El síntoma en la política o según Válery: ‘lo real siempre está en la oposición’
Gibrán Larrauri Olguín
El presente artículo pretende reflexionar a propósito de la noción de síntoma que propone el discurso psicoanalítico, para de allí, asentar algunas ideas en torno a la concepción que Žižek guarda de la ideología política, en especial en su obra titulada El sublime objeto de la ideología (1992), obra que de acuerdo a Ian Parker (2004) es la más notable de la producción del pensador esloveno[1]. Se hará énfasis, pues, en el síntoma en tanto emparentado con el registro lacaniano de lo real y con el goce, para de allí, señalar los impases que de manera irremediable se forjan alrededor de toda ideología política.
De lo fecundo del síntoma
Tradicionalmente, al menos desde el abordaje médico, psicológico y psiquiátrico, el síntoma es apreciado como aquello que representa algo así como la materialización del mal, la posesión dionisiaca sea de la mente, sea del cuerpo, y que en su insistencia perturbadora tiende a destruir la supuesta estabilidad apolínea psicosomática. El síntoma ha sido visto, pues, desde esas concepciones, como lo que en su insistencia impide el devenir funcional, siempre deseable, para los cuerpos dentro de ese otro supuesto cuerpo que es el de la Cultura. Es ya sea en torno a la prevención del síntoma, como a la búsqueda de su erradicación, sobre lo que recae aquello que Foucault llamó “poder disciplinar”[2] y que hoy en día se despliega de manera brutal sobre la población global, poder en cuya cabeza encontramos el poder clínico en su conjunto.
Así pues, a través de la hegemonía de dicho poder disciplinar que impera en nuestros días, signados éstos por la búsqueda de una felicidad a través de la estabilidad de la salud, el síntoma, lejos de ser considerado como una formación que responde a una causa estructural –visión psicoanalítica– es más bien apreciado como un motivo al que se le culpa enteramente por corromper una subjetividad o sociedad dada, sin notar que la subjetividad y la Cultura toda se debe y subsiste precisamente a que en su núcleo existe algo del orden de lo real que en su insistencia, la cual, escapa a la completa dominación simbólica, gesta precisamente la reproducción de los organismos en cuerpos. En otras palabras, el síntoma al ser apreciado como aquello sobre lo que hay que incidir para reestablecer la armonía, sea con consejería y/o fármacos, es supuesto como aquello que hay que desmontar por la vía del interrogatorio o por la vía de la intervención sobre el mediador orgánico que produce una serie de efectos patológicos en el cuerpo, lo cual conlleva la reducción del mismo cuerpo a la categoría de la máquina (y no precisamente deseante.)[3] Este hecho acarrea también que se pierda de vista que el síntoma, si bien es fuente de sufrimiento, de incomodidad, también es vía de creación y sobretodo, de sustento de una subjetividad.
En este sentido, para el psicoanálisis en su lectura lacaniana el síntoma es más bien, y no sólo, una formación significante sino “lo real que permite anudar el sujeto a su falta” (Assoun, 2008: 137), de lo que se colige por qué para el Lacan de la década de los setenta el síntoma haya sido concebido como la estructura misma. Siendo más preciso: el síntoma para la perspectiva lacaniana es aquello que permite a un sujeto sustentarse dentro del malestar en la Cultura, es decir, en la Cultura a secas, ya que difícil sería proponer una Cultura del bienestar, a tal punto que, recordando una conversación con Daniel Gerber, podríamos decir que sin malestar no habría Cultura.
Quienes nos inscribimos en el psicoanálisis, sabemos o al menos deberíamos saber, que un sujeto demanda entrar en análisis no a partir de su sufrimiento, “de sus síntomas” se diría, pues todos sufrimos eventualmente (el sólo hecho de hablar nos hace propensos a ello, nos hace sintomáticos), y en tal sentido, todo mundo querría consultar un psicoanalista o a quienes se ubican con un aire de familia con tal posición una vez que el malestar palpita. Más bien, lo que hay en la entrada en análisis de un sujeto es la constatación de que precisamente su síntoma se le ha roto, en otras palabras: la manera en la que se posiciona ante su falta no le funciona más. Siendo así, un sujeto no entra a análisis debido a que sus síntomas lo hacen disfuncional sino porque sus síntomas no le son más funcionales (por paradójico que sea atribuir el adjetivo “funcional” a algo que ante todo se contrapone a toda noción de funcionalidad sin falla.)
En síntesis, y para ir dándole la palabra al autor pretexto de este texto, la dimensión del síntoma que retomaré como aquello que coordina mi discusión, es la siguiente: el “síntoma es el modo en que nosotros –los sujetos– “evitamos la locura”, el modo en que “escogemos algo (la formación del síntoma) en vez de nada (autismo radical, la destrucción del universo simbólico).” (Žižek, 1992: 110-111)
Lejos de que esto que trasmito sea apreciado como una apología del síntoma, o sea, una “defensa” del sufrimiento, lo que pretendo es subrayar el carácter fecundo del síntoma, de aquello que las más de las veces es promovido como aquello que no hace más que restar y desviar de un cierto telos bonhómico. Y es que desde mi perspectiva, mucho le debemos a eso que por un lado motiva, y por el otro, impide un desarrollo armónico de cualquier proyecto individual o grupal.
Puedo entonces entablar mis ideas centrales sobre lo real del síntoma y su relación con la ideología que nutre a toda palabra política.
El síntoma como lo real imposible de simbolizar
La definición más difundida de lo real psicoanalítico es aquella que encontramos en el seminario XX de Lacan mejor conocido como Aún… (1972-1973). Tal definición reza que lo real es aquello que “no cesa de no escribirse” (1975). En otros términos, lo real es allí para Lacan aquello que se resiste a ser domado mediante el influjo simbólico, así como aquello que lo percepción de cualquier imaginario no muestra. En tal sentido, lo real bien puede ser apreciado como un goce absoluto, un radical más allá del principio del placer, también llamado en ocasiones por otros pensadores como goce del ser dado que escapa a la consciencia y a la existencia, y en tanto este goce del ser en su erupción suprimiría a esta última tanto como desbordaría toda percepción.
Por lo tanto, si el goce del ser es aquél estado de placer absoluto que de tan absorbente confina con el dolor y con la satisfacción plena[4], borra la dimensión reguladora de la realidad y el deseo, podemos colegir que lo real del ser, o ese talante de lo real llamado por Žižek “presimbólico”, es aquello que precisamente es reprimido originariamente por la ley de la Cultura, ley simbólica o en pocas palabras: lenguaje. Es decir, es sobre el goce del ser que opera la red del lenguaje que hace que un organismo pleno devenga cuerpo subjetivado. Sin embargo, lejos de que lo real sea entonces apreciado como lo más periférico a la realidad, como aquello que rodea a lo simbólico y a lo imaginario (componentes de la llamada “realidad”) sería más bien su núcleo, en tanto dicha realidad está siempre sustentada por el que Lacan llama “fantasma”. De acuerdo a Pommier: “el fantasma hace pantalla y trabaja lo real: lo manipula, lo pone en torsión a su manera a fin de realizarse.” (2005: 61) En otros términos, lo real “no es la modalidad de lo que correspondería considerar como lo más periférico en la experiencia, sino más exactamente aquello que viene a centrarla.” (Pommier, 2005: 72, cursivas mías) Más sencillo: para que el sujeto tenga lógica cabida y vida en la realidad es menester que algo en él sea reprimido, eso reprimido que se volverá lo imposible y por ello lo real, es el goce del ser, el núcleo alrededor del cual se edifica la realidad así como el fanasma (noción ésta a la que ya regresaremos).[5] Siendo así, podemos sentar que a ese fenómeno que ubica una Ley humana (lenguaje) que se dirige a reprimir la Ley salvaje (goce) se le conoce como castración.
De esta forma, siguiendo con Žižek, el “gran tema” sobre el que versa lo que Lacan llama “simbolizar lo real” –condición fundamental para el nacimiento en la Cultura del sujeto– está en que tal proceso efectuado por la Ley simbólica es “un proceso que mortifica, drena, vacía, cincela la plenitud de lo real del cuerpo vivo”, entiéndase: la Ley simbólica que constituye la subjetividad deseante tiene como efecto poner diques a un goce corporal que, por estar en su principio fuera del lazo social, se ubica en relación directa con lo real.
Pero, tal vez lo más trascendente para la ideas que pretendo transmitir sea que tal proceso de subjetivación no es sin falla, es decir, la simbolización del goce del ser en tanto está basada en reprimirlo, no puede impedir, incluso provocar, el origen en el sujeto de la persistencia de un afán de recuperación de ese goce. Esto será lo que en el fondo le da toda legalidad anímica a la pulsión misma. A ese afán de satisfacción del que toma toda su energía la pulsión manifestante del deseo sin posibilidades de completarse, es a lo que se le llama propiamente lo real que no deja de no escribirse.
De tal forma, como el mismo Žižek lo indica, lo real, además de ser sobre lo que recae la castración, real en su talante mítico o presimbólico, es también “el producto, el remanente, el resto, las migajas de este proceso de simbolización.” (1992: 221) Será pues, ese real que persiste en no poder ser simbolizado aquello que otorgará la consistencia al síntoma del que todo organismo cívico será portador, de hecho, puede decirse que la subjetividad es la respuesta sintomática que se produce entre el organismo gocero y su confrontación con la Ley simbólica.[6]
Es así que Žižek cincela que el síntoma para la perspectiva lacaniana es “un elemento que causa mucho trastorno, pero su ausencia significa aún más trastorno: la catástrofe total.” (1992: 115-116) Pues el síntoma es aquella forma patológica con la que el sujeto obtura la posibilidad del goce total, su ausencia sería la catástrofe total en relación a que sería una puerta abierta para el flujo de lo real sin traba por lo simbólico, y así, representaría la anulación del deseo y el lazo social. No hay forma subjetiva de posicionarse en el mundo social humano para el sujeto que no implique un dejo de malestar irreductible. Si algo señala el síntoma es que para el sujeto no hay bienestar sino lucha constante: lucha entre una satisfacción a la que tiende de la mano de su deseo sin objeto idóneo dentro de los marcos de la Cultura, y una Ley que le impide esa satisfacción so pena de desaparecer como sujeto. En tanto lo real no es viable de ser plenamente simbolizado es que el sujeto se vuelve sintomático: habitado por un deseo de regreso a la indiferencia, vive sus días siempre en trastabillado, esforzándose con el símbolo por recuperar su bienestar, sin embargo, ese bienestar es su salida del circuito social como ente deseante. Por lo tanto, para el psicoanálisis “El tiempo subjetivo se desgarra de este modo entre aquello de lo que huye y lo que persigue.” (Pommier, 2005: 42)
Será de esta división, entre deseo y goce, que el sujeto se verá arrimado a buscarse una respuesta a lo que representaría dentro del orden de la Cultura su alivio ante el dolor de existir, el cual puede ser definido como aquello que nace de “la excentricidad del deseo en relación con toda satisfacción” (Lacan en Nasio, 2007:135) . Es por esto que, potencialmente, se verá siempre atraído hacia aquellos lugares que estipulan, de manera más o menos encubierta o abierta, que se cuenta con el objeto o significante que en su adquisición calmaría tal dolor de existir. De entre esos lugares, sobresale el del discurso de la política que irremediablemente se ve forzado a crearse a partir de elevar a la dignidad de lo que le falta al sujeto los significantes mediante los cuales costura su lógico despliegue. Será también a partir de esa insistencia de lo real o, en otras palabras, de la renuencia del deseo por colmarse con cualquier influjo simbólico, que el discurso político hallará un impasse infranqueable que lo llevará a repetirse en su estructura, es decir, en su fracaso.
El discurso político (y con este trazo incluyo tanto a quienes “hacen” de facto la política, en otros términos los llamados “políticos”, tanto como a quienes teorizan la “mejor” forma de pensar los fenómenos políticos y a quienes ponen en tal lugar sus esperanzas más altas), eventualmente, termina por hacer brotar la pesadez de un real que en su inmutabilidad corrompe el diseño del flujo de todo río singnificante político. Para el psicoanálisis, en tanto la política se ejerce por y para las subjetividades, y en tanto tales construcciones están divididas, el lazo político no deja de ser el escenario, tal vez el predilecto, en que lo real señala el surgimiento de un imposible de todo avance progresivo y armónico, sea bajo la bandera de la derecha, siempre cargada de connotaciones poco amables, sea bajo el estandarte de la izquierda, por su parte siempre imán de las buenas voluntades.
Síntoma, real y fantasma en la disquisición de Žižek: hacia los impases de la ideología política.
De acuerdo a lo recién planteado a propósito de la verdad que el psicoanálisis le señala al lazo político en su conjunto, uno no puede más que, al lado de Jacques-Alain Miller, afirmar lo siguiente:
Vayamos a lo más simple. ¿Qué rescataría un lector que hojeara los escritos y dichos de Lacan intentando caracterizar la relación de Lacan con la política? Pienso que el rasgo más sobresaliente que encontraría sería la desconfianza hacia los ideales, sistemas y utopías de los que está sembrado el campo político. (Miller, en Zarka, 2004: 126)
Cosa evidente. Lo que no resulta tan claro para quienes no alcanzan a observar de dónde le viene tanta renuencia en suponer a la política como algo progresista no sólo a Lacan sino al mismo Freud quien, cuando se le preguntó de qué color “político” era no respondió más que “color carne”, es que por decirlo de una manera un tanto desenfadada y soberbia, el psicoanálisis, o mejor dicho, aquello que hace las veces de su objeto de estudio, no puede más que hacer constar que el discurso político[7] no es más que semblante, esto quiere decir: el discurso político basa su desarrollo en base a reprimir la verdad y hacer pasar sus cadenas significantes (armazones de semblante) como la verdad misma. En una palabra, el discurso político borra la verdad del deseo que habita a quienes en su tálamo se desenvuelven; borra, pues, que no hay esperanzas para los sujetos de rehacerse de su goce interdicto. El problema es que si el sujeto se ve atraído hacia los significantes que le proporciona la política no lo es tanto por una consciencia social cualquiera sino por una inconsciencia de su falta en ser en la que ancla precisamente toda ideología política.
El discurso político recurrentemente supone componer, comprender y aprehender la realidad, sustenta en sus representaciones su éxito pero desconoce muy a menudo que hay un desacuerdo estructural –y no contingente–[8] en la subjetividad que lo hace tropezar: lo real[9]. Como lo diría Lacan: “Lo real no es el mundo. No hay la menor esperanza de alcanzar lo real por la representación.” (1988: 82) Ese desacuerdo que como he señalado constituye los castillos en los que se sostiene todo sujeto, es el factor de gestación de los síntomas que hacen que la ideología política se repita, no es cualquier cosa, sino en su fracaso como ya lo señalaba. De aquí que el mismo Lacan en su conferencia “La troisième” declare: “Llamo síntoma a lo que viene de lo real.” (1988: 84)
En este sentido es que la ideología política no puede más que construirse mediante el fantasma, lo que por Žižek es llamado sistemáticamente “fantasía”. Se impone entonces una pregunta: ¿qué es, en estricto sentido, para el esloveno, la fantasía? Según palabras de Žižek:
La fantasía es básicamente un argumento que llena el espacio vacío de una imposibilidad fundamental, una pantalla que disimula un vacío. “No hay relación sexual”, y esta imposibilidad se llena con el fascinante argumento de la fantasía –por eso la fantasía es siempre, en último término, una fantasía de la relación sexual, una puesta en escena de ella”. (1992: 172-173)
En tanto la fantasía funciona como una escenificación en la que se encubre la castración, es que:
La apuesta de la fantasía ideológica es construir una imagen de la sociedad que sí existía, una sociedad que no esté escindida por una división antagónica, una sociedad en la que la relación entre sus partes sea orgánica, complementaria. El caso más claro es, por su puesto, la perspectiva corporativista de la Sociedad como un Todo orgánico. (Žižek, 1992: 173)
Es por ello que el psicoanálisis señala que el discurso del amo del que se nutre forzosamente toda palabra política es del orden de lo inconsciente, pues se constituye por un saber que no se sabe. Dicho saber no es otro más que el saber de la verdad del deseo, verdad que implica que el deseo es deseo de deseo, en otros términos, que la verdad es siempre verdad a medias o no-toda. Siendo así, toda demanda política “está atrapada en una dialéctica en la que apunta a algo diferente a su contenido literal.” (Žižek, 1992: 155) Esa demanda de algo más allá de la literalidad con la que se ve afrontado toda ideología política, es lo que en su radicalidad nadie tiene, es decir, el goce que vendría a suturar la falta en ser que comanda la vida deseante. Por lo tanto, ese plus de toda demanda, plus de goce, es lo que en Laclau podríamos interpretar bajo el término de “excedente metafórico”. A su vez, es este goce, puesto que es lo que se demanda, el anuncio de la derrota del simbolismo político pues no puede otorgarlo so pena de caer en barbarismos. En otras palabras, la subjetivación tan alabada y provocada por el discurso político encubre, por curioso y contradictorio que parezca, al sujeto mismo: Por esto “el sujeto es por lo tanto estrictamente opuesto al efecto de subjetivación: lo que la subjetivación encubre no es un proceso pre o transubjetivo de escritura sino una falta en la estructura, una falta que está en el sujeto.” (Žižek, 1992: 227-228)
Así pues, toda identidad política, tanto como toda identidad, cojea en un espacio que desconoce, y que no obstante, cimienta su supuesta cordura. Hay algo fuera de sentido en toda ideología política que no sólo se propone como el límite interno para su discurso sino como aquello sin lo cual no puede existir. Pues si se piensa, y se ven las cosas con calma y un espíritu alejado de la doxa, se constará que la lucha política, sea de izquierda o de derecha, “izquierdosa” o “derechista” (totalitarismos), se confecciona sólo en base a tomar como estandartes de apego no otra cosa que significantes, significantes que como el psicoanálisis señala, no son más que elementos de diferenciación que permiten captar “nada” y por lo tanto están despojados de un significado universal. Tenemos pues, que el discurso de la política es del semblante dado que hace “como si” los significantes que hacen su fuerza significaran algo per se. Será entonces que tarde o temprano que quienes se identifican con esos significantes, terminen por constatar que luchan por algo, por un deseo que más bien refuta sin nombre. De allí a la irrupción que no engaña de lo real no hay mucho trecho.
Es por todo esto que reitero junto con Žižek “El proceso de interpelación-subjetivación es precisamente un intento de eludir, de evadir este núcleo traumático mediante la identificación: al asumir un mandato simbólico, al reconocerse en la interpelación, el sujeto elude la dimensión de la Cosa”. (1992: 235)
También, es de esta forma, que podemos entonces advertir que toda fantasía/ ideología política está acechada (para parafrasear otra obra del esloveno) por reacciones que irán del desencanto y la melancolía hasta la violencia, pues: “La aspiración de abolir el antagonismo pulsional es la fuente de la tentación totalitaria” (Žižek, 1992: 28), es decir, cuando la ideología se topa con su límite estructural es común que le adjudique ese límite a la imperfección de todo aquel no adepto a identificarse con ella. En suma, la ideología política fundamenta su poder en presentarse despojada de todo influjo de ficción, pero será precisamente la verdad de su estructura, o sea, su tejido fantasmagórico que reprime y/o forcluye la constancia de lo real, lo que retornará para dar lugar a manifestaciones del deseo inconsciente poniéndola en jaque.
Quisiera pues, señalar que sin embargo y más allá del pesimismo con el que este recorrido se posiciona ante el lazo político, no por ello supone la idea melancólica de darse por vencido en toda lucha política de antemano ni supone rebajar la misma a la categoría de una lucha ignorante, pues puede creerse que se está afirmando que no hay distinción en cuanto a la validez de las diferentes luchas políticas con lo que se dejaría la puerta abierta a todo laissez-faire, lo que casi siempre recae en la irresponsabilidad. Nada de eso, simplemente quiero poner en claro que cuando se habla teóricamente de la existencia de una imposibilidad o dislocación en el nacimiento de las gestas políticas no se debe de suponer que dicha existencia es de orden ideológico o efecto de un defecto corregible con las palabras y las herramientas adecuadas, sino que tal imposible es de orden estructural, lo que infatigablemente nos fuerza a siempre estar renovando nuestras respuestas a nivel individual y grupal. Es decir, ante lo real no hay respuesta adecuada sino puras de tipo más bien provisional.
Siendo así, para resumir en una frase que inyecta la idea fundamental de este escrito, recurro a la palabra de la poesía. Sólo un poeta puede aquí ayudarme a poner un punto final: dice Paul Valéry: “Política de la vida. Lo real siempre está en la oposición”.
Referencias
Assoun, Paul-Laurent. (2008) Lacan. Paidós, Buenos Aires.
Braunstein, Nestor. (1990) Goce. Siglo XXI, México.
Evans, Dylan. (2007) Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano. Paidós, Buenos Aires
Foucault, Michael. (2005) Naissance de la clinique. Presses Universitaires de France, Paris.
______________. (2006) Surveiller et punir. Gallimard, Paris.
Lacan, Jacques. (1975) Encore. Le Séminaire livre XX (1972-1973). Seuil, Paris.
_____________. (1988) Intervenciones y textos 2. Manantial, Buenos Aires.
Nasio, Juan David. (2007) El dolor de amar. Gedisa, Barcelona.
Parker, Ian. (2004) Slavoj Žižek. A critical introduction. Pluto Press, London.
Pommier, Gerard. (2005) ¿Qué es lo “real”? Ensayo psicoanalítico. Nueva Visión, Buenos Aires.
Rancière, Jacques. (1996) El desacuerdo. Política y filosofía. Nueva Visión, Buenos Aires.
Zarka, Yves Charles. (dir.) (2004). Jacques Lacan. Psicoanálisis y política. Nueva Visión, Buenos Aires.
Žižek, Slavoj. (1992) El sublime objeto de la ideología. Siglo XXI, México.
[1] Ver Parker, I. (2004) Slavoj Žižek. A critical introduction. Pluto Press, London.
[2] Para profundizar en la conceptualización de Foucault sobre lo que llama “poder disciplinar” se pueden consultar sus obras “Surveiller et punir” y “Naissance de la clinique”.
[3] Evidentemente la alusión a “la máquina deseante” proviene de las conceptualizaciones de Gilles Deleuze y Felix Guattari, quienes caracterizaban a tal máquina como aquello que en su fluir se sobrepone a todo tipo de sedimentación y opresión.
[4] En su libro Goce (1990), Néstor Braunstein nos explica que el goce del ser es aquello que de lo real queda excluido y padece por el significante, una zona central que constituye el núcleo del ser.
[5] Recurro a unas citas de Žižek que puede ayudar a esclarecer por qué ubico al goce del ser en relación con lo real presimbólico: “Éste es el gran tema lacaniano de la simbolización como un proceso que mortifica, drena, vacía, cincela la plenitud de lo real del cuerpo vivo. Pero lo real es al mismo tiempo el producto, el remanente, el resto, las migajas de este proceso de simbolización.” Por lo tanto, podemos decir que: “En términos hegelianos, lo real está a la vez presupuesto y propuesto por lo simbólico.” (1992: 221, cursivas mías)
[6] En palabras de Žižek: “El sujeto no es sino el punto fallido del proceso de su representación simbólica, el punto fallido de simbolización plena de lo real mismo.” (1992: 225)
[7] Cabe señalar aquí que cuando me refiero al discurso político me refiero ante todo a aquel que, a pesar de concebir un punto de imposibilidad en relación al establecimiento de una armonía en el campo social, persiste en buscar la armonía.
[8] Para ahondar en la noción de desacuerdo y el campo político es fundamental remitirse a: Rancière, J. (1996) El desacuerdo. Política y filosofía. Nueva Visión, Buenos Aires.
[9] Es palpable que existen algunas propuestas desde la filosofía y la ciencia política que toman en cuenta ese real como ocurre con el particular caso de Laclau y de Badiou. Empero, me parece que hay al menos una connotación de lo real que sigue quedando un tanto al margen de esas elaboraciones y es aquella que nos remite a lo real como “objeto de la angustia” (Evans, 2007: 164).