Sobre el carácter foucaultiano del psicoanálisis.
Reflexiones acerca del estudio Foucault ante Freud de Julio Ortega (Paradiso, México, 2013).
Luis Tamayo Pérez
Entre todos los libros destinados a revisar la vasta obra de Foucault, el nuevo retoño de Julio Ortega es una aportación más que valiosa. Y ello desde muchos puntos de vista: por el conocimiento profundo de la obra de los dos autores referidos, por la actualidad de los documentos revisados y por la claridad de los comentarios y las tesis que sobre el vinculo entre Foucault y Freud se ofrecen.
La primera idea que el texto de Julio Ortega presenta es la de que, contrariamente a lo que Freud afirmaba, él era mucho más filósofo de lo que gustaba reconocer: «Freud, a pesar de sí mismo, es un filósofo.»… y el Mtro. Ortega continúa: «La filosofía para ambos autores (Nietzsche Foucault) está destinada no sólo a la reflexión, incluye también al cambio de vida. Filosofar no es verse el ombligo o hacer constar las categorías lógicas en que la realidad puede encuadrarse, sino interpretar la realidad para intentar transformarla».
No puedo estar más de acuerdo con lo que indica nuestro autor, personalmente me he permitido sostener en el estudio Del síntoma al acto (UAQ, México, 2001) que el psicoanálisis mismo es “filosofía en acto”. Filosofar no es una mera acción cognitiva. Si la filosofía no lleva a la acción, a un cambio de vida, carece de sentido… Sólo podríamos, quizás, añadir a la frase referida, con el Lacan del 8 de julio de 1953, que no hay una sino múltiples realidades.
El texto de Julio Ortega también muestra que es producto del conocimiento profundo de la obra del filósofo y, en primer lugar, de su método de análisis: “En el prefacio de Las palabras y las cosas, Foucault explícitamente señala cómo las utopías consuelan mientras las heterotopías inquietan, porque minan el orden simbólico establecido. La fábula que anima las explicaciones lineales, las relaciones causales simples, las identidades, las semejanzas es la que anima nuestra vida cotidiana y nuestras seguridades, aquello que cuestiona esos pilares es tomado como un gesto siniestro y se tiene a combatir. El orden simbólico establecido se ve cuestionado constantemente por la realidad, y evita la crisis fijando de antemano, pese a lo difícilmente comprensible de ciertos fenómenos, nichos que suponen la aplicación de un criterio previo que espontáneamente induce en una cuadrícula reductora a lo impensado y al azar mismo. Este método (lo) definirá más tarde como arqueológico.”
Y dicho método Julio Ortega lo define así; “1. La arqueología no trata de revelar nada. Trata de aprehender al discurso mismo como un fenómeno en sí, no intenta descubrir intenciones ocultas, ni hacer transparente ninguna verdad reprimida. Toma al discurso como monumento y no como signo. No es una disciplina interpretativa.2. No trata de encontrar ningún camino evolutivo entre los discursos. Simplemente los aprecia en sus diferentes modalidades. 3. No es psicología, tampoco sociología ni antropología de la creación. 4. No trata de restituir lo pensado, experimentado, deseado por los hombres en el momento de enunciar su discurso. Es sólo una descripción sistemática del discurso-objeto”.
Y, cómo era de esperarse, buena parte del texto de Ortega está destinado a estudiar la manera como, a lo largo de la obra de Foucault es tratado el psicoanálisis. Lo primero que encontramos (en su ensayo: Enfermedad mental y personalidad) es una crítica simple al psicoanálisis: “Tras criticar la electroterapia y la lobotomía como respuestas que no penetran en los mecanismos internos de la enfermedad, critica también al psicoanálisis por recurrir abusivamente al pasado sin atender la situación actual del enfermo que está finalmente alienado por una sociedad injusta. Detrás de esa crítica se encuentra evidentemente Lacan y sus ataques a los psicólogos del yo, analistas estadounidenses que se adaptaron a las reglas de la sociedad norteamericana sin cuestionarlas. El psicoanálisis psicologiza lo real, para i-realizarlo: obliga al sujeto a conocer en sus conflictos la desordenada ley de su corazón par evitarle leer en ellos las contradicciones del mundo. Debemos preferir a esto las terapias que ofrecen al enfermo los medios concretos de superar la situación de conflicto, de modificar su medio o de responder de un modo diferenciado, es decir, adaptado a las contradicciones de sus condiciones de existencia. No hay curación posible cuando se irrealizan las relaciones del individuo y su medio: sólo es curación la que produce nuevas relaciones con el medio”. Esta crítica tan simple y pobre del psicoanálisis después avergonzará al mismo Foucault por lo que, nos indica el Mtro. Ortega: “deseará borrar de la historia completamente este texto, y cuando hable en entrevistas posteriores, preferirá eliminarlo de su vida a contrario de sus editores”.
Pero la crítica de Foucault al psicoanálisis, con los años, adquirió otro cariz, más profundo y riguroso: “En el primer tomo de su Historia de la sexualidad, Foucault lanzará un enérgico ataque contra el psicoanálisis. En él, prácticamente reniega la revolución teórica de Freud para agruparlo junto a pensadores como Tertuliano, considerando su teoría como una continuación del imaginario medieval, y cuyo pírrico adelanto será colocar al diván en el lugar del confesionario. Es una manifestación de ambivalencia hacia la figura de Freud, que dará lugar a muchas más críticas en el futuro, como si quisiese volver sobre sus pasos y borrar todas las apreciaciones positivas que antes le caracterizaron hacia el vienés. Esta crítica polémica disgustará a los psicoanalistas, que saldrán de su habitual silencio y sus cofradías para refutar sus ideas. Lo invitarán a participar en un diálogo que no se realizará del todo de la manera más útil y abierta. El mérito de esta parte final de la obra de Foucault, será el de mover a la institución psicoanalítica de sus cimientos, e intentar demoler cualquier sustento metafísico en favor de la aceptación de la “verdad” de un relativismo histórico que anunciaría, si no la desaparición misma del psicoanálisis, sí su necesaria transformación en una actividad más orientada a la filosofía y menos del lado de la medicina y la psicología, metida a saco en el llamado método científico de orientación positivista”.
Afortunadamente no todos los analistas se quedaron en el simple rechazo a las tesis de Foucault sino que, como el caso de Jean Allouch, llegaron a sostener que “el psicoanálisis será foucaultiano o no será”. Esto es así porque Foucault mostró tanto en el volumen III de su Historia de la sexualidad como en su Hermenéutica del sujeto que el psicoanálisis no podía encuadrarse sino como una práctica de sí, como una forma más del cuidado de sí estudiado por él, en fin, como una hermenéutica del sujeto.
El conocimiento de Foucault sobre el psicoanálisis estaba ligado a una comprensión también profunda de la locura. Así, nos indica Julio Ortega, en el prólogo al libro de Binswanger, Sobre el sueño, escribe Foucault que “La patología es producto de la alineación de la historia auténtica del enfermo, y la mirada evolutiva del médico le ciega ante el movimiento de la temporalidad vivencial, determinante esencial del rechazo tajante del loco hacia ciertas condiciones históricas y sus significaciones. Así pues la inautenticidad y el engaño aparecen como la causa espontánea de la enfermedad mental. Las investigaciones de Freud le empujarían a sobrepasar el horizonte evolucionista ligado a la noción de libido para arribar a la dimensión histórica del psiquismo humano”.
Y dicha comprensión será ampliada en su brillante Historia de la locura: “En el fondo, el internamiento no pretende tanto suprimir la locura, (…sino…) arrojar del orden social una figura que no encuentra ahí su lugar; su esencia no es la conjuración de un peligro. Manifiesta solamente lo que es en su esencia la locura: es decir una revelación del no-ser; y al manifestar esa manifestación, la suprime por ello mismo, puesto que la restituye a su verdad de nada. El internamiento es la práctica que corresponde con mayor justeza a una locura experimentada como sin razón, es decir como negatividad vacía de la razón; allí la locura se reconoce como nada”.
Lo cual analiza Julio Ortega de la siguiente manera: “Cuestiona desde luego a la razón, y ve al loco como un producto de esa luminiscencia sospechosa que alumbra y a la vez quema su objeto de estudio. La locura en su esencia es uno de los más extraños productos del espíritu de la Ilustración, un engendro que recuerda el aguafuerte de Goya: El sueño de la razón produce monstruos. La sociedad es capaz de marginar a los locos, pero no atiende a las locuras propias de su razón, aquellas que le llevarán al Holocausto y a las luchas imperiales del capitalismo, a esas las considera un producto normal de sus ideales”.
Y Julio Ortega continúa: “Dos acontecimientos son el pivote de esa historia que tiene un momento culminante de configuración en la época clásica: 1) 1657. La creación del Hospital General y el gran encierro de los pobres. 2) 1794. La liberación de los encadenados de Bicêtre por Pinel”. “La época clásica encierra en los asilos una sinrazón que confunde y hermana a los locos y libertinos, enfermos y criminales, monstruos y engendros salvajes. Se trata de purificar la sociedad a través de la segregación. Este movimiento se genera con el terror del contagio, como muestra la ley del 16-24 de agosto de 1790: “Confía a la vigilancia y a la autoridad de los cuerpos municipales… el trabajo de obviar o de remediar los acontecimientos desagradables que podían ser ocasionados por los insensatos o los furiosos dejados en libertad y por los animales nocivos y feroces”.
Seguramente Foucault sabía que, de haber nacido en la época clásica, el mismo habría ido a parar al asilo: “El asilo reducirá las diferencias, reprimirá los vicios y borrará las irregularidades. Denunciará todo aquello que se oponga a las virtudes esenciales de la sociedad, como es la inmoralidad, la extrema perversidad de las costumbres, la ebriedad o la galantería indiscriminada, la pereza y el satirismo. A estos males se agregará posteriormente, el intento de suicidio, la prostitución y la homosexualidad. Estas son las figuras por excelencia de la sinrazón, y configuran la idea de la decadencia social que más tarde será sustituida por la depravación.
Con el paso de los años, nos indica Julio Ortega, dicho estudio permitirá a Foucault establecer tesis clarísimas: “En un apéndice de 1964 a la obra, Foucault rectificará una de las tesis sueltas a lo largo del libro por insostenible: “la locura es ausencia de obra”. Es evidente que Van Gogh, Baudelaire y más de la mitad de los artistas creativos abrevan del manantial de su propia locura”.
Asimismo, esa lectura, indica Julio Ortega, permitirá a Foucault entender perfectamente la función social de la locura: “Me parece que se podría decir lo siguiente. No existe, evidentemente, una sociedad sin reglas; no hay sociedad sin un sistema de coacciones; no existe, lo sabemos bien, una sociedad natural: toda sociedad, al plantear una coacción, plantea al mismo tiempo un juego de exclusiones. En toda sociedad, cualquiera que sea, habrá siempre un determinado número de individuos que no obedecerán al sistema de coacciones, por una razón bien simple: para que un sistema de coacciones sea efectivamente un sistema de coacciones, ha de ser tal que los hombres tengan siempre cierta tendencia a salir de él. Si la coacción fuera aceptada por todo el mundo, está claro que no sería coacción. Una sociedad no puede funcionar como tal sino a condición de que recorte en sí misma unas serie de obligaciones que dejan fuera de su dominio y de su sistema a determinados individuos o determinados comportamientos o determinadas conductas, o determinadas palabras, o determinadas actitudes o determinados caracteres. No puede haber sociedad sin margen porque la sociedad se recorta siempre sobre la naturaleza de tal manera que hay siempre un resto, un residuo, alguna cosa que se le escape. El loco va presentarse siempre en estos márgenes necesarios, indispensables para la sociedad”.
Para terminar no olvido que el texto de Julio Ortega no deja de dar la palabra a Foucault para que éste presente sus propias preocupaciones vitales y conflictos. Por esa razón en su juventud afirmó: “Voy a BHV (siglas de una tienda de enseres), a comprar una soga para colgarme”. Y continúa el Mtro. Ortega: “El médico de la escuela que se ocupó de atenderle en ese momento declaró en una ocasión que “estos trastornos provenían de una homosexualidad mal asumida”. Cierto o falso, podemos asumir que algo en él no aceptaba su mundo y tal vez su ser en ese entorno. (recordar aquí que el Partido Comunista francés veía la homosexualidad como producto de la degeneración pequeño-burguesa, y quizá haya sido ese uno de los motivos más fuertes que le alejaron de joven de esa ideología.). Estos hechos no son sólo anecdóticos. Aunque nada de la homosexualidad del autor puede sugerirse positivamente como la base de su obra filosófica, los acontecimientos conflictivos de su vida pueden ser considerados, hasta cierto grado, como algunos analistas lo han expresado, como la fuente de su cuestionamiento crítico de la sociedad y las ideas de su tiempo. Sin duda, su enfrentamiento a una familia tradicional como aquella de la que provenía, en la que su padre médico deseaba que fuese su copia al carbón, debe haber contribuido a su rechazo a la “naturalidad” de los usos y costumbres morales de esa Francia de Vichy, y a cierta repulsión al ambiente opresivo y dictatorial regido por las buenas formas de una sociedad acostumbrada a vivir en la hipocresía y la humillación durante largo tiempo. Esta atmósfera enrarecida despeñó, con música de vals de fondo, los ideales pequeño-burgueses de la belle époque hacia el basurero de la historia, y condenó durante mucho tiempo a los franceses a la miseria, no sólo económica sino social”.
Foucault sabía que, de haber nacido en la época clásica habría sido encerrado en un asilo… ¿será que de ahí provenía su gran interés en el estudio de la locura y sus prácticas, lo cual lo condujo, como indica en el tercer volumen de su historia de la sexualidad, a “hacer de su vida una obra de arte”?
En fin, agradezcamos el estupendo trabajo a nuestro amigo Julio Ortega, el cual nos permite ahondar en el conocimiento no sólo de la obra de Foucault sino del psicoanálisis mismo.
Auditorio del Museo Leon Trotsky, Ciudad de México, 28 de febrero de 2014.