Los laberintos de la identidad en Paul Valery
Fernanda Navarro
La poesía de Valéry destaca entre las más singulares por su riqueza simbólica, su resonancia clásica y su cadencia. En torno al tema de este Simposio, encontramos también en él una raigambre fecunda, al introducirnos en ese laberinto interior que es, para él, la identidad.
El poeta mediterráneo, identificado con el mar en su eterno recomenzar, nos hablará de ese devenir que transcurre en el intervalo entre el instante y la eternidad; de ese semillero de virtualidades, de esa existencia siempre fuera de compás, destemplada y nostálgica que es el sujeto.
En estas páginas, me centraré en su fascinante juego entre el yo- conciencia y el yo-azar, tema que sorprende al lector al ir descifrando el universo de ese gran escultor de la palabra que es Valéry quien, a golpe de cincel -verso a verso- pareciera ir esculpiéndose él mismo, a la escucha de ese trémulo palpitar entre su yo y su sí mismo.
Antes de penetrar en sus dos ’yoes’, veamos qué es lo que para nuestro poeta puede aspirar a la categoría de existencia, qué puede gozar del status de ser. Afirma contundente que ’aquello que ha dejado de ser, ya no es más’. Con ello nos instala de inmediato en la problemática del Tiempo, de la temporalidad, y nos sitúa en el presente con todas sus proyecciones futuras. El porvenir habrá de ser su tiempo predilecto. Lo que categóricamente descalifica es el pasado. Revela abiertamente su fobia por él, de donde muchos críticos han desprendido su antihistoricismo.
Aquí se perfila ya nuestro tema. La identidad la va a definir por las posibilidades que entraña, por lo que pertenecerá más al futuro que a cualquier otro tiempo: ’Lo más verdadero de un individuo -nos dice- lo más propio, es su posibilidad». Y en Melanges describe el porvenir como «la parcela más sensible del instante’. Esta concepción abre un campo de gozoso optimismo y anuncia otro tema de igual trascendencia: el de la libertad. El futuro es la región donde todo está permitido. Incluso la fantasía de ser otro! así como la posibilidad de elegir un ’yo’ de entre todos los posibles ’yoes’ que uno deseara ser para diseñarse, cultivarse, construirse … lejos de la acechanza de la univocidad y la tautología; del yugo inmemorial del principio de identidad… donde el recurso camaleónico y la anacronía están permitidos
Pero ¡oh infortunio! todo ello vale, sólo hasta que el presente no lo fije o coagule, recordándonos que no hay tiempo más que para un solo ’yo’, de entre todos los posibles, ese Presente que no es más que el pasante que pasa, ese pasar de la presencia que se pierde en la invisibilidad del pasado, de la memoria o de la historia.
¿Qué perplejidades tejen sobre ese ser evanescente las modalidades del Tiempo?, sobre ese Yo en devenir constante, conminado a definirse, a nombrarse en primera persona. Ante cuestiones como ésta, que atañen profundamente a la condición humana y que tiene una clara raigambre filosófica, no queda más que recurrir a los poetas.
Sin embargo, no es el Tiempo el único a maldecir. Es también la conciencia, con su malhadada lucidez, la que es incapaz de coincidir con su propia esencia y duración, y conformarse a ella. Se empecina en concebir más de lo que a su condición corresponde, condenándose así a una existencia fuera de compás por su nostalgia de infinito. Así, el ’yo’ está a la vez en el instante y fuera de él, «Quizá no exista el ’yo mismo’ fuera del instante, dirá Valéry.
Pero entonces ¿qué es lo que nos ancla y lo que nos hace perseverar en nuestro ser? ¿lo que nos permite una mínima coherencia interna? En suma, ¿qué es lo que nos hace reconocernos, lo que evita el bautizo cotidiano? Es la conciencia la que garantiza que el yo-presente se reconozca en el yo-pasado, la que asegura una mínima coherencia y continuidad que se resiste a quedar reducida a una sucesión temporal y fragmentaria de actos amnésicos.
«Todo pensamiento tiene su puerto de anclaje» dice Valéry en Varietés IV. Ese puerto de anclaje es simbolizado por su ’yo-conciencia’, en el juego que hace entre los dos yoes: conciencia y azar. El yo-conciencia sería el ancla: estable, persistente a través de las agitadas mareas que se disuelven y desfiguran con cada ola. Nos hace pensar en la categoría filosófica de sustancia: aquello que subyace y subsiste. Con gran audacia y originalidad Valéry compara el yo-conciencia con el O (cero), ese grado nulo pero necesario sin el cual no hay ni puerto de partida ni puerto de llegada, sólo naufragio. Afirma en Regards «me he atrevido a veces a comparar ese ’yo’ sin atributos con el 0 de los matemáticos.
Es el ’yo-0’ el que con su inmovilidad y permanencia se convertirá en el guardián de la cordura interna; el que existe más allá de la duda y el remor-dimiento; el que por encima del caos afiebrado trata de extraer -entre todas las personalidades posibles y azarosas– una, susceptible de aprehensión sólida y estable. Para ello, la imaginación de Valéry desciende hasta las profundidades minerales donde va a encontrar una intimidad con textura de granito o de roca, inmutable y segura, capaz de responder a la intimidad más recóndita del ser.
«Nuestro espíritu está aún dominado por una especie de roca visible pero inaccesible…representa un pensamiento más fino, más exacto y más rico que cualquiera que pueda conocerse. Hay en mi algo que parece comprenderme y que esa apariencia me torna insondable, incomprensible.»
Frente a ese ’yo-0’ el poeta postula el ’yo-X’, donde la X representa una cualidad o atributo, el azar. Aquello que le otorga al ser su capacidad de variación, de posibilidad. Son configuraciones efímeras y caprichosas las que lo componen: tiempo, espacio, lengua, creencias, esperanzas, temores, ’ancestros, libros amores’,
Es una relación de oposición la que une a los dos ’yoes’, la relación entre la mirada y lo mirado. Así como el ojo conserva un recinto fijo ’capaz de mundos’. La oposición fundamental entre el ’yo-0’ y el ’yo-azar o yo-X’ la expresa así: «No soy más que un efecto del azar…es decir, no me encuentro necesario en nada, tengo la impresión de que los elementos directos de mi vida bien pudieron ser completamente otros».
Más adelante añade:
«Tener conciencia de sí ¿no es acaso sentir que uno podría ser otro»? Y como para redundar nos dice: «En el lugar de cada hombre, con los mismos materiales de espíritu y de carne, varias ’personalidades’ son posibles. Uno se cree el mismo pero ese ’mismo’ no existe«.
Recapitulando un poco, vemos que la paradoja que presenta Valéry es que lo único capaz de existencia plena es lo que goza de actualidad y presencia. Todo aquello cuya duración haya expirado, todo evento pasado, está condenado a la inexistencia. Y sin embargo, pareciera ser condición de vida el no poder verse, saberse ni percatarse de uno mismo más que en tiempo pretérito. No se conoce ni se piensa más que lo ya visto, lo ya hablado, lo ya conocido…es decir, lo ya vivido, porque al hablar en tiempo presente, arbitrariamente estamos amplificando un estado efímero e inasible. El presente es aquello que mientras dura permanece inacabado, en calidad de ’non-finito’ y por ende impronunciado, inaprehensible…hasta no verse consumado:
«Todas las cosas, apenas desaparecen, me resultan claras» dice en Equinoxe.
Esto nos incita a alterar el tiempo del ’cogito’ cartesiano y decir: No ’pienso luego soy’ sino ’pienso luego fui’. Pareciera no poderse hablar del yo actual más que en ausencia, ya transcurrido, en pasado.
Curioso y anacrónico desencuentro entre el ’yo’ y el ser. Todo lo que fue y lo que será no es. El pasado y el futuro no realizan una actualidad siempre presente, están destinados a ser ’decadentes formas de simulación’. En esa su tendencia a prolongar la duración y la existencia, en ese anhelo de permanencia frente a la contingencia, el hombre se debate, y finalmente se disfraza tras una máscara. Simula para aceptarse, simula para soportarse.
El yo, un juego de máscaras y de espejos
«hay que ponernos en el lugar del ser que nos ocupa». Valéry.
Podríamos decir que somos una máscara, una variable vacía, dispuesta a ser habitada y animada por otro. Pero no sólo eso, dispuesta incluso a comprender a ese otro, a ponernos en el lugar de ese misterioso morador que temporalmente nos habita, ¿el yo-azar? Si, cada máscara sería una variante del yo-azar, del yo-posible ilimitado y libre, en tanto que no ha sido apresado, detenido por el presente que lo condenaría al pasado, a la inexistencia. Por contraste, el tiempo del ’yo-azar’ del ’yo-posible’, es el futuro. Así como el pasado es para Valéry el tiempo de la impotencia, el porvenir es el tiempo de la posibilidad, del poder en estado de pureza. Es en el futuro donde el ’yo’ puede encontrar su albergue decisivo. Así, lo real se presentaría como una decadencia de lo posible, es decir, lo real se extraería de lo virtual que lo antecede. Entonces podría decirse legítimamente con el poeta:
«La vida no es más que la conservación de un porvenir»
Entrañablemente ligado al porvenir está la libertad. El espíritu libre vive en el ámbito de la posibilidad, no en el de la realidad: en el por-hacer, por realizar, no en lo ya hecho o consumado; en el actuar, no en la obra finiquitada. Pero de inmediato surge la paradoja con la que tanto gusta jugar nuestro autor, ahora en torno a la libertad:
«Un pensamiento privado de toda sujeción externa, desprovista de toda sanción…ignora su verdadera naturaleza que consiste en compaginarse con el hombre en su totalidad, y puede fácilmente creerse todopoderoso y universal.»
En la misma tonalidad, afirmará más adelante:
«Mi libertad es la creación de mi propia sujeción» (contrainte)
Como para los estoicos, la libertad es un fenómeno fundamentalmente interior para Valéry. Por ello, más que en la lucha o la rebelión, reside en la capacidad de disponer. Disponer como dueño y señor del universo del juego de posibilidades para dirigirlas al punto deseado. Para ello será a veces preciso constreñir la voluntad a fuerza de voluntad.
Lo anterior puede recordarnos a André Gide, amigo y confidente de Valéry, cuando dice a propósito del arte:
« El arte nace de un sujetamiento, vive de lucha y muere de libertad »
«L’art nait de contrainte, vit de lutte et meurt de liberté »
O como le reclama el poeta a Zenón en el Cementerio Marino:
«Zenon, cruel Zenon, Zenón de Elea,
¿me has atravesado acaso con tu flecha alada
que vibra, vuela y detiene su vuelo?
El sonido me engendra y la flecha me mata«
Zenón, cruel Zenón, Zenón de Elea!
«Zenon, cruel Zenon, Zenon d´Elée,
m´a tu percé de ta fleche ailée
qui vivre, vole et ne vole pas ?
Le son m´enfante et la fleche me tue,
Zenon, cruel Zenon, Zenon d´Elée !
¡Como si la plenitud se alcanzara sólo en la proximidad de su propia abolición!
Ante el drama de la identidad y de la conciencia, tal como lo presenta Valéry, nos embarcamos en el recorrido de un interminable laberinto interior, cruelmente diseñado para confundirnos y extraviarnos en un juego de espejos y de máscaras en el que la noción de tiempo se pierde y no acertamos a saber si nacemos o morimos.
Lo pretérito, en su lucha a muerte con lo presente/porvenir despoja al yo-conciencia de su ancla. Sin ancla y sin puerto no le queda más que vivir girando en torno a sí misma, cual planeta solitario:
«Yo no vivo más que alrededor de mi mismo«
(Cahiers II)
En suma, el yo que se define por la imposibilidad de ser definido, se debate entre el azar y la conciencia, entre el futuro y el pasado. Tan pronto decide anclarse, se le pide su tarjeta de identidad y al identificarse queda solidificado.
Este ser desgarrado y desgajado entre su ’yo’ que clama permanencia y absoluto y el que se sabe efímero, implora un mínimo de clemencia para eludir el vértigo del laberinto nocturno de muecas grotescas y reflejos.
Para escapar al embate del tiempo en que pasado y futuro se disputan codiciosamente el ser, el ’yo’ se retrae y se refugia en lo más recóndito de su ser. Así nace Narciso, imagen por la que Valéry mostró una fascinación constante a lo largo de 50 años de creación poética. Fue también determinante en su concepción del ’yo’ como identidad aprehensible sólo a través de una dualidad:
esa forma apenas aberrante de esquizofrenia
Ejerciendo el principio de individuación Narciso busca la imagen que conoce al mirarse en la transparencia del espejo acuático sin reconocerse en ella. Se busca para asirse…y para conocerse descubre que es preciso amarse. Hay un intervalo entre las dos manifestaciones de sus ’yoes’: el intervalo de la conciencia de la propia identidad, distancia que los une en el amor más fiel y duradero que pueda haber, el amor de sí mismo.
Transido en mi mirada de piedra, en el duro y fijo ’por qué, un negro trémulo palpita entre mi mismo y mi yo
Ese intervalo interior es una promesa de amor. El amor necesita tanto de distancia como de semejanza. Pero Narciso aproxima la semejanza hasta la identidad:
Mas Narciso no puede, no quiere, amar a nadie que no sea él mismo
En un acto de afirmación de su propia identidad, el ’yo’ descubre como condición necesaria para el reconocimiento de un ’tu’, de otro, el conocerse a sí mismo y amarse. No advierte Narciso que quien traspasa y fractura el principio de individuación se percata de que para encontrarse, el ’yo’ necesita re/encontrarse en otro: y para conocerse, necesita reconocerse en otro. En este sentido escribe Valéry: «el instrumento más importante para mi conocimiento…eres tu, es la existencia indubitable de otro». Pero Narciso insiste:
detrás de ti me sigo viendo a mí mismo
Para Narciso amar a otro es sinónimo de traición. Su orgullo pareciera exigirle la unicidad. Oscilando entre la humildad y la arrogancia, muchas veces se potencia él mismo e imprime a su subjetivismo proyecciones cósmicas: Así lo escuchamos en Cantata del Narciso:
Piensa por el universo
Monstruo privado de cabeza
Que busca en el hombre
Un sueño de razón
Ante la altivez de Narciso podríamos preguntarnos si alguien -algún yo/conciencia o yo/azar- está totalmente exento de ella.
Quiero concluir con dos estrofas del Cementerio Marino en donde el poeta canta magistralmente a la fragilidad humana, efímera y azarosa, a esa entidad indecisa, llámese ser-en-el-mundo, sujeto, o yo.
Comme le fruit se fond en jouissance
Comme en délice il change son absence
Dans une bouche oú sa forme se meurt
Je hume ici ma future fumée
Et le ciel chante a l´ame consumée
Le changement des rives en rumeur.
Beau ciel, vrai ciel, régarde-moi qui change
Apres tant d’orgueil, apres tant d´étrange oisiveté
Mais pleine de pouvoir
Je m’ abandonne a ce brillant espace
Sur la maison des morts mon ombre passe
Qui m’apprivoise a son frele mouvoir.
— — — — —
Como el fruto se funde en gozo
Como en delicia cambia su ausencia
En una boca donde su forma se extingue
Aspiro aquí mi futura humareda
Y el cielo canta al alma en consumación
El cambio de la orilla a rumor
Bello cielo, ¡mírame a mí que cambio!
Tras tanto orgullo, tras tanta extraña ociosidad
llena de potencia,
Me abandono a este brillante espacio
Sobre las casas de los muertos mi sombra pasa
Que sucumbe a su frágil vaivén.
BIBLIOGRAFIA
Paul Valery, Cimetiere Marin, Gallimard, Paris.
Variété I. Gallimard, Paris
Régards. Gallimard, Paris.
Cahiers II y IV. Gallimard, Paris.
Mélanges. Gallimard, Paris.
Poésies, «Cantate du Narcisse», Gallimard, Paris