La sublimación.
José Eduardo Tappan Merino
Pocos conceptos que haya creado el psicoanálisis han tenido tanta importancia para el estudio del arte, como el de sublimación, de hecho cuando se intenta explicar una de las características esenciales en la creación artística, se habla de sublimación hoy sin referencia directa a la raíz psicoanalítica del concepto. Se entiende comúnmente a la sublimación como si se tratara de una fuerza catártica a partir de la cual es que los artistas son llevados a producir obras de arte. También ha sido trivializado, por ejemplo, las imágenes que nos ha ofrecido el cine cuando intenta relatar la vida de algún artista nos muestra sus extravagancias, como si la creación de la obra de arte implicara una especie de júbilo abreactivo que es la sublimación.
La acepción de sublimación más usada comúnmente implica transformar, conducir y desviar, sin embargo se agrega que esa desviación busca algo socialmente considerado de meta más enaltecida, cuando se trata de del trabajo del artista. Sin embargo la sublimación se refiere a una operación psíquica que involucra un conjunto de mecanismos que se interrelacionan entre si, son de distinto orden y tienen un peso y cualidad diferenciables dentro de lo que es el aparato psíquico, desde que Freud trabajó sobre esta idea, han aparecido propuestas que no necesariamente se oponen a la del padre del psicoanálisis, sino que se suman, mostrando que la sublimación es un proceso complejo al que debemos aproximarnos desde un igualmente complejo procedimiento. Con lo que debemos diferenciar entonces tres fuentes y destinos de la sublimación: la del artista, la del que se somete a la experiencia artística y la del propio objeto artístico, a los que iremos tocando a lo largo del ensayo.
Freud propone que la sublimación es esencialmente de un mecanismo de defensa del yo que consistente en una clase de desvío pulsional, que bajo la presión de la sociedad y de la cultura no puede llegar a su objeto, por lo que la pulsión sexual se desvía de sus objetivos convencionales y va más allá del plano de la reproducción y la lucha por la sobrevivencia. De esta manera, para Freud las obras de arte, las normas morales, las actividades relacionadas con el estudio, la investigación, son fruto de éste proceso de sustitución de la meta y/o del objeto de la satisfacción en un objeto de naturaleza no sexual, localizando un objeto socialmente reconocido, considerado más elevado, sin embargo, para intentar compensar ésta renuncia de la pulsión de meta desviada, por satisfacciones supletorias o secundarias pero aceptadas y valoradas socialmente, se trata de actividades y objetos que obtienen un enorme reconocimientos social.
Freud relaciona de una manera clara en sus elaboraciones teóricas a los destinos de la pulsión, éstos pueden variar y de alguna manera también cambia la meta, es decir, se busca el obtener diferentes clases de satisfacción. Más tarde se dará cuenta que el placer es sólo un elemento, que junto con otros crean un complejo sistema que va más allá del principio del placer, y hace aparecer una relación dialéctica con la pulsión de muerte, entendida como destrucción, y atendiendo a nuestra incesante proclividad por el malestar.
Me gustaría recordar antes de seguir adelante, que Freud emplea a la pulsión como un concepto que opone al de instinto, y que es límite entre lo psíquico y lo somático, de tal suerte que refiere a una naturaleza más flexible que la del instinto en cuanto su objeto y meta, esa flexibilidad de la pulsión frente a la rigidez del instinto, es lo que caracterizará a la pulsión. La pulsión se compone de esfuerzo (Drang, el factor motor, la medida de exigencia de trabajo), fuente (Quelle, de donde surge), meta (Ziel, el afecto o sentimiento que causa, la satisfacción) y objeto (Objekt, el recipiente depositario, lo más variable en la pulsión).
La fuente está relacionada con la zona erógena, pero también puede usarse para para hacer una diferenciación entre las pulsiones del “ello” y las que provienen del “yo”, la meta en el primer momento de su desarrollo teórico es el placer, parecido al que se tiene en la cópula, y el objeto es a dónde se dirige la pulsión para obtener placer (o para pacificar su empuje), que puede ser la cópula. Posteriormente es que considera que las pulsiones aparecen de forma parcial, con lo que deja de ser correcto pensar en LA PULSIÓN, para ahora proponer pulsiones parciales, que no son además puras, sino mezclas y desmezclas pulsionales: pulsión escópica, pulsión de conocimiento, auditiva, táctil, olfativa, la de la curiosidad, etc. Además de las pulsiones con meta directa y de meta inhibida, con las que pretende explicar Freud el desarrollo de la sociabilidad, las primeras tendrían que ver con la pulsión directamente encargada de la reproducción y posteriormente las de meta inhibida son las que encontraríamos en las relaciones fraternales, como las que se encuentran entre los miembros de una comunidad, como señala en su trabajo: El malestar en la cultura, que hará que esta meta inhibida se transforme de “ama a tus semejantes como a ti mismo”, que es una forma en que la pulsión encuentra una meta y un objeto útil para la sociedad.
Pero con todo frente a la fuerza de la pulsión sexual, la pregunta para Freud es simple: qué lleva a los seres humanos a hacer obras de arte y a no estar copulando o comiendo todo el tiempo, qué tiene lo otro que nos lleva más allá de éstas satisfacciones inmediatas. La pulsión es aquello que le permite a Freud comprender la economía de nuestros anhelos, de nuestras obsesiones, de nuestras búsquedas y de nuestros encuentros.
En un texto aparecido en la revista electrónica Acheronta[1], Daniel Gerber nos recuerda citando a Freud: “La pulsión sexual […] pone a disposición del trabajo cultural unos volúmenes de fuerza enormemente grandes, y esto sin ninguna duda se debe a la peculiaridad, que ella presenta con particular relieve, de poder desplazar su meta sin sufrir un menoscabo esencial en cuánto intensidad. A esta facultad de permutar la meta sexual originaria por otra, ya no sexual, pero psíquicamente emparentada con ella, se le llama la facultad para la sublimación.”[2]
De esta manera se destaca la importancia de la actitud y de la fuerza que lleva a producir y trasformar lo espontáneamente dado por la naturaleza y transformarlo en cultura, con lo que en palabras de Freud cultura es “todo aquello en lo cual la vida humana se ha elevado por encima de sus condiciones animales y se distingue de la vida animal”[3] Con lo que podríamos ver que esencialmente la cultura, es un efecto de la operación de la sublimación.
“De esta manera, Freud recurre al concepto de sublimación para explicar diferentes actividades que estarían motivadas por un deseo que no apunta de modo manifiesto a una meta sexual: la creación artística, la investigación intelectual y, en general, todo aquello a lo que la sociedad concede un alto valor.”[4] Sin embargo, Gerber se pregunta sobre ese alto valor, y con otra cita de Freud se responde: “Distinguimos con el nombre de sublimación cierta clase de modificaciones de la meta y cambio de vía del objeto en la que interviene nuestra valoración social”[5]. Es entonces la sociedad la que determina aquello que será de un alto valor y la manera en que por la alienación ese valor se ha incluido en cada persona.
Como todos los conceptos, el de sublimación, Sublimierung varía en cuanto a su uso a lo largo de la teoría de Freud, en la medida que se trata de un concepto en constante elaboración. Aparece una mención en las cartas a Fliess, en las que, al referirse a la histeria, considera al fantasma como “la sublimación de un recuerdo”, hasta los textos posteriores, Tres ensayos de teoría sexual, Pulsiones y sus destinos, El yo y el ello, principalmente.
Freud liga a la sublimación con lo sublime, en tanto valoración social, pero él la entiende más bien como en la química que transforma una materia en otra como por ejemplo que se emplea para explicar la transformación de un gas en un líquido. Hay dos aspectos fundamentales en la teoría freudiana de la sublimación: a) la sublimación puede ser una defensa contra los excesos de la pulsión y b) la sublimación es un destino de la pulsión, basada en la capacidad de desplazamiento de los fines, es decir orientada hacia fines no vinculados con lo sexual aunque emparentados.
“La sublimación es un proceso que atañe a la libido de objeto y consiste en que la pulsión se lanza a otra meta, distante de la satisfacción sexual; el acento recae entonces en la desviación respecto de lo sexual. La idealización es un proceso que envuelve al objeto; sin variar de naturaleza, este es engrandecido y realzado psíquicamente. La idealización es posible tanto en el campo de la libido yoica cuanto en el de la libido de objeto. Por ejemplo, la sobrestimación sexual del objeto es una idealización de este. Y entonces, puesto que la sublimación describe algo que sucede con la pulsión, y la idealización algo que sucede con el objeto, es preciso distinguirlas en el plano conceptual. La formación de un ideal del yo se confunde a menudo, en detrimento de la comprensión, con la sublimación de la pulsión. Que alguien haya trocado su narcisismo por la veneración de un elevado ideal del yo no implica que haya alcanzado la sublimación de sus pulsiones libidinosas. El ideal del yo reclama por cierto esa sublimación, pero no puede forzarla; la sublimación sigue siendo un proceso especial cuya iniciación puede ser incitada por el ideal, pero cuya ejecución es por entero independiente de tal incitación. En los neuróticos, precisamente, encontramos las máximas diferencias de tensión entre la constitución del ideal del yo y la medida en que sublimaron sus pulsiones libidinosas primitivas, y en general los idealistas son mucho más reacios que los hombres de modestas miras a convencerse del inadecuado paradero de su libido. Además, la formación de ideal y la sublimación contribuyen en proporciones por entero diversas a la causación de la neurosis. Según tenemos averiguado, la formación del ideal aumenta las exigencias del yo y es el más fuerte favorecedor de la represión. La sublimación constituye aquella vía de escape que permite cumplir esa exigencia sin dar lugar a la represión”.[6]
La sublimación freudiana se nos muestra como una operación que busca resolver un conjunto de problemas: 1) Debemos entender que se trata del mecanismo que busca sublimar la pulsión sexual, de las pulsiones libidinosas; 2) Que logre escapar a la represión, y cómo sabemos la energía no se crea ni se destruye sólo se transforma, una vez reprimida irá aumentando su intensidad, hasta que aparecerá incluso pasando sobre la persona; 3) Que pueda negociar con el yo, para que no “se encuentre en el inadecuado paradero de la libido” y localice metas y objetos considerados más adecuados conforme a la exigencias de sus ideales; 4) Que la libido de objeto pueda encontrar otro objeto con la misma o mayor fuerza de atracción frente a lo sexual; 5) La pulsión debe encontrar una conciliación entre los ideales del yo y la satisfacción pulsional, ya que si bien el yo “reclama a la pulsión, no puede forzarla”, no puede dirigirla desde la conciencia, no pertenece al orden de lo volitivo, la persona tiene que hacer suyos auténticamente esos ideales, para que los objetos investidos o revestidos por los ideales, puedan auténticamente transformarse en una opción válida y real para que la pulsión pueda dirigirse a ellos, lo mismo sucede con las metas; 6) el grado de tensión entre las pulsiones y los ideales tiene que ver con la condición primitiva de las primeras y la falta de conciliaciones con “las fuerzas y mecanismos opositores”.
Posteriormente es que Freud ve la necesidad de dar cuenta de la pulsión de muerte, En El yo y el ello, propone que la pulsión de vida tendría que ver con la algarabía de la vida, mientras que la muerte con los silencios, que podría comprenderse como en la música, en donde el sonido y el silencio tienen la misma importancia, un sonido ininterrumpido se transformará en ruido, y en la vida sería algo así como la compulsión, por lo que puede pensarse que la existencia se despliega en una dialéctica pulsional, un lucha de opuestos necesaria, el silencio es lo que interrumpe y ordena, pero finalmente es lo que aniquila al sonido, lo que le da un propósito a la música en su conjunto, un peso a cada sonido, a cada nota, a cada compás. La vida acotada por dos espacios de muerte, en una dialéctica de silencio y ruido, buscando el imposible justo medio aristotélico, en eso se nos va nuestra existencia.
“La trasposición así cumplida de libido de objeto en libido narcisista conlleva, manifiestamente, una resignación de las metas sexuales, una desexualización y, por tanto, una suerte de sublimación. Más aún; aquí se plantea una cuestión que merece ser tratada a fondo: ¿No es este el camino universal hacia la sublimación? ¿No se cumplirá toda sublimación por la mediación del yo, que primero muda la libido de objeto en libido narcisista, para después, acaso, ponerle ksetzen otra meta?. Más adelante hemos de ocuparnos de averiguar si esta mudanza no puede tener como consecuencia otros destinos de pulsión: producir, por ejemplo, una desmezcla de las diferentes pulsiones fusionadas entre sí”[7].
Freud encuentra en el cambio de la libido dirigida al objeto ahora al yo, entendido el yo como otro objeto, conlleva una necesaria muda de las metas, aunque el yo por la vía del autoerotismo se constituye así en el narcicismo. Esta permuta de objeto y su consecuente cambio de metas por la intervención del yo, aparece por lo menos incipientemente para Freud como el mecanismo mismo de la sublimación. El yo es entonces una instancia con el poder suficiente para lograra tales cometidos, sin embargo, continuando con el espíritu freudiano que aparece en el ensayo El yo y el ello, podemos saber que el yo no cuenta con ese poder, aunque se mienta a sí mismo para suponerlo.
Consideramos que Freud abre esta perspectiva teórica intentando comprender la razón por la que los humanos no quedamos atrapados en el circuito de alimentarnos y reproducirnos, vamos más allá de los instintos, ¿por qué hacemos obras de arte? Ya que se trata de algo innecesario desde la perspectiva de la reproducción y la sobrevivencia. ¿De dónde toma el hombre la energía necesaria para comprometerse en esas tareas artísticas?. La respuesta es profundamente crítica a la manera de entender el asunto con anterioridad, ya que el arte suponía acceder a los niveles más complejos de las producciones culturales. Freud propone que se trata de un asunto que debe ser localizado bajo las coordenadas de la sexualidad, surge la respuesta desde su teoría de la economía psíquica, y nos dice que se trata del desvía de la energía sexual de su meta original a otra meta, en este caso artística.
«A causa de esta subversión fundamental provocada por Freud, la concepción del problema sexual ha cambiado completamente de golpe. Hasta entonces, la psicología, que ignoraba la facultad de transformación que tienen las energías psíquicas, confundían groseramente lo sexual con el papel de los órganos sexuales […] Al separar la idea de sexualidad del acto sexual, Freud la arranca simultáneamente de su estrechez y de su descrédito; la frase de Nietzsche: «el grado y la naturaleza de la sexualidad de un hombre se manifiesta hasta en las cúspides más elevadas de su espíritu», aparece gracias a Freud como una verdad […]» [8]
Lo plantea el escritor Stefan Zweig uno de los gigantes del siglo XX, da cuenta de la sublimación dese la sublimación misma. La sexualidad no es lo que cambia por la vía de la sublimación, lo que si cambia es su dimensión genital, de cópula, de orgasmo, por una vía en la que esas realizaciones alcanzan planos no menos intensos en términos de satisfacción. Freud mostraba además que se trataba es un asunto que representaba una condición de acceso a la condición humana, la sublimación como una condición necesaria que nos permite transformar el apareamiento en hacer el amor, el alimento en manjares, el cubrirnos en modas y techos. Es decir, toda creación cultural es necesariamente efecto de la operación de la sublimación. Pero también la trasformación del organismo en un cuerpo erógeno implica un proceso de sublimación. Sin embargo un ejemplo más depurado de la sublimación lo encontramos en las creaciones artísticas, el paso de una cualidad a otra, diríamos de lo prosaico a lo sublime, el efecto se muestra de manera más clara, manteniendo, para decirlo así, la materia prima de la pulsión sexual en todos aquellos objetos que consideramos sublimes y alejados de la sexualidad.
La perspectiva freudiana da un vuelco a las concepciones del arte decimonónicas en las que el arte era considerado la más alta, espiritual, excelsa y desexualizada producción del alma humana. Lo que muestra Freud es que el arte rinde tributos a las fuerzas humanas más hondas y socialmente consideradas salvajes, carnales, sexuales, violentas y terrenas fuerzas que gobiernan la humano. Quizá el artista está cerca de sus paciones “mundanas” y las acepta, mientras que el resto se llena de temores, culpas y contradicciones, temiendo la intensidad de las fuerzas internas que en realidad lo gobiernan.
Es decir la sublimación como una condición que requiere la operación de la cultura en prácticamente todas sus partes constitutivas. Desviar el cauce sexual a otros rumbos y con otros propósitos.
“En algún pasaje de Tres ensayos de teoría sexual, a propósito de la sublimación, Freud dice que es una «idealización» (idealisierung) de la pulsión; y el «ideal» del yo es una de las categorías estructurales de la psique. Las nociones de real e ideal son nucleares en el pensamiento de Fichte y de Schelling.”.[9]
La sublimación por lo menos para el encargado de la traducción castellana de la obra completa de Freud editada por Amorrortu, tiene que ver con una difícil operación en la que la filosofía alemana post hegeliana, argumentaba alrededor de lo que constituía y formaba al “yo”, esa unidad que para existir requería de un opuesto el no-yo, se trata de resolver lo que para Parménides resultaba el ejemplo claro de que la dialéctica no operaba en todo el registro de la lógica, ya que no podemos hablar del no-ente, del no ser, de la no existencia, se trata de un impensable. Sin embrago no se trataba de una substancia que se oponía a una anti sustancia, sino que la negación no es simétrica ni complementaria, no comparten substancia, no la requieren, por lo que se equivocaba Parménides. Ese no yo es el ideal: el que quisiera ser y no es, el que una vez siendo busca mejorar, se trata de buscar no en lo que soy sino en lo que podré ser, así como de las nociones de yo ideal e ideal del yo, repito, en tanto lo que no soy pero debería o tendría que ser. Este deber que ha sido el fecundo caldero de las propuestas éticas y de la mayoría de las consideraciones de la tradición filosófica humanista y que se alejan del psicoanálisis.
De tal suerte que el recorrido de la pulsión encuentra un cauce que le permite resolver los compromisos entre su deseo y la represión, por lo que el yo encuentra en ese arroyo la posibilidad de dirigir estas tensiones conflictivas por la dirección de los ideales socialmente aceptados, en el caso de que la vertiente no sea lo suficientemente profunda y por esto se vea amenazado el yo, la creación (poiesis) encontrará el desvío adecuado y la substitución de meta y/o objeto, y con ello logra tramitar los “excesos pulsionales”. Esa es una de las características de la sublimación, no sólo resistir a las fuerzas que amenazan al yo, sino lograr prolongarse y perpetuarse en los objetos que crea. Ser más allá de los límites del cuerpo en una trascendencia o prolongación en esas producciones, que además se concilia con sus ideales. Por ello la obra resultante de esa formación de compromiso entre fuerzas antagónicas, las que buscan salir y las que buscan reprimir, sabiendo que en la sublimación para la mirada de Freud es una operación que busca eludir el mecanismo de la represión, por ello en las obras de arte encontramos esa fuerza creativa que no es otra que la misma fuerza sexual desviada a la producción de esos objetos.
Sin embargo esta sería la usual manera de esclarecimiento sobre lo que es la sublimación, Daniel Gerber, Muestra en los mismos impases de la teoría freudiana, que tendría que apuntara a algo más allá.
“La sublimación no sería entonces un simple cambio de objeto o meta de la pulsión sexual, porque lo que define a ésta es precisamente la ausencia de tal objeto o meta connaturales con la consiguiente insatisfacción que esto implica al sujeto. Es más bien un modo de existencia de la sexualidad en el ser humano, más allá de su dimensión puramente biológica, en tanto es sexualidad sometida al lenguaje y al orden simbólico lo que hace de ella erotismo, tal como lo señala Ocativio Paz [en la llama doble]: “ el erotismo no es mera sexualidad animal: es ceremonia, representación. El erotismo es sexualidad transfigurada: metáfora”[10]
Por otro lado sobre el mismo tema Modesto Garrido en un texto publicado en Carta psicoanalítica No 1, propone que de hecho al hablar o al escribir, al manifestarnos de alguna manera necesariamente algo de la misma dimensión de la sublimación aparece, propone que la existencia misma del significantes sería una forma de mostración de esa sublimación, e introduce lo que Lacan tiene que decir al respecto.
“Afirmar, como lo hace Lacan, que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, tiene implicaciones a todo lo largo y ancho del campo psicoanalítico, tanto en el terreno de la clínica como en aquello que concierne a la concepción teórica de sus conceptos mayores. No debería entonces sorprendernos que la concepción que Lacan nos transmite del concepto de sublimación sea afectada por dicha definición del inconsciente”.[11]
En la exégesis que realiza de la obra lacaniana Garrido no dice que ya desde su más tempranos trabajos en el seminario del hombre de los lobos, Lacan se encuentra ocupado en la sublimación nos dice, a) «Lo que se llama la sublimación es la socialización de los instintos», b) «En el lenguaje de Freud, la sublimación tiene un sentido diferente de la imagen vulgar que uno se hace de ella, es decir, el pasaje de un instinto a un registro más sublime. Para Freud, es la iniciación de un sujeto en un símbolo más o menos socializado y objeto de creencia universal». pero al preguntarse el psicoanalista mexicano por que significa socialización, termina diciendo: “Así pues, no se trata de cualquier forma de «socialización», sino de una cierta socialización que de alguna manera supondría, en el centro del mecanismo, la introducción de algo, símbolo lo llama Lacan en este momento, de orden simbólico” Nos dice Garrido. Sin embargo me parece importante que mantengamos el sentido de de la pulsión como un gozne entre lo público y lo privado, entre lo psíquico y lo social, entre lo natural y lo simbólico, entre el instinto y la pulsión, entre lo psíquico y lo somático asunto al que regresaré más tarde.
“Así, en el seminario XI, Lacan tomando como ejemplo a la pulsión oral, interroga cual sería su objeto satisfactor, para afirmar que ningún alimento, y menos aún ninguna cantidad de alimento basta para satisfacer a la pulsión oral. […] La pulsión se satisface con significantes, de ahí que Lacan afirme en dicho seminario, que su insistencia en hablar, en continuar hablando en su seminario, puede ser concebida, ni más ni menos, como pulsión oral. Lo mismo puede afirmarse de cualquier otra pulsión, se satisface por y en virtud del significante”.[12]
De esta manera la pregunta que se han hecho generaciones de filósofos de la naturaleza e incluso etólogos sobre el estado de naturaleza de la condición humana, se muestra como imposible sin intermediación del campo de lo simbólico, todo aquello que llamamos humano no es el efecto espontáneo de la naturaleza, de hecho podríamos decir que lo humano es el negativo a ese orden natural, lo humano es entonces efecto del proceso de desnaturalización, y entre los diversos mecanismos que confluyen en éste proceso encontramos a la sublimación. En donde la necesidad ha sido suplantada por el deseo.
Subrayemos simplemente que el Dr. Lacan, algunos años después, en su seminario VI, planteará claramente la relación entre la sublimación y el significante, pues al comentar que el deseo es al mismo tiempo articulado en la demanda pero inarticulable, nos dice: «es en la reconversión del impasse del deseo en esta materialidad significante que debemos situar, y esto si queremos darle un sentido conveniente al termino, el proceso de la sublimación como tal.»[13] O como afirma el 1 de julio de 1959: «la noción misma de pulsión, lejos de confundirse con la substancia de la relación sexual, es esta forma en que ella es juego del significante.» Se trata bien claro ahora, en lo que respecta a todos los destinos pulsionales, del significante.[14]
El deseo como producto de la desnaturalización de la necesidad, el deseo como efecto de la inscripción al lenguaje, el deseo en su condición de falta, el deseo como imposible, e incolmable, y siempre insatisfecho, pone en operación necesariamente el orden simbólico, el deseo en tanto producto y productor, pero en cualquier cosa motor de motores y como condición necesaria, en el mas lato sentido tomista.
Pero Lacan va más allá de sus anteriores consideraciones de hacer una lectura rigurosa de la ogra de Freud, y de transferirle cierto esqueleto epistemológico, por lo que ahora se permite proponer algo que tiene inteligibilidad al interior de sus propias consideraciones, ya no sólo con la obra de Freud.
“en su seminario VII, sigamos su recorrido, de entrada planteará a la sublimación como un mecanismo de sobre – valoración del objeto: «….sobre valoración del objeto, es lo que llamaré desde ahora en adelante y en más, sublimación del objeto.»[15] Para finalmente ofrecernos su conocida propuesta: «La fórmula más general que les doy de la sublimación es ésta: que eleva un objeto – y no me negaré aquí a la resonancia del retruécano que pueda haber en el uso de un término que es el que les voy a traer – a la dignidad de la cosa.»[16]
La sublimación como la operación que permite elevar al objeto a la dignidad de la cosa, esta frase requiere de un pequeño desvío en antecedentes, la cosa (Das Ding) entendida kantianamente, nos conduce a ir más allá de los filósofos latinos llamaban rex cogitans, Se trata de la substancia antes de las palabras, antes del tiempo, antes de cualquier ubicación espacial, antes de cualquier inscripción simbólica, antes de lo que llamamos experiencia sensible. Es precisamente lo simbólico lo que teje un manto que colocamos sobre el mundo para hacerlo inelegible, para asirnos de él, para apropiarnos y entrañarlo. La cosa (Das Ding) se refiere a un antes remoto imposible de representar y de imaginar, pero que no por ello debemos confundir en el registro lacaniano de lo Real, eso sería profundamente ingenuo. Cualquier referencia a la cosa (Das Ding), conserva necesariamente un carácter ontológico, fantástico, mítico; como substancia primera, por ello, esencial y necesaria. Las cosas del mundo no son como los objetos: contingentes, efectos o accidentes. La dignidad del objeto de ir más allá de sí mismo, de sus referencias y contextos, de sus condiciones de factura, para hacerlo insigne, es necesario elevarlo de la dignidad de la cosa (Das Ding), no es realizarlo la cosa (Das Ding), eso es imposible, sencillamente: dotarlo de esa dignidad.
Pensar la sublimación de esta manera tiene muchas implicaciones, ya que hace del objeto y de la meta algo diferente a la expectativa freudiana, dotar al objeto con la dignidad de la cosa (Das Ding) no es algo en lo que pueda operar el yo, no es una operación que implique un trabajo, un esfuerzo, es simplemente una condición de la metáfora de la acción del orden simbólico, que permite comprender que los hombres estén dispuestos a dar la vida por un trozo de tela, más si lleva el nombre de bandera, y se le hace suponer representante de una nación. Como la sonrisa o la mirada de la Mona Lisa, todo lo que le atribuimos, pero donde es imposible dejar de hacerlo.
Por otro lado, la perspectiva abierta por Lacan se yergue sin una referencia a Freud, y directamente sumergida en su propio campo semántico, epistémico y clínico. Lacan subraya el importante papel que tiene comprender a la sublimación desde la otra orilla de la pulsión de vida que es la de la pulsión de muerte, recordemos que la idea de un reino de Thánatos no se encuentra en la perspectiva freudiana, él habla de la pulsión de muerte en tanto destrucción. Con Lacan pensaríamos que la vida consistiría de esos espacios que podamos robarle a la muerte, esas discontinuidades de una tendencia que nos lleva inexorablemente a la finitud.
En una plática en la que coincidimos, el psicoanalista Helí Morles planteaba que la sublimación es necesariamente de la pulsión de muerte. Me parece que capta una parte importante del espíritu de la sublimación. En la sublimación el artista es alguien que realiza su trabajo para escapar de la muerte, para no dejarse destruir por sí mismo, para no morir, para huir de la destrucción en todos los sentidos que lo aquejan. El artista no realiza su labor por que desee elevarse en el cielo de ágora pública, lo hace porque no puede hacer otra cosa, su creación es como una condena, una necesidad para exorcizar a esos demonios que lo devoran. Para salir del infierno de la su vida, de la destructiva cotidianeidad. Evitar transformar la existencia en un permanente agonizar, que es una existencia vacía. Busca sublimar esa destrucción en poemas, música, cuadros, esculturas, danza, novelas etc. Dirigir la destrucción en otra dirección transformándola en otro asunto, hacer del dolor, la locura, el sufrimiento y la destrucción las materias primas de la obra, su creación.
Busca salvarse del vértigo atrayente de la destrucción, esa es la fuerza que tiene la creación artística, la de darle al artista un poco de aire. En este sentido, el artista no es efecto de una decisión vocacional, simplemente buscará sublimar la pulsión de muerte como acto de sobrevivencia. El artista no es un individuo libre, se encuentra preso como todos pero él lo sabe. Althusser aclara aún más este sentido de paradójica libertad, al mostrar que el sujeto se encuentra atajado a una serie de condiciones que lo determinan, sin embargo, existe la posibilidad de determinar las reglas de su determinación, y por así decir, la libertad estriba en la posibilidad de someterse a su propio deseo «…el individuo es interpelado en tanto que sujeto (libre) para que se someta libremente a las órdenes del Sujeto [Con Lacan será el Otro], para que acepte (libremente) por tanto, su sujeción; por tanto – cumpla por sí mismo – los actos y los gestos de su sujeción. Sólo hay sujetos para y por su sujeción. Por esto, “caminan por sí mismos»[17] . La libertad estriba entonces en elegir dentro de los estrechos marcos posibles la sujeción, buscar ser fieles a nuestro propio pathos, a nuestra pasión, a nuestro deseo, en resumen podríamos decir a que se trata de hacerse cargo de la verdad sobre su propio deseo, quizá sea por este plano de honestidad frente a su tragedia. Por su imposibilidad de cambiar su destino, de huir de sí mismos, es que el artista logra cautivarnos, convocarnos a esos elementos esenciales que nos permiten identificarnos con esos monstruos que lo habitan y que nos habitan, pero con los que él puede convivir, mientras que nosotros queremos ocultarlos, hacer como si no existieran.
Someterse a su propio deseo, ser el esclavo de su pasión, hacerse cargo de la existencia, quienes han podido elegir hacer otra cosa lo han hecho, sin embargo los artistas no pudieron hacerlo, porque su pasión les mostraba que la única manera para sentirse vivos y no matarse, era hacer lo que tenían que hacer, sublimar su destrucción.
Para finalizar podemos regresar a la pregunta de la que partimos ¿Qué es sublimación? Como hemos podido ver, la respuesta no es simple y es múltiple.
La sublimación de la pulsión de muerte nos dirige en un sentido, sin embargo nos hace falta considerar la meta y el objeto, los cuales están necesariamente erotizados, concernidos desde la pulsión sexual, con lo que podemos decir con Freud, que cuando nos referimos a la pulsión debemos hacerlo como pulsiones entrelazadas, en las que se trata de pulsiones parciales mezcladas y desmezcladas. En la que los reinos de Eros y Tánatos se unen en una danza macabra y profundamente erótica, en un juego cuya dialéctica puede ser sublimada, conducida no sin tropiezos buscando otros propósitos y objetos que los que las propias pulsiones tomaron de la historia y la neurosis de cada persona, buscan ir más allá ¿A dónde? a lo humano de la vida. Es la tarea de la poiesis, de la creación prácticamente ex nihlo, ya que es el fruto o la consecuencia de seguir obedientemente la verdad de su deseo que pulsa, que palpita. Aceptar el vasallaje que se tiene del deseo.
Pero la sublimación no es una operación que sólo atañe al artista, las obras que produce, necesariamente entran en un mundo en el que se buscan esas empatías con el artista por parte de los no artistas, y que permiten se sea tocado y sacudido hondamente por las diferentes producciones artísticas. En ese caso, la obra de arte, es ese objeto, pero no cualquier objeto que se encuentra preñado con esa dignidad que nos hace percibir como si acercara a la cosa (Das Ding). El espectador, sublima los que presencia, somos tañidos por las obras de arte.
El objeto del arte es entonces un objeto que nos toca íntimamente, apela directamente a nosotros, a nuestros sentimientos, a nuestra vida, a nuestra historia. El objeto de arte es entraña pura, por eso resuena en nuestro interior, ya que es íntimo y simultáneamente éxtimo, propio y ajeno. Pero nos concierne directamente y sin intermediación de la conciencia. Es la poesía en su forma más pura, una creación inédita, y sin embargo, que sabemos nuestra desde tiempos inmemoriales. Nos encontramos de maneras sorprendentes en las producciones artísticas, por eso podemos ser simplemente tocados o fuertemente sacudidos, lo que conduce a cambiar nuestras formas y ataduras, nuestras relaciones con otros objetos, nuestras metas pulsiones, y los objetivos de nuestra vida, es decir, cambiar nuestra existencia. El arte tiene ese poder, cambiar nuestra vida por la vía de la sublimación, vida entendida con la densidad que merece la levedad de la existencia, es decir como una obra de arte.
Bibliografía citada.
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Zweig Stefan. Sigmund Freud. Ed. Diana. 6ª edición México 1963.
NOTAS
[1] Daniel Gerber Creación y sublimación. En Revista Acheronta www.acheronta.org No. 14. Diciembre 2001.
[2] Freud S. La moral sexual “cultural” y la nerviosidad moderna. En Obras completas, Tomo IX. Amororrtu. Buenos Aires. p. 168
[3] Freud S. El porvenir de una ilusión. En Obras completas, Tomo XXI. Amororrtu. Buenos Aires. p. 6
[4] Daniel Gerber Creación y sublimación. En Revista Acheronta www.acheronta.org No. 14. Diciembre 2001
[5] Freud S. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. En Obras completas, Tomo XXII. Amororrtu. Buenos Aires. p. 89
[6] Freud S. Obras completas Vol 14. Introducción al narcisismo (1914). Punto no. 3
[7] Freud S. Vol. 19 El yo y el ello (1923). El yo y el superyó
[8] Zweig Stefan. Sigmund Freud. Ed. Diana. 6ª edición México 1963. p. 139. 1986.p 206
[9] Sobre la versión castellana. De las obras completas Ed Amorortú
[10] Daniel Gerber Creación y sublimación. En Revista Achorenta www.acheronta.org No. 14. Diciembre 2001
[11] Garrido Modesto. Alrededor de la sublimación o del cambio de objeto al objeto de cambio. Carta psicoanalítica. www.cartapasi.org No 1. Junió 2002
[12] Garrido Modesto. Alrededor de la sublimación o del cambio de objeto al objeto de cambio. Carta psicoanalítica. www.cartapasi.org No 1. Junió 2002
[13] Lacan, J. «Le séminaire» livre VI Clase No. 22 del día 24 de junio de 1959. Editions du Seuil, Paris, France.
[14] Garrido Modesto. Alrededor de la sublimación o del cambio de objeto al objeto de cambio. Carta psicoanalítica www.cartapasi.org No 1. Junió 2002
[15] Lacan J. «Le séminaire» livre VII «L´éthique de la psychanalyse»Clase del día 20 de enero de 1960. Éditions du Seuil, Paris, France 1986.
[16] Lacan J. «Le séminaire» livre VII «L´éthique de la psychanalyse»Clase del día 20 de enero de 1960. Éditions du Seuil, Paris, France 1986.
[17] Althuser Louis. La filosofía como arma de la revolución Ed. Siglo XXI México.p.148.