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Hacia un cuarto propio: la libertad económica de las mujeres.

María Fernanda García-Rojas Alarcón     COWAP, Poder, género y amor. Sábado 25 de abril de 2020. Panel 4. La cultura patriarcal y capitalista ha sostenido la ideología y la identidad de los hombres y mujeres durante mucho tiempo. Nuestra cosmovisión implica al dinero como un objeto de deseo. Quien lo tiene, detenta poder.  La…


María Fernanda García-Rojas Alarcón

   

COWAP, Poder, género y amor. Sábado 25 de abril de 2020. Panel 4.

La cultura patriarcal y capitalista ha sostenido la ideología y la identidad de los hombres y mujeres durante mucho tiempo. Nuestra cosmovisión implica al dinero como un objeto de deseo. Quien lo tiene, detenta poder. 

La inclusión de las mujeres en la esfera laboral pagada durante la Segunda Guerra Mundial se dio por pura necesidad. Se les sigue pagando menos dinero que a los hombres; aunque el trabajo represente el mismo valor tiene un precio distinto. Algo así como: vale lo mismo, pero tiene diferente precio. Sin embargo, la inclusión de las mujeres en la vida pública no homologó la función de los hombres en los cuidados de la casa y la crianza. Algunas mujeres incluso piensan que este cambio vino a retroceder su “bienestar” pues aumentó su carga. En algunos países, hoy, poder trabajar y ganar dinero es un derecho irrenunciable para quien lo quiera ejercer. No obstante, la relación de las mujeres con el dinero es ambivalente y llena de contradicciones.

A partir de escuchar a varias mujeres en análisis, me ha intrigado mucho la resistencia a buscar y encontrar el propio sustento emocional y económico. A pesar de que todas conocemos el consejo de la abuela liberada que más que adoctrinar sobre lo que ella hizo, quiere dejar un precedente de lo que comprendió en la posteridad, pocas mujeres pueden considerarse autosustentadas. El consejo de esa abuela sería algo como: “Busca siempre tu independencia económica y ten un camino de salida trazado de cualquier situación emocional. Sin ello no tendrás la libertad de moverte cuando lo necesites y lo desees”.

Tener dinero y autonomía de ese dinero es el gran punto ciego de las mujeres en la cultura patriarcal. Y cómo es que a pesar de ser un consejo a posteriori, aprendido a través del dolor del sometimiento, no sea un precepto transmitido en la cultura. ¿Acaso las mujeres no podemos dejar huella para alertar a las siguientes generaciones? ¿Acaso nuestra escritura emocional interna no se hereda, no forma parte de la evolución cultural? ¿Qué obstáculos externos e internos encontramos en el camino de nuestra vida para asumir nuestra autonomía emocional y nuestra libertad económica? ¿¡Cómo es posible que a pesar de saber que el dinero es un elemento imprescindible para la libertad sea tan negado y en ocasiones suprimido/reprimido a lo largo de nuestra vida!?

Algunas mujeres lo tienen y son tan cautivas como cualquiera. El tener dinero no las hace libres, pero: “¡Cómo ayuda!”. La autonomía y la libertad suelen ir juntas, pero no de la mano. Las mujeres con autonomía emocional, digamos, pueden acceder a una mayor libertad con dinero. Y las que tienen dinero, pueden ser autónomas si se afirman en un lugar propio en el mundo. Tener un cuarto propio (un lugar para pensarse y afirmarse) y algo de dinero, como decía Virginia Woolf.

Las caricaturas de las mujeres en nuestra cultura son variadas. Las mantenidas y las pasivas, en el lugar de recibir y de no tener, para quienes la canción machista de: “Yo te tuve, te sostuve, te mantuve y te di”, fue escrita. Así, la indefensión originaria suele ser representada por el sexo femenino a la vez que una mujer que no es así es vista como “masculina”.  Somos representantes de lo reprimido, por eso la compulsión a la repetición es violencia hacia las mujeres.

A este ámbito corresponden los hombres que dan para el “gasto” y para el “gusto”, como dicen en lo popular, para hacer referencia al dinero y al placer sexual. El deslizamiento significante pene-dinero, es innegable. Así que a pesar de no ser hombres luchamos por seguir adelante en el empeño de tener y de hacer dinero.

Pero basta que llegue la dimensión vivencial y subjetiva para poder entender por qué las mujeres hacemos cosas que nos perjudican. ¿En qué momento claudicamos en la búsqueda del dinero y la libertad que otorga?

Las mujeres que estudian una carrera profesional, tienen esto en mente: “Yo voy a seguir trabajando, yo voy a ganar mi propio dinero”. Entonces llega la maternidad, si es que se elige o no, pero llega para la mayoría y tarde que temprano, la renuncia de ese espacio propio, de ese lugar en el mundo apenas en ciernes, se desorganiza.

No todas tienen la suerte de haber estado en análisis el tiempo suficiente para subjetivarse “más allá” de la cultura. No todas tienen una profesión que permita “compatibilizar” la maternidad con el trabajo remunerado. Así que cuando llega ese momento, allí precisamente se desgaja el piso que sostiene. De la idea de “yo no soy esa mujer”, a “ser esa” es sólo cuestión de experimentar la vulnerabilidad en la propia vida para ceder la libertad por la cultura. El rol de madre tiene un poder de atracción brutal pues es un lugar necesitado, idealizado y reconocido. Y la vergüenza de no ser ese ideal nos impacta. Nos confesamos avergonzadas si queremos “otra cosa”, si no queremos “perdernos a nosotras mismas”. Como si fuese algo indigno de nuestro ser mujeres en el mundo. La cultura y el ideal intentan ponernos en nuestro lugar constantemente. Si ya “tengo” al hombre y al hijo puedo dejar de “tener” dinero. La promesa edípica de tener un hijo del padre se ha cumplido. ¿Qué más quieres? El patriarcado coacciona, pero también seduce.

Entonces, casi sin advertirlo, vamos abandonándonos en cada etapa y nos convertimos en otra especie de producto Gerber, en serie, etiquetadas, indistintas. Basta escuchar a las madres que acuden a consulta llenas de culpa, vergüenza y, un poquito más allá, llenas de resentimiento. Se tragan la papilla de ser la “mujer y la mamá ideal” y dan cuenta de que, para hacerlo, han de acabar con eso que creían propio. ¿Acaso no hay otra manera de devenir mamá más que en la renuncia? Porque incluirse en la esfera remunerada del trabajo implica la colaboración de la pareja en los cuidados de la casa y la crianza. Y dedican su tiempo porque “valen más con los hijos” aunque no se les pague. El slogan capitalista y patriarcal ha triunfado: “Dedicarse a la familia, no tiene precio, para todo lo demás, Mastercard.” Sí, nosotras valemos más moralmente en casa como figuras de apego con los hijos que trabajando. Y le otorgamos a los hombres el lugar de proveedores mayoritarios (el lugar de la tarjeta Mastercard), y con ese tiempo que “donamos” a la familia ellos crecen y ascienden y ganan más y más dinero a costa de una presión brutal. Y ya cuando esto pasa ya somos unos peces nadando en cautiverio, presas del statu quo cultural.

Todavía esto se comprendería si dispusiéramos con libertad y dignidad del dinero que gana el esposo gracias a nuestra presencia cotidiana en las tareas del cuidado de la familia. Considerarnos merecedoras y dueñas de ese dinero como un “patrimonio familiar” donde nuestro tiempo y esfuerzo está invertido también. Pero no. Encima de todo esto nos avergonzamos de no ganar dinero y de costarle al esposo. Como si fuésemos ladronas al necesitar unas pantimedias, una crema de la cara, una toalla y demás.

Otras renuncian a su valor como “seres de reproducción” y creen que deciden libremente no tener hijos. ¿Libremente? No lo sé, porque cuando negarnos es el camino para afirmarnos, no siempre lo es. Es distinto decir yo quiero, yo soy, a decir: yo no soy y no seré. Menudo problema porque decidir en la negación es decidir a favor de la cultura, y no permitirse estar en el dintel: ni sí ni no, sino a mi manera. Escucharse y reconocerse en el propio deseo es toda una ética distinta.

El otro camino es el de las mujeres que optan por masculinizarse, por ser trabajadoras de “primer nivel”. Por competir en el mundo de los hombres y en esa competencia también perderse. Son otro producto cultural en serie, menos común que las primeras; de traje sastre, con portafolio en mano, que renuncian a la maternidad por decisión propia y muchas veces incluso a tener una pareja pues pocos hombres sienten que tienen algo que darles. Ser como ellos y tener dinero, pero a costa de asumir los castigos que la cultura nos impone: “Vivirás sola, ningún hombre va a quererte, nadie va a cuidarte de vieja y serás envidiada/criticada por muchas mujeres”.

Ante estas caricaturas trágicas, existen muchas tonalidades, pero la idea es que ser mujer, tener y hacer dinero es sumamente complicado. Es caer en lugares comunes de la mala madre, ser masculina, ser una banal e interesada, no ser querida en tanto mujer por ser difícil. O las infantilizadas, que si acaso ganan dinerito (que sea poquito es importante), “para sus chicles”, para no tener que pedirle al esposo para sus cosas. O las que hacen su “guardadito” a espaldas de la pareja porque “una nunca sabe”.

Las mujeres que buscan dinero son las mujeres masculinas, las malas madres o las banales que no saben amar. Las mujeres que no lo buscan son las sometidas, las dependientes, las infantilizadas, las grandes madres en función de los otros. Por un lado, la mala mujer y por el otro la madre o la niña (la no mujer). Menuda bronca. Ser o no ser, tener o no tener…

El modo de colocarnos frente al dinero y en lo que lo usamos es característico y dependerá de identificaciones y representaciones psíquicas. Lo usamos en no costar, o en costar y cobrárnosla, o gastamos nuestro dinero en pagar a la mucama del servicio del hogar, en evitarnos a nosotras hacer lo propio de nuestro sexo. O en pagar las cosas más inmediatas, más mundanas, los servicios del hogar. O en darle “gustitos” a la familia; lo extra, lo ligero. Nada de usarlo en la escuela de los hijos, en la hipoteca de la casa, en una inversión patrimonial, en las cosas serias o de peso. Es un dinero que no se toma en serio, o no nos tomamos en serio nuestro dinero y a nosotras mismas.

Nos sentimos indignas por ganar dinero, pero nos sentimos avergonzadas por no ganarlo. Haciendo eternamente cuentas entre lo que se nos debe y lo que debemos. Con una calculadora sumando y restando; avergonzadas, culposas, resentidas. Más, menos, igual… no nos sale la cuenta.  Estamos en deuda, en falta con el ideal. Qué gran falta hemos cometido: ¿nacer mujeres? Y al mismo tiempo se nos debe algo, eso que nuestra madre no nos dio, no nos dotó.

Y cómo recuperaremos la dignidad de ser mujeres en el mundo. ¿Cuándo podremos tener ese lugar de respeto, hacer un corte de caja con el ideal y empezar a correr un tiempo nuevo?

Esto es lo profundo, la deuda de la filiación. ¿Qué debemos y con qué se paga? ¿Quién nos la debe y cómo nos la paga? ¿Cuándo tendremos el mismo valor y tendremos el mismo precio y dejaremos de tragarnos la idea de que valor y precio son cosas distintas?

Cuando entendamos que el único poder es la libertad de elegir y que para tenerla hace falta tener un espacio emocional para pensarse. Hace falta saber decir que no a pesar de perder el amor del otro, dejar de necesitar a los hombres (y tal vez comenzarlos a amar), renunciar a la posición femenina dependiente por excelencia y al premio por ser una buena mujer altruista.  Tener nuestro propio lugar en el mundo y conocer la soledad. Desde luego insertarnos creativamente en la cultura, pero también subjetivarnos más allá de ella, resistirnos a los privilegios por ser buenas mujeres.

La libertad de las mujeres requiere de una lucha constante. Por eso, ser mujer feminista es estar en resistencia al orden cultural de manera constante. Liberar en la experiencia de la propia vida lo vedado: pensar, decir, escribir, hacer creativamente y tener dinero, tan sólo para reacomodarse de manera distinta. Subjetivarnos una y otra vez en resistencia a la cultura, ser incómodas, sentirnos incómodas, no ceder, no dejarse seducir por los “premios”. No tenemos un lugar más que el territorio de libertad que nos hemos otorgado. Acaso en esto estriba nuestra dignidad humana; en un acto político y ético de ser para una misma y de cuidar de una misma: autosustentarse.

Mientras la feminidad sea una producción simbólica marcada por la relación de dominio entre los sexos y la cultura sustente nuestra subjetividad, seguiremos siendo las “mantenidas” de la cultura. Someterse al orden patriarcal conlleva beneficios. Como dice Jessica Benjamin: “El dolor que acompaña la obediencia es preferible al dolor que acompaña a la libertad” (p.15). Renunciar a tener un lugar en la cultura duele. Las mujeres no queremos ser libres pues ser libres entrañaría dejar de ser mujeres sujetas a la cultura, dejar de ser cultura, dolernos, renunciar y encontrarnos en el propio deseo.

Un lugar de resistencia es la creatividad. Ser seres de producción creativa y no sólo de reproducción. Por eso las mujeres creativas, más allá de la maternidad, de procrear y de reproducir la cultura en los hijos, escriben, pintan, intentan decir acerca de su subjetividad y algunas hasta se vuelven locas y se matan.

Y sí, para encontrar a las nuevas mujeres hay que matar simbólicamente a las mujeres prefabricadas por la cultura.  A esas matrushkas pintadas en serie con sus varias capas de patriarcado, dispuestas una tras otra, dentro, a satisfacer al otro (semejante) y al Otro.

 

Referencias Bibliográficas:

Benjamin, Jessica (1996) Los lazos de amor. Buenos Aires: Paidós.

Woolf, Virginia (2008) Una habitación propia. Barcelona: Seix Barral