La verdad que surge entre enigmas y paradojas
Walter Beller Taboada
Para Alberto Constante
En el psicoanálisis la verdad es un acontecimiento que comprende al menos cuatro clases de orden: lo difuso, lo paradojal, lo enigmatizante y lo ético. Estas características hacen que la noción de verdad resulte una temática convergente de la filosofía con el psicoanálisis, sin que la primera se confunda o traslape con el segundo.
Empleo el término lo ’difuso’, y su sinónimo: lo ’borroso’, en el sentido técnico que se usa para designar una categoría en el ámbito particular de las matemáticas referida a la teoría de conjuntos difusos y a la lógica borrosa. De acuerdo con los planteamientos de su creador, Lofti Zadeh, la verdad se establece mediante términos que resultan estructuralmente vagos, imprecisos o ambiguos, que son los términos que manejamos enorme frecuencia en los discursos científico y cotidiano. Tal clase de expresiones han sido rechazadas o excluidas por matemáticos y lógicos que mantienen los modelos clásicos de la exactitud y el principio de bivalencia. Sin embargo, los términos con vaguedad e imprecisión constituyen el alma viva de la escucha en el psicoanálisis, como se reconoce desde Freud. Y son ésos los que fundamentan los sistemas de la lógica difusa, cuyas aplicaciones científicas y técnicas son ya bastante numerosas y fructíferas.
Las investigaciones de Freud y los desarrollos de la teoría de lo difuso se enmarcan bajo el principio de la borrosidad. Define la borrosidad la aseveración de que todo, incluida la verdad, es una cuestión de grado. Por tanto, sostiene que entre lo verdadero y lo falso median un conjunto infinito de valores. La borrosidad es un principio no-aristotélico. Se diferencia de lógica clásica u ortodoxa cuya concepción de la verdad está encerrada en el principio de bivalencia. En ese tenor rigen exclusivamente dos valores de verdad: lo verdadero y lo falso, de manera que todo enunciado es o bien verdadero o bien falso. Nunca ambas cosas a la vez y necesariamente una de ellas. Correlacionado con la bivalencia está el precepto del tercero excluido que afirma que entre dos propiedades contradictorias, todo objeto debe tener necesariamente una u otra de ellas, por lo cual será imposible sostener que algo sea A y no A al mismo tiempo.
Sobre el rechazo del principio de bivalencia se erigen las lógicas polivalentes o multivaloradas, que son las que desplazan un universo concebido en términos de blanco y negro, mostrando que el pensamiento tiene una policromía mucho más vasta. En este contexto se sitúan las contribuciones de la lógica difusa.
Por su parte, Freud, explorando el discurso del inconciente, encontró que lejos de la exactitud y la precisión requeridas por la lógica tradicional, la verdad es más bien algo del orden de lo difuso, en el sentido que hemos indicado. Freud le dio un nombre: ambivalencia. De una manera general, se habla de ambivalencia cuando se da una presencia simultánea en el mismo sujeto de deseos, ideas o afectos antitéticos (en particular del par amor-odio) respecto de un mismo objeto. De este modo, la afirmación y la negación son simultáneas e inseparables. La ambivalencia muestra que el sujeto está escindido y que el inconciente no está regido por el principio de la bivalencia sino que más bien se constituye por la violación de tal principio.
Desde el punto de vista de la lógica difusa, un enunciado que contiene términos vagos o ambiguos tiene cierto grado de pertenencia en un conjunto difuso. Decir que Juan es joven implica que el valor de verdad o de pertenencia a un conjunto depende de su compatibilidad dentro de un conjunto borroso. En general, en todo conjunto borroso se tienen diversos grados cuyos valores lingüísticos son subconjuntos borrosos como no-verdadero, muy verdadero, no muy verdadero, más o menos verdadero, y otros muchos valores además de verdadero y falso. La lógica bivalente sólo admite dos valores, mismos que puntúan como 1 y 0, en tanto que la lógica difusa admite todo un repertorio de valores numéricos que son los mismos que encontramos entre el 0 y el 1, lo cual permite un número infinito de puntuaciones.
Una formulación muy semejante se encuentra en Freud al abordar lo que denominó concepto inconciente. (Que no se trata del concepto de lo inconciente ni tampoco de una manera inconciente de procesar conceptos.) Se refería Freud a una unidad del «tren de pensamientos» inconciente contenida en la conocida ecuación: pene, heces, niño, los cuales dan por resultado la unidad o el concepto inconciente: «lo pequeño separable del cuerpo». De esta ecuación que establece el psicoanálisis derivan luego, y por el sesgo de las heces, tanto el regalo como el dinero. Pero los términos pene, heces y niño forman una unidad, es decir, un conjunto que mantiene la ambigüedad y la imprecisión de los términos bajo la forma «lo pequeño separable del cuerpo». Nada de esto es pensable en una lógica bivalente; pero sí es pensable o articulable en la lógica de lo difuso, que es una lógica que excluye la alternativa de todo o nada, dando paso a los grados intermedios; es la lógica que abandona la oposición negro/blanco y cede su lugar a las tonalidades del gris.
Por otra parte, la verdad adopta, en el psicoanálisis, la forma del enigma. Muchas veces en filosofía se suele indicar que un enigma es un problema que no se puede resolver, aunque no es un misterio (si fuese un misterio excedería nuestros medios de conocimiento), ni tampoco es un aporía (si fuese aporía sería lógicamente insoluble). No se puede resolver, expresa Wittgenstein, porque se trata de un problema que está mal planteado. En este sentido, encarar un enigma implicaría vérselas con un seudoproblema. Y de los falsos problemas no puede emerger ninguna verdad. Enigma y verdad serían entonces antitéticos. Sin embargo, el psicoanálisis no retrocede ante los enigmas. Los sueños, un objeto privilegiado del psicoanálisis, resultan enigmáticos para el soñante, y también para el analista que los interpreta. Pero eso no es óbice para tratar de encontrar en ellos una verdad.
Enigma connota algo oscuro cuyo significado le parece al sujeto indescifrable. Un enigma lo propone quien ocupa el lugar del analizante en la posición de la Esfinge y se dirige a quien ocupa el lugar de analista en la posición de Edipo. Cuando el analista interpreta o construye, invierte la relación porque responde enigmáticamente. En el proceso analítico hay otras modalidades de lo enigmático. El sujeto que expresa un síntoma tiene en su historia una serie de puntos enigmáticos, condensados de tal manera que apuntan a un determinado goce y esto hace que el sujeto vuelva incesantemente sobre esos puntos en su discurso. El punto enigmático retorna como efecto de la compulsión a la repetición, emergiendo en el habla que el sujeto dirige al Otro, lugar donde coloca al analista. El punto, aparentemente sin sentido para el sujeto, es un enigma y como todo enigma entraña un sentido pleno. El sujeto sabe pero no quiere saber.
Por eso, el enigma tiene la estructura de una paradoja. Freud advertía: «Yo os aseguro que es posible y hasta muy probable que el durmiente sepa, a pesar de todo, lo que significa su sueño; pero no sabiendo lo que sabe cree ignorarlo». Con esta tensión entre saber y no saber, como términos difusos, y durante el transcurso de la dirección de la cura, el sujeto comenzará a conferir un sentido al acontecimiento enigmático para, más adelante, atribuirle otro sentido, y tiempo más tarde le conferirá todavía otro sentido y así sucesivamente. En otras palabras, el sujeto va resignificando su propia historia, lo que va a permitir diversas interpretaciones del mismo acontecimiento. Lo cual es posible porque otros significantes pueden ser asociados al acontecimiento, y esto sucede debido a que el acontecimiento mismo tiene una estructura significante.
La verdad, que es una cierta develación del enigma, no es algo que se encuentre localizado en el presente o en el futuro, sino algo que siempre estuvo inscrito en el pasado, como lo señalaba Freud. La verdad es el alfa y el omega, pero está inscrita desde siempre en el alfa. El inconciente es un saber que garantiza lo propio de la repetición; es el saber de la repetición. Es el lugar de la verdad. Decía Freud que lo que le interesaba era la «verdad histórica». Esto es, la verdad que funda la historia y la verdad producida en la historia. Verdad e historia en un conjunto borroso.
¿De qué historia habla el psicoanálisis? De aquella que es escrita, conservada y borrada (borrada y conservada en la «pizarra mágica»), es decir, la historia que permanece y cambia en el fantasma; la historia que se sigue escribiendo en el curso del análisis y la que está por escribirse. Porque el análisis es siempre terminable e interminable. ¿De qué verdad habla el psicoanálisis? De aquella que anuda represión y fantasma, repetición y diferencia, recuerdo y olvido y, en última instancia, inconciente y lenguaje.
Dijimos antes que quien ocupa el lugar de analizante esboza un enigma desde la posición de la Esfinge y lo dirige a quien ocupa el lugar del analizante ubicado en la posición de Edipo. De acuerdo con Lacan, en el primer piso del grafo del deseo, cuando el hablante espera para su demanda una respuesta del Otro, que conforma el tesoro de los significantes, obtiene su propia respuesta en forma invertida. Pero en el segundo piso del grafo del deseo, el hablante encuentra una pregunta en lugar de una respuesta.
En el segundo caso, el Otro, que constituye el orden simbólico, responde con una carencia, carencia que se presenta como una pregunta para el sujeto. Lacan le da nombre a esa falta: el significante de una falta en el Otro. Con ello indica que en el Otro, lugar significante, falta un significante. Así, si en el piso inferior del grafo del deseo el Otro es el garante de la verdad, en el piso superior la verdad desfallece, precisamente porque falta algo para dar significación absoluta a la verdad. Por eso dice Lacan que la verdad es posible, pero no toda dado que ella es materialmente imposible, al faltar las palabras.
El que se haga presente el significante de una falta en el Otro, hace imposible que exista una garantía de la verdad, porque como Lacan dice no hay Otro del Otro. Freud inventó un mito para pensar esa imposibilidad: el mito del padre de la horda, que es el Padre muerto. No es un hecho histórico, ni es «verificable» ni «falsable». Es un mito que designa una falta, una muerte en el origen. Que el Padre esté muerto casi equivale al enunciado de Nietzsche: Dios ha muerto, y por ello no hay garantía de la verdad. Y digo que casi equivale al enunciado nietzscheano pues la aseveración de que Dios ha muerto supone que estuvo vivo, mientras que el mito construido por Freud indica que hubo una muerte en el origen. Por eso añade Lacan que la tumba está vacía, que no hay ningún cadáver. Pero si nunca estuvo muerto, entonces no se le puede matar.
Ahora bien, si falta un significante en la cadena significante, como en toda cadena discreta, implica que cualquier articulación se da en función de una falta. Al mismo tiempo, la falta hace movilizar y funcionar a la cadena significante. Lacan sostiene dos afirmaciones contradictorias: que falta un significante y que la batería significante está completa. Con ello quiere decir que no se trata de la falta de un significante de una lengua (algo que podría faltar en un diccionario), sino que se trata de un significante que estructuralmente falta.
Otra manera de expresarlo es reconocer que el orden simbólico es incompleto. Lacan tomará de las disciplinas formales la prueba de su incompletitud. Gödel demostró que la matemática, o cualquier otro sistema que la contenga, no puede ser a la vez consistente y completa. El precio de la consistencia es la incompletud. Existen enunciados verdaderos que son al propio tiempo indecidibles, es decir que su verdad o falsedad no pueden demostrarse a partir de los axiomas. Indecidible equivale a que si una proposición se verifica, entonces se contradice, y si se demuestra falsa, entonces se verifica. Esto ocurre en el terreno de la matemática, pero en el psicoanálisis contamos con una fórmula análoga: lo indemostrable teóricamente define el goce femenino articulado en el enigma de su satisfacción.
En fin, que el orden simbólico no sea completo se corresponde con la afirmación de que el sujeto está dividido. La incompletud del Otro, del orden simbólico, conlleva un problema para establecer la verdad: no se puede saber la verdad de la verdad, o sea que no se puede saber a ciencia cierta sobre la verdad. Y es que cuando se trata de probar la verdad de la verdad se incurre en paradojas autoreferenciales, como pasa con la paradoja del mentiroso. Toda palabra verdadera es mentirosa, pues la palabra no es la cosa: a la palabra árbol no le brotan ramas ni hojas. Toda palabra es mentirosa o verdadera, pero si es mentirosa debe decir de sí misma que no es mentirosa, y si es verdadera debe decir de sí misma que no es mentirosa. Una palabra mentirosa para mentir dice de sí misma que no es mentirosa, es decir hace exactamente lo mismo que la palabra verdadera. Por tanto, no hay palabra que pueda evitar los efectos de la falta de verdad de la verdad.
En el psicoanálisis la verdad es carencia. En la lógica difusa se afirma que la verdad no se da completamente, no se la encuentra al 100%. La concepción borrosa o difusa señala que las paradojas de autoreferencia son verdades a medias, que son contradicciones borrosas. A y no A es una contradicción que vale, porque A tiene valor sólo al 50% mientras que no A tiene valor sólo al 50% restante. Las paradojas son tanto verdades a medias como a medias falsas. No hay verdad al 100%, salvo como excepción. El psicoanálisis, con Lacan, es más radical: la verdad nunca será completa, ni siquiera como excepción.
Sin embargo, el psicoanálisis no retrocede ante la verdad. La verdad es algo que emerge sin control de la conciencia. Por eso Lacan se inclinó a pensar la verdad en la acepción de la alétheia, como descubrimiento, como un correr el velo. Pero es también la verdad como póiesis, como creación poética. La verdad tiene estructura de ficción, ha dicho Lacan. Y eso porque el lenguaje del analizante se torna poético para decir la verdad. La verdad es, en el psicoanálisis, un acontecimiento. El acontecimiento puede o no suceder, y cuando sucede no emerge de modo lineal: surge como un salto, un hito, un parteaguas. La verdad es nueva y vieja a la vez, porque se trata de una verdad que siempre ha estado ahí, esperando a ser dicha y convertida en texto. Pero eso sólo se reconoce a posteriori.
En psicoanálisis, la verdad permite distinguir entre lo acontecido y el acontecimiento. Lo acontecido, el trauma, adopta la figura de lo inerte, de la letra que se detiene para no circular sino para volverse circular, letra que insiste sin que consista, ya que es la figura de la repetición, que es lo que impide el recuerdo.
La tradición escolástica habla de la verdad en términos morales, cabe decir individuales, como veracidad en la forma de comportarse y de replicar. El psicoanálisis va más allá porque mantiene un compromiso con una verdad que, cuando acontece, surge con amargura. En un análisis, la verdad es amarga, sabe a hiel. El psicoanálisis se opone a la práctica de la confesión de la Iglesia católica, pues en ésta la confesión conduce a la absolución, al perdón de los pecados, de lo cual debería surgir un acto de contrición, de arrepentimiento, y luego el perdón que significa el olvido. En el psicoanálisis no hay perdón, ni absolución de la culpa. ¿Por qué? Porque si el sujeto se siente culpable, es culpable.
En el análisis, la verdad pertenece al orden de lo siniestro. Pero es la única verdad que puede conducir a una rectificación subjetiva. Las verdades inocentes, leves y etéreas, dulces, amigables y condescendientes lo único que hacen es provocar un reforzamiento narcisista. Las verdades que duelen en el alma, las confesadas por ser inconfesables, las que perturban hasta la médula del hueso, las que tocan lo real (en el sentido lacaniano del término), son esas verdades tienen que ver con el deseo. Ante la verdad, el sujeto permanece siempre descentrado, ajeno y extraño a sí mismo. Es un efecto del deseo. Reconocer la dimensión del deseo es un compromiso ético y no moral. En psicoanálisis, si la verdad tiene que ver con el deseo y el deseo es esencialmente ético, la verdad en este ámbito no puede ser más que éticamente relevante.
En suma, la verdad como un todo completo y como algo completamente opuesto a la falsedad no es sostenible salvo por quienes mantienen el principio de identidad, A es A, que es una forma de la compulsión a la repetición. La lógica difusa como la lógica para consistente muestran otros derroteros para la razón y la ontología. Las contradicciones y las paradojas dejan de ser excepciones para convertirse en regla. El psicoanálisis va más allá y con ese más allá cuestiona el alcance de la lógica formal, ya que estructuralmente siempre queda una falta que es fundante. La verdad no es toda, pero es verdad y sólo con esta verdad fragmentaria, variable, escasa, precaria se erige una ética que no puede ser más que la ética del deseo. Y como el deseo es siempre enigmático, la verdad no es y ni será jamás toda.