Madres e Hijas como figuras de lo ominoso.
María Fernanda García Rojas Alarcón
Mi madre está muerta
La conservo como las lágrimas
que no puedo verter.
Anise Koltz.
[1]
A lo largo de mi experiencia como psicoterapeuta me ha inquietado el devenir de las mujeres. Desde luego mi género me implica, ser hija y madre de dos hijas, pero además la afluencia en mi consultorio de mujeres adolescentes y adultas que presentan distintas manifestaciones del inconsciente. Mi trabajo clínico ha dejado intuiciones y dudas que hoy pretenderé responder de modo provisorio.
Un aspecto fundamental que he observado en el mundo de algunas mujeres es la búsqueda de la imagen de sí mismas. Alucinante fenómeno de enajenación donde las mujeres, de una u otra forma, se ven atrapadas e invierten gran parte de su libido. Como preguntándose siempre algo que no terminan de contestarse jamás, una moneda echada una y otra vez al aire y cuyo resultado no convence.
Nada más extraño que atestiguar de espaldas la imagen de dos mujeres en apariencia idénticas: (por ejemplo) pelo rubio pintado, alaciado, delgadez extrema, pantalones ceñidos, blusa escotada y tacones demasiado altos. Nos acoge la
duda de si estamos en presencia de “dos gemelas, o dos hermanas, la mayor y la menor, o no, ¿tal vez sean madre e hija?” Al girar el rostro de ambas se nos aclara el panorama y hacemos juicio de realidad. Son madre e hija, emulándose: “
Espejito espejito…”
Este aspecto de la identificación imaginaria en el mundo femenino nos enfrenta a varias preguntas:
- ¿Cómo se estructuran y qué distintas formas discursivas encuentran las mujeres en los caminos de la apropiación del falo?
- ¿Qué maneras de ser, hacerse y estar de las madres, favorece o no la subjetivación?
- ¿Qué implica, en el desarrollo de las niñas, la larga estancia en la diada libidinal con la madre y el posterior cambio de objeto de amor?
Veamos qué advirtió Freud. En 1931
[2] sostiene que a diferencia del varón, en la niña existe una duración de la ligazón-madre que llega bien entrado el cuarto o quinto año y que por tanto abarca la parte más larga, con mucho, del florecimiento sexual temprano. “Más aún: era preciso admitir la posibilidad de que cierto número de personas del sexo femenino permanecieran atascadas en la ligazón-madre originaria y nunca se produjera una vuelta cabal hacia el varón.” Admitía que la fase preedípica de la mujer alcanzaba una gran significación y que parecía necesario privar el carácter universal al Complejo de Edipo como núcleo de las neurosis.
Sostiene que esta fase con la madre “…deja conjeturar un nexo particularmente íntimo con la etiología de la histeria… y ambas, la fase y la neurosis, se cuentan entre los caracteres particulares de la feminidad, además de que en esa dependencia a la madre se encuentra el germen de la posterior paranoia en la mujer… la angustia… de ser asesinada (¿devorada?) por la madre.”
[3]
La madre devoradora es un fantasma arcaico descrito también por Melanie Klein como la angustia femenina más profunda debido a la dependencia total frente a la madre omnipotente. La presencia y la ausencia de la madre va haciendo representaciones y se pasa al reino de la fantasía. Pero ante la posibilidad de la separación aparece la ansiedad de fusión. Momento de aporía: Devorar o ser devorada. Aquí entran en juego las formas de apropiación y el control del objeto deseado y es este momento de la posición depresiva de Melanie Klein. Dice Freud que a menudo “esta angustia frente a la madre se apuntala en una hostilidad inconsciente de la madre misma, colegida por la hija”
[4] y que la intensa ligazón de la niña pequeña con su madre debió de haber sido muy ambivalente y justamente por eso, con la cooperación de otros factores, habrá sido esforzada a extrañarse de ella”
[5].
Winnicott y Lacan
[6] nos esclarecen también este momento fundante del sujeto con el tema del narcisismo y la función del espejo. Lacan plantea que en el
Estadio del Espejo se da la identificación imaginaria, se asume una imagen intuitiva total del cuerpo y de la relación de ese cuerpo con la realidad circundante. En este punto (segundo tiempo del estadio) “el sujeto se ve duplicado: se ve como constituido por la imagen reflejada, momentánea, precaria, del dominio, se imagina ser humano sólo a partir de que se imagina”.
[7] El infante anticipa imaginariamente la forma total de su cuerpo por medio de una identificación y establece el primer esbozo del yo, que será tronco de las identificaciones secundarias.
Esto gracias a una madre cuya mirada y cuyo rostro, diría Winnicott, lo mira, “le devuelve al bebé su persona”
[8], lo narcisiza.
Esa imagen total será una imagen en disparidad pues su posibilidad de desenvolvimiento infantil es muy distinta a aquella del espejo.
Aparece la madre que sostiene el deseo, que ofrece el seno y la leche, que procura la vida, pero también ofrece con ello la cultura y desarrolla la capacidad del deseo. El infante necesita del amor, sentirse deseado, único; necesita que la madre sea capaz de donarle un mundo nuevo. El rostro de la madre que lo mira, le permite a éste verla y verse a sí. La constitución de nuestro propio rostro imagen, dependerá del rostro de la madre. La mutualidad define: “yo soy porque ella es”. El “complejo del semejante” tendrá aquí su materia prima.
El reconocimiento de la madre en un “ése eres tú”, deriva en un “soy yo”. Pero aquí, la lectura que hace Lacan de Freud en relación con la doble raíz libidinal de la mujer deja claros varios elementos. La sexualidad femenina enraizada doblemente, en un primer amor al Otro inigualable de la prehistoria omnipotente, y posteriormente al amor por el padre.
“Las hijas nunca fueron
las verdaderas novias de su padre
Las hijas fueron en un inicio
novias de su madre
Después novias de cada uno de ellos
bajo una distinta ley.”[9]
El lazo con la madre se resignifica cuando la niña entra en el “Complejo de Castración” y en tal imagen lo decreta “como un hecho ya consumado”
[10] lo cual obliga a una relación más directa que el hombre con esta falla en el Otro. El momento fundante de la identidad imaginaria donde la madre dice “ése eres tú” y el infante dice “soy yo”, trae aparejado el trazo o el rasgo unario, que es el signo de reconocimiento de la madre a su hijo como un ser deseado y diferente. Es el precursor del Ideal del yo. En este momento las mujeres quedarían con el trazo incompleto. En este momento se da el “no ser” de la mujer, ya que “no toda” queda sujeta a la ley edípica del padre y permanece en un lazo de dependencia originaria con la madre. “No toda” se sujeta, por decirlo así, al significante fálico. Queda una vertiente libidinal atada a su madre.
“Allí donde el significante fálico se deshace… dejando al sujeto sin recursos en un mundo sin referencias en los que los límites y las formas se disuelven… Fragilidad de la identidad de la mujer, falta de un trazo que la defina, siendo
no-toda determinada por la ley fálica del padre. La no destitución del Otro de su posición ideal fálica, omnipotente, provoca en la mujer estar sujeta al goce materno cuyos efectos son devastadores.”
[11]
La famosa frase de Eva a su madre en la película “Sonata de Otoño” de Ingmar Bergman: “¿Mamá, es mi dolor tu placer secreto?, hace referencia a ese goce
en y
con la madre.
Estas conjeturas de la ligazón de las hijas con sus madres, permiten que Lacan llegue al concepto del “
ravage”
[12], traducido como estrago o devastación. Es un lazo persistente de una mujer con su madre originaria, capaz de sometimientos o ahogamientos psíquicos. Esto se refiere a la madre bárbara preedípica y “el peso de esta madre real se correlacionará con su omnipotencia, a la cual las mujeres son más sumisas pero con la que el individuo no terminará jamás de desligarse”.
[13]
En la clínica he observado que cuando hay un duelo (por ejemplo, la menarca, la maternidad, una separación o un divorcio, la viudez, la partida de los hijos) existe la posibilidad regresiva de que emerjan fenómenos ominosos.
Para ilustrarlo, valga un ejemplo clínico. Raquel es una mujer en sus treintas que ha anhelado mucho un embarazo. Al tener a su primera hija y pararse junto a la cuna siente que la observa el espectro de una mujer asesina detrás de la puerta. Cuando elaboramos, durante varias sesiones, la posibilidad de que la asesina fuera su propia madre y con ello, ella misma, esta fantasía paranoide dejó de presentarse. Figura de la identificación proyectiva que confunde lo propio y lo ajeno.
En la Antigüedad, a la Madre con la Hija se les veía como una imagen de fusión o unidad de la mujer fértil y de la virgen doncella (en plural
Deméteres, las Deméter), que sin embargo quedaba como
una misma representación de dos edades de la mujer.
[14] A la Madre con el Hijo varón sí se les reconocía como dos entidades separadas (en el hijo encontraba la madre a su Otro).
[15] Es decir, que esta unión primigenia de madre e hija era vista como
UNO en plural.
Para seguir con nuestra argumentación, la relación
Madre/Hija devendrá en
madre e hija como identidades separadas gracias a la interdicción paterna. No obstante, el vínculo entre ellas estará siempre jaloneado hacia el Hades o el Más Allá, hacia la indiferenciación; encadenado por la dificultad de enjuiciar la identidad y procurar la diferencia. La
con-fusión con la imago donde el yo se colapsa y aparece la duda entre lo propio y lo ajeno.
En suma, la madre se ofrece como un yo reconocido,
a posteriori, fuera de mí, pero en un inicio el espejeo materno hace de mirada y con ella la comparación, lo diferente, lo compartido entre madre e hija es un territorio especular inabarcable. Toda la fantasía materna estará al servicio de ese cuerpo listo para significarse. El fenómeno especular -de la identificación imaginaria- entre madre e hija toma una fuerza, digamos que se integra un enigma narcisista en el terreno de la identidad ulterior.
Freud nos enseña en “Lo ominoso”, que se trata de “…la aparición de personas que por su idéntico aspecto deben considerarse idénticas y el acrecentamiento de esta circunstancia por el salto de procesos anímicos de una de estas personas a la otra… de suerte que una es co-poseedora del saber, del sentir y el vivenciar de la otra. La identificación con otra persona hasta el punto de equivocarse sobre el propio yo o situar al yo ajeno en lugar del propio… Y por último, el retorno de lo igual, la repetición de los mismos rasgos faciales, caracteres, destinos, hechos criminales, y hasta los nombres a lo largo de varias generaciones.”
[16]
La estructuración psíquica – junto con los fenómenos ominosos que acarrea – son los precursores de la conciencia moral que derivará en Yo ideal, Ideal del yo y en el Superyó, como escisiones del yo (doble) que no necesariamente se reprimen junto con el narcisismo inicial.
Una instancia así, que trata como objeto a parte del yo, hace que en la clínica observemos el vínculo madre/hija plasmado, por ejemplo en el cuerpo, en el acto de comer o no comer (trastornos de alimentación), en las relaciones de sumisión o de las escisiones del yo. Como si ese cuerpo fuese otro (semejante) pero no un sí mismo.
Las voces maternas del superyó que escuchamos como
dictums y sentencias del destino de las hijas, de lo que tienen y deben de hacer son un ejemplo claro del Doble, ominoso, portador del destino y de la muerte.
Como ejemplo, una paciente me decía: “Vengo muy angustiada porque mi madre se enteró que estoy saliendo con Raúl. Como ella
sabe de antemano que nuestra relación no va a funcionar, estoy convencida de que vamos a fracasar.” Aquí rompe en llanto, para concluir entre sollozos: “Y yo anhelaba tanto estar con él!”
Ahora bien, “en la relación madre e hija el uso de la identificación como modo prevalente de relación ocurre sin límite… el espejeo infinitamente repetido de la identificación proyectiva pone el sello de un vínculo entre madre e hija de dimensiones femeninas y maternales condensadas… la madre inconscientemente proyecta a su propia madre o a su hermana en su hija …”
[17] (y yo agregaría que se proyecta también la madre misma). Podemos señalar también que el sentido de identidad de una hija se consigue por una mezcla sutil de compartir y escindir con respecto a la madre… y como cada madre ha sido hija y cada hija será tal vez una madre, la mezcla materna y femenina va y viene. A fin de cuentas, toda madre es hija de su madre.
[18]
La trampa especular de la comparación; lo igual, lo distinto, más o menos que; aquello que es indisoluble desde su origen con lo siniestro y el doble; hacen que todo este bagaje se acarree en la suma de las ulteriores etapas psicosexuales. A tal complejidad debida al fenómeno especular femenino en la diferenciación subjetiva, tendremos que atender la diferenciación sexual posterior.
El descubrimiento freudiano del yo inconsciente hace que las certidumbres terminen y muestran a un sujeto constituido por algo que no puede saber y excéntrico respecto de su yo. No podemos negar que aquellas primeras mociones libidinales poseen una intensidad superior a toda las posteriores, y en verdad puede considerarse un punto de fijación inconmensurable.
La hija quedará libidinalmente atada a la imago materna, a pesar de la metáfora paterna posterior y con una pregunta inefable siempre abierta en relación con su identidad. Se orientará en el firmamento de esos destellos imaginarios pero permanecerá la duda constante: ¿Dónde empiezo yo y dónde acaba ella?
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
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Winnicott, D. (1999). Papel de espejo de la madre y la familia en el desarrollo del niño. En
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[1] Koltz Anise. Cantos de rechazo. Hiperión, España, 1998.
[2] Freud Sigmund, “Sobre la Sexualidad Femenina” (1931), O.C. Tomo XXI: Amorrortu, Argentina, 1976. p. 228.
[3] Ibid, p. 229.
[4] Ibid, p. 239.
[5] Ibid. p. 236.
[6] Winnicott en “Papel del espejo de la madre y la familia en el desarrollo del niño”. Y Lacan en “El Estadio del Espejo como formador de la función del yo”.
[7] Lacan en el Seminario XI, 1964. “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”. En Roland Chemama. “Diccionario del Psicoanálisis”, p. 137.
[8] Winnicott en “Papel del espejo de la madre y la familia en el desarrollo del niño” en
Realidad y Juego, p. 155.
[9] Adrienne Rich, “Sybling Mysteries: Dreams of a common language.” NY: Norton, 1978.
[10] Freud Sigmund, “Conferencia 33: La feminidad” (1932), O.C., vol. XXII: Amorrortu, p.117.
[11] Lauret Monique, “Le sujet et la toutte-puissance maternelle”, en Figures de la Psychanalyse No. 22. p. 31. France, 2011.
[12] Lacan Jaques. “El Seminario”, Libro 5. Paidós. Argentina, 2011.
[13] Lauret Monique, “Le sujet et la toutte-puissance maternelle” Op. Cit. p. 21-22.
[14] Esto me recuerda el cuadro de Gustav Klimt “Las tres edades de la mujer o de la vida”.
[15] Loraux Nicole, “Historia de las Mujeres.” Tomo I. La Antigüedad ¿Qué es una diosa? La Madre, la Hija, en Georges Duby y Michelle Perrot,
Historia de las mujeres en Occidente, 5 vols., Taurus Minor/Santillana, Madrid, 2000. p. 74.
[16] Freud Sigmund, “Lo ominoso” (1919), O.C. Tomo XVII: Amorrortu, p. 234.
[17] Guignard, Florence. “Maternity and Feminity: sharing and splitting in the mother-daughter relationship”, p. 107-108. En: “Motherhood in the Twenty firts century” Edited by Alcira Marian Alizade. Karnac, NY 2006.
[18] Como la imagen de la muñeca rusa “matrioska”, que contiene una igual dentro de la otra. Es una especie de imagen fractal o
droste, recurrente, que se contiene en sí misma hasta el infinito.