

[5] Ver Nota 1.

[6] La connotación, de importancia indudable en todos los elementos semióticos del discurso no agota jamás el sentido, simplemente lo relanza.

[7] Frase con la que Lacan trabaja el problema del saber y la verdad en el capítulo 8 del Seminario 20.