Envolver el silencio
Fernando Figueroa Díaz
Señalemos, desde un punto de vista vivencial, que la interpretación no es paradójicamente, precisión, apego descriptivo acerca de un acontecimiento o de una palabra o la coherencia narrativa. Mas bien, hace pensar en todo aquello que hay de subjetivo, arbitrario y retenido, en el intento por poner de manifiesto algo, comunicar algo. Emplear el término interpretar como superponible a esclarecer, no suele ser una operación del todo asertiva, puesto que, toda actividad psíquica inquiere al sujeto, digamos, le interpela desde lo material o desde lo funcional. En términos generales, alude a un ser, estado o proceso psíquico actual o de otro que esta por ser vivido, no es tarea fácil. La interpretación es pues, podría decirse, un término que adquiere verdadera importancia en tanto no es posible ceñirlo a una definición, mucho menos a una determinada producción del inconsciente, como el sueño.
En uno de los procesos psíquicos, el apropiarse del pasado de forma tal que perentoriamente sirva al presente y a la vez, pronostique algo del futuro, lo personal como lo social van de la mano. Se requiere entre otros procesos, tramitar en la memoria, a la brevedad requerida, las ideas perturbadoras acerca de lo que representa el mundo que nos rodea, es decir, percatarse de su inexorabilidad e inabarcabilidad, mas ahora, en un siglo que inicia, queda revelada la sobrevivencia insólita transhistórica de la persona humana. Sin embargo, se presupone, aun desde la perspectiva persistentemente antropocentrista, que el hombre esta conciente de todos los fenómenos naturales y humanos que le asedian, disposición que aun asevera tener, con el fin de reconocerse en ellos y despertar al interior su fantasía, una probabilidad para descubrir la existencia potencial de un lugar donde habitar en plenitud lejos de la infamia, es decir hacer fantasía de lo intolerable.
El hombre suele pensar que todas las cosas le son dadas a ver con claridad y distinción, casi con la misma fuerza con que cree sujetar el devenir del mundo puesto ante él, merced de las palabras. Nada mas incierto. Sin embargo, esta fe acerca de habitar el mundo, apalabrarlo, proviene de hipótesis que se hace o se hizo para explicar los motivos internos que mueven su propia existencia, a veces como descripción detallada y otras, escuetamente. Esta actitud que mucho tiene de exaltado, pretende establecer un vínculo de relación formal entre lo regular y lo inusitado, para cerciorarse de que entre ese mundo y el suyo, el interno, existe un puente de dignidad tal, que eluda el caos y a la vez de razón a su emoción espontánea porque aun mantiene su potencial de asombro, digamos, interpreta al mundo ahí donde guarda silencio, mas lo falsea.
Las reminiscencias de este pasado se evidencian como actos cuya génesis está en ese deseo de abarcarlo todo, pero que, sin enfrentarse, sin rivalizar con todo aquello que va conociendo, escoge el camino de interpretarlo, de pretender fundar aclaraciones para con las cosas y de transformarlas, merced de intenciones premeditadas. No obstante, lo que parece una casualidad se transforma en explicación exhaustiva, no del todo requerida, una confirmación que justifique los actos y a la vez, el abrir un hiato para la reflexión. Digamos, hay un efecto retroactivo sobre las articulaciones para con el pasado, para transformarlo en una entidad significativa que efectivamente le atañería. Por ello, interactúa, persigue intereses propios como ajenos y se da a sí mismo un encuadre histórico, producto de la multiplicidad y heterogeneidad de sus propias creaciones, en otras palabras, cree lo que significa la existencia. Aquí vale decir, acepta como válido que las cosas están dadas a ser abiertamente, ¿sinceramente?, es decir una cierta suerte de verdad fuera de toda duda. Más se procura romper con ese reiterado intento de poseer hasta la última explicación, digamos romper con esa posición de dependencia, imaginariamente total, respecto de un monopolio: la concesión para con la interpretación. Hecho que se ha consumado en no pocas ocasiones como el escutrinio detallado de toda su esfera de interacción para con el mundo, es decir se ha servido de la revelación, de la corazonada, más su sensibilidad de frente al carácter de los hechos o de los fenómenos, le convierte en el sujeto fundamental del que emana el proceso de conocer.
Comprender, si tal proceso puede existir, no ha sido tarea fácil puesto que lo pensado se manifiesta en lo que llamamos lenguaje, mas solo por este hecho, puede también especularse que hay una afinidad de antemano entre lo que se quiere conocer y la subjetividad del interprete, ligando vivencias y efectos gramaticales o históricos, todo a partir de la integridad del contexto vital del que surge. Es un intento siempre incompleto por validar el proceso mismo para comprender, donde lo sencillo es desahuciado por el exceso encubridor. Si lo consentimos, es por que creemos que se trata de una condición de posibilidad que permite eventualmente recuperar de lo profundo del tiempo, merced de la añoranza, algo, allegarse los nexos de sentido que consoliden la interpretación, más es siempre provisional, inconcluso y causal. En esto se conjetura un cierto orden para tratar de descifrar la supuesta lógica interna del pasado y de aquello que puede inferirse para sus actores en el presente o en el futuro. Así, pretende encontrar coherencia y validez, un a priori que estructure la conciencia. Sin embargo, argumentos como este suelen producir un conocimiento prescriptible y por que no, dar origen a escuelas del pensamiento de puertas cerradas. Entonces, lainterpretación como función, es en sí, retrotraer causalmente los fenómenos a una supuesta unidad, a una presumible condición general, peculiar y especifica de origen. Luego entonces, se puede desprender una reflexión: que todo intento por explicar, de ningún modo alcanza a decirlo todo, a transparentar, es para sí presumiblemente, un simulacro de la conciencia. En tal caso, ¿cómo hablar de un narrar confiable?. Yace aquí el ámbito en donde se involucran el observador como lo observado, el que habla y el que escucha y viceversa, actores siempre convidados a destiempo, un Dada del ojo, la nariz y la oreja, que procuran ubicar el axis en el que todo adquiere sentido, el sin sentido de la existencia.
No obstante, el afán interpretativo es una colocación del sujeto ante lo escurridizo de la realidad. Por un lado, trata de ser estratégicamente versátil y pulcro al referir, y por otro, se guarda porciones que de otra manera parecerían exponerlo todo, un todo cruzado por la inexorabilidad de la desmemoria, del olvido, muchas veces, intencionales. Suele interpretarse el carácter general por encima del particular, digamos, se busca una pauta generalizadora, mas en ello habla también sin saber, sorpresivamente, de su propio cuerpo inexpuesto, esquizo. Un cuerpo que nunca se termina de mirar, porque se extravía, del que persistentemente no se habla del todo y el que tampoco se termina de presentar: el cuerpo de su propia historia. Este cuerpo es la suma de relatos, encuentros y desencuentros de los que exiguamente sabemos y que entre más se les trata de conmemorar menos indiviso le podemos ubicar. No recordar, resulta mas propositivo, e incluso provocativo. No obstante cuando se trata de precisar, todo deviene inasequible. Es aquí donde la palabra tiene uno de sus efectos principales. La interpretación hace del cuerpo de la propia historia une vérité.
Bien es cierto que al recordar, se insertan aseveraciones producto de la contingencia del encuentro con la memoria y de la empatía unívoca que se despierta ante el otro que escucha, acto que falla, circunstancia impropia, pensamiento y palabra equívoca. Mas la palabra es también una provocación, una suerte de careo, por qué no, de cierta forma es un desafió para escuchar entre palabras otras connotaciones que no serán reveladas desde el principio, pero que a juicio del interlocutor, son fundamentales para la estrategia acerca de la veracidad, de la franqueza. Mas ha de quedar un residuo de incertidumbre, un resto que no se alcanza a descubrir. Digamos de cierta forma atrevida, hay un mandato de la elocuencia. El otro parece tener precisamente aquello de lo que se escasea, mas ese atributo ajeno, no adviene al sujeto como transparente, directo, mas bien se empaña por el mismo efecto de la palabra que lo embebe y mas aun, el que escucha parece tener precisamente aquello que no se recuerda, habla impertinentemente de ello, es también un reconocer esa beldad que el otro detenta por no se sabe que recurso, de ahí la atención absorta que se presta. Ha lugar aquí, la duda, el titubear, incluso el silencio, su envoltura, una cierta tentadora complicidad.
Así, hablar de la interpretación la actualiza como herramienta clínica o metodológica, no solo en el psicoanálisis, bien por que se ha desacreditado paulatinamente como instrumento, bien porque indisolublemente se manifiesta como una habilidad. Sin embargo, la dosis de arbitrariedad la ubica en el terreno de la controversia. A veces transformada en juego de palabras, sin mas camino que el sinsentido, a veces innovada como el equívoco significante, referente del síntoma o también tornada como equívoco interpretativo, felonía. Mas le queda justa, perennemente la satisfacción de la pulsión, del saber inconsciente como una operación psíquica. Es pues un dirimir ad infinitum, la insatisfacción ante un supuesto esclarecer, digamos, como un modo constante de acción del analista.
Este acto, función, lugar desde el cual, por ejemplo, el analista al no saber, al confirmar su no saber, tendría que dar cuenta de lo que hace, habría de convencerlo de que en ello nada hay de trasmisión de un saber, menos aun de un conocimiento que no sea el propio desconocimiento. Ahí donde confluyen los dobles sentidos, el anudamiento significante, el chiste, la paradoja, el recuerdo hipernítido o la sobrevaloración de lo ya dicho, etc., hay ya escucha, una deriva calculada que flota en un discernir sin motivo aparente.
La interpretación es pues, al menos en una acepción, un simulacro, causa, porqué no decirlo, de deseo que pretende dar cuenta de la propia historia, intervención del inconsciente que no exime a nadie, Mas parte de esta entidad, es articulación del lenguaje devenida en experiencia-palabra-registro. Binomios como amor-desamor, placer-displacer o acción-reacción social, obedecen a la providencia involuntaria de reconocer existiendo. Por ello, los marcos de referencia, ámbitos a explorar, matizan. Idea para nada exiliada de la historia, pues implica la reserva calculada del protagonista y su cierto compromiso para evitar la tentación de trastocar el curso de los hechos. Al registrarlos, digamos, perennemente se beneficia a alguien. Relatar, redactar, inscribir, asentar, son acciones entre otras cuyas repercusiones sellan indefinidamente lo testimonial. Mas olvido, reserva, añoranza, reconstrucción, serán también ámbitos en que se mueve la historización. Así, tener presente el sentido de todo lo enunciado, es laepisteme del forzar a interpretar, abierta a todos los sentidos como a su negación. En esta última, desdeñar puede sobreponerse a desestimar pero también a recapitular selectivamente.
¿Porqué desestimar? Cuando se construye, secciona, corta, transfiere, reubica, transforma, se modifica la presunción ideal, lo que se da a ver, a escuchar. Se asignan arbitrariamente sobre las palabras, las frases, las oraciones, el equívoco, la emoción, el sentido, la dirección, el contenido, elementos que no les pertenecen de entrada, cuyo contenido o matiz, queda a la inscripción, al jeroglífico o al laberinto, es decir, al desconcierto estratégico. No obstante en el poder para interpretar, habrá de ponderarse los fragmentos que por carecer en apariencia de hilo conductor, se sobresellan o callan, se coartan. Suerte del yo que habla, que se esfuerza por contenerse entre el apego a lo narrado y el desafecto de lo evadido al recapitular, aspectos que ronda el desciframiento del testimonio, advertencia de la inercia que el síntoma y el equívoco interpretativo ponen de manifiesto, no sin arrobamiento para la razón que desea averiguar. La concepción de interpretación poco o nada puede sustraerse del terreno de la ética, bien o mal dicho, para el caso permítaseme decir equidistantes, juego o enroque de palabras son equivalentes, amen de poner de relieve los efectos de las operaciones psíquicas. Todo no menos ilustrativos que la idea de un saber persistentemente jactancioso que sólo su protagonista ha de encontrar, merced a sus propias preguntas, las mas de las veces pueriles.
Desde la práctica lenguajera se colige un supuesto, se dice lo que se puede o quiere decir, mas en ello habrá perturbación en donde había credibilidad, división donde se allega una supuesta unidad, anarquía donde impera el arreglo, en suma, un efecto de lo subjetivo compartido que adviene como un otro sentido que afecta al sujeto. Es por ello que el sujeto hace rito de su lengua, hay un cierto cálculo sobre algo que esta anudado, entrampado, bloqueado, donde pareciera que la interpretación descifra, cifrando en un nuevo código lo que se sustrae a la memoria. Mas también puede desplomarse en un lirismo interpretativo apócrifo, digamos, sin referencia autoral o responsable de la edición: nadie se hace cargo o se reconoce en lo dicho. Aquí en lo recapitulado de un texto no pocas veces inédito, de origen oscuro, a esclarecer, el ámbito de la exégesis, mas allá de su connotación tradicional que le aliena de sentido por descifrar.
Pero si la interpretación es una experiencia de ruptura para con la tradición de la exégesis, lo es también en el sentido de abordar el problema del malentendido, de la correcta interpretación y de la inteligibilidad del sentido para abrir nuevas puertas, para romper el silencio acerca de la cerrada posición de servirse de ella solo en la teología, la filología o la jurisprudencia, entonces, el psicoanálisis contemporáneo, ¿debe permanecer cerrado a otras disciplinas y saberes en aras de un puro escrutinio de textos o abrirse a la conciliación?
Bibliografía recomendada:
Braunstein, Nestor A. Freudiano y lacaniano. Los ensayos. Manantial. Buenos Aires 1994.
Coloquios de la fundación 5. La interpretación psicoanalítica. Volumen a cargo de Nestor A. Braunstein. Trillas. México 1988.
Coloquios de la Fundación 8. La clínica del amor. Volumen a cargo de Nestor A. Braunstein. Fundación Mexicana de Psicoanálisis. México 1992.
Constante, Alberto. Un funesto deseo de luz. Nueva Imagen. México 2000.
Lacan, Jacques. Escritos 1. Agresividad en psicoanálisis. Siglo Veintiuno. México 1971.
Olvera, Margarita. De la búsqueda del sentido de los textos a la formulación de una teoría general de la interpretación. En Sociológica, enero-abril 2002. Año 17 número 48. Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco. México 2002.
Saal, Frida (Talila). Palabra de analista. Siglo Veintiuno. México 1998.