Por qué somos lo que somos. De psicólogos a psicoanalistas a pesar de la UANL
Reseña
Julio Ortega Bobadilla
«La historia que vengo de reseñar es no sólo fragmentaria sino sesgada, cuanto lo puede ser una historia en la que uno mismo es o ha sido parte.»
David C. Flores
Flores Palacios, David C. Por qué somos lo que somos. De psicólogos a psicoanalistas a pesar de la UANL. Edición Privada. Monterrey, N.L. Octubre de 2001.
Comencé a leer el libro de David, mitad crónica histórica y mitad biografía, con entusiasmo y a las pocas páginas interrumpí su lectura. Algo de desazón había causado en mí, ese relato tan directo y sencillo, que describía el difícil panorama de formación de un psicólogo, que hace treinta años, inició el camino para convertirse en psicoanalista. Nuestro colega y amigo Rodolfo Álvarez del Castillo me lo había hecho llegar por correo sin mayor explicación y pidiéndome que lo leyera.
No sabía exactamente qué, pero me había causado enfado algo que no supe definir, hasta que retomé su lectura. Creí que había sido el carácter modesto de la publicación. A lo mejor, la falta de una revisión en galeras más cuidadosa que hiciese más elegante la presentación del pequeño libro. Quizá me había molestado el hecho de que la obra aparecía casi como un folleto y que al buscar la editorial encontré la misteriosa referencia: Edición Privada. Tal vez, me pareció un poco jactanciosa la dedicatoria que, al principio, abría fuego casi contra el lector: «a quienes no temen a las verdades, a mis amigos».
Mi mujer, más joven muchos años, lo encontró en mi escritorio y lo sorbió como si se tratase de un solo trago. Ese hecho me intrigó y me hizo preguntarle qué le llamaba tanto la atención del texto. La respuesta me sorprendió sobre manera: «Estoy leyendo tu historia». Repuse que seguro estaba bromeando, porque yo no conozco a David y su relato tiene como escenario geográfico la ciudad de Monterrey y más precisamente, la Facultad de psicología de la UANL. Pero tengo que reconocer que tenía razón.
A través de la segunda lectura, empecé a reconocerme en esas páginas. Las palabras del texto fluyeron entonces como si se tratase de un relato atropellado de hechos, contado con emoción y en secreto a un amigo. Recordé esos años 70’s en que estudié bajo la égida del conductismo en la Facultad de Psicología de la UNAM. Vino a mi memoria la huelga de los estudiantes que duró casi un año -mayo a noviembre de 1977-, en protesta por la deficiente educación en una psicología supuestamente empírica, que enseñaba de todo y no preparaba a los alumnos para nada. Los laboratorios fueron cerrados por los alumnos descontentos y las pobres ratas, lamentablemente, murieron por falta de atención (¡R.I.P. a más víctimas del conductismo!). Circulaba entonces, en broma, el dicho de que la Facultad de Psicología había cambiado espontáneamente el lema de nuestra UNAM por la invocación: «Por mi rata, hablará el estímulo». Resonó en mi cabeza, el estribillo que un compañero había escrito para acompañar el corrido de la Facultad: «Que refuerza. que refuerza. Sí .. Que refuerza que refuerza. No .» Repasé en mi memoria esas clases inútiles de Pensamiento y lenguaje, Evaluación psicológica, Estadística, Métodos de investigación, que poblaban nuestros abarrotados horarios con saberes inservibles a la hora de enfrentar la clínica con los pacientes. Quizá ese currículo existía, porque en el fondo esos maestros anticipaban que los psicólogos no estarían jamás y de ninguna forma capacitados para ver un paciente, dejando ese trabajo a «verdaderos» profesionales como los psiquiatras. Fueron años aciagos en que me cuestioné el por qué no había estudiado una carrera útil como medicina, a pesar del rechazo que me causaba mi figura paterna, y encaminado mis pasos por ese recorrido hacia el psicoanálisis.
Reconocí después con calma, muchos de los nombres de gente que fueron sus maestros y los identifiqué con mi propia genealogía: la blanca y generosa Marie Langer, el siempre inquieto Fernando González, el nebuloso doctor Braunstein, etc. La sucesión de nombres era muy parecida a la de mis maestros y en su historia aparecían también algunos colegas con los que más tarde establecería una relación cercana.
Los recuerdos se agolparon en mí: el deseo de combinar la política marxista con el psicoanálisis, el aprendizaje y recitación de la althusser iana Psicología, Ideología y Ciencia, las primeras lecturas desconcertantes y maravillosas de Freud, un señor que según mis maestros de la Facultad era poco científico, caduco y aburrido, pero que ofrecía más preguntas y respuestas que cualquier autor de psicología contemporánea. Y después, las primeras experiencias de terapia, la lucha por conseguir los textos que no estaban en ninguna biblioteca, la compra de los primeros libros de psicoanálisis, el pago de los seminarios a los analistas argentinos, el entusiasmo de noches enteras de estudio y discusión, etc.
Comprendí que se trataba, si no de mi propia historia, de una que se acercaba a la vivida por mí, en muchísimos puntos. De ahí el por qué, de mi irritación inicial. Muchos fantasmas se removieron con esas letras en mi inconsciente. Hechos lejanos ya en el tiempo, pero cercanos a la memoria. Las heridas de algunas de esas reyertas no han cerrado del todo y aún duelen al ser tocadas: las dificultades económicas y de búsqueda de formación para estudiar psicoanálisis, los enfrentamientos con el saber académico de la Universidad, las fascinaciones con maestros que después desilusionaron, la marginación que como psicólogo sufrí en los diferentes lugares de trabajo, la cruzada por el reconocimiento del compromiso teórico y clínico.
En la medida de que leía más páginas, me fui sorprendiendo de que conservase un estilo tan directo para narrar sus aventuras y desaventuras. Había escogido una forma confesional, luego supe que se trataba de una carta dirigida a los alumnos del IFAS-Monterrey que no alcanzó su destino. En cierto modo, estaba frente a una «carta robada» que pese a sus críticas agudas al afrancesamiento de ciertos analistas, tenía todas las características de un discurso oral vuelto significante (como el del mismísimo Lacan), ahora a disposición de quien quisiera recogerlo.
Me llamó la atención, el recuento de autores y referencias formativas: Roustang, M. Klein, pero también Balibar yFoucault . Lo que más me sorprendió, es que yo había tenido -hace muchos años- cuál tesoro invaluable, la edición de la revista IMAGO que Rodolfo y él fundaron. Recuerdo haberla hojeado, una y otra vez. Luego, pasó de mano en mano entre mis amigos con la idea de que era una carta (¡Otra!) que llegaba a su destino, nos interpelaba y animaba a seguir adelante hacia el camino del psicoanálisis.
Finalmente el mundo es un pañuelo. Los extremos siempre terminan por tocarse y esta vez el contacto ha sido eléctrico. A mi recuerdo, también acudieron muchos compañeros dejados en el camino, algunos que por propia decisión siguieron otras rutas, otros que se desanimaron ante tantos obstáculos, unos más – ¿Por qué no decirlo así? – víctimas del psicoanálisis, que descubrieron su propia locura y se embrujaron con ella.
David se había decidido a poner por escrito algo que muchos no nos hemos atrevido a hacer: el relato de una campaña que aún no termina. Lo ha hecho con generosidad y conocimiento, pero sobre todo con pasión. Quizá algunos lectores juzgarán que con demasiada pasión, porque uno no puede concordar del todo con sus opiniones sobre las instituciones analíticas, la formación del analista y su evaluación del saldo dejado por el lacanismo. A él no le impactó tan profundamente su lectura de «Jacques el fatalista», como a mi generación, fue la diferencia que nos decidió a partir en un barco que parecía zozobraría en cualquier momento, pues no ofrecía más garantía que la razón del «deseo de ser analista». Disiento de su opinión cuando afirma que la clínica no importa a los lacanianos y menciona, como de pasada, que su formación adolece de seriedad. En ese juicio pagan justos por pecadores y se confunden posturas éticas e intelectuales, con otras que deben -simplemente- clasificarse de iatrogenia y estafa. Es cierto, la figura de Lacan pesa mucho a algunos de sus seguidores, los imitadores abundan y hay algunos que se han identificado con el maestro al punto del delirio.
David tiene la valentía de tocar un asunto delicado que es el de la impostura y la autorización como analista, tema que ocasiona posturas encontradas entre diferentes interesados que han entrado en la discusión. Pero, es sólo incidental ser analista para estar al corriente de que hay una diferencia entre contenido manifiesto y latente, no todos lo que se afirman como analistas lo son en realidad. No existe una legislación sobre nuestra profesión y tampoco es deseable que la haya. Quienes se acercan hoy al análisis como alternativa profesional y vital, seguro tendrán más valor para vencer los obstáculos transferenciales, y formular a sus maestros las preguntas que nosotros callamos acerca de su formación e intereses, a fin de, juzgar si están o no capacitados para encaminarlos en esta profesión imposible. Los que escogen el camino institucional saben a qué atenerse porque hoy existe más información sobre las perspectivas y proyectos de las sociedades analíticas. Hace poco encontré a un amigo al que no veía hace tiempo, ha recorrido varios divanes y se quejó amargamente de las sesiones cortas, los analistas que usan el teléfono para hacer sus sesiones, la llamada clínica de la efectuación, etc. Es conveniente, no fiarse del relato de una cura a partir del dicho de los pacientes, pero en su lamento, lo que más me llamó la atención era la insistencia por tocar siempre las puertas de un mismo vecindario en nombre de buscar un verdadero análisis. El poder de la transferencia hacia un analista, un maestro, o una teoría, no justifican cometer varias veces el mismo error, eso se llama -más bien- compulsión a la repetición.
Hay inexactitudes en su libro, yo he captado al menos tres importantes y no es tan primordial señalarlas, como dar cuenta de que su crónica está comprometida con un punto de vista. En su crítica al lacanismo, toma lo accesorio por fundamental. No creo que ningún estudioso serio de Freud pueda atribuir a Lacan lo que éste dice y viceversa. Hay, evidentemente, diferencias entre ambos discursos. A mí no me parece haya una oposición evidente entre el espíritu de ambas disposiciones, opino también, que la historia reciente del psicoanálisis nos ha obligado a ser más humildes y aceptar las diferencias teóricas hasta cierto punto, amén de reconocer que el trabajo serio se realiza dentro y fuera de las instituciones analíticas.
Creo, al igual que David, que Freud no ha sido desplazado. Nos debemos a su discurso. Las críticas en dirección a invalidar sus afirmaciones como producto de una época no me parecen válidas. La historia del hombre corre muy lentamente y aunque algunos incomode, vivimos en lo esencial en el mismo período histórico en que vivió Freud. Soy de los que piensan que los capítulos de nuestra fábula deben contarse por milenios, no por decenios o cientos. Aún existe discriminación política y económica hacia la mujer, la igualdad tan pregonada no se ha alcanzado y Lipovetsky ha reconocido el hecho públicamente. Estamos lejos aún de la tercera mujer. La envidia del pene y el complejo de Edipo no son más que metáforas que muestran la importancia de la diferencia de los sexos, el enigma que nos representa la sexualidad y la pervivencia del patriarcado en las sociedades modernas. Hoy algunos analistas afirman que Edipo no tuvo complejo de edipo, las aseveraciones en esta dirección esquivan el hecho de que, finalmente, nos encontramos frente a un mito y no una verdad histórica.
El autor de este libro, en sus críticas hacia el lacanismo capta algo fundamental: el empuje del sujeto a hacerse de ídolos, de confundir la ciencia con la religión. Pero este asunto no es privativo de ninguna escuela de pensamiento, lo vemos repetirse en la filosofía y en multitud de otros discursos. El desamparo fundamental del hombre busca refugio bajo cualquier paraguas. La diferencia angustia y la búsqueda de una razón común consuela. Existen multitud de trabajos en el campo lacaniano que sólo buscan complacerse en la exégesis de la palabra del maestro, quien encuentra la cita adecuada gana puntos para su argumentación. Todo esto es para David completamente estéril y concedo base a sus críticas.
Freud es la culminación de un camino filosófico que inicia en Kant, prosigue en Schelling y pasa después por Schopenhauer, Kierkegaard, y Nietzsche, en el que se demuestra la fragilidad del estatuto de la razón. Sin embargo, pareciera que sus mismas investigaciones le conducen a tomar por el sesgo inesperado del estudio del sin – sentido (la locura, los actos fallidos, el síntoma y el sueño), nuevamente el camino de la razón.
El deseo se convierte en pivote último de todo devenir y a él se remiten todas las antes consideradas fracturas de la conducta humana, la razón parece así, entrar de nuevo por la puerta de atrás. Sin embargo, en el mismo Freud existe una resistencia a cerrar la puerta a lo incógnito que aparece en el llamado ombligo del sueño y su empresa interpretativa no parece cerrarse en una hermenéutica, el determinismo absoluto, o la verificación de constantes completamente universales. El psicoanálisis es un instrumento de pensamiento, no una doctrina cerrada a la palabra de un profeta o de un Mesías.
Agradezco a David el esfuerzo de abrir para nosotros su memoria. Su relato tiene, entre otros méritos, el valor de registrar la importancia que tuvo para el movimiento psicoanalítico nacional la labor heroica de quienes fundaron el Círculo Psicoanalítico Mexicano en un esfuerzo por acercarse a Freud y su discurso, sin pedir permiso a las instituciones llamadas oficiales. Resalta en su crónica, la importancia del exilio argentino y uruguayo, los nombres de esos colegas son muchos y hacerles justicia es importante porque cambiaron el panorama nacional ampliando las alternativas de formación analítica y extendiendo el radio del psicoanálisis en la sociedad mexicana. Menciono sólo algunos nombres más que me vienen a la memoria y me disculparan los colegas de esa ola revitalizadora, si no ven aquí sus apellidos: Ignacio Maldonado, Leonardo Zack, Mara Lamadrid, Berta Blum, Diego García Reynoso, JaimeWinkler, Rubén Musicante, Ma. Eugenia Escobar, Gloria Benedito, Graciela Rahman, Marcelo Pasternac, Estela Maldonado, Miguel Matrajt, Enrique Guinsberg, Lidia Fernández, Aída Dinnerstein, José Perres, R. Foladori, Leda Datz, Daniel Gerber, Juan Carlos y Esperanza Plá, Fanny Blanck-Cereijido, etc.
Encontré también, una crítica abierta no sólo a la forma en que se enseñó la psicología un cuarto de siglo atrás, sino a la manera en que suceden las cosas, actualmente, en las escuelas de Psicología de nuestro país, en dónde se enseñan materias como: Inglés, desarrollo de habilidades del pensamiento, computación, lectura y redacción, psicobiología, psicología política, procesos psicológicos básicos, etc. No son innecesarias, pero sí insuficientes, para preparar al psicólogo clínico para hacer su trabajo. El currículo del estudiante de psicología actual, adolece de los mismos defectos del que en su momento enfrentó David: parcialidad de la enseñanza, acumulación de saberes inútiles, falta de preparación filosófica e histórica en su disciplina, tendencia a la improvisación, etc. El horrendo panorama no es producto de un complot médico o de oscuros intereses que quieran hacer del psicólogo un futuro candidato al desempleo: los psicólogos y los estudiantes de psicología son también responsables de su miseria. Entiendo en este contexto, que su libro no haya sido publicado por ningún colegio de psicólogos, alguna Facultad o Universidad. Esta historia no interesa a la mayor parte de quienes hacen psicología en nuestro país. Es triste, pero completamente cierto. Me cuentan mis alumnos psicólogos que en una materia tan importante como Teoría del Conocimiento lo más que leen es resúmenes de Bunge y Nagel, que el maestro considera una pérdida de tiempo revisar a Descartes y a Kant, ya no digamos Bachelard o Heidegger. Hay quienes quieren convertir la psicología en un oficio de tontos.
Ojalá que muchos jóvenes psicólogos pudiesen leer este texto, creo que está dirigido con cariño a las futuras generaciones que ahora mascan en clase los videos de M.A. Cornejo, memorizan como si fuese la biblia el DSMIV-R, se emboban copiando sus trabajos del Internet, y aprenden cosas como neurolingüísitica, sexología, gimnasia mental o psicología de la guestalt (escrito así, por sus mismos apóstoles). Les dirá que toda esa roña puede esquivarse y que se debe buscar una formación más seria, si verdaderamente están dispuestos a dedicar tiempo y esfuerzo, para verse a la altura del compromiso que representa tratar un paciente. Lamento que la edición sea tan doméstica y pueda no trascender de los ejemplares que están circulando.
Creo que el gesto de David, debe motivarnos para investigar más acerca de la historia de nuestra profesión y escribir nuestras propias vivencias. No sé si yo me atrevería en este momento a hacer tal cosa, me molestan todavía demasiadas piedras en el zapato y tengo otros pendientes. Creo que para escribir un libro como éste, se necesita haber hecho cuentas con el pasado a la manera de un final de análisis. En este sentido, la espontaneidad con que está escrito, la comprendemos como una forma de asociación libre.
Quedan muchas dudas sobre su recuento y el desarrollo del psicoanálisis en nuestro país, creo que David no tuvo la ambición de escribir una historia completa, sino una microhistoria. La humildad con la que asumió su trabajo tenemos que agradecerla por partida doble. No se trata de la verdadera historia del psicoanálisis sino de la historia que él vivió. Así nos la ha ofrecido y su singularidad la hace extremadamente valiosa.
No sé si he cumplido con los requisitos de una reseña. Lo mejor es que el lector decida por su cuenta si está, o no, de acuerdo con mis apreciaciones.