Reflexiones acerca de la violencia fascista, Auschwitz y los nuevos nazis

Reflexiones acerca de la violencia fascista, Auschwitz y los nuevos nazis Carlos Fazio En Elogio de la desobediencia, Rony Brauman y Eyal Sivan ¾guionistas del filme Un especialista: el juicio de Eichmann en Jerusalén (Francia, 1999),[1] describen al ex teniente coronel de la Orden Negra (SS) nazi como «un burócrata criminal (…) meticuloso a ultranza…


Reflexiones acerca de la violencia fascista, Auschwitz y los nuevos nazis

Carlos Fazio

En Elogio de la desobediencia, Rony Brauman y Eyal Sivan ¾guionistas del filme Un especialista: el juicio de Eichmann en Jerusalén (Francia, 1999),[1] describen al ex teniente coronel de la Orden Negra (SS) nazi como «un burócrata criminal (…) meticuloso a ultranza (…) organizador metódico y sacrificado, que se consagró por completo a su trabajo con un interés ilimitado y una lealtad a toda prueba».

 De 1941 a 1945, desde su alto cargo «administrativo», Eichmann «organizó la reunión, depuración, evacuación y luego transferencia» hacia diferentes campos de concentración y exterminio, del «material biológico» que le había sido confiado (judíos, polacos, eslovenos y gitanos), como engranaje de una cadena de producción de una industria de muerte masiva. Fue una suerte de jefe de logística de la «solución final» del problema judío y otras minorías consideradas como «parásitos», «insectos nocivos», «ratas» o «piojos» por el régimen del Tercer Reich; él distribuía con exactitud y el «justo a tiempo» (just-in-time), las «piezas» o «mercancías» que salían en vagones del sistema concentracionario nazi en un viaje hacia la nada.

 El 11 de mayo de 1960, tres lustros después de la liberación de Auschwitz ¾símbolo de la Alemania hitleriana¾, Otto Adolf Eichmann fue secuestrado en Buenos Aires por un comando israelí. Trasladado a Israel, fue juzgado en abril de 1961 y después de treinta y dos sesiones condenado por crímenes de guerra y genocidio. Ante el tribunal, Eichmann se declaró inocente. Asumió la posición de un especialista que «no pensaba» y sólo recibía órdenes. Se presentó como una simple «rueda de transmisión», un «instrumento» al servicio «de fuerzas superiores», que nada podía hacer ni decir «contra las directivas dictadas desde arriba»; «un burócrata infatigable, respetuoso ante todo de la ley y de la jerarquía», que se limitó a actuar con «responsabilidad» y a aplicar de manera sumisa «soluciones técnicas» a los requerimientos que bajaban por la cadena de mando.

 El jefe de la división B-4 de la cuarta sección de la Gestapo representó el papel de víctima pasiva de un aparato «monstruoso», para emplear la terminología de Günter Anders en Nosotros, los hijos de Eichmann.[2] La misma palabra utilizada durante el juicio por el propio Eichmann al aceptar, finalmente, que el exterminio de judíos fue un «acto monstruoso».

 No obstante, señaló al jurado que no se sentía «responsable» de nada; que se sentía «liberado de toda responsabilidad», «aliviado», porque, al no ser relevado de su juramento de lealtad al régimen nazi, simplemente, dijo, «hice mi deber, según las órdenes».

 Sólo que la empresa en la que laboraba de manera rutinaria y en la cual se desempeñaba con obediencia ciega el pasivo Eichmann ¾»prisionero» de su trabajo especializado y del deber sentido como una «misión»¾, se dedicaba al asesinato en serie de seres humanos. Era un complejo fabril dedicado a la producción y eliminación institucional e industrial de cadáveres.

 Es decir, más allá de su «buena conciencia», este burócrata criminal participó, como dice Anders, en la administración de un sistema de «campos de la muerte» donde se operaba la «transformación de los hombres en materia prima». Fue parte, pues, como dirigente y ejecutor, de un aparato terrorista totalitario de Estado que, entre otras cosas, se dedicó a la «producción sistemática de cadáveres». Por lo tanto, diría Anders, Eichmann fue un «monstruo burocrático».

Sobre bestializaciones y desemejanzas

Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz, ha descrito los Lager nazis como parte de un sistema concentracionario cuya finalidad principal era «destruir la capacidad de resistencia de los adversarios (…) un adversario que debía ser abatido pronto, antes de que se convirtiese en ejemplo o en germen de resistencia organizada». En ese sentido ¾dice Levi¾, «los SS tenían las ideas muy claras y bajo ese aspecto hay que interpretar todo el ritual siniestro (…) que acompañaba el ingreso (al campo); las patadas y los puñetazos (…) la orgía de las órdenes gritadas con cólera (…) el desnudamiento total, el afeitado de las cabezas, las vestiduras andrajosas».[3]

 Había un plan racional y una maquinaria de exterminio industrial y científica, donde hombres comunes ¾buenos padres, esposos e hijos como Eichmann¾ llevaban a cabo, con diligencia y meticulosidad, una deshumanización del prisionero y administraban la tortura y la muerte con el fin de eliminar a los adversarios políticos (comunistas, antifascistas, socialdemócratas) y a las llamadas razas inferiores (aquellas que según la comandancia nazi tenían «menos valor biológico»).

 Otra finalidad de ese sistema concentracionario era el trabajo no retribuido, esclavizador, como una forma dedegradación del prisionero antes de morir. A partir de abril de 1942, cuando el sistema de campos de concentración quedó bajo la dirección de la WVHA, la oficina central de la administración y de la economía de las SS de Oswald Pohl, el trabajo, que hasta entonces había sido punitivo y para disciplinar a los detenidos, se transformó en productivo. Se instituyó una lógica de superexplotación y aniquilamiento rápido; de producción y exterminio en constante tensión. Una suerte de esclavitud moderna que Enzo Traverso[4] ha descrito como «una forma de taylorismo biologizado«, donde la mano de obra esclava no estaba destinada a reproducirse, «sino a consumirse hasta su agotamiento, en el marco de un auténtico exterminio a través del trabajo».

 Dice Traverso:

 «Esos campos (…) se transformaron de facto en centros de exterminio por el trabajo. Esa contradicción, vinculada con el sistema policrático de poder nazi, se traducía, por un lado, en la racionalización totalitaria de la economía impulsada por Speer y, por el otro, en el orden racial establecido por Himmler».

 En Los hundidos y los salvados, hay un pasaje en que Levi alude al maltrato que el prisionero recibía de los SS a partir de que era concebido como «bárbaro» y no un Mensch, un ser humano. Dice: «No éramos ya hombres; con nosotros, como con las mulas o las vacas, no existía una diferencia sustancial entre el grito y el puñetazo». En su Teoría del cine, Siegfried Kracauer afirma que, «en el fondo, los Lager nazis eran mataderos en los que se mataba a hombres desplazados del género humano como si fueran animales». Una «transformación de seres humanos en animales» que, según Franz Stangl, ex comandante de Treblinka, tenía como objetivo «preparar a los que tenían que ejecutar materialmente las operaciones», para aminorarles «el peso de la culpa».[5]

 Levi duda que esa transformación o animalización ¾que remite a la idea de «los cuerpos en los campos nazis como desemejantes o seres ajenos a la condición humana»¾,[6] haya sido planificada o formulada claramente en ningún nivel de la jerarquía nazi; dice que no consta en ningún documento, en ninguna ’reunión de trabajo’. Atribuye la inexistencia de registro alguno sobre la decisión para perpetrar el genocidio adoptada por algún órgano soberano, a «una consecuencia lógica del sistema: un régimen inhumano difunde y extiende su inhumanidad». Pero afirma que «había una dirección centralizada».

 A su vez, Traverso dice que el mecanismo de tomas de decisiones en el nazismo sufrió una gran mutación durante la guerra; se pasó de las leyes de Nüremberg (1935) a las directivas escritas pero no publicadas (el juicio oral de la conferencia de Wannsee, 1942) y, finalmente, a las órdenes dadas por vía oral (la puesta en funcionamiento de las cámaras de gas), a través de un lenguaje en código.[7]

El campo y la dominación totalitaria

En su artículo «¿Qué es un campo?»,[8] Giorgio Agamben descubre en el sistema concentracionario una suerte de «matriz escondida», «al nomos del espacio político en el que vivimos», según el concepto alemán de un orden de excepción, fuera de la ley, totalitario.

 De acuerdo con varios historiadores, los primeros campos de concentración surgieron en Cuba bajo la ocupación colonial española. Fueron creados en 1896 por el general Valeriano Weyler ¾»un verdadero carnicero», dice C. Wright Mills en su Escucha yanqui¾,[9] como un sistema de «reconcentración» para reprimir a la guerrilla insurreccional alentada por José Martí. Tres años después (1899), el sistema de campo de concentración fue utilizado por los ingleses en Africa austral para reunir a los boers[10]. En ambos casos, se trata de la extensión a una población civil entera de un estado de excepción ligado a una guerra colonial.

 En su obra La violencia nazi,[11] desmitificadora del genocidio como acontecimiento «absolutamente único», «sin precedentes», Traverso señala que hasta principios del siglo XIX la cárcel era un lugar de «encierro» para la «deshumanización» del detenido, de «debilitamiento y disciplina del cuerpo», de «sufrimiento y alienación», de «sumisión a la autoridad» y de «racionalidad administrativa». El trabajo carcelario no perseguía beneficio sino que era utilizado como «castigo» y «método de tortura». Es decir, el trabajo en las prisiones no tenía una finalidad productiva; cumplía con un objetivo de «persecución» y «humillación».

 Todos esos elementos constituyen los antecedentes históricos del moderno sistema concentracionario totalitario, con su rasgo inédito como sistema industrial de muerte en el que la tecnología moderna, división del trabajo y racionalidad administrativa se integraban como en una empresa. «Sus víctimas ya no eran detenidos, sino una ’materia prima’ ¾formada por seres humanos desplazados del género humano¾ necesaria para la producción en serie de cadáveres».[12]

 Cabe recalcar que el campo de concentración nace del estado de excepción y de la ley marcial, no del derecho ordinario. Lo que se hace más evidente en los Lager nazis, cuya base jurídica ¾recuerda Aganben¾ es la llamada «custodia preventiva», una institución de origen prusiano que los juristas nazis calificaban como «una medida de policía preventiva», en cuanto permitía «tomar en custodia» a individuos con independencia de cualquier comportamiento penal, con el fin único de evitar un peligro para «la seguridad del Estado».[13]

 La novedad fue la disolución del estado de excepción sobre el cual se fundaba, y que se la deja en vigor en situación normal. Dice Agamben: «El campo es el espacio que se abre cuando el estado de excepción empieza a convertirse en la regla». Como espacio de excepción territorial, el campo se transforma en una realidad permanente más allá de las reglas del derecho penal y carcelario. Según Hannah Arendt, el sistema concentracionario es el espacio en el que se manifiesta a plena luz «el principio que rige la dominación totalitaria» y donde «todo es posible». Al respeto, Primo Levi definía el trabajo en Auschwitz como «un tormento del cuerpo y de la mente, mítico y dantesco», cuya finalidad era la reafirmación de la “dominación totalitaria»; una concepción disciplinaria y punitiva que era la antítesis del trabajo «creador» exaltado por la propaganda nazi-fascista.

  Todo eso es debido, dice Agamben, a que en el campo el prisionero entra en una «zona de indistinción entre exterior e interior, excepción y regla, lícito e ilícito», dado que ha sido privado enteramente de sus derechos y prerrogativas jurídicas, y de todo estatuto político. En el campo de concentración, agrega, el prisionero ha sido «reducido íntegramente a una vida vegetativa» (nuda vida) y «el poder no tiene frente a sí más que la pura vida biológica sin mediación alguna».

 Agamben destaca el extremo de que, debido a esa «suspensión integral» de la ley, en el sistema concentracionario el Estado puede llevar a cabo «cualquier acción» contra seres humanos desprovistos de todo derecho, sin que sea considerada «un delito». Inclusive puede «matar por decreto», como apuntó Miguel Felipe Sosa en su seminario El cuerpo en la mirada.[14] La excepción se convierte en regla; y como regla duradera, la excepción hace que todo sea posible.

El limbo de Guantánamo

En este punto quiero dejar asentada una primera pista sobre la violencia fascista, Auschwitz y los nuevos nazis, con la debida relatividad del caso, dado que no tenemos una terminología o un vocabulario definitivo para calificar hechos que están sucediendo en el actual contexto histórico. Me refiero a la situación de los prisioneros de la guerra imperial y neocolonial librada por Estados Unidos contra Afganistán en 2001.

 Son alrededor de 660 presos ¾entre ellos varios niños¾, originarios de 42 países, que están recluidos en el campamento Rayos X, en la base naval de Guantánamo, posesión militar de Estados Unidos en Cuba. Los presos han sido descritos como «hombres sin voz ni rostro», y según The Washington Post,[15] a dos años de su captura continúan viviendo en un «limbo legal» ¾sin juicio, sin acusación, sin sentencia, sin reconocimiento de derechos, sin abogado¾, porque la administración Bush los considera «combatientes ilegales» o «combatientes enemigos», un estatus que viola de manera flagrante la protección que brinda la Convención de Ginebra a los prisioneros de guerra.

 Capturados a partir de su presunta conexión con actos hostiles en contra de la potencia de ocupación,[16] los presos están hospedados en pequeñas jaulas de 1.8 por 2.4 metros, ubicadas al aire libre, en un área rodeada con alambre de púas y torres de vigilancia;, visten uniforme color naranja fluorecente y para salir al exterior están obligados a usar gafas para esquiar cubiertas con cintas y mascarilla de cirugía en prevención del contagio de la tuberculosis, además de estar esposados de pies y manos. Debido a la situación de elevado estrés propia de sus condiciones de reclusión, al menos 30 internos han intentado suicidarse. Una cifra similar recibe tratamiento psicológico.

 Debido a que técnicamente Estados Unidos nunca le declaró la guerra a Afganistán (como tampoco lo hizo con Irak), la administración Bush arguye que los prisioneros no son soldados y los mantiene en una situación seudojurídica en virtud de poderes especiales concedidos por el Congreso al Presidente. El 10 de noviembre de 2003, la Suprema Corte de Estados Unidos, que con anterioridad había argumentado que no tenía jurisdicción alguna sobre «combatientes extranjeros», aceptó estudiar la legalidad de la detención.

 Como dijo The Washington Post en un editorial,[17] la situación de esos presos amenaza convertir a Guantánamo en «una bodega humana fuera de la ley».[18] ¿Pero cuál es el significado real de ese sistema concentracionario de nuevo tipo que, paradójicamente, como el primer campo de concentración, está en territorio cubano bajo administración colonial? ¿Se trata de un experimento de la potencia imperial de turno? ¿Un globo sonda lanzado por Estados Unidos al mundo que, a la manera de Günther Anders, sobrepasa nuestra capacidad de representación?

 Veamos algunos elementos que guardan cierta similitud en la situación de los presos de Guantánamo con la de los prisioneros de los Lager nazis: fueron capturados en el marco de una guerra neocolonial,[19] imperialista; permanecen sometidos a un estado de excepción propio de un sistema de campo de concentración, con sus zonas de «indistinción» exterior/interior (Agamben); están reducidos íntegramente a una «vida vegetativa», sin mediación alguna entre ellos y el poder concentracionario que los retiene; viven sujetos a una suerte de «custodia preventiva», al margen de cualquier ordenamiento penal («limbo jurídico»), castigados y humillados a partir de la presunción de que mantenían nexos con una organización terrorista (la red Al Qaeda) que atentó contra «la seguridad del Estado». Las condiciones de reclusión, dominadas por un elevado estrés que ha llevado a varios intentos de suicidio, exhibe la concepción punitiva de una «dominación totalitaria» donde «todo es posible» (Hannah Arendt), incluida la muerte sin que signifique delito.

 Pregunto: ¿Puede ser la situación de los presos de Guantánamo una expresión del laboratorio de la violencia de nuestros días? ¿Estaremos de nuevo ante la ley de excepción que se convierte en regla en medio de la silenciosa indiferencia de la sociedad estadounidense, con la complicidad de Europa, El Vaticano y otros gobiernos y la pasividad del mundo?

Recuerdos del futuro

En 1986, en Los hundidos y los salvados, Primo Levi se pregunta:

 «¿Hasta qué punto ha muerto y no volverá el mundo del campo de concentración? (…) ¿Hasta qué punto ha vuelto o está volviendo? ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros para que en este mundo preñado de amenazas, ésta, al menos, desaparezca?

 Y más adelante vuelve sobre el tema. Dice:

 «Se nos pregunta con frecuencia (…) si Auschwitz puede repetirse: es decir, si volverá a haber exterminios en masa, unilaterales, sistemáticos, mecanizados, provocados por un gobierno, perpetrados sobre poblaciones inocentes e inermes y legitimados por la doctrina del desprecio (…) Ha ocurrido contra las previsiones; ha ocurrido en Europa; increíblemente, ha ocurrido que un pueblo entero civilizado (…) siguiese a un histrión que hoy mueve a risa (…) Ha sucedido y, por consiguiente, puede volver a suceder (…) Puede ocurrir y en cualquier parte».

 A su vez, Günther Anders llega a la conclusión de que el horror nazi no es cosa del pasado, pues todos nosotros somos hijos del mundo de Eichmann: el de las máquinas de exterminio, cuyos monstruosos efectos sobrepasan nuestra «capacidad de representación». Eso comporta el peligro de que, sin resistencia y sin conciencia, funcionemos cual engranajes de esas máquinas, de que nuestra fuerza moral desfallezca frente a su poder y de que cada uno de nosotros se convierta en otro Eichmann. En su obra Nosotros, los hijos de Eichmann (1988), Anders pronostica la aparición, después de Auschwitz, del «imperio quiliasta[20] del totalitarismo técnico». Dice:

 «(…) Hemos adquirido la dulce costumbre de considerar (…) el Tercer Reich como un hecho único, errático, como algo atípico (…) Pero ese hábito no sirve como argumento, esa actitud no es más que una forma de cerrar los ojos (…) Puesto que el imperio de la máquina procede por acumulación y que el mundo de mañana se globalizará y sus efectos lo abarcarán todo (…) hemos de esperar que el horror del imperio por venir eclipse ampliamente el del imperio de ayer (…) No cabe duda: cuando nuestros hijos o nietos (…) bajen la mirada hacia el imperio de ayer, el así llamado Tercer Reich, sin duda éste sólo se les antojará un experimento provinciano (…) Y, sin duda, en lo que allí sucedió no verán otra cosa que un ensayo general del totalitarismo, ataviado con una necia ideología, al que la historia universal se aventuró prematuramente».

 Cabe consignar que por su magnitud y calidad, el sistema de campos de concentración nazi ¾con su combinación lúcida de ingenio tecnológico, fanatismo y crueldad para el exterminio masivo de vidas humanas¾, continúa siendo un unicum. Un fenómeno único y absoluto. Pero después, de la mano del proyecto civilizador liberal democrático encarnado por la Bomba A, conocimos el horror genocida de Hiroshima y Nagasaki, primeros bocados de un eventual holocausto nuclear. Siguieron el terrorismo de Estado de los franceses en Argelia. Camboya. Las atrocidades de Estados Unidos en Vietnam.

 Hubo otros Lager y aprendices de nazis en Argentina, Chile, Bolivia y Uruguay. Allí también, como en la primera fase del sistema concentracionario nazi, se empleó una tecnología represiva adoptada de manera racional y centralizada contra la disidencia política. El terror nazi y la práctica sistemática de la tortura, como instrumento político de la dominación violenta ejercida por el Estado, con un ordenamiento seudo-jurídico justificador, marcarían toda una época.

 La máquina de torturar, extraer información, aterrorizar y matar funcionó con eficiencia. Los campos de concentración-exterminio contaron con su ceremonia iniciática dirigida a arrasar y quebrar al sujeto. Hubo «especialistas» asépticos, adiestrados en las llamadas «técnicas de interrogatorio» ¾el conocido «tercer grado» de la Gestapo, es decir, la tortura¾, para degradar a la víctima al estatuto de cosa, de objeto, sin historia, enajenado, al borde del aniquilamiento. Hubo «grupos de tarea» y agentes eficientes y soberbios, encargados de regular, normalizar, controlar y castigar al prisionero, como parte de una maquinaria construida por los mandos militares, que llevó a una dinámica de burocratización, rutinización y naturalización de la muerte, que aparecía como un dato dentro de una planilla de oficina. Los militares conosureños también aplicaron la excepcionalidad y recuperaron el derecho soberano de matar «suvbersivos», no personas.

 En la Escuela de Mecánica de la Armada argentina, el campo de concentración La Perla, la «Mansión Seré» y una docena de centros clandestinos más, los detenidos «encapuchados» o «tabicados» (con los ojos vendados), fueron cuerpos sin identidad, sin nombre, apenas un número. Hubo miles de muertos sin cadáver, desaparecidos, que hicieron realidad el sueño nazi de desvanecer a hombres y mujeres en la noche y en la niebla.

 Uruguay tuvo a El Infierno, al Penal de Libertad y a Mitrione, el asesor gringo, émulo de Eichmann. Un perfeccionista originario de Richmond, Indiana, enviado bajo el disfraz de la cooperación técnica de la Agencia para el Desarrollo Internacional de EU (AID) a enseñar la tortura científica a los militares locales. Sus cursos iniciaban por anatomía y el funcionamiento del sistema nervioso humano. Después seguía con la psicología del prófugo y del detenido. Luego demostraba las virtudes de la picana eléctrica y sustancias químicas en pordioseros de Montevideo; todos morían.

 Exacto en sus movimientos, aseado, higiénico, Dan A. Mitrione insistía en la economía del esfuerzo. Ningún gasto inútil. Ningún movimiento fuera de lugar. Consideraba el interrogatorio un arte complejo: «Dolor preciso, en el lugar preciso, en la proporción precisa (…) La muerte prematura ¾subrayaba¾, significaba el fracaso del técnico». Recomendaba, ante todo, eficiencia. No dejarse llevar por la ira en ningún caso. Actuar con la eficacia la limpieza de un cirujano, con la perfección del artista. Decía:

 «Esta es una guerra a muerte. Esa gente es mi enemiga. Este es un duro trabajo, alguien tiene que hacerlo, es necesario. Ya que me tocó a mí, voy a hacerlo a la perfección. Si fuera boxeador, trataría de ser campeón del mundo, pero no lo soy. No obstante, en esta profesión, mi profesión, soy el mejor«.

Tlatelolco y la obediencia debida

México también tuvo su «guerra preventiva» en Tlatelolco y la represión de los setenta; sus Lager míticos como el Campo Militar Número Uno. Y tiene sus pequeños Eichmann de la guerra sucia; dadores de vida y muerte como Acosta Chaparro, Quirós Hermosillo, Gutiérrez Oropeza, Cervantes Aguirre, Nazar Haro, De la Barrera y un largo etcétera, que en su lucha contra el «enemigo interno» y el «elemento subversivo» (léase no persona, símil de «rata» en la terminología nazi), torturaron, ejecutaron, desaparecieron y arrojaron prisioneros en vuelos de la muerte sobre el Océano Pacífico para «salvar a la Patria» del «comunismo».

 Como Eichmann, ellos tampoco pensaban. Acataban con disciplina la sumisión a la «autoridad legítima». Eran engranajes del Ejército o de la Dirección Federal de Seguridad. Aplicaron soluciones «técnicas». Torturaron y mataron administrativamente. Alguien tenía que hacer el trabajo sucio. Pero no son culpables; también son «inocentes». Se fabricaron realidades cómodas: «Era el sistema», personificado en Díaz Ordaz y después en Echeverría y López Portillo. Igual que en la Argentina de Videla, donde la Junta Militar centralizó y controló el genocidio para mantenerlo en la clandestinidad. O elaboran un pasado sutil: fueron educados en la jerarquía, en el nacionalismo. En la obediencia absoluta: «las órdenes no se discuten, se cumplen». La única verdad era la palabra del jefe; su Fhürer.

 Aquí tampoco existen documentos ni órdenes escritas y «no hay cuerpo del delito». Por eso, aducen, no son «responsables» y no pueden ser castigados. Hacen una falsificación orwelliana de la realidad; siguen su guerra sucia contra la memoria. Hannah Arendt consignó que según el ordenamiento jurídico nazi Eichmann no cometió ningún delito; fue condenado por «actos de Estado». En México, si existe justicia, deberá ser igual.

A modo de conclusión

Más recientemente surgieron «nuevos nazis» en Alemania y Austria. Y asistimos hoy a la «solución final» del problema palestino por el ejército de ocupación de Sharon y al genocidio de iraquíes, víctimas de las operaciones quirúrgicas de liberación de Bush y sus halcones ¾con su culto «abstracto» a la violencia y la aplicación de la técnica militar «neutra» del Pentágono¾, con el aval calculado y cínico de la ONU.

 Pregunto: ¿Estaremos asistiendo al comienzo de una nueva síntesis todavía en fase de coagulación ¾para utilizar la terminología de Enzo Traverso¾, que intenta cristalizar el «imperialismo estadounidense» (según la denominación empleada ahora por los ideólogos militaristas de la actual administración Bush), que carece aún de una denominación apropiada, pero que recupera nociones propias de la violencia del nazismo clásico, con su guerra racial de civilizaciones y sus «espacios vitales» (Lebensraum) de corte geopolítico, en clave de cruzada ideológica emancipadora?

 ¿Son acaso las invasiones neocoloniales de Afganistán e Irak por la superpotencia hegemónica, la situación de los palestinos en los territorios árabes ocupados por el Estado de Israel y los presos de Guantánamo, otras tantas expresiones difusas en la superficie de los nuevos modos de dominación y exterminio, anunciadoras de algo que, para nosotros, contemporáneos de los hechos, se nos representa como «inimaginable» e «incomprensible»?

 ¿Estaremos asistiendo de manera pasiva e inconsciente, al procesamiento de nuevas «soluciones finales» de cuño Occidental ¾iguales o más destructivas que las anteriores¾ que, a la manera de Marc Bloch, llevan «ciertamente la marca de un tiempo y de un medio»?

 Si Auschwitz y el exterminio nazi aparecieron como una de las caras de la civilización cuando los detractores del Iluminismo se aliaron al progreso industrial y técnico, al monopolio estatal de la violencia y a la racionalización de las prácticas de dominación, 60 años después, cuando la producción científico-industrial ligada al desarrollo de sistemas tecnológicos de dominación destruye la biosfera y la vida en el planeta, ¿no estaremos asistiendo a una nueva síntesis totalitaria de rostro todavía elusivo?


[1] Rony Brauman y Eyal Sivan, Elogio de la desobediencia. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires 1999.

[2] Günther Anders, Nosotros, los hijos de Eichmann. Carta abierta a Klaus Eichmann. Paidós, Barcelona 2001.

[3] Primo Levi, Los hundidos y los salvados, Muchnik Editores, Barcelona 1989

[4] Enzo Traverso, La violencia nazi. Una genealogía europea. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2002.

[5] La cita es parte de la respuesta de Franz Stangl a Gitta Sereny, que Levi recoge de In quelle tenebre (Milán, 1975) y reproduce en su obra Los hundidos y los salvados, Muchnik Editores, Barcelona 1989, página 108..

[6] Miguel Felipe Sosa, Seminario El cuerpo en la mirada. Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, Museo de Arte Carrillo Gil, México, 20 de septiembre de 2003.

[7] Traverso indica que «la propaganda y publicidad de las primeras medidas antisemitas (…) fueron desplazadas por el lenguaje en código de las operaciones de exterminio rigurosamente sacado del lenguaje administrativo, en el que el asesinato era denominado ’solución final’, las ejecuciones ’tratamiento especial’ y las cámaras de gas ’instalaciones especiales’.»

[8] Giorgio Agamben, Medios sin fin. Notas sobre la política. Pre-textos, Valencia 2000.

[9] C. Wright Mills, Escucha yanqui. La revolución cubana. Grijalbo, Barcelona 1980.

[10] Para los boers, colonos descendientes de holandeses en Africa del sur, las poblaciones nativas eran simples salvajes que debían ser domesticados por la fuerzas y sometidos al trabajo esclavo. La ideología de la superioridad «blanca» y la discriminación racial era una exigencia del sistema de explotación agraria que practicaban.

[11] Enzo Traverso, obra citada.

[12] Traverso, obra citada.

[13] Agamben, obra citada.

[14] Miguel Felipe Sosa, seminario El cuerpo en la mirada, ya citado.

[15] Cable de la agencia Notimex, «Recela prensa de Corte de EU». Reforma, México, 12 de noviembre de 2003.

[16] Los prisioneros fueron capturados en Afganistán, país invadido por Estados Unidos en octubre de 2001 en represalia al apoyo brindado por el régimen talibán a Osama bin Laden, acusado de los atentados terroristas del 11 de septiembre de ese año en Washington y Nueva York.

[17] Cable de Notimex, «Recela prensa de Corte de EU», ya citado.

[18] El 24 de noviembre de 2003, Estados Unidos liberó a 20 prisioneros de la base de Guantánamo, pero según un cable de Reuters encarceló a otros 20 procedentes de Afganistán.

[19] Uno de los objetivos de la Blitzkrieg alemana de 1941era la conquista del «espacio vital» (Lebensraum) al este de Europa; preveía la colonización de los territorios comprendidos entre Leningrado y Crimea. Para ello se necesitaba una «guerra total». El genocidio se concibió y realizó en el marco de esa guerra total, una guerra de conquista, «racial» y colonial, radicalizada al extremo.

[20] Los quiliastas o milenaristas confiaban en que la Parusía o Segundo Advenimiento de Cristo era inminente.