El Psicoanálisis aplicado al feminicidio como acto, no como delito

Marion Estévez López RESUMEN El feminicidio como acto cometido por el individuo, de género indistinto, para liberarse de una realidad-sociedad violenta, subsumida en la necropolítica del neoliberalismo actual, representada por el cuerpo materno agresivo, amenazante y persecutorio. PALABRAS CLAVE Feminicidio, agresión, mundo interno, cuerpo materno, objetos parciales. ABSTRACT Feminicide as an act committed by the…


Marion Estévez López

RESUMEN

El feminicidio como acto cometido por el individuo, de género indistinto, para liberarse de una realidad-sociedad violenta, subsumida en la necropolítica del neoliberalismo actual, representada por el cuerpo materno agresivo, amenazante y persecutorio.

PALABRAS CLAVE

Feminicidio, agresión, mundo interno, cuerpo materno, objetos parciales.

ABSTRACT

Feminicide as an act committed by the individual, of indistinct genre, to get rid of a violent reality-society, subsumed in the current neo-liberalism necropolitics, represented by the aggressive, threatening and stalking maternal body.

KEYWORDS:

Feminicide, aggression, internal world, maternal body, partial objects.

RÉSUMÉ

Féminicide comme un acte commis par l’individu, du genre indistinct, se débarrasser d’un violent réalité-société, englobé dans la necropolitics du néolibéralisme actuel, représenté par le corps maternel agressif, menaçants et le harcèlement criminel.

MOTS CLÉS:

Féminicide, agression, interne monde, corps maternel, objets partials.

Nuestro país experimenta una degradación social originada por la desigualdad, marginación, corrupción e impunidad, orquestada por el Estado y contagiada a la población día tras día, noticia a noticia sobre hechos atroces sin investigación, sin juicio ni sentencia, culpables que parecen no existir pero al mismo tiempo están en el ambiente como una flotante incitación a romper las leyes, a desafiar los límites heredados por una civilización que se extingue con la crueldad humana proclive a salir cuando hay ríos revueltos; la cual permea a las instituciones federativas y a la población civil; del gobierno-padre negligente que permite de todo a su plebe, dentro de un espacio-madre peligroso; de la cara patriarcal de la sociedad en la que priva la violencia machista, a la matriarcal cuya violencia sutil y velada no necesita de un cuerno de chivo para imponer sus designios y someter tanto a hijos como a hijas; de familias con padres fríos, distantes o ausentes que endilgan su responsabilidad a madres agobiadas por el trabajo, la casa, la calle; del individuo que manifiesta su parte primaria latente en el momento necropolítico más álgido de una nación que involuciona a pasos agigantados.

De ahí que fenómenos como Las muertas de Juárez y Los feminicidios del Estado de México – internacionalmente conocidos por la cantidad de mujeres asesinadas y la saña con que fueron ultrajadas y botadas como desecho en el desierto, tiraderos o la vía pública – llevaron a los medios de comunicación masiva a suponer una epidemia, como si se tratara de un hecho agudo sin antecedentes ni contexto político, económico y social, sin considerar que no se trata de una enfermedad sino del síntoma de un padecimiento grave, ignorado y auspiciado por las autoridades cuya inacción manda el mensaje literal en el sentido de que «en este país no pasa nada…», es decir, puedes no pagar impuestos -como muchos poderosos- y el SAT no te persigue; puedes robar y mentir –como diputado o gobernador– y desaparecer sin dejar rastro; puedes ser narcotraficante, escapar de la cárcel y no ser encontrado; puedes matar mujeres -o a tu madre- ya que el sistema criminaliza a las víctimas y no pasa nada.

Este problema ha captado el interés de organizaciones preocupadas por los derechos humanos, activistas internacionales y medios de comunicación; de tal suerte que personas interesadas en el tema como el ensayista, narrador y crítico Sergio González Rodríguez, publicó en 2002, Huesos en el desierto, pesquisa sistemática durante la década de 1990 en Ciudad Juárez –lugar donde convergen la industria multinacional, la migración, el crimen organizado, el narcotráfico y las adicciones; tierra de nadie fronteriza con un vecino perverso– en la que el desierto otorga anonimato a asesinos, cuyos crímenes son descubiertos y documentados con nombre, apellido y averiguación previa. La actriz Jennifer López protagonizó en 2006, al lado de Antonio Banderas, la película Bordertown –titulada en México acertadamente como Verdades que matan– bien documentada sin mayor propósito que el hollywoodense, no obstante escenifica algunas de las líneas de investigación que las autoridades se negaron a seguir. Los periodistas Humberto Padgett y Eduardo Loza –con prólogo de Lydia Cacho, periodista y víctima de la corrompida justicia mexicana– publicaron en 2014 Las muertas del Estado, extraordinaria obra que concatena una larga lista de mujeres desaparecidas con madres, hermanas o hijas golpeadas, violadas, descuartizadas, quemadas en el Estado de México –entidad gobernada por el hombre que aspiraría y llegaría a la presidencia con el voto de las mujeres– y que supera no solo en cantidad y brutalidad sino en impunidad a los feminicidios de Ciudad Juárez.

Se ha vuelto objeto de estudio de diferentes especialidades, el hecho en sí mismo rebasa cualquier planteamiento unilateral, se necesita un análisis multidisciplinario para abarcar su complejidad ya que los hallazgos de los criminalistas y criminólogos se limitan a la escena del crimen y sus implicaciones jurídicas dejando de lado la naturaleza del asesino; el punto de vista de los derechos humanos con la perspectiva de género se avoca a la relación de poder entre el presunto culpable y la víctima para una adecuada diligencia que le procure justicia a ésta; la perfilación criminal, instrumentada y realizada por diversas agencias para localizar a peligrosos criminales se queda corta al aportar una especie de lista de mercado o DSM-criminal de los aspectos conscientes de la personalidad o psicopatología del sujeto feminicida.

México no es el único lugar donde esto sucede, pues este fenómeno afecta a cualquier sociedad, cultura, economía, latitud o raza, se debe dirigir la mirada hacia los individuos –su historia, su ambiente y su psique–, criados en culturas diferentes con raíces primitivas comunes de pulsiones agresivas cuyos retoños vencen una y otra vez la represión, de por sí endeble, que termina por sucumbir ante la seducción de la impunidad hegemónica en sociedades subdesarrolladas como las de América Latina, Africa y Medio Oriente en las que en ocasiones la muerte es la panacea para otros males (sobrepoblación, enfermedades, pobreza). De ahí que en la clínica, mujeres y hombres agresivos refieran un black out entre el clímax del impulso destructor y los gritos o esfuerzos del otro por escapar de los golpes o el ahorcamiento, es decir, se produce un instante en que la represión cede y se comete el acto al mismo tiempo que deja de haber contacto con la realidad, en el mejor de los casos la conciencia entra a tiempo y no pasa a más; en el peor, la conciencia opera hasta que ya no hay más que hacer salvo huir de la escena del crimen, entregarse o suicidarse por no tolerar la culpa.

Ello conlleva a peguntarnos qué hay en los vericuetos del inconsciente de quien comete feminicidio puesto que el argumento de matar a la mujer por el hecho de ser mujer resulta inconsistente para comprender casos como el de Juana Barraza Samperio, la famosa “Mata viejitas”, a quien se atribuyen por lo menos 42 ancianas asesinadas, o aplicaría si se toma en cuenta la definición etimológica [la resultante de matar a la mujer], como sustantivo del acto y no como la tipificación del mismo, sin la perspectiva de género – promovida por Derechos Humanos – que lo circunscriben a una relación de poder entre el hombre (activo-victimario) y la mujer (pasiva-victima), y deja de lado las relaciones universales emanadas de la dinámica familiar, en la que los roles de víctima y victimario alternan así como el género de los mismos, cuya psique es gobernada por el inconsciente como bien señaló (Freud, 1917).

El psicoanálisis proporciona una amplia gama de teorías para saber acerca del funcionamiento mental del feminicida en cuestión -de género indistinto-; considerando al individuo como ente bio-psico-social y que una de las posibles explicaciones está relacionada con el espacio vital que Klein (1930) sugería -durante el devenir del mundo entre guerras- como equiparable al cuerpo materno, y advirtiendo la cruenta realidad, expuesta por Zavala (2018), en la que nuestra sociedad está sometida a los intereses del neoliberalismo necropolítico de administración de la muerte para acumular capital, cobijado por las reformas del presidente Enrique Peña Nieto, he desarrollado la idea de que el mundo externo –realidad y sociedad– es una extensión del mundo interno del individuo –donde la ausencia, falta o deficiencia de experiencias buenas que neutralicen la agresión constitucional vuelve altamente persecutorios a los objetos parciales– y viceversa, en la que antropología y psicoanálisis se complementan en tanto que según Lévi-Strauss (1987) las relaciones dentro de la estructura social son más importantes que el individuo, empero dichas relaciones dependen de las pulsiones de vida y de muerte en el inconsciente de éste, según Freud (1920).

La descomposición sufrida por el país es el resultado de un sistema político–económico que no provee sino que ignora, quita e incluso agravia, lo que genera la sensación de un ambiente (sociedad-madre) persecutorio y amenazante del que hay que defenderse para sobrevivir, al menos psíquicamente, atacando para alcanzar la homeostasis o en casos más perturbados el principio de placer, de un Yo altamente narcisista con nula tolerancia a la frustración, también causado por el mal funcionamiento del ambiente familiar del individuo, el cual debió auxiliarlo en sus procesos de simbolización y sublimación de impulsos agresivos para conformar un mundo interno con objetos totales capaces de dar y dosificar la ambivalencia amor-odio, y no solo agresión, amenaza, persecución, retaliación.

La autora mencionada sostiene que hay una etapa del desarrollo temprano en que el sadismo alcanza su punto culminante y que el objeto de éste y del impulso epistemofílico es el cuerpo de la madre y su interior –esta noción de etapa alude a la oscilación entre periodos así como entre la posiciones esquizo-paranoide y la  depresiva, independientemente de la edad cronológica– y que «las fantasías sádicas dirigidas contra el interior del cuerpo materno constituyen la relación primera y básica con el mundo exterior y con la realidad» (Klein 1930, p. 226); en otras palabras, es posible que la violencia con que el asesino trata a su víctima y la saña con que veja, golpea, cercena o quema su cuerpo provenga del sadismo hacia el cuerpo de su madre que no pudo trasladar a la fantasía y mucho menos sublimar a consecuencia de la interacción con un entorno deficiente y/o sádico; quizá el feminicida inconscientemente ve en la mujer-madre no solo un poder materno asfixiante sino una realidad de la que necesita escapar, de la que debe defenderse, a la que debe atacar o aniquilar. La realidad externa del mexicano, representación inconsciente del cuerpo materno, se ha tornado amenazante e incluso cruel y para salvarse tiene que matar a la madre transferida a otras mujeres con las que ha tenido o tiene algún tipo de relación.

Pese a que la teoría kleiniana se utiliza básicamente en la clínica con niños y patologías graves como la limítrofe o la psicosis, también sirve para entender el funcionamiento mental de adultos neuróticos que podrían llegar a experimentar un quiebre psicótico, bajo condiciones de extrema ansiedad; limítrofes que experimentan el mundo como el útero engolfante del que deben liberarse; psicóticos con un delirio especifico contra las mujeres-madres; o psicópatas criminales (Garrido Genovés, 2004), sujetos con personalidades narcisistas (sobrevaluados) que seducen a mujeres para poder aislarlas (ponerlas presas) de su gente (indefensas), manipularlas de manera sádica y finalmente acabar con ellas por considerarlas inferiores (omnipotente), por lo que se infiere de los casos presentados por Guerrera en #NiUnaMás (2018).

Más que etiquetar hay que tratar de ver este fenómeno social como el resultado de la interacción psicodinámica de individuos violentados con un entorno que sufre los embates de tendencias globales de las que no puede escapar debido a la posición geopolítica del país, pero de las que se debe vacunar atendiendo su proclividad constitucional a la violencia puesto que el costo social ya está siendo devastador –dado el trauma, el duelo y el rencor de las víctimas hacia el sistema– con el mensaje intrínseco de que los ciudadanos-hijos le «valen madre» al Estado-padre, desencadenando una fase terminal prácticamente irreversible.

Probablemente este enfoque psicoanalítico no agrade a determinados sectores, sin embargo el fin no es un like sino atreverse a encarar otra perspectiva de análisis de un hecho mal abordado por las autoridades, de un fenómeno con varias aristas que requiere de las diferentes disciplinas de estudio pero sobre todo de no minimizar una realidad compleja como su sociedad, así como del inconsciente de los individuos que la conforman.

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

Freud, S. (1917). Una dificultad del psicoanálisis. Obras Completas, 17. Buenos Aires: Amorrortu (1994).

Freud, S. (1920). Más allá del principio de placer. Obras Completas, 18. Buenos Aires: Amorrortu.

Garrido Genovés, V. (2004). Cara a cara con el psicópata. México: Ariel. 

Guerrera, F. (2018). #NiUnaMás. México: Aguilar.

Klein, M. (1930). La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo. Obras Completas, 1. Barcelona: Paidós (1990).

Lévi-Strauss, C. (1987). Antropología estructural. Barcelona: Paidós.

Zavala, O. (2018). Los cárteles no existen. Narcotráfico y cultura en México. México: Barcelona: Malpaso.