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La violencia internacional: un cambio de paradigma

Dr. Pierrick LE JEUNE Traducción y edición: Avril Eliosa Minor y Astrid Vanesa Correa Rocha La expresión “violencia internacional” puede abarcar muchos significados. Al delimitar nuestro estudio de la violencia entre naciones, entre entidades políticas, probablemente es necesario interrogarse primero sobre el Estado y la violencia que este ejerce -para algunos autores,¡ es una de…


Dr. Pierrick LE JEUNE Traducción y edición: Avril Eliosa Minor y Astrid Vanesa Correa Rocha

La expresión “violencia internacional” puede abarcar muchos significados. Al delimitar nuestro estudio de la violencia entre naciones, entre entidades políticas, probablemente es necesario interrogarse primero sobre el Estado y la violencia que este ejerce -para algunos autores,¡ es una de sus características– y después, ver sus implicaciones en el plano internacional. 

Históricamente, violencia legítima; hoy legítima defensa o violencia 

Cuando se habla de violencia de Estado, los escritos de Max Weber (sociólogo, politólogo, economista alemán de finales del siglo XIX y principios del XX) no resultan ajenas. Y a través de la definición de Estado que concibió Max Weber en “La política como vocación”, la noción de violencia y en particular la de violencia legítima aparece como punto central.

En efecto, para Weber « L’État est cette communauté humaine, qui à l’intérieur d’un territoire déterminé (…) revendique pour elle-même et parvient à imposer le monopole de la violence physique légitime ».

[El Estado es esa comunidad humana, que al interior de un territorio determinado (…) reivindica por sí misma y consigue imponer el monopolio de la violencia física legítima]

Desde un primer momento, Max Weber es preciso en su definición, la “violencia legítima”. Para él se trata de dar una definición sociológica al describir al Estado tal como lo percibe y lo analiza, no como lo desea, no como debería ser según él. Se trata entonces de una definición de poder del Estado y no una justificación de la violencia que emplea con su pueblo o, por qué no, con otras entidades. 

Ya que precisamente Max Weber lo define así en su época, el Estado dispone de ese medio en específico y lo hace solo. Dispone del monopolio de esta violencia legítima, las otras entidades o agrupamientos políticos no o, siendo más exactos, ya no lo hacen (ejércitos, iglesias, ciudades, territorios, etc.) Desde luego que convendría debatir acerca de los términos de la definición como en el caso de las palabras “violencia legítima”. Sólo unas palabras antes de usar esta definición en el marco de nuestro tema “violencia internacional”. La palabra “legítima” sin duda remite al hecho de que, en el territorio del Estado, la mayoría de la población acepta al Estado como el que debe poner fin a los conflictos en última instancia y hacer que se respete su decisión. Podemos debatir acerca de esta noción de legitimidad, pero nos remite al contexto de la mayoría y por tanto, en el Estado considerado como “moderno”, se refiere a la noción de soberanía con un reconocimiento fáctico de legitimidad del poder en un momento preciso. Es inútil prolongar esta digresión de poco interés con respecto a nuestro tema del día.

En cambio, la noción de violencia está en el centro de nuestra reflexión del día de hoy. El término de “violencia” que usan las traducciones de la definición de Estado, según Weber, es a veces criticado. Se trata, en algunas traducciones más elaboradas, aunque poco utilizadas, no de “violencia”, aino de “coerción” definida por sí misma como “medio para garantizar el derecho” 

Vemos aparecer la noción de derecho y por tanto, para nuestro tema concerniente a la violencia internacional, tal vez sea necesario abordarlo por el lado del derecho internacional. 

El derecho internacional público hace referencia a la violencia en casos muy particulares: se trata principalmente de la cuestión sobre los vicios de consentimiento para un Estado al igual que del dolo o del error. Es una cuestión muy técnica a la cual concierne el uso de la coerción para presionar a un Estado o a sus representantes, por ejemplo, durante una negociación, con la finalidad de hacer que se acepte un acuerdo o la firma de un tratado internacional. Es muy particular, y eso se mantiene muy al margen.

Por otro lado, cuando se evoca la violencia en las relaciones entre los Estados en derecho internacional, se utiliza la noción de “uso se la fuerza”. Y, como en la mayoría de los casos en derecho, si bien el principio es claro, no obstante, apela a un buen número de excepciones más difíciles de identificar. 

Es posible que primero se deba precisar que el derecho internacional es el derecho que rige las relaciones entre los Estados, y entre los Estados y las organizaciones internacionales. De tal manera, salvo raras excepciones, ese derecho no concierne directamente a las personas físicas o a otras personas morales. En resumen, y para simplificar, es un derecho que rige las relaciones interestatales. 

Si bien el Estado dispone del monopolio de la violencia legítima al interior de sus fronteras, en el plano internacional la situación ha evolucionado mucho. El artículo 2 § 3 de la Carta de las Naciones Unidas precisa que “Los Miembros de la Organización arreglarán sus controversias internacionales por medios pacíficos de tal manera que no se pongan en peligro ni la paz y la seguridad internacionales ni la justicia.” Más adelante el párrafo cuatro precisa que “Los Miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los Propósitos de las Naciones Unidas.”

Haré rápidamente algunas observaciones de este artículo. Se refiere a Estados Unidos que, en el pasado, usaba con frecuencia la fuerza como medio para solucionar los desacuerdos (antes de 1945) y quienes desde ese momento en adelante deben abstenerse de hacerlo. Es necesario advertir que este artículo no siempre fue respetado al pie de la letra…

Pero para regresar a nuestro tema acerca de la violencia internacional, vemos los esfuerzos realizados sobre un plano normativo, pero también sobre un plano más concreto, con la finalidad de evitar el uso de la fuerza y los ejemplos son numerosos aunque no necesariamente hayan dado lugar a efectos positivos y se hayan resgistrado demasiados conflictos. Hay que observar que ahí está la debilidad del sistema de la Naciones Unidas, que sin duda es una de las críticas más divulgadas de la organización y que el 10 de septiembre de 1960, con motivo del conflicto en el Congo, Charles de Gaulle evocó como “esa cosa llamada ONU.”

Sin duda, la principal debilidad proviene del mecanismo previsto en el Capítulo VII de la Carta que prevé que la Organización tenga la posibilidad de decidir por sí misma recurrir a la fuerza en caso de amenaza o de ruptura de la paz (artículo 42), pero sobre todo en el artículo 51: “Ninguna disposición de esta Carta menoscabará el derecho inmanente de legítima defensa, individual o colectiva, en caso de ataque armado contra un Miembro de las Naciones Unidas, hasta tanto que el Consejo de Seguridad haya tomado las medidas necesarias para mantener la paz y la seguridad internacionales.”

Bien podemos ver que el uso de la fuerza está prohibido a menos que… ya regresaremos a ese punto…

Pero lo datos actuales ya no son en todo como los de 1945 y los de la Carta de las Naciones Unidas. Entonces, ¿qué fue lo que cambió?

La violencia siempre ha estado ahí, pero son los actores y las características de esta violencia internacional los que cambiaron. Después de la guerra la situación internacional se caracterizó por la confrontación de los bloques Este-Oeste, la Guerra Fría, con sus consecuencias, los conflictos periféricos: sin enfrentamiento directo entre los dos Grandes. Pero esos conflictos generaron la aparición a gran escala de un fenómeno existente, el terrorismo internacional. 

Una nueva era de violencia internacional

La naturaleza de los conflictos y de la violencia internacional experimentó una verdadera transformación desde la creación de la ONU, ya hace 76 años.

El periodo que siguió de 1945 hasta los años 60 estuvo marcado por el fenómeno de la descolonización y existieron conflictos menos mortíferos, pero con frecuencia más largos con nuevas (formas de violencia) violencias internacionales. A menudo se trataba de conflictos periféricos bajo la sombra de los Grandes (USA Y URSS) quienes sobrevolaban permanentemente. 

Esas “guerras de liberación” presentan características particulares. Se llevaron a cabo al interior de un Estado preexistente (entidad autónoma , India Británica o bien Vietnam francesa, o como parte de un Estado soberano, Vietnam del Sur, Argelia en e caso de Francia). Esas guerras en un inicio consideradas jurídicamente como guerras civiles y después en 1960, con la llegada de una “mayoría africana”
(mayoría de países africanos al interior de la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1960 “año africano”) consideradas como guerras legítimas de la liberación y por tanto reconocidas como lícitas. 

En un informe que personalidades de alto nivel entregaron a la ONU en 2004 intitulado Un mundo más seguro: la responsabilidad que compartimos se precisaba que:

“Hoy día, y en los decenios por venir, el mundo debe hacerse cargo de seis tipos de amenazas que comprenden:

  • Las guerras entre los Estados.
  • La violencia interna de los Estados (guerras civiles, violaciones masivas de los derechos del hombre, genocidio, etc.);
  • La pobreza, las enfermedades infecciosas, la degradación del medio ambiente; las armas nucleares, radiológicas, químicas y biológicas;
  • El terrorismo;
  • La delincuencia transnacional organizada”.

En un informe del ex Secretario General Kofi Annan intitulado Un concepto más amplio de la libertad: desarrollo, seguridad y derechos humanos para todos precisa que “…todas estas amenazas pueden ser causa de muerte o reducir gravemente las posibilidades de vida. Todas ellas pueden socavar a los Estados como unidades básicas del sistema internacional”. 

De entre ellas, las nuevas violencias internacionales desde 1945, por su clasificación cronológica y en orden de aparición son:

  • El terrorismo: de lo político a lo religioso y lo mafioso
  • Las violencias y guerras asimétricas: ex Al Qaeda ( Afganistán) –Siria – Sahel
  • Las violencias tecnológicas, ambientales, sanitarias.

Respecto a la delincuencia transnacional organizada, ésta sale un poco del nuestro tema y al final no es tan reciente como los fenómenos mafiosos. 

El terrorismo

No soy de la idea de que antes de 1945, 1969 o 2021 no existiera el terrorismo. Existía bajo diferentes formas como el terrorismo de Estado; existía sobre todo bajo la forma de un terrorismo político muy focalizado o de un terrorismo de Estado o estatal. 

Algunos ejemplos de este tipo de violencia ejercida en Europa: dos presidentes franceses Sadi Carnot por un anarquista italiano Caserino y Paul Doumer por un antibolchevique Gourgulov; Jean Jaurès por un nacionalista francés Villain; Louis Barthou por un revolucionario búlgaro que deseaba asesinar al rey Alexander I de Yugoslavia (asesinato del Archiduque François-Ferdinand por un nacionalista serbio de Bosnia Gavrilo Préncipe de Sarajevo, lo que conduciría a la declaración de la guerra del Imperio Austro-Húngaro en Serbia).

Podríamos citar el asesinato de Lon Trotsky en México bajo las órdenes de Stalin, de Pancho Villa bajo las del diputado Barraza o aún más , para no perder demasiado tiempo o suscitar reflexiones fuera del tema que nos ocupa, retengamos únicamente los atentados anteriores a 1945.

Del terrorismo de Estado, citemos el nazismo, los bombardeos de Dresde, el periodo estalinista de la URSS y por qué no la revolución cultural de China.

De los atentados mencionados anteriormente de los motivos políticos, citemos los atentados de los años 70, en Europa esencialmente; un terrorismo internacional que valida nuevas formas y que apareció con los primeros desvíos de avión y las primeras tomas de rehenes. 

Esos actos pudieron ser considerados por algunos como “comunicación política” que tenía por objetivo repercutir a nivel mundial en cuestiones que con frecuencia eran silenciadas o descuidadas según los terroristas (JO de Munich en 1972 por ejemplo, el asunto de Palestina); a menudo esto conducía a una solución relativamente rápida y, aunque con víctimas, regularmente sin baños de sangre. 

El modelo del terrorismo internacional nació cuando las acciones de asesinato selectivo se transformaron en ataques de estilo militar con la voluntad de sembrar el terror. Aquí no estoy hablando de un terrorismo político intraeuropeo el cual quedó en lo anecdótico a pesar de ciertas acciones exitosas. Hablo en particular del terrorismo radical islamista que azotó toda Europa a partir de algunos países de Medio Oriente o de África (Argelia, Marruecos y Libia, esencialmente). En consecuencia, los grupos terroristas fundamentalistas desarrollaron una verdadera habilidad en esa área que culminó con el atentado del World Trade Center del 11 de septiembre de 2001.

Este atentado marcará un segundo periodo en la evolución de la violencia internacional. Así que teníamos conflictos armados “tradicionales” y “guerras de liberación” en la descolonización, toma de rehenes y de desvíos de aviones y después, de cierta manera, una recuperación de esas técnicas en atentados llamados “ciegos”, que sembraban el terror de manera indiscriminada con el objetivo de crear una sensación permanente de angustia. Recordemos que el principal objetivo de la empresa terrorista es aterrorizar al pueblo y, al final, se torna hacia su gobierno para exigirle que cambie su política, es decir, para que ceda a las exigencias de los terroristas. 

Es cierto, en lo que se refiere al terrorismo de los años 70, aún más en los atentados actuales. Los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos se perciben con frecuencia como venganzas de Ben Laden, es cierto, pero también es una acción que significa “el pueblo americano no está protegido, y ya no estará libre de un ataques como ese a menos que su gobierno cambie de política.”

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 son un terremoto para los Estado Unidos, golpeados por primera vez de forma violenta en su propio territorio (salvo un atentado en el estacionamiento del WTC en 1993 que no dejó muchos daños). Claro que Estados Unidos conoce el terrorismo, ese terrorismo interior perpetrado por “supremacistas” o nacionalista; claro que conocen los atentados en contra de sus embajadas en Kenia o en Tanzania (en 1998) por parte del mismo Ben Laden; pero un atentado con un alcance sin igual en suelo estadounidense, comandado desde el extranjero era simplemente imposible.

Un nuevo periodo se abre, el de las guerras asimétricas 

Éste nuevo periodo, sigue siendo el conflicto armado. Hasta aquí nada nuevo, pero ese conflicto armado esconde una guerra que sería calificada ulteriormente como “guerra asimétrica” y que no tenía base o definición jurídica, ya que es imposible para el plano del derecho internacional (conflicto armado = conflicto entre Estados). La guerra asimétrica no es algo nuevo, es una guerra desproporcionada como en las luchas de independencia o incluso, en las guerrillas al interior de un Estado. Sin embargo, el atentado del 11 de septiembre es una novedad que aparece a nivel internacional. 

En retrospectiva: la Carta de las Naciones Unidas prohíbe recurrir a la fuerza pero prevé ciertos casos en los que ese recurso es lícito, especialmente en legítima defensa (la “excepción” antes mencionada).

Que Estados Unidos sea atacado en su propio territorio desde el extranjero es un acto terrorista. Pero desde el momento en el que no sabemos qué es un acto de terrorismo internacional en nuestro territorio, si no tenemos ninguna “referencia”   (Francia y Europa lo supieron desde los años 70, por ejemplo), nos encontramos ante lo desconocido.

En cambio, la historia de Estados Unidos abunda en ejemplos de conflictos armados, por tanto, de emergencia; y para tranquilizarse y volver a encontrar sus marcas, lo más fácil es hacer una paralelismo con un acto de guerra( un “ Pearl Harbour” 2001). Y listo, las autoridades norteamericanas encuentran algunas dificultades importantes: ¿Quién es el enemigo? ¿A qué estado solicitarle reparación de daños? ¿Contra qué Estado ejercer eventualmente su derecho de legítima defensa (artículo 51)? Tiene que haber una asimilación de este acto terrorista en un acto militar de agresión, no obstante, no todo es fácil de comprender. 

Al ser atacados, Estados Unidos considera que se trata de una agresión armada y en consecuencia, utilizan el artículo 51 de la Carta para responder. Reconstituyen una ecuación que se eslabona, para ellos pero también para sus aliados, lógicamente: Ben Laden= Al Qaeda= talibanes= Afganistán. Y tenemos entonces a un Estado sobre el cual ejercer esta legítima defensa. Luego de pedirles a los talibanes la liberación de Ben Laden, Estados Unidos atacará Afganistán a partir del 7 de octubre del 2001. Tranquilos, Estados Unidos ataca un Estado y persigue a Al Qaeda.

Eso pasa en Afganistán, y pasaría más tarde en Irak con el inicio de operaciones el 20 de marzo de 2003, por primera vez con el recordatorio de una amenaza –ahora por parte de un Estado- que conduce a la implementación del concepto de “legítima defensa preventiva” para Estados Unidos. No obstante, ese conflicto es, de principio, un conflicto armado más clásico, ya que al ejercerse entre Estados, más tarde se transformará en guerra asimétrica. 

Ese es el principio de esas guerras asimétrica que continuarán en Siria contra ISIS y que actualmente se llevan a cabo en Sahel contra el movimiento Al Qaeda en el Magreb islámico. Esos conflictos traducen bien el cambio de naturaleza de la violencia, en particular de la violencia legítima que constata Weber. Aquí estamos en el corazón de la impugnación del monopolio de la violencia legítima “moderna” de un Estado por parte de grupos que pretenden precisamente establecer una autoridad como la de los Estados. Ellos no renuncian, sino que es lo contrario, al monopolio de la violencia legítima, pero al desear el advenimiento de un califato regido por la Sharia revindican un monopolio que tampoco es en beneficio del Estado, que es más bien en beneficio de la religión y por tanto, de los califas (u otros emires, por lo que no tiene sentido religioso). En nombre de la memoria, los talibanes introdujeron un Emirato entre 1996 y 2001; seguramente se disponen a reestablecerlo; Isis (Islamic State in Iraq and Syria) usa el término Estado cuando su líder se proclamaba Califa.

“Efectivamente, muchos enfrentamientos ya no se desarrollan en campos de batalla identificables ni delimitados. Intervienen entre poblaciones civiles, lejos de los desafíos efectivos de los adversarios, en zonas turísticas o en medio de las ciudades. Oponen partes que en ciertos casos no son Estados, pero que aspiran a serlo (palestinos, minorías de la ex Unión Soviética, movimientos autonomistas, musulmanes de Bosnia, macedonios, albaneces del Kosovo , kurdos de Turquía o de Irak, tamiles de Ceylán, etc.) y otros que ni siquiera aspiran a constituirse en Estados, ya se trate de movimientos terroristas como Al-Qaeda o de movimientos alter mundialistas.”

La violencia de las guerras asimétricas frecuentemente está relacionada con actos terroristas más que con acciones “militares” reales. Para comprender un texto de las Naciones Unidas publicado con motivo del 75° aniversario de la Organización: “Los conflictos siguen siendo el principal motor del terrorismo, y más del 99 % de todas las muertes relacionadas con el terrorismo se producen en países que participan en un conflicto violento o con altos niveles de terror político. La mayoría de los atentados mortales tienen lugar en Oriente Medio, África del Norte y África Subsahariana; en particular, Afganistán, Iraq, Nigeria, Somalia y Siria son los países con las cifras más altas.”

No obstante, el número de víctimas en la lucha armada disminuye; recordamos cerca de 90000 víctimas en 2017 a pesar del aumento del número de esos conflictos en este periodo (en un periodo de treinta años nunca había habido tantos conflictos). Ese número de víctimas se puede comparar con el medio millón de víctimas de homicidios censados el mismo año.

Por otro lado, los conflictos se fragmentan, son consecuencia directa de la naturaleza asimétrica de éstos. Como ejemplo, en lo que era el principio de una guerra civil en Siria, se había presentado ocho grupos antirégimen. En el momento más álgido de ese conflicto, que posteriormente se internacionalizó, se contabilizaron miles de grupos. 

La amenaza tecnológica 

En efecto, las amenazas tecnológicas “clásicas” subsisten; algunas encuentran regularmente una actualidad, como por ejemplo la amenaza nuclear con Irán, Corea del Norte o incluso, en otro plano, los submarinos nucleares que Estados Unidos y el Reino unido entregara a Australia (AUKUS) . 

Pero uno de los hechos que destacan en el periodo actual es el uso de nuevas tecnologías en el universo de la violencia internacional y de los conflictos. 

Desde hace algún tiempo los progresos tecnológicos permiten por ejemplo el uso de drones, ciberataques y en particular el hackeo de datos, que hace que la naturaleza misma de los conflictos se modifique y, evidentemente, que la respuesta sea débil. 

Esas violencias internacionales ya no se caracterizan exclusivamente por ser actos armados, dirigidos por el Estado o por grupos no-estatales o religiosos, pero presentan nuevas posibilidades de acción.

En sí, la amenaza tecnológica no es una nueva forma de violencia internacional, pero transforma la amenaza y por consiguiente, la violencia internacional que ejercen los Estados o grupos no estatales. La inteligencia artificial, por ejemplo, refuerza la eficacia y la precisión de los ataques de cualquier tipo, ciberataques, ataques biológicos o simplemente físicos. Estos ataques se han vueltos más precisos (por ejemplo la conducción láser de las bombas consideradas inteligentes) pero también cada vez más difíciles de identificar (localizar el origen del ataque se vuelve extremadamente complejo). Si le agregamos que a veces el ataque puede ser vinculado con un simple incidente o accidente…

Otro punto importante reside en que esta violencia ejercida por medio de nuevas tecnologías y gracias a la inteligencia artificial permite liberarse de toda moral, ya que la intervención humana en el proceso de la violencia se resume en una decisión: la de poner en juego esas armas. Todo se programa lejos del teatro de operaciones y por un costo relativamente reducido. Enviar un dron militarizado, destruir un vehículo o una casa a miles de kilómetros y hacerlo a través de una simple pantalla, para las nuevas generaciones es algo que casi entra dentro del ámbito de los video juegos. Si agregamos la facilidad con la que cualquier grupo armado o incluso cualquier individuo puede acceder a esta tecnología, podemos comprender los peligros que pueden presentar esas nuevas tecnologías. 

Un simple dron comercial basta para destruir un avión a punto de despegar penetrando en sus motores; por ejemplo si se carga en un dron uranio empobrecido (accesible en el el mercado de la red oscura o dark web market) junto a una pequeña carga explosiva podría tener el efecto de un pequeño ataque radioactivo al estrellarse en el centro de una capital. 

Y la amenaza se toma muy en serio en cuanto a los ataques biológicos, ya que podrían destruir personas, animales, culturas y recursos- en particular las reservas de agua–, en especial porque los ciberataques logran apropiarse de los datos necesarios para cubrir los objetivos trazados.

Los ciberataques también están en el centro de atención para Estados Unidos; cualquier tipo de infraestructura que sea un objetivo potencial: investigación, defensa, salud, enseñanza, centrales nucleares, represas, hospitales o mejor aún, tráfico en materia de elecciones como ya se ha mencionado en Estados Unidos, por ejemplo.

Es inútil hablar aquí de la violencia en redes sociales, de los deepfakes (esos “videos falsos”) en las campañas de desinformación, de terror o en las campañas de reclutamiento como lo hemos visto con ISIS Daesh en Siria-Irak o mejor aún, del el financiamiento del terrorismo con las criptomonedas. 

La violencia climática, ambiental e incluso sanitarias

Los informes de las personalidades de alto nivel de 2004 mencionaban amenazas de tipo climático, ambientales e incluso, sanitarias; la delincuencia transnacional organizada también formaba parte de esas amenazas. Algunos autores se adueñaron de esos temas para calificar como “violencias internacionales” las acciones (o inacciones) de Estado o de grupos no estatales en ese ámbito. 

Si lo hicimos por el terrorismo, las guerras asimétricas y la violencia ligada a la tecnología, entonces ¿por qué no mencionar las otras amenazas de la no-violencia? ¿Por qué no mencionar la violencia en la crisis sanitaria provocada por el COVID19? ¿Por qué no mencionar la violencia climática que lleva a olas de decesos y a olas migratorias de amplitud desconocida hasta ahora?

Una simple respuesta: nuestro postulado, en un inicio, era hablar de la violencia internacional como “uso de la fuerza” y además, de la fuerza armada. Sin embargo, podemos ver que más allá del uso de la fuerza armada, los Estados o los grupos políticos o religiosos recurren a medios diferentes cuyos efectos pueden ser más devastadores: ¿se maginan que un Estado utilizara una crisis sanitaria tipo COVID19 con la finalidad de paralizar la economía mundial y poner de rodillas a sus competidores?, ¿se imaginan que un país devastado por el hambre y la enfermedad ya no existiera virtualmente como Estado si no fuera por su territorio?, ¿y si le agregamos que los recursos del subsuelo sólo pudieran explotarse con la ayuda de otros Estados?, ¿imaginan que un Estado sin recursos esté obligado a recibir en su subsuelo o suelo los desechos (peligrosos o no) de los Estados industrializados?

Está claro que, como escribe Nick Butler, algunos (franceses) “…tienen razón en considerarlos riesgos asociados a los cambios climáticos como asuntos que no sólo se relacionan con la política energética y con la protección del medio ambiente, sino también con desafíos mayores en materia de defensa y de seguridad”. 

Sí, por el momento son amenazas; sin duda son violencias que vendrán.

Como conclusión, ¿qué futuro nos espera?

En 1945, la primera misión de la ONU era conservar la paz internacional, favorecer las relaciones pacíficas entre Estados en un mundo que salía de las atrocidades de dos guerras mundiales.

Vale la pena reiterar que el derecho internacional, a partir de la violencia internacional de 1945, ya no parece estar totalmente adaptado a la circunstancia y a las nuevas formas de violencia.

Si nuestro mundo parece más seguro si pensamos en términos de conflictos armados, es sin duda alguna porque las amenazas, o su naturaleza, han evolucionado y son menos visibles que antes. Necesitamos aportar respuestas innovadoras ante las amenazas y las violencias que resulten. No parece que la ONU esté en condiciones de hacerlo en el estado actual de sus competencias en sentido jurídico. Éstas se establecieron para salir de una guerra clásica y ya no son las mismas en nuestro contexto actual.

La mayoría de los conflictos actuales oponen Estados y grupos políticos o religiosos no-estatales. El derecho internacional y las Naciones Unidas deben poder jugar un rol en este tipo de conflictos en la medida en que sean el resultado de la caída de un Estado en funcionamiento (dictadura, delincuencia de las instituciones, corrupción, etc.) o de la voluntad de establecer un orden nuevo diferente, de derribar un Estado que representa al enemigo a combatir. Sin embargo, el Estado es irrefutablemente el sujeto del derecho internacional.

La idea de un nuevo “derecho internacional de la seguridad y de la protección” se mencionó paralelamente con la emergencia del concepto de “protección humana” que el Secretario General de las Naciones Unidad Ban KI-Moon retomó en 20011.

La violence internationale : un changement de paradigme

Par Pierrick LE JEUNE

L’expression « violence internationale » peut recouvrir bien des significations. En limitant notre étude à la violence entre les nations, entre entités politiques, peut-être faut-il d’abord s’interroger sur l’Etat et la violence qu’il met en œuvre – c’est, pour certains auteurs, l’une de ses caractéristiques – puis voir les implications de cela au plan international.

Historiquement, violence légitime ; aujourd’hui légitime défense ou légitime violence

Lorsque l’on parle de violence de l’Etat, les écrits de Max Weber (sociologue, politiste, économiste allemand fin du XIXe début XXe) ne sont jamais loin. Et, au travers de la définition de l’Etat donné par Max Weber dans « Le savant et le politique », la notion de violence et plus particulièrement de la violence légitime apparait comme point central. En effet, pour Weber, « L’État est cette communauté humaine, qui à l’intérieur d’un territoire déterminé (…) revendique pour elle-même et parvient à imposer le monopole de la violence physique légitime » .

Une précision d’emblée, Max Weber évoque, dans sa définition, la « violence légitime ». Il s’agit pour lui de donner une définition sociologique en décrivant l’Etat tel qu’il le perçoit et l’analyse, non pas comme il le souhaite, non pas comme il devrait être selon lui. C’est donc bien une définition du pouvoir de l’Etat et non pas une justification de la violence que celui-ci met en œuvre envers le peuple ou, pourquoi pas, d’autres entités.

Car précisément, Weber le définit comme cela à son époque, l’Etat dispose de ce moyen spécifique et en dispose seul. Il dispose du monopole de cette violence légitime, les autres entités ou groupements politiques ou autres n’en disposent pas ou plus exactement n’en disposent plus (armées, églises, villes, fiefs, etc.). Bien entendu, il conviendrait de débattre sur les termes de la définition comme les mots « violence » ou « légitime ». Quelques mots simplement avant d’utiliser cette définition dans le cadre de notre sujet « la violence internationale ». Sur le mot « légitime », cela renvoie sans doute au fait que, sur le territoire de l’Etat, une majorité de la population accepte l’Etat comme étant celui qui doit trancher les conflits en dernière instance et faire respecter sa décision. On peut débattre de cette notion de légitimité mais elle renvoie au fait majoritaire et donc, dans l’Etat dit « moderne », cela renvoie à la notion de souveraineté avec une reconnaissance factuelle du bien-fondé du pouvoir à un instant précis. Inutile de prolonger cette digression qui n’a que peu d’intérêt par rapport à notre sujet du jour. 

En revanche, la notion de violence est au cœur de notre réflexion d’aujourd’hui. Le terme de « violence » utilisé dans les traductions de la définition de l’Etat selon Weber est parfois critiqué. Il est question, dans des traductions plus élaborées, mais peu utilisées, non pas de « violence » mais de « contrainte », qui est elle-même définie comme « moyen de garantir le droit ».

Nous voyons la notion de droit apparaitre et donc, pour notre sujet relatif à la violence internationale, peut-être faut-il se pencher sur le droit international. 

Le droit international public fait référence à la violence dans des cas très particuliers : il s’agit principalement de la question des vices de consentement pour un Etat au même titre que le dol ou l’erreur. C’est une question très technique qui concerne l’utilisation de la contrainte pour faire pression sur un Etat ou sur un de ses représentants, par exemple lors d’une négociation afin de le faire accepter un accord ou signer un traité international. C’est très particulier, et cela reste assez marginal.

En revanche, lorsqu’on évoque la violence dans les relations entre Etats en droit international, on utilise la notion de recours à la force. Et, comme dans la plupart des cas en droit, si le principe est clair, il appelle néanmoins bon nombre d’exceptions plus difficiles à cerner.

Peut-être faut-il tout d’abord préciser que le droit international est le droit qui régit les rapports entre les Etats et entre les Etats et les organisations internationales. Ainsi, sauf rares exceptions, ce droit ne concerne pas directement les personnes physiques ou les autres personnes morales. Bref, et pour simplifier, c’est un droit qui régit les relations interétatiques.

Si l’Etat dispose du monopole de la violence légitime à l’intérieur de ses frontières, au plan international, la situation a beaucoup évolué. L’article 2 § 3 de la Charte des Nations Unies précise que « les Membres de l’Organisation règlent leur différends internationaux par des moyens pacifiques de telle manière que la paix et la sécurité internationales ainsi que la justice ne soient pas mises en danger ». Le paragraphe 4 précise ensuite que « les membres de l’Organisation s’abstiennent, dans leurs relations internationales, de recourir à la menace ou à l’emploi de la force, soit contre l’intégrité territoriale ou l’indépendance politique de tout Etat, soit de toute autre manière incompatible avec les buts des Nations Unies ». 

Sur cet article, quelques remarques rapidement. Il fait référence aux Etats, qui, par le passé, utilisaient fréquemment la force comme moyen de règlement des différends (avant 1945), et qui doivent désormais s’abstenir de le faire. Force est de constater que cet article n’a pas été toujours respecté à la lettre…

Mais pour revenir à notre sujet sur la violence internationale, on voit les efforts faits sur un plan normatif, mais également sur un plan plus concret, afin d’éviter l’utilisation de la force et les exemples sont nombreux même s’ils n’ont pas forcément été suivis d’effets positifs et que trop de conflits ont été enregistrés. Faut-il y voir une faiblesse du système des Nations Unies, c’est sans doute l’une des critiques les plus répandues à propos de l’organisation que Charles de Gaulle le 10 septembre 1960 à Nantes à propos du conflit au Congo a évoqué  comme « Le machin qu’on appelle l’ONU ».

La principale faiblesse provient sans doute du mécanisme prévu au Chapitre VII de la Charte qui prévoit que l’Organisation peut elle-même décider de recourir à la force en cas de menace ou de rupture de la paix (article 42) mais surtout de l’article 51 : « Aucune disposition de la présente Charte ne porte atteinte au droit naturel de légitime défense, individuelle ou collective, dans le cas où un Membre des Nations Unies est l’objet d’une agression armée, jusqu’à ce que le Conseil de sécurité ait pris les mesures nécessaires pour maintenir la paix et la sécurité internationales… ».

On le voit bien, l’usage de la force est interdit sauf…  nous y reviendrons…

Mais les données actuelles ne sont plus tout à fait celles de 1945 et de la Charte des Nations Unies. Qu’est-ce qui a donc changé ?

Si la violence est toujours là, ce sont acteurs et les caractéristiques de cette violence internationale qui ont changé. La situation internationale au sortir de la guerre a été caractérisée par la confrontation des blocs Est-Ouest, la guerre froide, avec sa conséquence, les conflits périphériques : pas d’affrontement direct entre les Grands. Mais ces conflits ont généré l’apparition à grande échelle d’un phénomène existant, le terrorisme international.

Une nouvelle ère de violence internationale.

La nature des conflits et de la violence internationale a connu une véritable transformation depuis la création de l’ONU, il y a maintenant 76 ans. 

Marquée par le phénomène de la décolonisation dans les années qui ont suivi 1945 jusque dans les années 60, cette période a connu des conflits moins meurtriers mais souvent plus longs avec de nouvelles (formes de) violences internationales. Il s’agissait souvent de conflits périphériques avec l’ombre des Grands (USA et URSS) qui planaient en permanence. 

Ces « guerres de libération » présentent des caractéristiques particulières. Elles se sont déroulées au sein d’un Etat préexistant (entité autonome –Indes britanniques ou encore Vietnam français – ou partie d’un Etat souverain – Vietnam du Sud ou Algérie – France). Ces guerres ont d’abord  été considérées juridiquement comme des guerres civiles puis en 1960, avec l’arrivée d’une « majorité africaine » (majorité de pays africains au sein de l’AG des Nations Unies en 1960 « année africaine ») comme des guerres légitimes de libération et donc considérées comme licites. 

Un rapport de hautes personnalités rendu à l’ONU en 2004 intitulé « Un monde plus sûr, notre affaire à tous » qui précisait que « aujourd’hui, et pendant les décennies à venir, le monde doit s’occuper de six types de menaces, à savoir :

– La guerre entre les Etats ;

– La violence à l’intérieur des Etats (guerres civiles, violations massives des droits de l’homme, génocide, etc.) ;

– La pauvreté, les maladies infectieuses, la dégradation de l’environnement ;

– Les armes nucléaires, radiologiques, chimiques et biologiques ;

– Le terrorisme ;

– La criminalité transnationale organisée. » 

Dans un rapport de l’ancien Secrétaire général Kofi Annan intitulé « Dans une liberté plus grande : développement, sécurité et droits de l’homme pour tous  », celui-ci précisait que « tous ces phénomènes sont meurtriers ou peuvent compromettre la survie. Ils peuvent tous saper les fondements de l’État en tant qu’élément de base du système international » .

Parmi celles-ci, les nouvelles violences internationales depuis 1945 sont, en les classant chronologiquement par ordre d’apparition :

– Le terrorisme : du politique au religieux et au mafieux

– Les violences et guerres asymétriques : ex Al Qaeda (Afghanistan) – Syrie – Sahel 

– Les violences technologiques, environnementales, sanitaires.

Sur la criminalité transnationale organisée, elle sort quelque peu de notre sujet et n’est finalement pas si récente avec les phénomènes mafieux.

Le terrorisme

Loin de moi l’idée de dire que le terrorisme n’existait pas avant 1945, 1969 ou 2001. Il existait sous des formes différentes comme le terrorisme d’Etat, il existait surtout sous la forme d’un terrorisme politique très ciblé ou d’un terrorisme d’Etat ou paraétatique.

Quelques exemples européens : deux présidents français Sadi Carnot par un anarchiste italien Caserio et Paul Doumer par un anti bolchévique Gorgulov ; Jean Jaurès par un nationaliste français Villain ; Louis Barthou par un révolutionnaire bulgare qui souhaite assassiner le roi Alexandre 1er de Yougoslavie ; assassinat de l’Archiduc François-Ferdinand par un nationaliste serbe de Bosnie Gavrilo Princip à Sarajevo, ce qui conduira à la déclaration de guerre de l’Empire Austro-Hongrois à la Serbie.

On pourrait citer l’assassinat de Léon Trotsky à Mexico sur ordre de Staline, Pancho Villa par le député Barraza ou encore, pour ne pas prendre trop de temps ou susciter des réflexions hors du sujet qui nous occupe, ne retenons que ces attentats d’avant 1945.

Sur le terrorisme d’Etat, citons par exemple le nazisme, les bombardements de Dresde, la période stalinienne de l’URSS et pourquoi pas la révolution culturelle en Chine.

Des attentats mentionnés précédemment, aux motivations politiques, aux attentats des années 70 en Europe essentiellement, c’est un terrorisme international revêtant de nouvelles formes qui est apparu avec les premiers détournements d’avion et les premières prises d’otages. Ces actes ont pu être considérés par certains comme de la « communication politique » visant à donner un retentissement mondial à des questions qui étaient fréquemment passées sous silence ou négligées selon les terroristes (JO de Munich en 1972 par exemple avec la question de la Palestine) ; conduisant souvent à une solution relativement rapide et, quoiqu’avec des victimes, souvent sans bain de sang.

Le modèle du terrorisme international est né en transformant les actions d’assassinat ciblé de responsables en attaques de style militaires avec la volonté de semer la terreur. Je ne parle pas ici du terrorisme politique intra-européen qui est resté anecdotique malgré quelques actions d’éclat. Je parle en particulier du terrorisme radical islamiste qui a frappé partout en Europe à partir de quelques pays du Moyen-Orient ou d’Afrique (Algérie, Maroc et Libye essentiellement). Ce faisant, les groupes terroristes fondamentalistes ont développé un réel savoir-faire dans ce domaine, qui a abouti à l’attentat du World Trade Center le 11 septembre 2001.

Cet attentat va marquer une deuxième période dans l’évolution de la violence internationale. Nous avions donc des conflits armés « traditionnels », des « guerres de libération » à la décolonisation, des prises d’otages et des détournements d’avion puis en quelque sorte une récupération de ces techniques pour des attentats dits « aveugles », ceux qui sèment la terreur de manière indiscriminée ayant pour but de créer un sentiment permanent d’angoisse. Rappelons que l’entreprise terroriste a pour but initial de faire que la population soit terrorisée et, en fin de compte, se retourne vers son gouvernement pour lui demander d’infléchir sa politique, c’est-à-dire de céder aux revendications des terroristes. C’est vrai du terrorisme politique des années 70, c’est encore vrai pour les attentats actuels. Les attentats du 11 septembre aux Etats-Unis sont souvent perçus comme une vengeance de la part de Ben Laden, c’est vrai, mais c’est également une action qui signifie « le peuple américain n’est pas à l’abri, et ne sera plus à l’abri d’une telle attaque sauf si son gouvernement change de politique ».

Concernant ces attentats du 11 septembre 2001, ils constituent un séisme pour les Etats-Unis, pour la première fois frappés de façon violente sur leur sol (mis à part un attentat dans les parkings du WTC en 1993 mais sans trop de dégâts). Bien-sûr les USA connaissent le terrorisme, ce terrorisme intérieur perpétré par des « suprématistes » ou nationalistes ; bien-sûr ils connaissent les attentats contre leurs ambassades au Kenya ou en Tanzanie (en 1998) du même Ben Laden ; mais un attentat d’une ampleur inégalée sur le sol des Etats-Unis, commandité de l’étranger, c’est simplement impossible.

Une nouvelle période s’ouvre, celle des guerres asymétriques

Cette nouvelle période, c’est toujours celle du conflit armé. Rien de nouveau jusqu’ici, mais ce conflit armé cache une guerre qui sera qualifiée ultérieurement de guerre asymétrique et qui n’avait pas de base ou de définition juridique car impossible au plan du droit international (conflit armé = conflit entre Etats). La guerre asymétrique, ce n’est pas quelque chose de nouveau, c’est une guerre disproportionnée comme lors des luttes d’indépendance ou encore lors de guérillas au sein d’un Etat. Pourtant, avec l’attentat du 11 septembre, c’est une nouveauté qui apparait au plan international.

Retour en arrière : la Charte des Nations Unies interdit le recours à la force mais prévoit certains cas dans lesquels ce recours est licite, notamment la légitime défense (c’est le « sauf » évoqué plus haut). 

Les USA sont attaqués sur leur sol depuis l’étranger, c’est un acte terroriste. Mais lorsque l’on ne sait pas ce qu’est un acte de terrorisme international sur son sol, lorsqu’on manque de « références » (la France et l’Europe ont connu cela depuis les années 70 par exemple), on est face à l’inconnu. 

En revanche, l’histoire des USA regorge d’exemples de conflit armés, alors dans l’urgence, et pour se rassurer et retrouver ses marques, le plus facile est de faire un parallèle avec un acte de guerre (un « Pearl Harbour 2001 »). 

Mais voilà, les autorités nord-américaines rencontrent quelques difficultés d’importance : qui est l’ennemi ? A quel Etat demander réparation ? Contre quel Etat éventuellement exercer son droit de légitime défense (article 51) ? Il y a bien une assimilation de cet acte terroriste à un acte militaire d’agression mais tout n’est pas simple à appréhender. 

Etant attaqués, les USA considèrent qu’il s’agit d’une agression armée et par conséquent utilisent l’article 51 de la Charte pour répondre. Ils reconstituent alors une équation qui s’enchaine, pour eux mais également pour leurs alliés, très logiquement : Ben Laden = Al Qaeda = Talibans = Afghanistan et nous avons donc un Etat sur lequel exercer cette légitime défense. Après avoir demandé en vain aux Talibans de livrer Ben Laden, les USA attaqueront l’Afghanistan à partir du 7 octobre 2001. Rassurés, les USA attaquent un Etat et pourchassent Al Qaeda.

C’est ce qui s’est passé en Afghanistan, et c’est ce qui se passera plus tard en Irak avec un début des opérations le 20 mars 2003 avec, pour la première fois, l’évocation d’une menace – cette fois-ci de la part d’un Etat – qui conduit à la mise en œuvre du concept de « légitime défense préventive » par les USA. Cela étant, ce conflit est, au début, un conflit armé plus classique puisque s’exerçant entre Etats ; il se transformera en guerre asymétrique plus tard.

C’est le début de ces guerres asymétriques qui continueront en Syrie contre ISIS et qui se déroule actuellement au Sahel contre le mouvement Al Qaeda au Maghreb Islamique. Ces conflits traduisent bien le changement de nature de la violence, en particulier de la violence légitime constatée par Weber. Nous sommes ici au cœur de la contestation du monopole de la violence légitime « moderne » d’un Etat de la part de groupes qui se veulent précisément établir une autre autorité que celle des Etats. Ils ne renoncent pas, loin de là, au monopole de la violence légitime mais, en souhaitant l’avènement d’un califat régi par la charia, ils revendiquent ce monopole mais au bénéfice non plus de l’Etat mais de la religion et donc des califes (ou autres émirs, ce qui n’a pas de sens religieux). Pour mémoire, les Talibans ont mis en place un Emirat entre 1996 et 2001, ils s’apprêtent vraisemblablement à le rétablir ; ISIS (Islamic State in Iraq and Syria) utilise le terme Etat quand son leader se proclamait Calife.  

En effet, « beaucoup d’affrontements ne se déroulent plus sur des champs de bataille identifiables ni délimités. Ils interviennent au milieu des populations civiles, loin des enjeux effectifs des adversaires, dans les zones touristiques ou au milieu des villes. Ils opposent des parties dont certaines ne sont pas des États, mais aspirent à le devenir (Palestiniens, minorités de l’ex-Union soviétique, mouvements autonomistes ou indépendantistes, musulmans de Bosnie, Macédoniens, Albanais du Kosovo, Kurdes de Turquie ou d’Irak, Tamouls de Ceylan, etc.) et dont d’autres n’aspirent même pas à se constituer en États, qu’il s’agisse de mouvements terroristes comme Al-Qaïda ou de mouvements altermondialistes » .

La violence des guerres asymétriques est souvent liée à des actes terroristes, plus qu’à de réelles actions « militaires ». Pour reprendre un texte des Nations Unies publié à l’occasion du 75ème anniversaire de l’Organisation : « Les conflits restent le premier facteur du terrorisme : plus de 99 % de toutes les victimes du terrorisme trouvent la mort dans des pays exposés à un conflit violent ou à des niveaux élevés de terrorisme politique. La majorité des attentats meurtriers ont lieu au Moyen-Orient, en Afrique du Nord, en Afrique sub-saharienne, en Afghanistan, en Iraq, au Nigéria, en Somalie et en Syrie, qui est le pays le plus touché » .

Pourtant, le nombre de victimes de luttes armées diminue ; on évoque près de 90000 victimes en 2017 en dépit de l’augmentation du nombre de ces conflits à cette période (jamais autant de conflits depuis une trentaine d’années). Ce nombre de victimes est à comparer au demi-million de victimes d’homicides recensés la même année.

Par ailleurs, les conflits se fragmentent, c’est directement la conséquence de la nature asymétrique de ceux-ci. A titre d’exemple, pour ce qui était au début une guerre civile en Syrie, le nombre de groupes anti-régime était de huit. Au plus fort de ce conflit qui s’est internationalisé par la suite, des milliers de groupes ont été dénombrés. 

La menace technologique

Certes, des menaces technologiques « classiques » perdurent, certaines retrouvent régulièrement une actualité, comme par exemple la menace nucléaire avec l’Iran, la Corée du Nord ou même, sur un autre plan, les sous-marins nucléaires qui seront livrés par les USA et le Royaume-Uni à l’Australie (AUKUS). 

Mais l’un des faits marquants de la période récente, c’est l’utilisation de nouvelles technologies dans l’univers de la violence internationale et des conflits.

Les progrès technologiques permettent désormais par exemple l’utilisation de drones, des cyberattaques et en particulier le piratage de données, qui font que la nature même des conflits s’en trouve modifiée et la riposte est naturellement affaiblie.

Ces violences internationales ne sont plus uniquement caractérisées par des actions armées, menées par des Etats ou des groupes non étatiques politiques ou religieux, mais elles présentent de nouvelles possibilités d’action.

En soi, la menace technologique n’est pas une nouvelle forme de violence internationale, mais elle transforme la menace et par conséquent la violence internationale qui est mise en œuvre par des Etats ou des groupes non étatiques. L’intelligence artificielle, par exemple, renforce l’efficacité et la précision des attaques, quel qu’en soit le type, cyberattaque, biologique, ou plus simplement physique. Ces attaques sont devenues plus précises (guidage laser des bombes dites intelligentes par exemple) mais également plus difficilement identifiables (remonter aux sources de l’attaque devient extrêmement complexe). Si l’on rajoute que parfois l’attaque peut être assimilée à un simple incident ou accident…

Autre point d’importance, cette violence exercée via de nouvelles technologies et grâce à l’intelligence artificielle permet de s’affranchir de toute morale car l’intervention humaine dans le processus de la violence se résume à une décision, celle de mettre en jeu ces armes. Tout se fait de façon programmée, loin du théâtre d’opération et pour un coût relativement réduit. Envoyer un drone militarisé détruire un véhicule ou une maison à plusieurs milliers de kilomètres et ne le faire que par écran interposé, cela relève quasiment du jeu vidéo pour les nouvelles générations. Si l’on rajoute que cette technologie est facilement accessible à tout groupe armé ou même à tout individu, on comprend les dangers que peuvent faire courir ces nouvelles technologies. Un simple drone du commerce suffit à détruire un avion au décollage en pénétrant dans ses moteurs ; de l’uranium appauvri (accessible sur le dark web market) ajouté à une petite charge explosive embarquée sur un drone pourrait faire l’effet d’une petite attaque radioactive en s’écrasant au centre d’une capitale par exemple.

Et la menace est également prise très au sérieux pour ce qui est des attaques biologiques qui pourraient détruire personnes, animaux, culture et autres ressources – en particulier les réserves d’eau – d’autant que les cyberattaques permettent de s’approprier toutes les données nécessaires à cribler les objectifs à viser.

Les cyberattaques sont en effet également au centre de toute l’attention des Etats, tous les types d’infrastructures étant cibles potentielles : recherche, défense, santé, enseignement, centrales nucléaires, barrages, hôpitaux ou encore trafic en matière d’élections comme cela a déjà été évoqué aux USA par exemple.

Inutile de parler ici de la violence des réseaux sociaux, des « deepfakes », ces « fausses vidéos authentiques », aux campagnes de désinformation, de terreur ou aux campagnes de recrutement comme nous l’avons vu avec ISIS Daesh en Syrie-Irak ou encore pour du financement du terrorisme avec les crypto monnaies.

Les violences climatiques, environnementales ou encore sanitaires.

Le rapport des hautes personnalités de 2004 (cf. supra) évoquait des menaces de nature climatiques, environnementales ou encore sanitaires ; la criminalité transnationale organisée faisait partie de ces menaces également. Certains auteurs se sont emparés de ces thèmes pour qualifier de « violences internationales » les actions (ou les inactions) d’Etats ou de groupes non étatiques dans ces domaines. 

Nous l’avons fait pour le terrorisme, les guerres asymétriques et la violence liée à la technologie. Alors pourquoi ne pas évoquer les autres menaces dans nos violences ? Pourquoi ne pas évoquer la violence de la crise sanitaire Covid19 ? Pourquoi ne pas évoquer la violence climatique qui conduit à des vagues de décès ou des vagues migratoires d’une ampleur inconnue jusqu’ici ? 

Une réponse simple : notre postulat de départ était de parler de la violence internationale comme le « recours à la force » et qui plus est, à la force armée. Mais nous voyons déjà qu’au-delà du recours à la force armée, les Etats ou les groupes politiques ou religieux ont recours à des moyens différents, dont les effets peuvent être plus dévastateurs : imaginez qu’un Etat utilise une crise sanitaire type Covid19 pour paralyser l’économie mondiale et mettre à genoux ses concurrents ? Imaginez qu’un pays soit dévasté par la famine et la maladie et n’existe virtuellement plus en tant qu’Etat si ce n’est par son territoire ? Si l’on ajoute que les ressources de son sous-sol ne pourraient être exploitées sans l’aide d’autres Etats ? Imaginez qu’un Etat sans ressources soit obligé d’accepter de recevoir dans son sous-sol ou sur son sol les déchets (dangereux ou non) des Etats industrialisés ?

On voit bien, comme l’écrit Nick Butler, que certains (les français) « ont raison de considérer les risques associés aux changements climatiques comme des questions non seulement liées à la politique énergétique et à la protection de l’environnement, mais aussi comme des défis majeurs en matière de défense et de sécurité » . 

Oui ce sont des menaces pour l’instant, oui ce sont sans nul doute des violences à venir… 

En guise de conclusion, quel avenir ?

En 1945, la mission première de l’ONU était de préserver la paix internationale, favoriser les relations pacifiques entre États, dans un monde tout juste sorti des atrocités de deux guerres mondiales.  

Un constat : le droit international sur la violence internationale de 1945 ne semble plus totalement adapté aux circonstances et à ces nouvelles formes de violence.

Si notre monde parait plus sûr si l’on pense en termes de conflits armés, c’est sans doute que les menaces, ou leur nature, ont évolué et sont moins visibles qu’auparavant. Il est évident qu’il faut apporter des réponses novatrices aux menaces et aux violences qui en découlent. L’ONU ne semble pas en mesure de le faire en l’état actuel de ses compétences au sens juridiques. Elles étaient établies pour une sortie de guerre classique, elles ne le sont plus dans notre environnement actuel. 

La plupart des conflits actuels opposent des Etats et des groupes politiques ou religieux non étatiques. Le droit international et les Nations Unies doivent pouvoir jouer un rôle dans ce type de conflits dans la mesure où ils résultent soit de la faillite d’un Etat en place (dictature, déliquescence des institutions, corruption, etc.), soit de la volonté d’établir un ordre nouveau différent, donc d’abattre un Etat qui représente l’ennemi à combattre. Or l’Etat est le sujet de droit international incontestable.

L’idée d’un nouveau « droit international de la sécurité et de la protection » a été évoquée  avec, en parallèle, l’émergence du concept de « protection humaine » repris par le Secrétaire Général des Nations Unies Ban Ki-Moon en 2011 .  

Mais nous nous éloignons de notre sujet d’aujourd’hui…