Lulú en el puente
Julio Ortega Bobadilla
LULÚ EN EL PUENTE (1998). Producción: Redeemable Features, Capitol Films, Greg Johnson, Amy J. Kaufman, Peter Newman. Dirección: Paul Auster. Guión: Paul Auster. Fotografía en color: Alik Sakharov. Música: Tim Squyres. Intérpretes: Harvey Keitel (Izzy Maurer), Mira Sorvino (Celia Burns), Willem Dafoe (doctor Van Horn), Vanessa Redgrave (Catherine Moore), Gina Gershon (Hannah), Mandy Patinkin (Philip Kleinman). Duración: 103 minutos.
Lulú en el puente es un trabajo cinematográfico de Paul Auster, con razón afamando escritor neoyorkino enamorado del cine, que antes realizó algunas películas como Smoke (1995) que parece ser muy buena, Blue in the face (filmada en el mismo set de Smoke en tres días, al estilo de los filmes de Roger Corman), y después The Inner Life of Martin Frost (2007) que fue maltratada por la crítica neoyorkina.
De su pluma también han sido los guiones de otros filmes: The music of chance (1993), The center of the World (2003), Fluxus (2004) y Le carnet rouge (2004). La historia personal de Auster atraviesa todas sus novelas salpicadas de razgos autobiográficos, sus padres son emigrantes originarios de Europa Central. Él empieza a escribir a los 12 años, y es la mejor manera de saber que escribir no es ni un oficio, ni una destreza que se pueda aprender como la equitación, sino una vocación. Los talleres de escritura son una farsa, simplemente un antídoto contra el miedo que asola a los creadores tímidos.
Entre 1965 y 1967, estudia en Nueva York, en la Universidad de Columbia, literatura francesa, italiana e inglesa. Empieza a traducir a autores franceses como Dupin y Du Bouchet y viaja a París. Volverá en 1967 a París, para evitar ir a la Guerra de Vietnam, tratará de trabajar en el cine, aunque no pasará el examen de ingreso al IDHEC.
Durante los diez años siguientes, su trabajo será duro. Escribe artículos para revistas, trabaja en un petrolero, vuelve a Francia donde vivirá unos tres años. Hará una importante entrevista al poeta judío Edmond Jabès. También escribe poesías y obras de teatro de un acto.
En 1976 escribe su primera novela, bajo el pseudónimo de Paul Benjamin, una suerte de novela negra al estilo clásico de Raymond Chandler y Dashiell Hammett con la que obtuvo escaso éxito editorial. Poco tiempo después de divorciarse, la muerte de su padre le proporciona una pequeña herencia que le saca de apuros y le inspira para escribir La invención de la soledad. Después publica su libro en prosa Espacios blancos. Conoce a la novelista Siri Hustvedt, con la que se casará en 1981. Publica en 1982 El arte del hambre y desde entonces no ha dejado de escribir y publicar.
Lulú en el puente fue propuesta a Wim Wenders, sin que fuese tomada para su realización y ha recibido muy malas críticas y si uno recorre la red buscando referencias, encontrará opiniones muy distintas. Algunos dicen que Auster nunca debió rebasar el límite entre la literatura y el cine, otros califican la trama de absurda, unos pocos más afirman que es una película triste y bella. Yo la encuentro simplemente perfecta por los enigmas que plantea, no es una historia de amor común sino una interrogación sobre los motivos del amor, la importancia del azar y la relatividad de las causas que motivan al hombre. Una historia surrealista que no responde a la lógica del principio de identidad, de no contradicción, del tercero excluido, ni el principio de razón suficiente, porque las almas humanas en su faz más interior y los sentimientos no responden a esos principios.
Nada es nuevo del todo y el arte es, muchas veces, como una serpiente que se muerde la cola. Un bloggero hace notar que la espiga de esta historia parece estar en un cuento de Jorge Luis Borges intitulado El milagro secreto que cuenta la historia de Hladik, un escritor judío que es detenido por los nazis, encarcelado y llevado frente al pelotón de ejecución para ser fusilado. En el medio de cada etapa, él sueña e imagina, pide a Dios le conceda un año para terminar una de sus obras. Entre el trayecto de las balas y su cuerpo, el tiempo se elonga y se hace relativo para concederle el año de vida que a él le hace falta, reescribe su obra, la corrige, para luego encontrar las balas que le darán muerte.
En el caso de Izzy (Harvey Keitel), él recibe en una noche de jazz y alcohol, un disparo que parece truncar su vida, tal y cómo la del futbolista Salvador Cabañas en una noche aciaga en la que nunca se sabrá bien qué sucedió. Incapaz de seguir con su vida, vaga por la existencia sobreviviendo sin meta o propósito, hasta que topa con lo que puede calificarse de un milagro. Primero encuentra una piedra misteriosa que no es otra cosa sino un objeto @, un objeto causa del deseo y objeto plus de goce, cómo se dice en la teoría lacaniana. Es decir, un objeto absurdo que concentra y causa nuestro deseo sin lógica, haciéndonos concientes de nuestra incompletud como seres y de la relatividad del tiempo que nos toca vivir. Luego encuentra a la mujer de su vida, esa con la que todos los hombres sueñan y que pocos encuentran en su camino, una mujer que completa sus sueños y da significación a su vida.
No es posible hablar de esta película en términos comunes, hay que recurrir a Heidegger y a Lacan. Porque, ésta película es filosofía en fondo y forma, pero también movimiento de la imaginación, que no puede ser comprendido sin hacer alusión a los tres registros.
Izzy llega en un punto del filme a hacerse preguntas filosóficas sobre el Ser y el Ente, sobre su existencia y su mundo, sin convencerse del todo de la respuesta descartiana y entrando en la materia de los planteos Heideggerianos ¿Por qué es en general el ente y no más bien la nada? Es una interrogación que se yergue a partir de la posibilidad de su muerte, una pregunta que no se hubiese planteado antes y que muchos no se plantean en absoluto, hasta algunos profesores de filosofía opinan que la filosofía es adecuarse a las necesidades de mercado de la sociedad, cuando el papel del filósofo desde Sócrates ha sido cuestionar su realidad. La pregunta misma sobre el Ser había sido olvidada, desechada, antes de Heidegger, y también la formulación de una diferencia entre ese Ser y el Ente. El Ente es algo específico, el Ser está del lado de la universalidad y del lado de la filosofía en su carácter más profundo, hasta aquí empuja a Izzy el enfrentamiento con la muerte, con el cero y la nada. Él se pregunta después de haber perdido a su amor, justo antes del despertar: ¿Existo? ¿Soy un árbol o una piedra? ¿Un perro o un pájaro? ¿Una buena o una mala persona?
Ese objeto @, éste Macguffin que encuentra uno de los protagonistas de nuestra historia y que buscan desesperadamente los buenos sin importar el costo, es lo que cada quien pueda desear o lo que sea. Simplemente un semblante de sentido y un Santo Grial imposible de conservar o de alcanzar. No es un objeto total sino parcial, aquello que hace vínculo en dos personajes solos, eso que une y hace posible la experiencia del amor, la plenitud y la negación de la castración, que en su forma más determinante se manifiesta en la violencia de la hora suprema.
Entre este hombre y esta mujer, está el cariño improbable del amor eterno, un mirada mediada por un objeto @ que es algo a mantener por ambos, algo que une y convoca. Un signo de amor y una razón para mantenerse juntos. Aquello que en una pareja suele llamarse: nuestro amor, nuestra razón de ser, y que es tan fuerte como frágil a un mismo tiempo. Mientras más sólido más resquebrajadizo, mientras más fantasmático más real. Un engaño necesario que se inscribe del otro lado de la falta del ser. Una vía que se abre al más allá del principio del placer a partir de un símbolo precioso: una piedra que hace gozar. Algo que se puede mirar y colocar, ocultar y volver objeto de deseo para otros, una cosa que va más allá del significante, que se vuelve objeto escópico situado fuera del registro simbólico y se estaciona en lo imaginario, quizás para siempre.
Los buenos aquí son desalmados y siniestros, esto hace que nos preguntemos cómo podrían ser los malos y de qué podrían ser capaces. Los buenos del lado de la ciencia que aquí se llama Dr. Van Horn (Willem Dafoe) pero que también podría llamarse Dr. Menguele o Dr. Skinner, quieren dominar, clasificar y medir, poseer la piedra, ese misterio de luz y sombras, de energía y poder. Por ello, son capaces de torturar y matar. Es un error que esté del lado de unos amantes ingenuos, para ellos ese poder irrefrenable manifestado en una piedra de amor, es peligroso y debe estar a guarda, utilizable para sus propósitos superiores.
Entre estos dos seres que todo parecería separar en lo Real, se encuentra la unión a través del amor: tropezones, sexo, música, momentos, fraternidad y pasión. No coinciden sus edades, quizá tampoco sus intereses, y sin embargo, están hechos uno para el otro para darse luz y calor. La piedra que une sus vidas cambia sus destinos, a ella le haría encaminarse al éxito, a él a la felicidad, sin embargo, esa misma fuerza les arrastrará a la tragedia. Freud decía en la Traumdeutung que todos los personajes del sueño representan al soñante, si la historia es un sueño, es el infierno mismo de Dante, atiborrado de círculos con pecadores de distintas clases.
Él es un roble añoso y enfermo, ella una rosa en flor algo herida, pero ambos se complementan en aquello que puede llamarse Gloria, Paraíso o tal vez, Abismo. Se reconocen enseguida, se convierten en almas gemelas merced al secreto de la Piedra, esa que flota siempre entre los amantes verdaderos, así como también les da comezón la pregunta: ¿Es el azar o el destino lo que los ha unido? La respuesta aquí no importa, nadie la tiene, lo que interesa es el fuego de la llama del deseo. La Piedra es una caja china, también una caja de Pandora.
Izzy ya perdió un pulmón en la balacera, pero está dispuesto a ceder la vida con tal de proteger a su amada, primero la niega, luego la menosprecia, se trata de no mostrar sus sentimientos, de conservarla a salvo, de dejarla fuera de la crueldad de los buenos. Ellos quieren la piedra sobre los seres humanos, sin saber que la piedra misma es producida por los seres humanos, es producto de su decisión y su fuerza, del encuentro de sus miradas y de la fuerza de su imaginación. La piedra es efectiva y real, pero también es virtual… una realidad virtual, del lado del fantasma y negando la grieta de la realidad y diciendo no a la muerte, a la separación de los cuerpos, a la soledad. Es un recurso a la vida, fincado en el instante y en la luz del relámpago del disparo. Celia se sacrifica por Izzy, su cariño está sobre su bienestar, sobre su tranquilidad y su vida. Podría entregar la piedra, pero prefiere hundirse en el río. Su sacrificio es la máxima ofrenda de amor que puede realizar. Lulú perece en el puente, quizá el puente entre la vida y la muerte, entre el amor y el desamor. El secreto está a salvo, un verdadero amor no puede ser disecado y va más allá de lo material, su fuerza consiste en lo inefable. Ovidio, Kierkegaard y Kinsey se equivocan, el amor no se agota en la didáctica, la seducción o la medición.
Izzy ha imaginado que la vida le sonríe en el momento exacto de su muerte, y en ese camino, no ha podido sostener la dicha de su Blancanieves, de su Encantada, porque la felicidad puede vencer a la envidia y el odio, pero no puede perdurar frente a la pulsión de muerte.
El final horrendo se resuelve en un desenlace verdadero menos pavoroso (al menos, así parece, aunque la vida sin amor no es menos espantosa), todo ha sido un sueño y el sueño no es más una pesadilla, no es real. Cómo dice la canción: Lo que no fue no será, todo fue una fantasía, los pecados de Izzy pueden ser perdonados, el infierno tampoco existe… Sólo la muerte es real, gracias a Dios.