Los límites de la interpretación y de las construcciones en «Poesía y verdad» de Freud.

José Eduardo Tappan Merino. El ensayo de Freud sobre la autobiografía de Goethe se transformó con los años en un ejemplo paradigmático de las construcciones en la clínica psicoanalítica. El trabajo analítico consistía para Freud en realizar construcciones durante el análisis que permitían, supuestamente, hacer emerger los contenidos latentes, inaccesibles a lo manifiesto, así como…


José Eduardo Tappan Merino.

El ensayo de Freud sobre la autobiografía de Goethe se transformó con los años en un ejemplo paradigmático de las construcciones en la clínica psicoanalítica. El trabajo analítico consistía para Freud en realizar construcciones durante el análisis que permitían, supuestamente, hacer emerger los contenidos latentes, inaccesibles a lo manifiesto, así como la de rellenar los huecos en la historia de los pacientes ocultados de la consciencia. Desde luego, aparece la pregunta, sobre si a cien años de haberse escrito este ensayo, pierde o no vigencia. Sin embargo, por lo general, podríamos decir que para la mayoría de la comunidad psicoanalítica se considera como una propuesta vigente.

1a parte: lo que propone Freud.

Freud trabaja a partir de la lectura de los apuntes autobiográficos de Goethe en un texto que llamó poesía y verdad.

»[…] gustaban de referir toda clase de travesuras a que me alentaban estos hombres [los vecinos adultos que le tenían cariño] , tan serios y retraídos de ordinario. […] Acababa de celebrarse la feria de menaje, y no sólo se había hecho provisión de tales objetos para la cocina, sino adquirido también para los niños una vajilla pequeñita de la misma índole, que usaríamos en nuestros juegos. Una bella siesta, cuando todo dormía en la casa, jugaba yo en la salita con mis fuentecillas y platitos […] arrojé una pieza a la calle, regocijándome su linda manera de hacerse añicos. Los Von Ochsenstein

[vecinos]

, viendo cuánto me alborozaba y cómo batía palmas de alegría, exclamaron: otro más […] No me hice rogar y arrojé una olla, y como ellos seguían exclamando «¡Otro!», una por una fui botando al pavimento todas las pequeñas fuentes, escudillas, jarras. Mis vecinos seguían dando muestras de su aprobación y yo estaba radiante de poder proporcionarles ese contento. Pero mis existencias se habían acabado, y ellos seguían exclamando: «¡Otro más!». […] Y así corría de la cocina a la calle, traía un plato tras otro a medida que los alcanzaba del lugar en que estaban apilados, y como aquellos hermanos nunca se daban por satisfechos, condené a idéntico estropicio todas las piezas de vajilla hasta cuyos lugares me pude deslizar. Sólo más tarde apareció alguien para impedir […] se obtuvo al menos una historia divertida, con la que se solazaron sobre todo sus pícaros instigadores[…]» (Freud. 1979. pp. 141-142)

Ese es el recuerdo de Goethe, que Freud encuentra semejante a un caso clínico suyo, que muestra en eses acontecimientos un contenido latente. Se trata en muchos casos de delusiones o recuerdos considerados sin importancia, de esa Idea falsa que aparece fijada y que presenta resistencias cuando se intenta modificar, aunque se cuente con evidencia de que es falsa o incluso de que los datos objetivos la contraríen, se busca mantener esa idea.

«El tema oculto del paciente es que había tenido un hermanito con el cual tenía celos y un odio, no aceptados, por lo que cuando es encarado por la madre al decirle que no quería a su hermanito, fue que corrió a tirar la vajilla por la ventana.» (Freud. 1979. p. 144)

«El placer de hacer añicos, y el que provoca lo así despedazado, habría quedado también satisfecho si el niño se hubiera limitado a arrojar al suelo esos frágiles objetos. Ese solo placer no explicaría, pues, el acto de tirarlos afuera, a la calle, por la ventana. Ahora bien, este «afuera» parece ser una pieza esencial de la acción mágica y derivarse de su sentido oculto. Es preciso quitar de en medio al nuevo niño, en lo posible por la ventana, puesto que a través de ella entró. Toda la acción tendría entonces el mismo valor que la, para nosotros consabida respuesta verbal de un niño a quien le comunicaron que la cigüeña había traído un hermanito: «Que se lo lleve de vuelta», fue la respuesta (Freud. 1979. p. 146).

De esta manera lo que propone Freud es que «El camino que empieza en la construcción del analista debería acabar en los recuerdos del paciente, pero no siempre llega tan lejos. Con mucha frecuencia no logramos que el paciente recuerde lo que ha sido reprimido. En lugar de ello, si el análisis es llevado correctamente, producimos en él una firme convicción de la verdad de la construcción que logra el mismo resultado terapéutico que un recuerdo vuelto a evocar».(Freud. (b) 1979. p. ) ¿Eso no es sugestión?, ¿tiene que ver únicamente con la construcción de un axioma o mito que permita accede a otros recuerdos? ¿Otros recuerdos que serán fiables?.

Podemos ver la importancia que tiene para Freud lo ocurrido en la infancia, aquellos recuerdos olvidados, ocultados de la consciencia, por lo que el analista debe suministrar las construcciones que le permitan al paciente acceder a esos recuerdos ocultados, este importante papel de lo vivido pero ocultado, conduce a Freud a pensar que quizá los delirios son producciones de esa lucha del recuerdo por aparecer y la necesidad de rechazarlo, se trata de la Verwerfung, pone el acento en el rechazo tajante a deseos o fantasías que son inaceptables para la consciencia. Por ello tanto en las neurosis como en las psicosis podemos operar con construcciones en el análisis, se debe indagar sobre toda clase de recuerdos, incluso los considerados menos relevantes. Como podemos constatarlo en «Construcción en análisis» de 1937, que se trata de un trabajo semejante al del arqueólogo, que apuesta sobre un conjunto de hipótesis que construye unas ideas sobre la vida que vivieron los hombres que habitaron esas ruinas; todas estas especulaciones, son derivadas del material encontrado en la excavación. En cualquier caso, se trata de inferencias, de hipótesis, de construcciones. 

«[…] no sólo hay método en la locura, sino también un fragmento de verdad histórica; y es plausible suponer que […] las delusiones derivan su fuerza precisamente de fuentes infantiles de esta clase. […] Este trabajo consistiría en liberar el fragmento de verdad histórica de sus distorsiones y sus relaciones con el presente y hacerlo remontar al momento del pasado al cual pertenece. Con bastante frecuencia, cuando un neurótico es llevado por un estado de ansiedad a esperar la llegada de un suceso terrible, en realidad se halla bajo el influjo de un recuerdo reprimido (que intenta entrar en la conciencia, pero no puede hacerse consciente) […]  Los delirios de los pacientes se aparecen como los equivalentes de las construcciones que edificamos en el curso de un tratamiento psicoanalítico: intentos de explicación y de curación, aunque es verdad que en las condiciones de una psicosis no puedan hacer más que sustituir el fragmento de realidad que está siendo negado en el presente por otro fragmento que ya fue rechazado en remoto pasado. Será la tarea de cada investigación individual revelar las conexiones íntimas entre el material del rechazo presente y el de la represión primitiva. Los que están sujetos a delirios sufren por sus propias reminiscencias.» (Freud. 1979. pp. 269-270)

Ahora bien, el tema de la importancia de suceso histórico radica para Freud, en que se supone que fue algo que aconteció; se supone que eso debió haber ocurrido, se trata de encontrar la condición de «verdad histórica» derivada de la fiabilidad. «Todos sabemos que el analizado debe ser movido a recordar algo vivenciado y reprimido por él» (Freud (b)1979. p. 260 ), por lo que para Freud, esos esfuerzos de la subjetividad por rechazar esos recuerdos, son lo que constituye esencialmente al síntoma.  «[Si] son capaces de ejercer un extraordinario poder sobre los hombres, […] es porque deben su poder al elemento de verdad histórica-vivencial, que ellas han recogido de la represión de épocas primordiales olvidadas» (Freud, 1979. (b) p.270).

El asunto es complejo y con muchas consecuencias, ya que, si lo vivido tiene esa importancia en este que es uno de los textos más tardíos, la idea de la realidad psíquica queda nuevamente empañada, las fantasías, la sexualidad infantil, tras el resurgimiento en su propuesta de la realidad vivida, acaecida y olvidada. «De tal suerte, también al delirio se aplicará el aserto que yo hace tiempo he declarado exclusivamente para la histeria, a saber, que el enfermo padece por sus reminiscencias. (Freud (b) 1979. p. 270)

2a parte La escuela de Construcciones e interpretaciones freudianas.

Las distintas apuestas culturales para dar cuenta del fenómeno comprendido bajo el binomio salud-enfermedad, intentan articular su forma de entender el mundo lo que implica el mundo real fantástico, al igual de qué es lo que consideran salud y qué enfermedad. Paracelso en la enfermedad de las montañas, piensa que es el aire de las alturas, el que se encuentra más cercano a las estrellas el que genera ese mal. Ese método de encontrar inferencias dirige a muchos teóricos del campo de la salud, encuentran relaciones de causalidad entre distintos fenómenos algunas veces de manera muy forzada, por ejemplo entre los síntomas y sus etiologías. Algo semejante guió a Freud con lo que su propuesta general se basaba en que las dificultades ocurridas en la infancia, de carácter sexual, anhelos, frustraciones, celos, rivalidades etc., no son tramitadas de manera adecuada por el infante, aún de los momentos en que no guardamos recuerdos, como sucede en lo acontecido durante el complejo de Edipo. Por ello, no puede resultarnos extraño, que los psicoanalistas post freudianos continuaran ese modelo. Melanie Klein lo sigue de manera esencial en su abordaje clínico, para que permita que el niño pueda elaborar aquello inconsciente que no puede tramitar, que se trata, por lo general, de la relación con sus padres o hermanos, y particularmente en el complejo de Edipo: la separación de la madre y la identificación con el padre, en el caso del varón. En el caso que examinaremos de Klein, los trenes y la ventana tienen una importancia capital, los transforma en una suerte de equivalencias simbólicas con el triángulo edípico. La importancia del desarrollo de símbolos para el Yo, es uno de los temas centrales del trabajo de Melanie Klein.

Por el interés de Dick en los trenes, Klein pone un tren grande junto a uno pequeño, y le dice: El grande es: “tren papá” y el pequeño: “tren Dick”. El niño toma el «tren Dick” y lo empuja a la ventana y dice “estación”. A lo que Klein interpretó:  la “estación” es mamita y “Dick está entrando en mamita”. Dick deja el tren y corre sale y entra del consultorio por la puerta, al tiempo que dice “oscuro”. Repitió esto varias veces. Interpreta nuevamente Klein: “dentro de mamita está oscuro. Dick está dentro de mamita oscura”.

Lacan está de acuerdo con esas interpretaciones y es por ello que propone, que esa suerte de trenes y ventana transformados en metáforas ahora de las relaciones edípicas, son operaciones que se encuentran en Klein no en el niño, por lo que, lo que no podía ser dicho, lo que era ocultado por el niño, es revelado por Klein. Lo que es inconsciente en Dick es revelado por el discurso de Klein: «el inconsciente es el discurso del otro», propone Lacan en otro caso semejante que es operado de la misma manera. Klein desde la perspectiva de Lacan le suministra a Dick el conjunto de operaciones que le permiten metaforizar las relaciones con los padres a través del símbolo introducido en el juego, lo que le permite resolver por la vía de las equivalencias simbólicas el conflicto edípico de permanecer en las entrañas de la madre y no acceder al mundo, y comprender de alguna manera la necesaria «castración simbólica».

Por otro lado, en otro caso, «Winnicott le propone entonces una interpretación: ‘El babacar es la parte de adentro negra de la madre. De ahí viene el bebé cuando nace’ Con alivio, Piggle responde: ‘Sí es la parte de adentro negra’  Inmediatamente, la niña toma un balde y lo llena de juguetes hasta el borde, deliberadamente Winnicott intenta varias interpretaciones y la que parece tener más éxito es la siguiente: ‘El balde es el vientre de Winnicott, no tiene la parte de adentro negra porque podemos ver lo que entró; los bebés se hacen comiendo con voracidad por eso uno se enferma’.» (Nasio, 2001, pp. 102-103)

No es sorprendente el paralelismo entre las interpretaciones de Klein y de Winnicott y de muchos otros, sus perspectivas teóricas son las que guían sus indagaciones clínicas, por lo que, aún tratándose de diferentes niños, las expectativas los harán acentuar los mismos rasgos y no apreciar otros. Por ello, a partir de Freud, el asunto de los problemas con los niños en el consultorio son consecuencia de: a) la castracion (Juanito); b) los celos con el nuevo hermanito;  c) los celos con alguno de los padres; d) dificultades en la identificación sexual etc. Freud,  Klein y Winnicott etc. verifican continuamente sus expectativas teóricas con los datos empíricos, hacen coincidir los problemas y los síntomas, con lo que se espera de ellos y de las razones de su surgimiento.

3a parte final. Conclusiones.

Este tipo de interpretaciones y construcciones realizadas por los analistas son siempre verificadas, y eso es extrañamente, lo grave y falaz de las mismas. Freud en el caso del hombre de los lobos le plantea que sus construcciones tienen sentido por qué seguramente vio un coito a terba entre sus padres que él no recordaba, el paciente acepta la construcción como propia, como un evento ocurrido y ocultado, Freud apostaba por una neurosis obsesiva en ese caso y Lacan y muchos otros psicoanalistas problematizan el caso y conociendo lo que dijo su última analista Ruth Mack se propone que se trata de una psicosis. Freud encuentra en la autobiografía de Goethe un acto de querer sacar al hermanito de su vida y por ello, eso había sido recreado tirando la vajilla por la ventana de la casa, y no tirado simplemente al suelo, lo mismo que hizo un paciente suyo. En el caso del relato de Goethe me sorprende la poca importancia que le da a los instigadores de ese acto, que se encuentran afuera, y la condición de darles gusto, es tirar la vajilla frente a su público instigador, propone que enloqueció por darles gusto. Pero la facilidad de corroborar la teoría con los datos empíricos, haciéndoos caber en sus construcciones con la supuesta trama latente hipotética, es el tema del presente artículo. Con seguridad todos los seres humanos por la ambivalencia amamos y odiamos a nuestros padres y hermanos, tendremos celos de todo aquello o aquel que se interponga entre nosotros y el cariño de nuestros padres. Por lo que no será difícil encontrar esto en cualquier supuesto contenido latente. Es como el mago que saca al conejo de la chistera que previamente escondió allí.

«Hallé que aquellos de mis amigos que eran admiradores de Marx, Freud y Adler, estaban impresionados por una serie de puntos comunes a las tres teorías, en especial por su aparente poder explicativo. Éstas teorías parecían poder explicar prácticamente todo lo que sucedía dentro de los campos a los que se referían. El estudio de cualquiera de ellas parecía tener el efecto de una conversión o revelación intelectuales, que abría los ojos a una nueva verdad oculta para los no iniciados. Una vez abiertos los ojos de este modo, se veían ejemplos confirmatorios en todas partes: el mundo estaba lleno de verificaciones de la teoría. Todo lo que ocurría la confirmaba» (Popper, 1994, p. 59).

De esta manera tanto las construcciones como las interpretaciones corresponden esencialmente al plano proyectivo del analista como lo propone Freud: «El camino que empieza en la construcción del analista debería acabar en los recuerdos del paciente, pero no siempre llega tan lejos. Con mucha frecuencia no logramos que el paciente recuerde lo que ha sido reprimido» (Freud (b)1979. p. 267). La construcción es acertada, el analista no se equivoca. El que quizá sí es el paciente, al no recordar lo que supuestamente debería recordar. Lo relevante es que esas construcciones o interpretaciones de los analistas pueden llegar a crear falsos recuerdos. Son muchos los casos documentados de falsos recuerdos creados en pacientes, en especial sobre abusos sexuales nunca ocurridos, inducidos o sugeridos por los psicoanalistas. Pero en el caso de que los pacientes no verificaran la propuesta de su analista, entonces se puede suponer defensas o resistencias, como si se tratara de delusiones de los pacientes. Por ello no es difícil suponer que «Los analistas Freudianos subrayaban que sus teorías eran constantemente verificadas por sus observaciones clínicas» (Popper, 1994, p. 59).

No podemos descartar tampoco las críticas de Michel Foucault, Gilles Deleuze y Félix Guattarí al respecto, de que muchos de las construcciones teóricas que después pueden ser fácil y repetidamente verificadas, parten de prejuicios que son parte de los mecanismos de poder que busca normalizar una práctica o propuesta idiosincrática, como si así fueran las cosas y no pudieran ser de otra manera, y que la patología es consecuencia de algún grado de desadaptación. ¿Los niños varones toman como objeto de identificación al padre y como objeto de amor a la madre? Es esa hipótesis sobre la que descansa la intervención de Klein, sin embargo, los críticos dirían que no es difícil forzar los hechos para hacerlos coincidir con la expectativa teórica o clínica que se tiene sobre los mismos.

«No puedo imaginar ninguna conducta humana que no pueda ser interpretada en términos de cualquiera de las dos teorías. Era precisamente este hecho que siempre se adecuaban a los hechos, que siempre eran confirmadas el que a los ojos de sus admiradores constituía el argumento más fuerte en favor de esas teorías. Comencé a sospechar que esta fuerza aparente era, en realidad, su debilidad» (Popper, 1994, p. 60).

Estas construcciones entendidas como «fragmentos de acontecimientos históricos o estructurales», que el analista supuestamente infiere a la luz de su teoría, le permite alejarse de la responsabilidad subjetiva que tiene él en esas inferencias, como si su propia subjetividad no se reflejara  en sus intervenciones, por lo que podemos asegurar que cada analista intervendrá de manera diferente, porque cada uno verá cosas distintas y lo que escuchará tendrá distintas traducciones teóricas, encontrando en la mayoría de los casos verificaciones a lo construido o interpretado. Es un método que no se ha derogado, aún muchos analistas lo continúan implementando. Como si esa manera de verificar en la clínica lo que que propone la teoría, fuera la clínica psicoanalítica.

Entonces las interpretaciones y construcciones descansan en que exista sentido, coherencia para el analista, siguiendo la idea de que en una serie podemos inferir si falta algo, por qué se trata de una secuencia, por ejemplo si seguimos un orden: a, b, c, e, podemos suponer que entre «c» y «e» falta la letra «d». El tema es, sí así sucede con la vida de las personas, donde quizá la coherencia sea una construcción a posteriori para encontrar un sentido, por diversos motivos, pero que nos angustia que  no lo tenga, por lo que se lo inventamos. Esas construcciones son por lo general ideaciones imaginarias, fantasías orientadas teóricamente articuladas al sentido del relato histórico.

Quien analiza es quien paga su sesión, las interpretaciones y construcciones de los analistas, tendrían que ser a la manera en que operan los directores de las orquestas sinfónicas, cada uno interpretará, por ejemplo a Bach, pero no agregará o sustraerá una sola nota musical. Siempre en el contexto, y siguiendo el espíritu del autor en el conjunto de sus obras, sin conjeturar sobre los antecedentes, tomando las relaciones y la integridad estructural como sucede con la banda de Moebiüs y que una versión local, un fragmento, la interpretación de una parte la transforma en una banda normal, sin continuidad entre lo exterior y lo interior. Por ello la intervención debe darse en un plano que conserve la integridad estructural. Las versiones locales se presentarán cómo si hubiera un contenido latente y otro manifiesto, pero esto ocurre por su pérdida de relaciones estructurales con los otros elementos que al articularse conforman la banda de Moebiüs. Desde esta perspectiva cualquier elemento tiene distintas relaciones por lo que algo será consecuencia de esas relaciones, no es algo en sí mismo, no se trata de un objeto, una historia, un significante detenido, que se pueda interpretar. No es algo sucedido o algo concreto, todo lo es en tanto las relaciones que mantiene y que cambiarán, no hay nada estático.

Las interpretaciones, construcciones, análisis, diagnósticos, clasificaciones que los psiquiatras, los psicólogos o lo psicoanalistas hacen, son en realidad hipótesis o suposiciones, sin embargo, el sentido que se le dá es otro. Son entendidas como si se tratara de un saber de la verdad del sufrimiento del paciente, de las raíces y razones de sus síntomas, de lo acaecido en su historia, sin embargo si se les permite hacer suponer al paciente que sus diagnósticos, las interpretaciones, construcciones o análisis dan cuenta de su subjetividad eso explica la razón de su sufrimiento, creerá en esas palabras y «los profesionales psi» buscan que las acepte o será calificado de resistirse al tratamiento, se busca que las acepten crédulamente. Pero esto es una forma de violencia que produce daños, ya que es una acción alienante, práctica que no es estridente y pasa prácticamente inadvertida, tiene que ver con la violencia que se encuentra implícita en la normalización que pretenden las expectativas e institución sociales y médicas, incluso cuando no son aceptadas, por lo que proponen que quien se resiste a sus construcciones o diagnósticos evitan o se resisten a la «verdad». Lo que crea en el paciente una «falsa conciencia» de si mismo. En realidad el trabajo clínico tendría que dar cuenta del posicionamiento y responsabilidad subjetiva en el decir, en el saber sobre responsabilidad subjetiva como consecuencia de su análisis  frente a su malestar, obteniendo una claridad sobre su goce y sobre su deseo, sobre las ganancias secundarias de sus síntomas, es decir, que descubra lo que él tiene que ver con su sufrimiento y las razones de perpetuarlo, generando condiciones para que pueda salir de su posición de víctima pasiva de las circunstancias.

Conocemos la fuerza que tienen las expectativas de nuestros “superiores”, nuestros padres, nuestros maestros, sobre nosotros, el influjo que poseen para constituir lo que podríamos llamar nuestra personalidad. Si los padres llaman tonto a su hijo, éste, por el ya muy documentado fenómeno psicológico llamado “la profecía autocumplida”, terminará sintiendo que es un tonto y aceptándolo, viéndolo como un rasgo que lo constituye. “La psiquiatrización del síntoma” o su psicologización es el equivalente a la adaptación que realiza el paciente para ajustarse a las expectativas y cuadros gnoseológicos del psiquiatra o del psicoanalista. Busca la aceptación de éste, intentando caber en los recipientes imaginarios que el supuesto profesional tiene para identificarlo. La simple expectativa de los superiores tiene un poderoso influjo sobre el rendimiento de los subordinados como lo demostró el estudio que condujo al establecimiento del «efecto pigmaleón».

Esta estigmatización y abuso de las etiquetas diagnósticas de las distintas disciplinas “psi”, sobre lo que es normal y patológico, bueno y malo, correcto e incorrecto, es decir, sobre los criterios de clasificación que conduce a establecer membretes, mismos que deben coincidir con las conductas, los síntomas o los relatos de sus pacientes. Son ellos los que juzgan qué es importante y hacen dominante algún razgo frente a los otros, destacan alguna característica sobre las otras, lo que sobredetermina, y moldea la forma de vida, las patologías de sus pacientes, de tal suerte que se quiere hacer creer que las construcciones, interpretaciones o análisis no estuvieran colmadas de la subjetividad, prejuicios e ideales de los psicoanalista.

La necesidad que tenemos los seres humanos de etiquetas, de recipientes imaginarios para darnos identidad es muy grande, ya que es una simplificación sobre lo que somos. Evita la angustia de preguntarnos sobre nuestro deseo, que es algo que queremos evitar, Por eso la astrología y la psiquiatría  tiene tantos adeptos. Nos dicen “eres un capricornio típico ó un «border alto» ya que eres de la siguiente manera. Eso nos pacifica, pensamos que existe alguien que sabe qué somos. Creemos que existe alguien que sabe más de nosotros  que nosotros mismos, a quien podemos dirigirnos. Sin embargo estos atajos, estás creencias, estos recipientes nos lastiman hondamente, son profundamente violentos por los determinismos a los que nos conducen, por la manera que nos ciñen a las expectativas de los otros, a su supuesto saber. La necesidad que tenemos de ser a partir de los parámetros del Otro, de serle agradable, simpático, de que nos quiera y nos reconozca. Por lo menos eso pensaba el psicoanalista húngaro Sandor Ferenczi: “todo lo que hace el hombre en realidad puede llevarse a su mínima expresión: ser querido y ser reconocido”. De aquí que la expectativa del médico, sus parámetros, sus categorías, sus etiquetas tautológicas y diagnósticas tengan un peso desproporcionado para el paciente, sobre todo si se trata de un asunto que se sostiene en lo que llamamos transferencia, que no es otra cosa en realidad que una forma de amor.

Lo señalado muestra un abuso de los analistas proyectando sus especulaciones en las historias de sus pacientes, haciéndola coincidir con las expectativas generadas por sus marcos teóricos, está claro que es el que analiza, el paciente el que debe aceptar o desechar sus propias construcciones. » El peligro de descaminar al paciente por sugestión <apalabrándole> cosas en las que uno mismo cree pero él no habría admitido nunca, se ha exagerado sin duda por encima de toda medida» ( Freud. 1979 (b). p.263). Freud insistía en dar y darse licencia para cometer esos abusos que no lo eran a sus ojos.

Sin embargo, la teoría psicoanalítica se construye a partir de hipótesis o conjeturas que, orientados desde una perspectiva epistemológica, muestra que ese marco especulativo da cuenta de principios, mecanismos, leyes, ordenamientos, operaciones, pero nunca de contenidos. Ese artefacto teórico se emplea para explicar las formas de operación del psiquismo, de aquello que se presenta confuso como lo es toda la subjetividad humana. Ese universo de lo subjetivo requiere de apuestas complejas para comprenderlo. Pero cómo decíamos no tiene contenidos, esos principios y mecanismos deben ser rastreados caso por caso, la generalización sobre los contenidos al estilo de: a) quien le dice a su analista: -no piense que esa mujer de mi sueño es mi madre-, efectivamente no se trata necesariamente de una denegación, puede no ser su madre, b) no todos aquellos que tiran objetos a la calle, y se encuentrn frente al nacimiento de algún hermano, necesariamente significa que se trata de un deseo de librarse del hermano, lo que se debe nuevamente discutir es la articulación entre el tiempo lógico y el tiempo cronológico, entre la historia comprendida como un conjunto de sucesos a la historia como una producción simbólica, entendiendo que lo simbólico no es la articulación de símbolos sino la operación de una lógica que constituye y permite la operación del psiquismo de manera inconsciente, desapegándonos de lo empírico, diacrónico y de lo imaginario para acceder a los planos de organización simbólicos, lógicos, sincrónicos y estructurales.

Bibliografía.

Freud, S. Un recuerdo de infancia en poesía y verdad. Vol. XVII Ed. Amorrortu. Buenos A.

1979

Freud, S. Construcciones en análisis. (b) Vol. XXIII Ed. Amorrortu. Buenos A. 1979

Klein. M. La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo de (1930) varias ediciones.

Winnicott Psicoanálisis de una niña pequeña -Gedisa. Buenos A.1980

Nasio, Juan David. Los más famosos casos de psicosis. Ed. Pálidos. Argentina. 2001.

Popper Karl P. Conjeturas y refutaciones. Ed. Pálidos. Buenos Aires, 1994