Heredando a Freud
Zoé Fening Bustamante.
“For a patient never forgets what he has experienced
in the form of transference. It carries a greater force of
conviction than anything he can acquire in other ways”.
S. Freud, Londres, 1939.
Cuesta trabajo imaginar que la figura de Freud con todo su despliegue epistemológico, no represente un anclaje y una transferencia en cada sujeto que persigue el ser y el quehacer del psicoanálisis como método, como técnica y como marco referencial teórico en su especificidad, esto es, la experiencia de lo inconsciente: de lo sexual infantil reprimido, de lo pulsional.
Freud es el Otro en el contexto psicoanalítico, la figura regente, la autoridad. Esta referencia se transmite en cada uno de los análisis cuyos antecedentes se podrían rastrear, en primera y última instancia, hasta los ámbitos de transmisión del psicoanálisis desde la figura del mismo Freud que expuso su proceso personal y encaminó la experiencia analítica de los primeros representantes de esta disciplina. Digamos que estamos inmersos en una genealogía que parte de la figura de Freud.
Por lo anterior, el proceso de convertirse en psicoanalista involucra las lecturas cronológica y estructural de Freud y de algunos postfreudianos, que acompañan en paralelo la experiencia de uno en transferencia, es decir, de análisis con un sujeto supuesto al saber. Construcciones y vicisitudes del psicoanálisis se van confrontando en este proceso al que podemos acudir y aludir en términos de ‘cura’ psicoanalítica.
Para un gran sector dentro de los ámbitos del psicoanálisis, el análisis original es aquel que sostuvo Freud en transferencia con Fliess, a través de su correspondencia y algunos encuentros personales que alentaban el despliegue de estas misivas del primero a su interlocutor. Hay que reconocer que la transferencia que dio lugar al método psicoanalítico no fue, en su mayor parte, en presencia uno del otro.
¿Qué hay en juego en la historia que apunta a la creación y práctica del método psicoanalítico? Desde luego, cabe incluir todo lo que se ha registrado, desplegado o escrito en torno a la metapsicología, la historia, la técnica, los casos clínicos y otros dispositivos en torno a la teoría y práctica conocida como Psicoanálisis. En esta ocasión me interesa reflexionar en torno al escenario transferencial que vehiculizó la construcción del Psicoanálisis como método, y con ello, cada proceso de cura desplegado en el dispositivo que cada analista organiza.
En primera instancia, el Psicoanálisis surge como un método que pretende acceder a los motivos que dan lugar a los síntomas neuróticos. Se reconoce el aparato psíquico como un aparato de ‘sistemas’ en conflicto: lo que es placentero a un sistema, resulta displacentero para el otro. Pero el objeto del psicoanálisis en primera y, yo diría, última instancia, siempre fue y ha sido una serie de recursos que proporciona este método para una terapéutica, es decir, una vía para lidiar precisamente con el sufrimiento, el goce, el placer y los enigmas de la transferencia y de lo humano que surgen a partir de las instancias en conflicto: el consciente (representando lo social y lo cultural) y el inconsciente (el deseo, lo reprimido). Los pacientes, en su mayoría, acuden a solicitar un tratamiento que puede involucrar, o no, una demanda analítica, porque tienen síntomas o lidian con el sufrimiento, de ahí partimos.
A propósito de la genealogía en la que nos vemos incluidos como psicoanalistas, bien sabemos que las historias se transmiten y se repiten de alguna manera: por la vía filogenética, por la ontogenética, y por ello, en esta ocasión buscaré hacer una reflexión en torno a un primer momento de la historia del Psicoanálisis que corresponde al “autoanálisis” de Freud que, según Freud mismo, no podría ser tal si no estuviera tramitado por otro, en este caso el otro es Fliess con quien despliega un proceso transferencial, mientras se va pensando así mismo a través de sus recuerdos, sueños y resistencias. Mi hipótesis es que el fenómeno transferencial que se desprende de la vinculación Freud-Fliess, coincide cualitativamente en los distintos momentos de la cura, con la esencia de lo que puede observarse en algunos o muchos procesos psicoanalíticos en curso, en función de estos momentos transferenciales.
Freud se identificó en un primer momento con la condición socio-cultural de Fliess y con sus ambiciones científicas. Idealmente le atribuía un escenario personal de mayor amplitud al que él mismo tenía, para llevar a cabo su proyecto. Ambos estaban dispuestos a traspasar los límites y sostenían sus ambiciones en la fuerza que el alter ego les atribuía y les imbuía. Los avances de uno, alimentaban la esperanza de avance del otro, tal como ocurre en las sesiones psicoanalíticas: cuando el paciente va articulando su ejercicio analítico con asociaciones, el analista se reconoce en el proceso y alienta el camino por allí.
Freud podía sacudirse sus propios tabúes y obstáculos personales, afrontar la crítica de afuera y de dentro de sí, porque Fliess, colocado en el lugar del supuesto saber, hacía de soporte. Se iba construyendo esta base amorosa y de reconocimiento que lo impulsaba a continuar en el tema de la sexualidad y sus repercusiones sobre el psiquismo, tolerando los embates del ambiente conservador.
Así como Freud expresaba a su alter: «La idea de su confiada energía no ha dejado de impresionarme» o «tu aprobación es para mí néctar y ambrosía”[1], para el paciente en transferencia positiva, la experiencia de poder hablar todo con un interlocutor que no califica ni cuestiona los contenidos y despliegue del discurso, representa en sí mismo, lo que Freud declaraba gratamente a Fliess.
El mismo ingrediente del que fue objeto Freud en este primer momento transferencial y vincular con Fliess, mismo que sirvió de sostén e impulso para vencer las resistencias hacia la elaboración de un método totalmente innovador, que diera cuenta de la construcción psíquica desde la perspectiva pulsional, opera en muchos pacientes que se apoyan en este influjo original para hacer distinto orden de edificaciones personales, mismas que, en este punto o más adelante, harán de soporte frente a la emergencia de contenidos tanto sexuales como de muerte.
Todo el tiempo surgen en el proceso los enigmas del deseo que, en tanto inconsciente, queda fuera de la posibilidad de ser pensado directamente por la díada paciente-analista. Ambos permanecen a la espera de más pistas, de nuevas construcciones, equívocos, sueños, experiencias, que den cuenta de aquello. Así eran las comunicaciones entre Freud y su interlocutor: no siempre lógicas o concluyentes.
El método psicoanalítico que se basa en la libre asociación, desde luego es consecuencia de todo el enredo de personajes, situaciones y experiencias que impactan la vida y la persona de su fundador. Sin embargo, Freud logra sacar ventaja de ese caos representacional y encamina todos sus recursos para generar una estrategia clínica, un método que incida sobre las huellas más profundas inscritas en cada psiquismo. Lo mismo ocurre en cada psicoanalista: sus conflictos más severos son el mejor ingrediente para propiciar el acompañamiento del proceso de otros que buscan comprender y validar sus propios conflictos.
A diferencia de Fliess que privilegió el funcionamiento corporal en la construcción de sus teorías vinculadas a la sexualidad, sabemos que Freud fue llamado por la «mente del cuerpo» o «el cuerpo de la mente»; sus recuerdos, sus olvidos, sus fijaciones y sus búsquedas lo van encaminando a una observación aguda de las producciones del psiquismo, y a construir un modelo dinámico y económico de aparato psíquico.
Un poco broma, un poco verdad, se dice que una madre judía siempre quiere un hijo médico. Si ése fuera el caso, Freud evidentemente cumple con esa asignación. En realidad, él tenía intereses muy marcados distintos del científico, como es el caso de su gusto e inclinación por la filosofía y las letras, pero opta por la medicina. Tal vez todavía influya este dato en cada psicoanalista, pues pareciera que la formación psicoanalítica involucra a otras disciplinas (la biología, la psicología, la filosofía, la historia, la literatura, la sociología…), pero siempre queda al margen de ellas. Ser psicoanalista tiene un estatuto independiente de todo, como si en eso se representara una transacción entre el deseo de la madre y el del sujeto, incluso un espacio transicional (Winnicott). En esto se retrata en sí mismo una de las expresiones del mismo Freud . «sujeto de un complejo deseo», un personaje lleno de marcas y matices, alguien fuera de lo común, sobretodo para su época y contexto socio-cultural.
La incursión en el proceso analítico de cada analizando que persigue ser psicoanalista, evoca irremediablemente a Freud cuando se experimentan los efectos del método y de la transferencia. Cada quien en su momento llega a pensar lo mismo que Freud en ese punto en el que expresa: «No sé si un día la semilla dará su fruto, pero sé que nunca ningún humano me afectó tanto» (en una carta a Marta Bernays con fecha del 24 de noviembre de 1885), a propósito de sus jornadas académicas y clínicas con Charcot[2].
Ya mencionaba que en el comienzo de la relación Freud-Fliess, se observa el factor sugestivo dado en cada proceso analítico. Freud elige a Fliess porque se identifica y le adjudica una posición de autoridad, de saber. En cualquier caso, el efecto sugestivo ocurre a partir del momento en el que se da la elección del analista o de la institución sobre la que se demanda un análisis. Se elige un discurso y/o una figura que porta algo de quién elige, esa imagen es portadora de una ilusión. Esta ilusión amorosa resulta muy fructífera en la mayoría de los casos de neurosis que pronto intercambian el síntoma original por el cual se demanda la ayuda, por neurosis de transferencia. Esto simplemente representa el cascarón narcisista que se alimenta del imaginario del sujeto en transferencia y del deseo de analizar por parte del analista. Habrá que ir dando paso al contenido del cascarón, a partir de un proceso prolongado de construcción, deconstrucción y separación del yo/tú, como el que vivieron Freud y Fliess (de preferencia sin la cualidad del desenlace). Debería tratarse del paso natural de salida del narcisismo primario.
Herencia transferencial a propósito del análisis original
Para el presente análisis hago un esquema en 3 tiempos de la transferencia desplegada de Freud a Fliess, que equivalen, a grandes rasgos, a los momentos transferenciales en algunas clínicas psicoanalíticas; a saber:
1.- Inicio: se elige a otro en el que se va a proyectar un ideal, un supuesto saber, al tiempo que se da una suerte de proceso identificatorio (primera transferencia). Por estas características se diría que se trata de una elección narcisista de objeto. Para la elección se apela a la forma y/o imagen del discurso y de la persona del analista, lo cual genera un efecto sugestivo en el sujeto que elige. Se trata de un momento de identificación (introyección)/incorporación-apropiación de rasgos del objeto sobre el que se dirige la demanda.
Cuando hablamos de demanda, entendemos que este encuentro con el o la analista se tramita a partir de lo más básico: el deseo de incorporación, y de colocarse en el ángulo de mirada del analista para ser visto y con ello mitigar una angustia a partir del fantaseo sobre la acción específica desplegada en el setting analítico, que abre el interrogante del sujeto: ‘¿qué va a hacer este sujeto por mí?’ En este sentido y en este primer momento, no sólo la frustración que desencadena el encuadre mismo provoca regresión, esta regresión viene aparejada con la demanda inicial: ‘necesito ser ‘alimentado’ para conservar la vida’.
Este inicio se ofrece por un lado a la resistencia, pero también a la incorporación, al abono o fertilización de un campo en el que se introduce algo alternativo que va a sumarse o a agregarse a la huella original, para eventualmente llegar a construir algo más.
Es así el encuentro de Freud con Fliess. Además de la presentación y el inicio de esta relación, en esta primera fase, Freud se asume como un histérico, un enfermo más y hace despliegue de sus preocupaciones, ideas, sueños, recuerdos y consideraciones, de los que Fliess resulta un estímulo, una escucha y un eco que sostiene e impulsa la construcción de Freud. Al mismo tiempo, Fliess despliega sus propias teorías y consideraciones, colocándose en una posición de autoridad, de supuesto saber.
Esta relación transferencial le da la posibilidad a Freud de tolerar los momentos de mayor frustración y aislamiento que le acarreaba el rechazo del medio social por las ideas nuevas (hoy diríamos ‘modernas’), en torno a la sexualidad, el psiquismo, la sexualidad infantil, lo pulsional, lo inconsciente, que estaba introduciendo en este contexto de resistencias frente a una nueva cosmovisión. Y siendo así, ¿qué lo hacía no perder de vista su propia empresa, su investigación y su clínica?
Pareciera ser que Freud se hace cargo de su fobia y la tramita para llegar a Roma y con ello superar a Aníbal, su héroe de juventud, que no logró el mismo éxito en este cometido. Este logro sugiere ser un acontecimiento simbólico, a partir del cual se ordenan en la vida personal y profesional de Freud los hechos que le abrieron camino hacia la producción y la notoriedad de su teoría y su práctica clínica. Pero anterior a la consecución de este paso, Freud se había alimentado del efecto sugestivo en la relación con Fliess para desplegar ante él (transferencialmente), los productos de su autoanálisis. Freud se asumía en este sentido cumpliendo el deseo de Fliess, que ponía en escena el deseo de Freud (el que le había donado su madre), de llegar a ser un conquistador, también con la contribución del padre para estos mismos efectos.
De igual forma que lo hacemos hoy día cuando estamos inmersos en un proceso analítico, Freud invertía gran parte de su tiempo y energía para generar los contenidos de los discursos dirigidos a Fliess y el aporte de éste lo fortalecía para tolerar la angustia y para dar los pasos que le abrirían las puertas de Roma, y poco después, de la cátedra, del reconocimiento sobre sus teorías y de los encuentros-desencuentros con los discípulos del Circulo de Viena. Rebasar al héroe Aníbal, al héroe Fliess y, en primera instancia, al padre, hacía necesariamente que el proceso vivido por Freud hasta este punto, lo colocara en una posición sobre la que ya no había retorno: el influjo de sus héroes lo había proyectado al escenario del Psicoanálisis y no habría marcha atrás. Había tenido tiempo suficiente para incorporar los aportes de cada una de las relaciones vividas y ahora le daba su forma personal a un deseo que venía recreándose y tomando esta forma.
Así entonces ¿cuál fue el aporte específico de Fliess por el cual su relación se considera central en la creación del Psicoanálisis? Me parece que no sólo la transferencia, pues ésa se desplegó con todos aquellos con los que Freud entró en contacto para relacionarse y aprender. Creo que el valor agregado de esta relación fue el hecho de “prestarse a” con Fliess; es decir, la presencia constante y la escucha, real e ilusoria, que inspiraba a nuestro genio Freud a observar, pensar, construir y vencer los obstáculos y resistencias para seguir la espiral del método psicoanalítico. A muchos nos parece que ‘vencerse a sí mismo’ en muchos sentidos fue lo que proyectó definitivamente a Freud, y eso, podemos pensar que fue dado en un sentido muy importante, por el influjo de la transferencia hacia Fliess.
2.-Cuerpo analítico: Se puede apreciar como una etapa, pero también como destellos intermitentes a todo lo largo del tratamiento. En este proceso se van levantando algunas resistencias y con ello asoma del telón algo de lo reprimido u olvidado, para proyectar reflectores sobre esta evidencia de lo sexual infantil. La escena y la obra en conjunto, es decir, la cura entendida como proceso, se despliega a partir de una historización significante que busca dar cuenta de eso: los anclajes pulsionales, los significantes o huellas de experiencias libidinales y agresivas del sujeto, centrales para comprender y reescribir el guión, así como de la relación transferencial entre los protagonistas de esta puesta en escena. Se trata de un proceso extendido en el tiempo y de ‘momentos’ que son reconstructivos y al tiempo creativos, pues en el desarrollo de la historia comienzan a operar nuevas formas de funcionamiento, que le dan otro matiz al modo de generar del sujeto, se despliega así un funcionamiento alternativo a la estructura.
En la transferencia de Freud con Fliess, el primero se apropia de elementos estructurales de la teoría del segundo; estas teorías acerca de la bisexualidad, la periodicidad de los ciclos e incluso la de la anatomía de la nariz, sirven de modelo o puntos de partida a Freud para pensar sus propios constructos para la teoría y método psicoanalíticos: acerca de la bisexualidad establece su cualidad constitutiva en cada sujeto y desprende la teoría de las pulsiones parciales; a propósito de la anatomía de la nariz se desprenden las ideas acerca del falicismo y del complejo de castración; y, a partir del tema de la periodicidad, surge la observación y el desarrollo en torno a la repetición y, más adelante, a la pulsión de muerte. Estos, entre otros constructos de los que, más adelante, Freud no alcanza a reconocer qué le viene de dónde, pues ya ha incorporado y hecho propios los aportes. Aunque se ‘desmarca’, generando el rigor de un método que se desprende también de la observación de su clínica y de su autoanálisis, así como de su modelo metapsicológico. Se desarrolla desde luego un proceso reconstructivo y creativo con muchos ingredientes, el ‘yo’ del cuerpo psicoanalítico se facilita y cobra independencia.
En cada análisis habrá puntos críticos en la rememoración, en el retorno de lo reprimido con el retorno del síntoma a la escena analítica. Los hallazgos en el tema pulsional, en el tema de lo sexual infantil reprimido (lo inconsciente), van dando luz sobre significantes y estructuras, sobre el deseo. Si trasladamos esto a la historia del descubrimiento del psicoanálisis, nos ubicamos en el momento en el que el método catártico abre paso a los contenidos sexuales, reconociéndose entonces el fundamento y significado sexual del síntoma, dando lugar a la creación del método psicoanalítico.
Así mismo, ya refería que, conforme avanza el proceso y se intercambia neurosis por neurosis de transferencia, van apareciendo en la escena los distintos componentes de los que Freud partió en sus observaciones y en su autoanálisis para generar la teoría que diera cuerpo al Psicoanálisis, esto es, el complejo de Edipo y la sexualidad infantil. A partir de ahí se desprende el método y con éste:
1. La búsqueda de una verdad, así como la validación y resignificación de esta verdad personal:
• Neurosis= verdad desconocida de sí mismo
• Proceso analítico = verdad restaurada
2. Síntomas somáticos como expresión de fijaciones y desplazamientos, o bien, como expresión del lado más oscuro del ser: el afecto no tramitado, lo no facilitado, lo no simbolizado.
3. El recorrido histórico que da cuenta de distinto orden y sentido de activación sobre las resistencias, debido a la dificultad de renunciar a las ganancias secundarias de la enfermedad (goce) y, sobretodo, a la imposibilidad de obviar o borrar la huella original, el deseo.
4. Las resistencias del analista.
5.-Los sueños, retratos expresionistas que portan al deseo en sus tramitaciones desplazadas, condensadas y deformadas de lo sexual infantil reprimido y actualizado.
Y es de esta manera como, en tanto se van desplegando estos procesos y contenidos, se deja a los procesos sugestivos en un segundo plano y se abre paso al método psicoanalítico propiamente.
Y por último, dado que no hay plazo que no se cumpla, deberá acontecer el fin del análisis:
3.- El devenir: Representa la etapa última, el fin del análisis, y ‘el fin último’; la salida de la transferencia, si es que puede ser tal. Se trata de un momento de des-identificación. Representa un tiempo de duelo para las partes, lo que fácilmente puede dar lugar a una separación precipitada (huida). El dolor puede dar su cara de enojo y organizarse un cierre brusco, forzado. Normalmente hay una regresión al o los síntomas originales que habían desaparecido al inicio del tratamiento. En la actualidad observamos la importancia de que el analista en cuestión haya atravesado por un análisis «completo» en cuanto a proceso, que le permita tramitar el duelo y la herida narcisista que representa el fin de análisis de un sujeto a quien se acompañó por un período largo y con el que hubo momentos transferenciales cargados de mucha intensidad. Sería un error considerar que el proceso con cada paciente no repercute en la vivencia afectiva del propio analista, aunque éste haya establecido y respetado a lo largo del proceso un encuadre y una posición analítica.
Freud vive con bastante violencia este momento de distanciamiento y posterior ruptura con Fliess, quien a su vez, no estaba preparado para afrontar los logros contundentes de Freud y su proceso de creación y re-creación al margen de él. Para Freud esta pérdida será una experiencia que se repite con cada uno de los discípulos en los que más expectativas va depositando. Mucho podemos pensar en torno a los vínculos tempranos en la vida de este genio que tantas vicisitudes involucran en sus experiencias afectivas pero sólo apuntaremos una única especulación derivada de este tiempo, en relación a que esta salida de la transferencia con Fliess tiene un efecto traumático (como lo tiene la muerte del padre), teniendo como evidencia la repetición. Por lo visto, ni Fliess ni Freud tuvieron las condiciones necesarias en el narcisismo para tolerar la afirmación del otro, o sea, el ‘tú’ independiente del ‘yo fuente de saber’.
De acuerdo con el recorrido del proceso transferencial de Freud hacia Fliess, se nos muestran los momentos que dieron lugar a la construcción de la teoría y el método psicoanalítico. Los procesos por los que se abrió paso la transferencia fueron:
- Hipnosis, sugestión.
- Método catártico; lenguaje (la cura por el habla); expresión de afectos (abreacción).
- Represión/ recuerdo, reconstrucción.
- Sueños: la vía regia al inconsciente; realización de deseos; fenómeno patológico normal, entrada a los procesos patológicos del psiquismo a partir de sus mecanismos (desplazamiento, condensación, censura).
- La sexualidad infantil. El complejo de Edipo.
- El deseo, lo inconsciente.
Transferencia y deseo: el porqué de la cura
Desde el punto de vista de la técnica y del dispositivo analítico que involucra tiempo, lugar y personajes, pensemos ahora qué es lo que acontece en un proceso de cura analítica.
En primer lugar se despliega un discurso acompañado de conductas, actitudes y afectos, a partir de lo cual se intenta reconocer e interpretar la transferencia. Y sabemos que es a propósito de esta transferencia que están en juego las resistencias del paciente al análisis.
Ahora bien, en nuestra especificidad psicoanalítica es precisamente el recurso de la transferencia lo que nos dará acceso, o más bien, cierto acceso, a los contenidos que inferimos como productos de ‘lo inconsciente’. ¿Y esto cómo? ¿quién puede dar cuenta de ello? En parte el analista a través de su atención libremente flotante que le permite reconocer afectos en sí mismo que se piensan como evocaciones desde la ligazón de su inconsciente con el de paciente, tal como el mismo Freud lo explica en Consejos al médico. Así mismo, el paciente da cuenta de esta emergencia al experimentar el despliegue de un afecto vinculado a su deseo en el marco transferencial, es decir, el afecto reprimido o separado de su representación, que aparece gracias al despliegue transferencial que favorecen las condiciones del análisis, esto es, el dispositivo y lo que de ahí se deriva, como la presencia, la frustración, la regresión, la palabra simbolizante, la metáfora.
Sin embargo, nada de esto es medible ni observable, en ese sentido consideremos que se trata de una suerte de ilusión el tema de dar cuenta de lo inconsciente, aunque sepamos que es ése el precursor de la vida del sujeto en tanto deseo que pulsa y mueve, y se confronte de manera permanente con los diques de las instancias represoras.
No dejamos de reconocer que nuestro abordaje y herramienta principal en la terapéutica psicoanalítica, es por vía del lenguaje, precisamente lo empalabrado, lo que sabemos que se tramita por vía del yo-consciencia. Pero el inconsciente, en cambio, está constituido por representaciones cosa (imágenes) y afectos que vemos figurando en los escenarios oníricos, mismos que cuando son narrados, pasan al lado de lo manifiesto-consciente y nos tenemos que conformar con desprender o inferir desde ahí algo del contenido latente, de lo inconsciente, de la verdad del sujeto, pero es un hecho que se trata de una ilusión: nunca lo sabemos de cierto.
En los equívocos o lapsus, en los actos fallidos, en el chiste, en el sueño, en las inconsistencias de un discurso reiterado que surgen de pronto, es que los psicoanalistas buscamos los significantes que dan cuenta del deseo; pero tomemos en cuenta que el lenguaje cultural, coloquial, rígido, está lleno de diques, es el opuesto del afecto y por eso sirve a las resistencias, evidencia del proceso represivo, niega el acceso a lo inconsciente.
Lo útil del discurso entonces, es sólo la evocación del afecto que va en paralelo con el discurso audible del sujeto y este afecto necesita ser tramitado vía la palabra del analista para operar en la consciencia del sujeto: en sus decisiones conscientes. Si no hay interpretación o traducción (simbolización) de esos afectos derivados de lo inconsciente, no parece viable operar un cambio en el conflicto y sufrimiento del paciente vía la transferencia. Y aún así cabe esperar un resto de la dimensión que sea que queda fuera de este pasaje.
Bien sabemos que resulta complicado en cualquier caso, pero una forma de hacerlo puede ser por la vía de reconstruir el discurso en función de una o varias metáforas que ayuden al paciente a vivenciar sus afectos y no sólo a convertirlos en intelectualizaciones que deriven en más resistencias.
El inconsciente es un todo en tanto aloja la vivencia de verdad en el sujeto, esto es, el Ser, la existencia en relación a la experiencia de dolor y de satisfacción o placer; en cambio, el lenguaje que da cuenta del mundo, implica el límite en torno a que nada que no se pueda nombrar se puede pensar. Así pues, parecería que el Universo del deseo (lo interno), se ve confrontado con las limitaciones de su mundo (lo externo). Nasio (1988) probablemente apela a este hecho cuando expresa que “los límites del cuerpo son más estrechos que los límites del deseo”; bien podemos ampliar este entendido aludiendo a que los límites que impone el mundo y la cultura son, por mucho, más estrechos que la dimensión del deseo que involucra todas las cualidades de lo inconsciente y que lo hacen infinito, a saber: que es atemporal, con una lógica propia que excluye a la lógica formal, amoral.
Si como lo afirma Wittgestein, el lenguaje no puede representar lo que en él se refleja, entonces lo que conoce y da a conocer el yo acerca del mundo es una fracción y el psicoanálisis apelará a la ilusión de acceder a algo del universo inconsciente, pero desde luego que no será por vía de la palabra en sí misma, en todo caso, se facilitará por vía de la experiencia transferencial, de la experiencia afectiva que dispara o evoca el psicoanalista sobre el paciente a partir de su dispositivo analítico que involucra y surge de su mera presencia y persona.
Bibliografía
- Anzieu, D. (1978). El autoanálisis de Freud y el descubrimiento del Psicoanálisis. Trad. Ulisis Guiñazú. Ed. S. XXI: México.
- Gay, P.(1989). Freud. Una vida de nuestro tiempo. Trad. Jorge Piatigorsky. Ed. Paidós: España
- Lacan, J. (2005) De los nombres del Padre. Trad. Nora González. Ed. Paidós: Argentina.
- Mannoni, 0. (1968). Freud. El descubrimiento del inconsciente. Trad. Mario Levin y Jorge Jinkis. Ed. Nueva Visión: Argentina.
- Nasio (1988) Enseñanza de los 7 conceptos cruciales del psicoanálisis. Trad: Graciela Klein. España: Gedisa.
- Tubert, S. (1999). Malestar en la palabra. El pensamiento crítico de Freud y la Viena de su tiempo. Ed. Biblioteca Nueva: Madrid; España-