José Refugio Velasco García
RESUMEN
El trauma es un fenómeno que permanentemente se muestra en los tiempos violentos contemporáneos, requiere ser abordado dadas sus consecuencias psíquicas y sus repercusiones en el lazo social. Se ilustran aquí algunos rasgos que caracterizan al trauma entrelazándolos a lo real lacaniano. Estableceremos relaciones entre el trauma y la compulsión a la repetición, la cual Sigmund Freud[DV1] explicó recurriendo a un más allá del principio del placer. Ubicamos esa compulsión como un vacío donde, paradójicamente, podemos situar algunos puntos de referencia. Más adelante, retomamos la idea de destino como territorio de expresión y reivindicación de lo traumático. Finalmente, nos planteamos interrogantes en torno al lugar del trauma en la relación transferencial.
Palabras clave: trauma, real, compulsión, repetición, destino, clínica,
ABSTRACT
THE ISISTENCE OF TRAUMA IN THE PSYCHOANALYTIC CLINIC.
The trauma is a phenomenon that is permanently shown in contemporary violent times, it needs to be addressed given its psychic consequences and its repercussions in the social bond. Here are illustrated some traits that characterize the trauma interlacing to the real lacanian, establish relationships between trauma and compulsion repetition, which Sigmund Freud explained by resorting to a beyond of the pleasure principle. We place that compulsion as a vacuum where, paradoxically, we can place some points of reference. Later, we retake the idea of destiny as a territory of expression and assertion of the traumatic. Finally, we asked ourselves questions about the place of trauma in the transference relationship.
Keywords: trauma, real, compulsion, repetition, destiny, clinic.
INTRODUCCIÓN
En este mundo colmado de violencia que nos ha tocado vivir, la insistencia de lo traumático en tanto acontecimiento y proceso psíquico, reclama un abordaje permanente, una elaboración que acompañe esa presencia constante. Si no se trabaja en esa dirección, lo traumático gana terreno y apunta hacía la imposibilidad de simbolizar un acontecimiento y a la ruptura del lazo social, desestructurando y desubjetivando. Es cierto que el trauma y su devenir psíquico se han trabajado a lo largo de la historia de la humanidad de muchas maneras; individual y grupalmente han surgido modalidades para enfrentar la potencia inclemente de la naturaleza, la caducidad de cuerpo y los graves conflictos con nuestros semejantes. Dimensiones que Sigmund Freud (1930) ubicó en El malestar en la Cultura como fuentes de sufrimiento, las cuales en cualquier momento parecen originar estados traumáticos por sí mismo y que el ser humano ha tramitado con distintos y amplios recursos.
Dentro de este caudal de posibilidades para enfrentar las situaciones traumáticas encontramos al psicoanálisis, sin embargo, esta disciplina surgida directamente de la práctica clínica tiene su propia concepción de trauma y enfrenta sus consecuencias de manera muy particular. Ahora exponemos algunos elementos de esa concepción, con la idea de señalar que la insistencia del trauma se relaciona con el más allá del principio del placer y con el destino del sujeto, teniendo importantes consecuencias en la práctica psicoanalítica.
en ciertas ocasiones es una convocatoria suscrita por el otro semejante y el gran Otro, representando al mismo tiempo una invitación implícita para que la sexualidad infantil se presentifique. [DV2]
UNA CONSTELACIÓN DE ELEMENTOS QUE APUNTA HACIA LA INDETERMINACIÓN
Freud muy pronto se encontró con la exigencia de adentrarse en el trauma, consideramos que la labor clínica y reflexiva expresada en los Estudios sobre la histeria[DV3] muestra fehacientemente la relación entre un hecho de la historia de sus pacientes y las consecuencias psíquicas del mismo. En este y otros textos[DV4] , encontramos ya un conjunto de elementos que caracterizan el trauma: un hecho, una sobreexcitación corporal y psíquica, así como la imposibilidad de dar cauce, o trámite, a ese estado del sujeto.
Al ubicar estos elementos, no tardó en hacerse presente un problema articulado a la temporalidad y a la emergencia de síntomas que muestran el gran impacto que ha tenido en la subjetividad el trauma. Estamos hablando de cómo Sigmund Freud, no se concentró solamente en un hecho empírico que en apariencia es el motivo de la sobreexcitación; desde la lógica freudiana, no se encuentra únicamente en ese punto la razón para la producción de un desbordamiento, un desgarramiento o un intenso sufrimiento psíquico. Hay una condición subjetiva previa que permite a ese hecho adquirir la fuerza de trauma psíquico, aquí nos enfrentamos a dos escenas y temporalidades diferentes, pero al mismo tiempo entrelazadas. El primero tiempo remite a una escena donde la sexualidad ocupa un lugar relevante, es una escena de seducción, el segundo tiempo corresponde a un hecho que aparentemente es la causa del estado traumático, dada su intensidad y la sobrexcitación provocada. Sin embargo, este segundo hecho puede aparecer como desprovisto de interés y sustancia, pero al entrelazarse de modo inconsciente con el primero adquiere otro estatuto.
Si ligamos la seducción a la fantasía, tal y como Freud (1897) lo deja entrever en la Carta 69, la cosa se complica un poco más, pues el deseo entra en operación y se vincula retroactivamente con el hecho en apariencia traumático. Como si no tuviéramos suficientes complicaciones, aparece en Freud, durante 1932, cuando da a conocer sus Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, la idea de una seducción materna que está presente en los cuidados corporales que a cualquier infante le confiere la madre. Este modo de seducción, de sobrexcitación y de imposibilidad de tramitación de la misma, queda como parte del encuentro original con la otredad, encuentro a todas luces estructurante, pero cargado de injusticia, dada la asimetría implicada ahí. En estrecha relación con esta situación injusta y sexualizada, encontramos algo que no es posible pasar por alto: la aparente pasividad característica de la seducción en la etapa infantil. Tenga que ver ésta con los cuidados procurados al niño o con un claro abuso sexual, en ningún caso el infante está en condiciones de darle sentidos convencionales a la sobrexcitación que experimenta su ser, solamente encontramos la vibración corporal, la instauración de huellas, de sendas que se abren y por las cuales transitará el sujeto, por ese motivo hablamos de una aparente pasividad. Por supuesto que no carece de importancia que se trate de los cuidados corporales o de un abuso sexual, pues los derroteros subjetivos serán diferentes en cada caso. Sin olvidarnos de esa distinción, por el momento solamente nos concentramos en la enorme dificultad de tramitación que se expresa en las dos situaciones.
Un factor más, ligado a la injusticia y a la asimetría, es el hecho de que al niño se le imponga en cierto momento de su existencia dar respuesta a las demandas de un otro, quien explícitamente le exige el manejo de los desechos de su cuerpo. Se le pide realizar un intercambio que a todas luces nos aparece como desigual, pues en el horizonte de ese trueque está la promesa explícita de ser aceptado y amado por esa otredad si se participa como se le exige al infante. Estamos refiriéndonos a lo que comúnmente se ha llamado fase anal, la cual nosotros preferimos reconocer como organización pregenital anal, donde se empieza a vislumbrar la parcialidad de la pulsión, situación que es descrita claramente por Freud (1905) en Tres ensayos para una teoría sexual. Ahí se le solicita tanto al niño como a la niña que haya un cierto control del propio cuerpo, tal y como lo indica alguno de los padres, o ambos. Esa exigencia y la manera como se responde a ella implica por supuesto toda una erotización, donde el deseo de ese otro que exige y sus vicisitudes están en juego. La sexualidad circula en ese momento, en tanto que se producen excitaciones corporales y psíquicas articuladas a la solicitud de ese otro, pero también a la expulsión y retención de desechos corporales, esas excitaciones nuevamente representan una difícil tramitación y simbolización para el cachorro humano. Por esta razón suponemos que ahí también se juega algo del orden del trauma, en tanto encontramos esta asimetría escalofriante que se produce durante la fase anal, cuando a niños y niñas se les demanda no solamente el manejo de su cuerpo, también que enuncien con claridad cuándo sus desechos serán expulsados, refiriéndose a una “necesidad propia”, transmitiéndola claramente a alguien que se coloca en el lugar de demandante. Por cierto, no deja de llamar la atención que esas exigencias del manejo de los desechos corporales haya pocos indicios en la memoria de un adolescente, o un adulto, incluso de un niño que acaba de pasar por ese momento[DV5] . A menos que el infante tenga dificultades para manejar esos desechos, y estas se prolonguen durante un largo periodo provocando el descontento y la burla de personas cercanas. Si esto no ocurre, es como si sobre ese intercambio hubiera operado exitosamente la represión. Claro que, en su lugar, aparecen diferentes recuerdos encubridores donde las demandas de ese otro emergen más nítidas: ¿esas otras demandas y sus consecuencias psíquicas, tendrán que ver con los imperativos de la mencionada etapa? A esta interrogante agregamos otras más: ¿la fase anal, tiene algo del orden de lo traumático para el sujeto en estructuración?; ¿para el infante la promesa de amor es el justo pago por dar respuesta a las solicitudes de un otro?; ¿las demandas del otro no están al mismo tiempo estructurando y sobreexcitando al sujeto?; ¿las exigencias de manejar el propio cuerpo, para satisfacer a otro, no representan una modalidad de seducción?; ¿esas demandas de intercambio no es una de las razones para que ese otro adquiera el estatuto de un gran Otro?[DV6]
Por supuesto que al mencionar la fase anal y bosquejar esta serie de dudas, puede aparecer una cuestión más ligada a otro momento de la organización psicosexual. Nos referimos a la necesidad de preguntarse si en la fase oral ocurre algo de la sobreexcitación no tramitada, ese momento también fue denominado por Freud como fase canibalística, donde la fusión con el seno materno es la posibilidad de incorporación del mismo. Si bien ese momento aparece como el prototipo de relación alucinada que se anhelará de modo permanente, es necesario plantear una pregunta sumamente incomoda: ¿ese consumir el objeto que se mantendrá de modo fantaseado, no implica como contraparte la angustia de ser devorado? Si esto es así, tenemos ante nosotros dos campos de exploración: por una parte, la insistencia de ese momento inaugural de la sexualidad infantil donde se instauran las pulsiones parciales, momento alucinado de evocación constante, pero también la instalación de una angustia ligada a la nutrición, a la fusión con el otro, que seguramente por primera vez aparece como un gran Otro, dada su capacidad de destrucción, pero también de darle sentidos a los gritos del cachorro humano. Lamentablemente en este momento no podemos dar respuesta cabal a cada una de las interrogantes planteadas arriba, pero colocarlas sobre la mesa es consecuencia de enfrentar la tarea de dilucidar el fenómeno del trauma. De cualquier modo, como se puede apreciar, tenemos toda una constelación de elementos articulados al vínculo que vive el niño, o la niña, con los adultos, todos ellos puestos en juego en el trauma psíquico, constelación que nos impide caer en la lógica simplista de la causa y el efecto, apuntando más bien hacía lo indeterminado, en tanto que es un campo ilimitado de figuras, donde el caos parece ocupar un lugar distinguido, donde además hay un sometimiento a un más allá, donde la creación y destrucción hacen de las suyas.
Dentro de este interjuego de elementos, y de creación de figuras, se torna inevitable que algunas relaciones experimentadas por los niños sean vividas como “susto”. La expresión parece desposeída de la fuerza que tiene el vocablo trauma, seguramente es mejor sustituirla por la palabra “espanto”, pues frente a la manera repentina y sorpresiva en que los adultos se involucran con el niño en determinados momentos, es evidente que este no encuentra una salida fácil. Insistimos en que más bien parece prevalecer una cierta pasividad a la cual es necesario estar atentos, pues ella siempre puede alterarse con el trabajo psíquico y corporal que realiza el niño ante la presencia dictatorial de la otredad. Este trabajo realizado por el infante se agrega como una condición más a la constelación que venimos dibujando, poner en duda la aparente pasividad infantil ante la omnipotencia de la otredad, nos coloca en una mejor situación para repensar la afirmación que hace Freud ante Fliess en la mencionada carta, pues los acontecimientos traumáticos los son por la fantasmatización que se pone en juego en ellos. En esa fantasmatización inevitablemente entra en operación la vida pulsional y el deseo del sujeto. La mezcla y desmezcla pulsional señalada en Pulsiones y destinos de pulsión[DV7] , se activa con intensidad inusitada en el trauma psíquico, la gramática edípica igualmente se ve alterada, la confusión entre el deseo del otro y el propio se agitan de modo vertiginoso. De tal manera que lo sucedido en la realidad empírica se convierte en un verdadero acontecimiento histórico en la vida de una persona y puede llegar a ser considerado traumático, dado ese proceso de fantasmatización.
EL TRAUMA Y EL MÁS ALLÁ
Decíamos que, en este recorrido, al aparato psíquico se le impone un trabajo que deslumbra por su gran dificultad e imposibilidad. Freud (1920) esbozó con claridad en Más allá del principio del placer ciertos procesos implicados en esa difícil tarea, habló de que el psiquismo realiza esfuerzos por ligar las sobrexcitaciones en la repetición tanto de sueños como de acciones, en el intento por dominar eso que transita en el psiquismo con fuerza inusitada. Freud se percata entonces que sus argumentos se dirigen a un cuestionamiento a lo plantado en La Interpretación de los sueños[DV8] , donde el soñar era la expresión disfrazada de un deseo reprimido. La compulsión a la repetición parece poner en entredicho ese principio. La salida digna propuesta por Freud es cuestionar el principio del placer como garantía de equilibrio del aparato psíquico, en el más allá de ese principio emerge la pulsión de muerte como alternativa; desequilibrio, desorganización, conflicto y mezcla entre la vida y la muerte serán desde entonces zonas conceptuales y clínicas donde se libren las más cruentas batallas humanas. Nuevamente estamos frente a lo indeterminado.
Al referirnos al trauma se ha insistido en la imposibilidad de ligazón, sostenemos ahora que esa imposibilidad se expresa en la compulsión a la repetición, a eso llamamos aquí insistencia del trauma. La noción de lo Real expuesta por Lacan viene en nuestro auxilio para repensar esa obstinación de lo traumático. En el Seminario 2[DV9] , indica que eso real “carece de fisuras”, y el cuerpo está expuesto a ese hermetismo, lo cual parece indicar que lo real del cuerpo se resiste a la simbolización. En un intento por acercarse a ese imposible, Lacan nos trae una imagen recuperando el sueño de Irma “[…] imagen terrorífica, angustiante, verdadera cabeza de Medusa: en la revelación de algo hablando estrictamente, innombrable, el fondo de esa garganta de forma compleja, insituable, que hace de ella tanto el objeto primitivo por excelencia, el abismo del órgano femenino del que sale toda vida, como el pozo sin fondo de la boca por el que todo es engullido; y también la imagen de la muerte en la que todo acaba terminando … Hay, pues, aparición angustiante de una imagen que resume lo que podemos llamar revelación de lo real en lo que tiene de menos penetrable, de lo real sin ninguna mediación posible, de lo real último, del objeto esencial que ya no es un objeto sino algo ante lo cual todas las palabras se detienen y todas las categorías fracasan, el objeto de angustia por excelencia” (1955/1992, p. 249”)
Para no extraviar al lector, es necesario decir que hemos hablado de lo real lacaniano como guiño a Freud en Más allá del principio del placer[DV10] , donde a pesar de hablar de los traumas de guerra piensa que la repetición es un intento de ligazón. Podríamos decir que en esa repetición nos encontramos ante la insistencia de lo real, de aquello que es imposible de simbolizar. Irrupción cargada de angustia que escinde, encaminando al sujeto tal vez a la neurosis, a la perversión o la psicosis. Pero no como formas de sobrevivencia, sino como expresiones de lo no simbolizado, como vacío donde la energía pulsional fluye libre pero intensamente, sin asideros. Siguiendo el ejemplo de Lacan tratamos de aludir a ese vacío señalando que ahí encontramos relaciones con la realidad empírica y material que no pueden ir más allá de la repetición, ahí salen al paso de modo constante dificultades para pensar, imaginar o actuar de modo distinto. Las representaciones se estereotipan; la sobrexcitación no cede, no se reduce, permanece en esos estados, dando cuerpo a fantasías de diferente orden. Para nosotros mismos resulta sorprendente, que al referirnos al vacío hayamos dicho que hay un espacio donde se anidan entidades y figuras, pero al hablar de vacío estamos refiriéndonos a la insistencia, a esa imposibilidad de movimiento hacia otro lado, solamente se arriba a una especie de circularidad donde la creación es reiteración. Así ocurre, en la medida en que la compulsión a la repetición refrenda la omnipresencia del Otro, su fuerza, su potencia, sus imperativos. Se reitera la con-fusión con la otredad. Las exigencias pulsionales se expresan en una vía igualmente reiterativa, de tal modo que las compulsiones avasallan al sujeto y la angustia no cede. Esta puede convertirse en angustia señal, materializándose en un miedo a un objeto o situación concreta, que hace posible una huida a veces indigna y poco agraciada. Apreciamos en ese movimiento hacía la angustia señal un trabajo psíquico, un interjuego económico donde se transforma la energía libidinal, haciéndose más soportable.
De ninguna manera estamos aquí ante un fenómeno adaptativo, pues ese trabajo psíquico puede llevar a que el ser humano se haga daño, o ponga en riesgo a otros de su misma especie. En lugar de la adaptación aparecen enigmas, acertijos, dudas, graves conflictos con él mismo y con los otros, agresiones reiteradas, modalidades de enfrentar un desamparo actualizado por el trauma. El sujeto a través de su trabajo y sus creaciones ha accedido a cierto apaciguamiento de esa angustia articulada al trauma, si bien lucha como guerrero, también deambula como Edipo en Colono, enceguecido, pero del brazo de otro que lo acompaña en su angustia cifrada. El síntoma mismo es ya una forma de expresión del trabajo psíquico realizado, creación subjetiva que merece todo nuestro respeto como psicoanalistas, por eso es convocado para que se despliegue en una situación transferencial.
Anteriormente afirmamos que el trauma se encuentra inserto en la geografía del vacío, seamos más precavidos y planteemos varias preguntas: ¿en el vacío de la compulsión a la repetición habita el trauma?; ¿se encuentra presente también la seducción?; ¿al encontrarse operando la seducción no es posible localizar todo un juego de fantasías articuladas a ella? ¿Dentro de estas fantasías la denominada escena original tiene algún lugar? Seguramente puede sucitar sorpresa el introducir ciertas preguntas, por otro lado otros podrán sorprenderse de que sean preguntadas hasta ahora. A ambos tipos de lectores les diremos que estamos convencidos de la importancia que ocupa la escena original en la seducción infantil y en la estructuración subjetiva, retomarla ahora puede permitirnos transitar a una serie de preguntas en torno a la clínica psicoanalítica. En el caso de El hombre de los lobos, encontramos una ilustración clara de la importancia de esta escena para la vida del sujeto, pero esa relevancia ya estaba contemplada como elemento estructural de la sexualidad infantil en Tres ensayos, ahí es colocada como enigma fundamental, generador de teorías. Cuando es retomada por Freud en De la historia de una neurosis infantil, no dejar de tener aquel rasgo vital, pero también aparece como escena seductora que deja huellas perdurables. Ahí, Freud (1918 [1914]) ilustra como en el adulto hay alusiones o referencias directas, incluso diferentes versiones, a esa escena, donde el sujeto, siendo niño, presenció el coito parental. ¿Presenciar esta imagen, o imaginar presenciarla, tiene algo del orden del trauma?; ¿opera ahí algo del orden de la seducción?; ¿del atrapamiento en la otredad? Por supuesto que la diferencia entre haber presenciado la escena y el haberla construido en la fantasía se vuelve algo difícil de elucidar cuando abordamos los fenómenos inconscientes, pero de cualquier modo podemos decir que esa escena tiene que ver con lo traumático, El hombre de los lobos así parece evidenciarlo, por consecuencia posee un gran peso en el devenir subjetivo, así como en la estructuración psíquica.
Ya que hemos hablado de este tipo de escena plantearemos una interrogante más que nos permitirá encaminarnos de manera más inmediata hacía nuestra clínica: ¿es lícito instalar bajo el mismo rubro de escena original, no solamente el coito entre los padres sino toda aquella escena de seducción ocurrida en la infancia? Al planteamiento de esta pregunta y su posible respuesta nos obligan algunos enigmas que aparecen en nuestra práctica clínica donde encontramos distintos tipos de violencia: una de ellas que tiene que ver con aquellas escenas de acoso o abuso sexual a un infante, otras relacionadas con agresión intensa y permanente que uno o varios adultos ejercen sobre el niño, a través de golpes, insultos y humillaciones. Por supuesto que también encontramos la violencia cotidiana que se experimenta en las relaciones humanas contemporáneas, en este tipo de violencia encontramos adultos siendo víctimas de robos, secuestros rápidos o prolongados, desapariciones forzadas, torturas, etc. Personas cercanas, o nosotros mismos, podemos haber experimentado en carne propia cualquiera de estos acontecimientos, que no son fáciles de tramitar subjetivamente, precisamente porque se enlazan de manera retroactiva a toda esa constelación a la que nos hemos referido antes. Tenemos así, una cantidad considerable de hechos que virtualmente pueden convertirse en traumas. En especial, una escena con sus variantes llama poderosamente nuestra atención, y la conectamos con la escena original, aquella donde el coito de los padres es observado o fantaseado por el niño, o la niña. Nos referimos a la escena de agresión entre los padres, donde el entonces infante, y ahora adulto, que acude al psicoanalista, narra reiteradamente las agresiones de un padre hacía la madre. Ese padre, muchas veces embriagado o malhumorado, agredía a la madre, la golpeaba, la insultaba, la humillaba. Por supuesto que se dan casos donde una madre golpea y humilla al padre, colocándolo en el lugar de desecho. La dificultad para tramitar esta situación y su reiteración en el discurso de los analizantes, nos obliga a colocarla muy cerca de la escena original. En la medida que el sujeto queda adherido a ella, y la convoca de modo reiterativo, igual que convoca situaciones violentas pasadas y presentes en las que se ve involucrado. Reiteración de escenas en las cuales se es protagonista u observador activo, en tanto hay una buena dosis de sobrexcitación. Estado, donde en lugar de producirse la asociación y la generación de recuerdos, encontramos acentuación recalcada de las escenas de violencia.
EL DESTINO Y EL TRAUMA
El reconocimiento de esta insistencia nos lleva al reconocimiento del psicoanálisis como una clínica del destino, expresión acuñada por Paul-Laurent Assoun (2001). En esta dirección se requiere señalar en principio que al referirse al destino se alude tanto al demonio personal como aquello que proviene de afuera, a aquello que, en apariencia se ve ajeno a la constitución subjetiva, al deseo. Esa exterioridad puede ser entrelazada sin ninguna dificultad al azar.
¿Cómo se percibe el destino?; ¿por qué creemos en él? Veamos: “El sujeto preso del destino tiene el sentimiento –físico y moral- de estar en la mira de un poder superior –demasiado fuerte para él, de otra índole. Ahora bien, esto lo conoció en los primeros tiempos de su existencia real: en la autoridad paterna, la que tuvo poder de vida o de muerte –y, sobre todo, de amor- sobre su persona. Universo implacable, reino del que era sujeto y sobre el cual reinaba la doble imago paterna” (Assoun, P. L., p. 72). Según nuestra interpretación, hay una referencia clara aquí a un par definitivo en la existencia de cualquier persona, que da “forma al destino”. Ese par se convierte en “bloque de lava”, el cual puede aparecer como enorme flama infernal que atrapa al sujeto sometiéndolo, dictándole hacía dónde ir, lo que debe hacer; o como inmensa roca petrificada inamovible que cae sobre nuestra espalda. Así, el destino está indisolublemente amalgamado a la “pareja procreadora”. Es una cuestión de ser amado, o no, por esa pareja, por eso los golpes de suerte, sobre todo aquellos que tienen que ver con la mala suerte, aparecen como expresiones de abandono, de falta de amor.
La referencia al destino, y al lugar que ocupa la pareja parental ahí, puede dar la impresión de que nos estamos alejando de la temática del trauma. Según Assoun, hay una relación entre ambos campos que cuando insisten los “sueños traumáticos”, ahí se experimenta la “impotencia de amor catastrófico”. Tenemos aquí una doble operación metapsicológica, por un lado el superyó protector abandona, pero al mismo tiempo descarga en el sujeto toda su ferocidad. Ante el destino inclemente, ante el desamparo, la interrogación freudiana por excelencia es una apuesta clínica que ciertamente resulta muy incómoda, pues la pregunta es: ¿en todo esto qué tiene que ver el sujeto? Regresemos a Assoun en tanto que él nos habla de una apetencia mórbida por el destino, como adherencia a lo original, “imposibilidad de despejarse”. Es también deuda permanente, por un “perjuicio originario”. Pero el destino como muchos vocablos, es también polisémico, puede ser muchas cosas. Convoca al sacrificio, a seguir perdiendo, a perderse, a perder objetos amados, promueve cierto nivel de temple y fortaleza ante las perdidas, pues así con dignidad ficticia se somete uno ante el gran Otro. Nuevamente tenemos aquí la lógica de esa constelación mencionada al principio de este escrito, pero ahora es el destino el que seduce con su propio devenir. Los insultos, las humillaciones pasadas, los abusos cometidos en nosotros, la violencia permanente a la que estamos expuestos, las catástrofes naturales: ¿todo eso es nuestro destino?; ¿se ha marcado nuestro cuerpo y nuestro psiquismo con el hierro candente de ese destino?
Ante el juego del destino, de la seducción original, aparece la modesta propuesta, tal vez imposible pero necesaria, la de alterar ese tiempo del destino, proponiendo el tiempo del deseo, el de la palabra. Rivalizar con el destino señalaba Freud en Análisis terminable e interminable[DV11] , así se nos aparece en nuestra práctica la insistencia del trauma, para ver si donde eso insiste se puede colocar un recuerdo, un chiste, una letra, para que haya una pequeña torsión a eso, y eso ni sea lo mismo que se repite. Apuesta para que el destino no opere del mismo modo siempre en la vida del sujeto, pudiéndolo sorprender desde la relación de transferencia. El destino nos ha jugado muchas malas pasadas, ¿podremos jugarle nosotros una a él desde la transferencia analítica? Analista y analizante tienen la palabra para responder esta pregunta.
BIBLIOGRAFÍA
Assoun, P. L. (2001) El perjuicio y el ideal. Hacía una clínica social del trauma. Nueva visión. Buenos Aires
Breuer, J. y Freud, S. (1893/1993) Estudios sobre la histeria. En: Obras Completas Tomo II. Amorrortu. Argentina, pp. 1-342.
Freud, S. (1900/1993) La interpretación de los sueños. En: Obras Completas Tomos IV y V. Amorrortu. Argentina, pp.1-747.
Freud. S. (1905/1993) Tres ensayos para una teoría sexual. En: Obras Completas Tomo Amorrortu. Argentina, pp. 109-224
Freud, S. (1915/1993) Pulsiones y destinos de pulsión. En: Obras Completas Tomo XIV. Amorrortu. Argentina, pp. 105-134.
Freud, S. (1920/1993) Más allá del principio del placer. En: Obras Completas Tomo XVIII. Amorrortu. Argentina, pp. 1-62.
Freud, S. (1929/1993) El malestar en la Cultura. En: Obras Completas Tomo XXI. Amorrortu. Argentina, pp. 57-140.
Freud, S. (1932-1936/1993) Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. Obras Completas Tomo XX. Amorrortu. Argentina, pp.1-262.
Freud, S. (1937/1997) Análisis terminable e interminable. En: Obras Completas Tomo XXIII. Amorrortu. Argentina, pp. 211-254.
Lacan, J. (1955/1995) Seminario 2. Paidós. Argentina.
[DV1]Referencia
[DV2]Estas ideas están desarticuladas y no son claras.
[DV3]Referencia
[DV4]Señalar cuáles otros textos
[DV5]Se recomienda replantear esta idea para que se entienda mejor
[DV6]Procurar que los párrafos sean más cortos
[DV7]referencia
[DV8]Referencia
[DV9]Referencia
[DV10]Referencia
[DV11]Referencia