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Edipo y el tiempo lógico. Una ética del acto.

Vladimir García Radilla A mi interlocutora. Aquí yace la experiencia de la acción humana y,  porque sabemos reconocer mejor que quienes  nos precedieron la naturaleza del deseo que está  en el núcleo de esta experiencia, una revisión  ética es posible, un juicio ético es posible, que  representa esta pregunta con su valor de Juicio Final…


Vladimir García Radilla

A mi interlocutora.

Aquí yace la experiencia de la acción humana y,

 porque sabemos reconocer mejor que quienes 

nos precedieron la naturaleza del deseo que está 

en el núcleo de esta experiencia, una revisión 

ética es posible, un juicio ético es posible, que

 representa esta pregunta con su valor de Juicio Final

 –¿Ha usted actuado en conformidad con el deseo 

que lo habita?

Jacques Lacan

Llega a ser el que eres

Píndaro.

Resumen.

Contrario a lo planteado por la tradición racionalista, el psicoanálisis muestra un sujeto que se desconoce en su decidir y en su acto. Nuestra cultura, la cultura occidental en general, está emplazada de tal manera que los sujetos no suelen preguntarse por su deseo, ni suelen asumir como propios sus actos. Esta huida de sí mismo propiciada por la cultura hace necesaria la pregunta por lo ético.

Propongo leer la tragedia Edipo Rey escrita por Sófocles desde un punto de vista ético, ético no en el sentido normativo que es el sentido más difundido, sino en términos de una ética del deseo. A partir de lo planteado por Jacques Lacan en su escrito de 1945 “El tiempo lógico…”; tiempo lógico puntuado por tres momentos localizables en el desarrollo de la tragedia: el encuentro con Tiresias y la confrontación con Creonte; las noticias de Corinto y la vacilación de Yocasta; el acto, finalmente, de arrancarse Edipo los ojos. Acontecimientos articulados en el veredicto del Oráculo de Delfos.

Palabras clave: Sujeto, Deseo, Tiempo lógico, Decidir, Ética, Acto.

Summary

Contrary to the rationalist tradition, psychoanalysis shows a subject that is unknown in its decision and in its act. Our culture, Western culture in general, is placed in such a way that subjects do not usually ask themselves about their desire, nor do they usually assume their own actions. This escape from oneself, fostered by culture makes necessary the question of ethics.

I propose to read the tragedy Oedipus Rey written by Sophocles from an ethical point of view, ethical perspective not in the normative sense that is the most widespread sense, but in terms of ethics of desire. From what Jacques Lacan stated in his 1945 writing «The logical time…»; logical time punctuated by three localized moments in the development of the tragedy: the encounter with Tiresias and the confrontation with Creon; the news of Corinth and the hesitation of Jocasta; the act, finally, of tearing Oedipus’ eyes. Events articulated in the verdict of the Delphi Oracle.

Keywords: Subject, Desire, Logical Time, Decide, Ethics, Act

Sin duda, el descubrimiento freudiano está más allá del olvido y la obviedad.  Es justo reconocer que este descubrimiento, sólo ha podido avanzar en un diálogo con otras disciplinas. Diálogo que no significa adopción de otras perspectivas ni sucumbir frente a esos otros modos de decir. El psicoanálisis preserva su especificidad en función de su campo clínico, donde tienen lugar la elaboración y reelaboración de su discurso y de su dialogar con aquellos otros discursos.

En particular, desde el psicoanálisis es posible coincidir con aquellas filosofías que hablan de la vida como ella es y como podría ser, no como debería ser y que por ello dejan de ser especulativas, condición de la filosofía que Freud censuraba. Es ahí donde el psicoanálisis nutre su reflexión, su pensar acerca de los sujetos que viven y sufren cada uno en su caso particular. 

No es ninguna novedad decir que el psicoanálisis trastoca la idea del sujeto racional y que no obstante se propone mostrar y por lo tanto darle racionalidad –en tanto revelación de su estructura y lógica- a lo que excede a la razón.

Si hay por ello una racionalidad en el inconsciente ésta es la del significante, que no se articula ni al azar ni arbitrariamente. Lo que nos muestra el psicoanálisis, y muy precisamente lo que nos enseña Lacan, es que esta estructura del lenguaje organiza la producción del inconsciente, que está a su vez organizado en torno a una falta fundante, ante una falla fecunda que es el desencuentro con la satisfacción: el deseo.

Se trataría en todo caso, por eso, de una racionalidad descentrada de toda voluntad y de la misma consciencia. Una racionalidad fuera del sujeto, de la cual éste se percata en el instante mismo de su enunciación y en el necesario retorno del sentido desde el otro.

No se trata, en mi opinión, de fundar una nueva racionalidad a partir del psicoanálisis, sino de mostrar la soberbia del racionalismo en el desconocimiento de su polarización.

Frente a la consideración del sujeto de la racionalidad, aquel dueño de su quehacer y de sus motivaciones cuyo medio es el Saber, la disciplina fundada por Freud evidencia sus lagunas; desde la perspectiva del psicoanálisis, el sujeto que es capaz de mirarse a sí mismo en un ejercicio introspectivo, se revela como engañoso de sí; el sentido y su comprensión, como lo muestra J. Lacan, provienen del campo del Otro. Sus decisiones y sus actos tienen lugar en su ser con otros como se expresaría M. Heidegger. Justamente desde esta perspectiva el psicoanálisis plantea cuestiones a la filosofía. Una de ellas, referidas a la Ética como origen del actuar. Es decir, cuál es el sujeto de un acto, quién es el agente que hace hacer y cómo decide quien actúa.

La definición del diccionario de la lengua española para la Ética, establece que constituye tanto una parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre, como el conjunto de normas morales que rigen la conducta humana. Esta última es también la concepción común y funcional bastante difundida en occidente a partir de la tradición latina. En otra perspectiva, me parece que es posible pensar la Ética en función de una referencia al sentido originario del vocablo Ethos que literalmente significa hábito y hábitat, costumbre, uso; un hábito que no es mecánico sino comprensivo, en tanto hace posible situarse contextualmente, es por ello un comportarse, comportamiento, sin la acepción normativa que corrientemente se le adjudica. Así, adelantando un tanto, la ética podría pensarse como un comportarse convenientemente según lo que se es.

Comportarse está en función de elegir, de optar, de decidir. Lo que se decide, se opta, se elige, no deriva de una normatividad externa o de una voluntad que se asume autónoma. Se elige en medio de una facticidad determinada por la presencia del otro, por el deseo de deseo y por la inscripción en una historicidad predestinada desde el Otro.

En este espacio, procuraré hacer una lectura de Edipo Rey de Sófocles desde lo que Lacan propone como el tiempo lógico, constituido por tres momentos: ver, comprender y concluir. Creo que esta lectura nos permite ejemplificar en qué consiste la ética del deseo; como un actuar en su conformidad y no cederlo, asumiendo sus consecuencias. No obstante, esta ética no conlleva un deber ser; es una ética de lo que es. Porque el comportarse de una determinada manera frente al deseo, asumiéndolo o huyendo de él, atañe también a lo ético. 

Sófocles, Edipo, Freud.

Tradicionalmente, el significado del nombre de Edipo ha sido derivado por su etimología –Oidéo: hinchar y Podós: pies- como “El de los pies hinchados”, de esta manera Oidipus. Sin embargo, tomado desde su raíz: Oid, que tiene amplios sentidos, cabe hacer la construcción de “El que quiere saber”, en consonancia con el argumento de la obra de Sófocles en el que ver, saber, ceguera, no-ver y no-saber tienen relevancia; justamente este vocablo, Eido, que es ver, mirar, observar, reconocer, refiere también saber, conocer y comprender. Edipo, como quiero mostrarlo, busca, sin ceder a los peores augurios, la verdad sobre el asesinato de Layo; camina hacia ese encuentro con el saber.

En la historia escrita por Sófocles, Edipo se enfrenta a situaciones en las que debe tomar decisiones, derivado de ciertos acontecimientos. ¿Cómo decide Edipo? Sus decisiones trascendentes están en función de lo dictado por el oráculo: el primer y fundamental enigma acerca de su filiación -se pregunta de quién es hijo- el abandonar Corinto, el indagar la verdad acerca de la muerte de Layo. Asumiéndolas en un segundo momento o buscando escapar al inicio, Edipo no puede ignorar lo que se le vaticina, así como su implicación en esa hora de la desgracia de su reino; incluso creyendo escapar va exactamente en la dirección de cumplir su destino.

Una de las obras más comentadas y reconocidas de Sófocles, Edipo Rey, no podía pasar desapercibida para el fundador del psicoanálisis, menos aún en el instante en que se halla en el trabajo de sí mismo; a partir de ese trabajo postula la universalidad de un complejo que va más allá del reconocimiento empírico de una situación edípica. Toda conformación cultural establece prohibiciones respecto del comercio sexual; siempre de una manera en que la madre, no en su entidad biológica, sino en su función –o, mejor dicho, en lo que ella es- permanece inaccesible. Prohibida.

En la Ética del psicoanálisis, clase 19 del 25 de mayo de 1970, Lacan cuenta que el Sr. Jacobo Bernays, padre de su esposa Martha, fue un estudioso de la cultura griega clásica. Es probable que –como puede desprenderse del comentario de Lacan- el acceso de Freud a la lectura de los trágicos griegos haya estado mediada por lo que constituyó el trabajo de J. Bernays.

El 15 de octubre de 1897, en la carta publicada con el número 71 de su correspondencia con Fliess, Freud habla de la importancia que le confiere a continuar con su análisis –llamado auto- antes de que su consultorio le demande más trabajo. Su análisis, dice, transcurre a partir de sus sueños. En esas fechas trabajaba sobre uno en particular, comentado en la carta del 3 y 4 de octubre del mismo año, el sueño de con su nana, a quien caracteriza como una mujer fea, vieja pero sabia. Quien fue su maestra en cosas sexuales y quien le condujo al amor hacia materm, siendo por ello “autora” de su neurosis, como él lo señala.

En algunas cartas precedentes y subsecuentes, el análisis del sueño acerca de su niñera le conduce a sostener la universalidad de la disposición edípica en el hombre. Es pues en esa carta 71, donde cita el mito griego y la tragedia escrita por Sófocles, además del Hamlet de Shakespeare.

No es casual que sea la obra de Sófocles, de entre las otras, la que Freud tome como ejemplar, hay ahí algo más que esas propensiones al crimen susceptibles de ser encontradas en otras obras trágicas, incluso las del mismo autor; este algo más que es la búsqueda de la verdad. No sólo reconoce en Edipo Rey esas inclinaciones parricidas e incestuosas que universaliza, sino también su pasión por la verdad. Ahí se identifica y avanza en su análisis y en la construcción del psicoanálisis a través de lo que será su obra fundadora; La interpretación de los sueños.

Es su propia pasión por la verdad – en tanto es aquello de lo que no puede desentenderse-, lo que le lleva, como a Edipo Rey, a perseguirla; aun cuando pueda horrorizar. El tema con el que finaliza la carta anterior, la 70, es el abandono de los pacientes al tratamiento, abandono producido por dos condiciones: uno, el malestar surgido de poner al descubierto las inclinaciones y deseos del paciente; dos, la dificultad para renunciar a la satisfacción que el síntoma procura. Lo que ello implica entonces es un no hacer caso de los escollos de la vida.

El ser humano, dijo Aristóteles, está obligado a decidir; en cuanto hay posibilidad y en tanto no puede permanecer contemplativo, a cada momento en su cotidianidad:

Deliberamos, entonces, sobre lo que está en nuestro poder y es realizable, y eso es lo que resta por mencionar. En efecto, se consideran como causas la naturaleza, la necesidad y el azar, la inteligencia y todo lo que depende del hombre. Y todos los hombres deliberan sobre lo que ellos mismos pueden hacer.

Ante la dificultad, ante el yerro, ante la disyuntiva y ante lo amenazante, elegir es preciso, conforme al deseo del Otro o asumiendo en ese deseo un lugar que lleva a otra destinación. Decidir y actuar comporta un Ethos y la elección que se hace tiene que ver con lo propio o con lo impropio de acuerdo con la expresión heideggeriana, lo impropio no va en otra dirección que en lo que el destino señala, lo propio es una sutil modificación a la tradición. Lo ético, no consiste en dar con lo verdadero, sino, una vez que se ha revelado eso verdadero, qué se hace con eso… Comportarse, el decidir conforme el deseo o contra él, pero asumiendo sus consecuencias.

Elegir entonces, es comportarse éticamente. Toda elección deviene de cierta comprensión de los acontecimientos que permite concluir y actuar en cierto determinado sentido. En las tragedias de Sófocles, está siempre presente el elemento de la falta, como error, como falla en el emplazamiento de la vida cotidiana, pero también como falta de fundamento, falta en ser, que empuja a tomar decisiones. En Electra, Antígona y Edipo, Ayax y las Traquinias, por mencionar algunas, los personajes trágicos, deben decidir, deben optar y ahí va implícito el destino particular que ha sido dictado por el oráculo. Es este destino el que a final de cuentas se llega a comprender y que inexorablemente se cumple.

Esta comprensión, es hacer la lectura del deseo, del deseo del Otro y del lugar que el sujeto puede tener en él, es decir, de formular algo propio en el deseo. Cuestión que muestra muy bien Edipo y que, no sin discusión, puede reconocerse en Antígona. Finalmente, en un plano ético, con la lectura que hace Antígona del deseo del Otro, como si fuese un deseo propio, adopta una posición en congruencia a la cual no renuncia, asumiendo hasta el final lo trágico de su estirpe. De otra forma se demuestra también en la tragedia de Electra, de Sófocles, en torno a lo justo: ante lo apremiante es preciso elegir. Así Crisotemis, hermana de Electra, en respuesta al Coro que señala la intervención de los dioses diciendo: Quien obra es la justicia, Crisotemis resuelve: (…) Lo que es justo no da lugar a discusiones, sino que exige obrar. Los dioses, ese lugar del deseo del Otro.

No se trata de un justo universal, creo, si no, tal como acontece en la trama de la tragedia, de un justo lo que se debe de hacer, aquello que obliga no puede ser otra cosa que lo inscrito en el destino.

De la misma forma, en Edipo al concluir, no queda más que actuar. El momento de ver para Edipo está preñado de angustia, y desplaza esa angustia en acusaciones a Creonte y Tiresias, quienes son los sospechosos responsables de la muerte de Layo, según él. Ve y no puede negarse a verlo, por ello se angustia. Comprende en el momento en que Yocasta le quiere persuadir. Y concluye en el momento en que se producen una serie de intercambios verbales que darán lugar a la develación, al recibir la noticia de que Pólibo -aquel a quien reconocía como padre- ha muerto de otra manera que por la mano de su hijo.

 

Examinemos esos tres momentos del Tiempo lógico.

Prótasis. Ver.

El designio del oráculo es un saber no sabido; el oráculo lee en el destino y algo dice, en una enunciación cifrada que no es transparente y que horroriza incluso. Ese decir que articula el deseo del Otro –que aquí se muestra como lo ya escrito- y su cumplimiento con el actuar. Pero que justamente algo de ese decir permanece oculto, suspendido para el propio sujeto, hasta el momento del hallazgo.

El enigma ante el que se interroga Edipo comienza por sí mismo; su origen, su ser y su destino. A través de pretender ejercer un buen gobierno, busca la verdad de sí mismo; liberar a su pueblo del nuevo castigo supone para él hallar al asesino de Layo e imponerle la condena requerida.

El instante de ver, en la tragedia escrita por Sófocles, se extiende desde el momento en que Edipo va a consultar frente al oráculo de Delfos acerca de su origen, pasa por la peste que azota su reino, las querellas contra Tiresias y Creonte a quienes acusa de haber urdido el plan de inculparlo por la muerte de Layo, recordemos que esta es la razón del mal que aqueja a Tebas, hasta la conversación con Yocasta en la que ella trata de persuadirlo para que abandone su investigación. En todo esto, algo se le muestra que él rechaza, desconoce, en primera instancia.

Momentos de la e-videncia. Comprender.

Tiresias le enuncia clara, casi violentamente, la verdad. Pero Edipo no la puede ver, lo que alcanza a percibir es la desgracia de su ciudad. Lo que se le oculta es su propia posición en esa desgracia que se enuncia interrogativamente de este modo ¿Quién soy? Que remite nuevamente a la cuestión de la filiación. Los acontecimientos lo conducen a la sospecha de sí.

Ed. –Vaya, vaya… en mi enojo ya voy percibiendo que tú fuiste el autor de todos estos hechos, que tú los llevaste a obra, no por tu mano, sino por mano ajena. Ciego eres, que si ojos tuvieras, afirmaría que tú fuiste y sólo tú quien el delito perpetró.

Tir. -¿De veras? Oye ahora, ten atención a lo que digo. Todo lo que tú dices contra el culpable, cae sobre ti. No, ya tú hablar no puedes, ni a estos, ni a mí. Sábelo bien. Esta tierra está manchada por la infamia de un culpable. Y el culpable, eres tú.

Este enunciar Tiresias claramente la verdad desata en Edipo hostilidad y la creencia en una confabulación entre Creonte y el propio Tiresias para hacerlo culpable. Las respuestas de ellos a tales acusaciones se fundan en argumentos distintos: mientras el vidente se afirma en esta verdad, Creonte asegura no necesitar destronar a Edipo para conseguir lo que desea, es más, desde su lugar –como hermano de Yocasta- ejerce un poder cómodamente.

De esta manera, se deshacen de las acusaciones devolviéndole a Edipo la responsabilidad de investigar; tarea con la que por lo demás, él está bastante comprometido. Es su pasión.

Lo que se des-conoce es ya conocido. Nada puede ser tan eficaz en el destinar que aquello que ya se conoce porque es sabido. Hay una certeza de la verdad que se anticipa; pero ese anticipar, dice Lacan es certidumbre anticipada (…)en su aserto alcanza una verdad que va a ser sometida a la prueba de la duda.

Particularmente en esa disputa que se genera entre Edipo y Creonte, en la que llega Yocasta a refrenarlos y en la que su intervención no hará más que ir aportando los elementos necesarios a la comprensión de que el destino trágico se ha cumplido.

El falso argumento de Yocasta, que afirma que ni el hijo fue asesino de su padre, ni Layo murió por manos de su hijo, aporta en un detalle para ella secundario un elemento revelador. En ese decir su argumento, algo se cuela que le da a Edipo los indicios para comprender: la convergencia de los tres caminos y el garfio en los pies.

En ese intento persuasivo donde deja escapar los indicios certeros:

 “Yocasta.- Ten buen cuidado de preocuparte de esta inculpación. ¿Adivinos? ¡Engaño! ¡No hay hombre que vaticinar pueda! Voy a darte una prueba bien precisa y bien breve.

Pues bien, le llegó a Layo cierta vez de parte, no de Febo, sino de quienes le sirven, un vaticinio. Que era destino suyo que muriera de un hijo suyo en mí engendrado.

Y Layo es fama pública que sucumbió a manos de unos forajidos extranjeros, en un sitio en que convergen tres caminos. Y el hijo que tuvimos, no bien había cumplido tres días, cuando Layo mandó que lo arrojaran a una montaña desierta tras haberle ensartado los pies con un garfio de hierro.

Te vas dando cuenta qué mal quedó el oráculo de Apolo: ni el niño fue asesino de su padre, ni Layo, cual temía horrorosamente, fue matado por mano de su hijo. ¡Así de ciertos son los oráculos! Luego en nada los tengas, que cuando un dios necesita que algo se realice, él mismo lo revela sin tardanza.

Allí donde las evidencias ya son irrefutables comienza a comprender, es la vacilación de Yocasta, que desde luego teme lo que sabe, la que le da a Edipo su comprensión. Pero ella, antes que asumirlo, quiere creer, contra lo evidente, que su destino no se cumplirá. Convencer a Edipo es el intento de convencerse ella misma. Algo falla, no obstante en esa apreciación. Yocasta no puede ignorarlo. Una vez que el mensajero de Corinto ha contado cómo encontró y salvó la vida a Edipo, Yocasta sabe ya sin lugar a dudas que se ha cumplido el destino. Sin embargo, quiere persuadirlo de que ya no indague más, persuadir a Edipo de que, el oráculo no es infalible, de que el incesto no es tan grave: (…) Deja en paz todo. Ningún caso hagas de cuanto aquí se ha dicho; no pienses en tonteras. Ha comprendido y ha llegado el momento de decidir, de actuar. Las noticias de Corinto, culminan el tiempo de comprender y precipitan el momento de concluir.

Apódosis: Concluir… el tiempo para comprender.

Nada de lo dicho por Yocasta hace mella en Edipo, antes bien, a todo esto responde con algo decisivo, convencido como está de dar con la verdad: Ed.- Pues no: llega el momento. Con tales signos definir yo quiero lo que a mi origen toca. Este diálogo culmina con Yocasta saliendo de escena violentamente, luego de que Edipo manda por el pastor que revelará el último signo de la verdad. Ha de someter no obstante su comprensión a la prueba de la duda: en la confrontación entre el mensajero y el pastor se da la confirmación.

Ambos han comprendido ya; para Yocasta las piezas están completas –aunque ella de otro modo ya lo sabía-, Edipo no busca aquello que lo salve, de una u otra forma, siendo verdad no queda más que asumir sus consecuencias. Es la prueba de la duda que dice Lacan es condición del momento de concluir.

Ed.- ¡Ay, ay… ¡Todo resultó verdadero! ¡Oh luz: es la última vez que te miro! Bien probado quedó que yo soy hijo de quien nacer no debiera. Me uní en nupcias con quien era ilícito. Y di la muerte al que nunca matar podría.

Se arranca Edipo los ojos para no ver lo que de todas formas ya sabe, para no ver lo que no pudo ver y lo que –paradójicamente- tanto quiso averiguar.

Yocasta muere ahorcada por sí misma, sin poder dar otro curso a lo que sabía, antes aún que Edipo, y que quiso enmascarar y hacer como si no supiera. Es la revelación de la verdad lo que la aniquila. Eso que ella es, no puede ser.

El origen de Edipo, se revela finalmente en lo que Yocasta y Layo son.

Para Lacan la vacilación, la duda respecto del ser de sí mismo conduce a la certeza, al descubrimiento de ese sí mismo, de donde el sujeto concluye sin lugar a dudas acerca de lo que es. Actúa en consecuencia, acorde a ese ser, justo como corresponde. Cerrando lo que inicia con la mirada, en el instante de ver.

En el texto de Lacan, el sofisma –“[…] en el sentido clásico de la palabra, es decir como un ejemplo significativo para resolver las formas de una función lógica en el momento histórico en que su problema se presenta al examen filosófico”- ese problema de lógica propuesto a ciertos prisioneros cuya solución culminará en su libertad, tiene el valor de la pregunta ¿Quién soy? La respuesta a esta pregunta, como se muestra en el análisis del sofisma, no es hallada a partir únicamente del razonamiento, sino sobre todo por la vacilación, la duda que se enlaza al comportarse de los otros.

En la vacilación “Pero si éste [A] puede imputarle correctamente, como acabamos de mostrarlo, una cogitación de hecho falsa [a B y C], no podría en cambio tener en cuenta más que su comportamiento real”

Se puede decir, entonces, que la elección de Freud para ejemplificar con Edipo Rey de Sófocles no es azarosa, responde a un momento justo de la vida del padre del psicoanálisis. En Freud y Edipo, la pregunta por la verdad pasa por saber de sí mismo; Edipo no cede ante los peores indicios, atraviesa la angustia del asomo de la verdad. Freud lo toma, lo reconoce y va más allá al proponer como un universal lo que descubre en sí mismo, eso que cuentan, de alguna manera, el mito griego y la tragedia escrita por Sófocles.

Edipo asume la tradición en su sentido trágico, pero desde su lugar, como aquel que quiere saber la verdad. Lo que sólo es posible, eso es lo que esta tragedia nos muestra, a la manera de Tiresias: mirando de otro modo. La verdad pues -a la que apunta Tiresias, a la que accede Edipo- no es una verdad fáctica, referencial, que sea visible con los ojos; ha de ser desde otra manera de mirar, más allá de los órganos, lo que arroje luz.

Es en el acto, su acto, que el sujeto puede leer –es una posibilidad- leer su deseo, ese que lo anima. La ética del acto consiste en esto: hacer la pregunta por el deseo que lo habita. De esta manera, lo que el psicoanálisis nos hace patente en cada caso, es que los actos, se sepa o se ignore, constituyen lo que el sujeto es, sin más, sin menos: su historia, su lugar en la tradición y en el deseo.

Bibliografía:

Aristóteles (1998). Ética nicomáquea, España: Gredos.

Diccionario manual griego clásico-español, Vox, hipertexto.

Freud, Sigmund (1981). “Los orígenes del psicoanálisis”, en O.C., T. III, España: B.N.

Heidegger, Martin (1988). El ser y el tiempo, México: F.C.E.

Lacan, Jacques (1990). Escritos I, México: S. XXI.

(2011). El seminario, libro 7. La ética del psicoanálisis, Argentina: Paidós

Sebastián Yarza, Florencio I. (Dir.) (1972). Diccionario Griego-Español, España: Sopena.

Sófocles (2007). Siete tragedias, México: Porrúa.

Žižek, S. (1994) ¡Goza tu síntoma! Jacques Lacan dentro y fuera de Hollywood, Argentina: Nueva Visión

Notas:

 Miembro del Taller de Investigaciones Psicoanalíticas A. C.

 Como me lo ha hecho saber la Dra. Verónica Peinado en una comunicación personal.

 En el semiario La ética del psicoanálisis, Lacan señala:

Creo que a lo largo de este período histórico, el deseo del hombre largamente sondeado, anestesiado, adormecido por los moralistas, domesticado por los educadores, traicionado por las academias, se refugió, se reprimió muy sencillamente, en la pasión más sutil y también en la más ciega, como nos lo muestra la historia de Edipo, la pasión del saber. Es ella quien está marcando un paso que aún no ha dicho su última palabra. p. 385.

 Esta destinación a la que hago referencia no es una lectura ontoteleológica, en el sentido de una finalidad preestablecida para el ser humano; se trata de resaltar el margen reducido que el sujeto tiene para optar, decidir y actuar. No es su voluntad o autonomía lo que se pone en juego.

 Lacan, J. El seminario, L. 7., p. 297.

 Freud, S. Op. Cit., p. 3582.