Testigo, silencio y censura
Lilia Ruiz Jiménez
La primera idea que me surgió después de leer la aseveración de Elizabeth Costello, sobre escribir de la experiencia de crueldad, fue que era necesario decir algo al respecto. Costello no es sujeto real, sino el personaje creado por J.M. Coetzee y lo que dice es lo siguiente: “Hoy ésta es mi tesis: que algunas cosas no es bueno leerlas, ni escribirlas.”[1] Tampoco es la única que lo plantea. Ya un escritor real, Theodor W. Adorno, dijo en los años cincuentas, que después de Auschwitz, escribir poesía era un acto de barbarie. Pero es que yo había leído a Levi. Más aún, me había acercado a la poesía testimonial de Paul Celan, y no podía estar de acuerdo.
Por ende, mi postura era esta: que no sólo es permisible escribir sobre la experiencia de crueldad. Si no que de lo leído, se puede de nuevo escribir y con ello, hacer un ejercicio de testigo sobre el testimonio de otro.
Si ello lo concluía a partir de las obras de estos testigo; era importante mencionar que, por otro lado, no sólo Costello y Adorno, me provocaban un planteamiento contrario, sino uno de esos encuentros peculiares con otros, que aún pareciendo molestos, resultan tener utilidad.
Sucedió que hace unos días: Me recibe en su oficina, un funcionario público. Después de ponerlo brevemente en antecedentes sobre el trabajo realizado, prosigo a explicarle el motivo de mi visita – conseguir un espacio para proyectar la película de “El especialista”-. Me sorprende su reacción.
Solicita de manera insistentemente, un resumen, diciéndome: “¿pero, que se ve en esa película?”. Le respondo -“fragmentos sobre el juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén”, él insiste -“¿si pero, que se va a ver, quién lo puede ver?”. En este momento, debo confesar que no me esperaba un interrogatorio así. Porque ni siquiera había reparado en la necesidad de que la cinta tuviera algún tipo de clasificación.
Traté de ser precisa; no había imágenes cruentas de sobrevivientes o cadáveres de los campos, y ese es su temor. Mas debía advertirlo, era necesario, vería la “terrible normalidad”, (como lo dice Hannant Arendt)[2] de un hombre. Acusado de contribuir a la aniquilación de miles de individuos, atestando con ellos, vagones de trenes. A sabiendas de que eran conducidos hacia una de las más desgarradoras experiencias, sufridas por un ser humano. Y no solamente, también debía soportar que ese hombre “de carne y hueso”, no manifestara en su rostro una sola señal de arrepentimiento. Por el contrario, gestos de incomprensión ante las imputaciones del jurado. Pareciendo no entender la dimensión de su culpa, por considerar que no la tenía. No era un torturador sanguinario, o una bestia, como lo califica en algún momento el fiscal, era, simple y llanamente un burócrata, cumpliendo minuciosamente las ordenes que sus superiores le había encomendado.
El funcionario miró sin entenderme, percibí su desconfianza. Posiblemente esta considerando que yo le estaba tendiendo una trampa, para que pasara dos horas de angustia frente a una pantalla. Acto seguido, condicionó la proyección de la película, a recibir una copia con antelación, misma que sería vista y comentada por sus superiores. Le dije que no era posible. Pidió entonces, un documento con membrete oficial, que incluyera la sinopsis de la aterradora película. Huelga decir, que no intenté más obtener el espacio en su institución.
Considero que en el funcionario, había un interés genuino de protegerse, pero ¿de qué? Quizás de la vulnerabilidad que le haría sentir, ver lo que el hombre puede ser capaz de hacerle al hombre, y cuestionarse realmente sobre ello. Pero también, ¿porqué no? tenía la buena intención de proteger a los posibles espectadores – la protección es su trabajo-. Aunque con esto acabara recurriendo a la sutil censura, sobre el derecho de otros a ver la película.
Costello hace por su parte otro tanto. Como escritora, tiene la capacidad para llegar a otros e influirlos, pero y como lectora, corre el riesgo de ser influida. Si todo escrito está a merced del lector[3], como dice Cornaz, valdría agregar que en ocasiones, el lector llega a estar a merced del escrito. Y eso tendría que ver con la vulnerabilidad que se experimenta ante un testimonio sobre crueldad. Hecho que le ocurre a cualquiera, en algún momento.
“Permítanme no ver”, parece ser la súplica. Por eso, Elizabeth Costello considera que su colega Paul West, ha pasado un límite permitido, la ha hecho sentir horrible con su relato. ¡obsceno! Es el calificativo que le da. Porque West, se atreve a narrar los últimos momentos de unos hombres en total indefensión, a punto de ser ejecutados, por oponerse al régimen nazi. Y eso, según su dicho, no se debería de saber, debería estar oculto, como los mataderos del mundo, en beneficio del equilibrio mental.
Primo Levi, pareció anticipar, que su testimonio sobre Auschwitz y los campos, se toparía con la resistencia es escuchar, o a recordar. Incluso, tuvo un sueño de angustia al respecto. Que no solamente se repitió en muchas ocasiones, sino que además, era compartido por otros habitantes del campo. El sueño básicamente comenzaba con el retorno a casa. Está con su hermana, algún amigo indeterminado y otras personas. Todos ansían escucharlo, y él comienza con lo que está viviendo en ese momento: el silbido de las tres de la madrugada, la cama dura, el hambre, los golpes. Pero también el inexpresable placer físico que representar estar ahora en su hogar, entre amigos y con tanto que contarles “pero no puedo dejar de darme cuenta de que mis oyentes no me siguen. O más bien se muestran completamente indiferentes: hablan confusamente entre sí de otras cosas, como si yo no estuviese allí. Mi hermana me mira. Se pone de pie y se va sin decir palabra.” [4].
Este sueño, era algo que, hacía despertar a Levi, sobresaltado. Porque, después de irse diluyendo como ser humano; con la pérdida de las pertenencias, de los personas, incluso del mismo nombre. Si existía una posibilidad de salir del campo, era para poder testimoniar. Por él y por los otros. Por quienes no vivirían para contarlo.
Y es que ya lo habían sentenciado los soldados alemanes. No importa de cómo terminara la guerra, porque ellos la habrían ganado. No importaba si algunos historiadores buscaban un indicio de la existencia de los campos, no encontrarían nada. Porque las pruebas eran esos hombres que no podrían salir de ahí. Y si por alguna razón alguien lo lograba, los hechos a relatar serían tan monstruosos, que no se querrían escuchar y tampoco se podrían creer.
La experiencia de los campos, ha sido acompañada muchas veces, con un silencio que raya lo sagrado de no hablar sobre el Shoa, incluso, denominarlo Holocausto, que implicaría más bien, un “sacrificio supremo”, y no una devastación, una catástrofe. Pero por desgracia, esto termina siendo un silencio cómplice de los deseos del nazismo. “La actitud dominantes es la del silencio” dice Enzo Traverso en su “Historia desgarrada”[5]. Pero en tampoco está de acuerdo con eso. José Saramago, que fue criticado por hablar sobre Auschwitz y la matanza de los palestinos, dice no participar en una especie de sentimiento religioso, que impida pronunciar algo, un nombre, sea el de Dios, sea el del Holocausto. Las palabras se han creado para ser dichas y pensada.
Y eso era lo que intentaba hacer Levi al salir del campo: decirlo, todo y a todos. Pero entonces, ve materializado aquel sueño que le angustiaba, el “La Tregua”, narra un largo y tortuoso viaje de regreso a Italia. Su tren, para en la estación de un pueblo polaco y decide bajar un momento. Es uno de los primeros vestidos de “cebra” que veía la gente y pronto se reúne un nutrido grupo en torno a él. De ellos sobresale un hombre elegante y afable. Levi concluye que se trata de un abogado, quién le da la confianza para romper el largo silencio, después de años de sufrimiento y contar su historia. El abogado traduce a los demás, pero Levi en su pobre comprensión del idioma, se da cuenta de que su dicho no es respetado y enfrenta al hombre. Éste le da a entender que la gente no quiere historias tristes, la guerra aún no ha terminado, “siempre estamos en guerra”. Y se queda parado en la estación, viendo como el círculo de gente se desvanece, dejándolo solo. [6]
Y es que lo acontecido en Auschwitz, se recibió en su momento con incredulidad, incluso indiferencia. No hubo quién alzara voces de protesta contra el exterminio; no había indignación. Entonces, los testigos se enfrentaron a una sociedad, devastada por la guerra, que no tenía momentos para reflexionar. Más bien, iban en busca del olvido y la reconstrucción. Por eso el primer testimonio de Levi, escrito relativamente, poco tiempo después de su liberación, pasa casi desapercibido por los lectores de la época.
¿Quién podría reprocharles, que no quisieran mirar atrás, si incluso, muchos sobrevivientes, decidieron guardar silencio al respecto? Si alguien tenía ese derecho, esos eran los testigos, que después de lo vivido, se habían ganado hablar de ellos, de los “musulmanes”, y de los muertos.
Testimoniar, entonces, se convierte en razón de vida para sujetos, que han pasado por los campos de exterminio. No debería haber nada que lo prohíba. Y sin embargo, surge la sentencia de Adorno, de no escribir poesía después de Auschwitz. Por el temor a “domesticar” el horror con lo producido. Pero el silencio nunca ha sido la vía y por ello, quince años después, Adorno hace una rectificación, declarando que “el sufrimiento perenne tiene tanto derecho de expresarse, a pesar de todos los pesares (…)” [7] Y en Paul Celan existía ese sufrimiento perenne que buscaba una vía de tramitación.
Hay en la historia de vida de este poeta, aspectos importantes a destacar. Aquí hablaré solamente de los que me parecen oportunos para darle a Celan, el status de testigo que sostengo, le pertenece. Parte importante, es lo que relata su biógrafo John Felstiner, sobre el episodio donde Celan, ese día de 1942 cuando los nazis se presentaron en su casa, llevándose a sus padres y a él deportados a un campo de concentración. Los separaba una alambrada. Paul, logró tocar la mano de su padre, por un momento, hasta que un guarda se la muerde y tuvo que soltarla “imaginaos, solté su mano y salí corriendo”. Dice en 1960, dieciocho años después, con la misma angustia.[8] Lo importante de este relato, es que nunca existió. Celan no se separó así de sus padres, estos queriendo salvarlo, le piden que se refugie en la fábrica de cosméticos de un amigo, a donde se resisten a acompañarlo, después de haber pasado en varios ocasiones la angustia de la posible deportación. Después de es noche Paul, no resiste más y va en busca de ellos, encontrando la puerta clausurada y la casa vacía. Finalmente sus padres habían sido deportados.
Si esta falso recuerdo, surgió para amainar la culpa que tenía de haberlos dejado. Sin embargo, es lo que menos importa. Para él es vivido como algo verdadero: estuvo en el campo, vio a donde llevaban a su padre. Sabía lo que les iba a pasar. Estuvo ahí, supo lo que era, lo vivió.
Por eso se puede incluir en el “nosotros” de su poesía “Fuga de la muerte”.Cito: “Leche negra del alba, te bebemos en la tarde/ te bebemos al mediodía y en la mañana, te bebemos de noche/ bebemos y bebemos”. [9]
Y es que la poesía fue el medio que Celan utilizó para tramitar sus pérdidas, pero también hablar del dolor de su pueblo. Todesfuge o Fuga de la Muerte, surge como el poema más representativo del Shoa. En él, se da testimonio de lo que constituía vida y muerte en los campos, de la música que se obligaba a tocar a un grupo de prisioneros, mientras otros eran asesinados.
Un fragmento más: “ Grita toquen más dulce la muerte, la muerte es un maestro de Alemania/ y grita toquen más oscuro los violines luego ascienden al aire/ convertidos en humo/ sólo entonces tienen una tumba en las nubes / donde no están encogidos”.[10]
ºCelan no es el sobreviviente de los campos. Pero aún así, fue quien escribió la poesía más profunda sobre lo ocurrido. Decía en ella acerca lo que se consideraba indecible. Contaba con la licencia del creador artístico. Como poeta, tenía el beneficio ganado, de vivir lo que literalmente, no ha vivido, y el derecho de decir sobre ello.
Paul Celan. Paul Antschel (antes de la guerra) el poeta rumano nacido en Czernowitz, el poeta judío que escribía en alemán, la lengua de los verdugos, el testigo que no estuvo. Con la culpa de sobrevivir y la necesidad de la escritura para decir por él y por los que no pudieron. Y con la genuina licencia del dolor de haber perdido a sus padres, antes de que éstos pisaran los campos.
Innegablemente, se transmite la fuerza de los versos de Celan. Leerlo recrea las imágenes de las vivencias del campo. Remite a las cámaras y las fosas, al humo y a la estrechez. Sin embargo, la transmisión, se logra a través de un contexto. Porque finalmente ¿qué conocía yo de Auschwitz como para acercarme a Celan?. Lo que la mayoría de la gente sabe: poco y mal. Desde mi subjetividad, Todesfuge (o “Fuga de la muerte”) no hubiera tenido, el mismo impacto, sin la lectura precedente de la obra de Primo Levi. El testigo que está y toma distancia, el “testigo perfecto” como lo califica Giorgio Agamben.[11]
Levi que dice tratar de no ser protagonista y contar todo con la mayor objetividad, sin artificio literario. Y de quién pude sacar muchos momentos de verdadera riqueza literaria. Bastaría recordar su inolvidable relato de Hurbinek, el niño de tres años, el de las piernas paralíticas, delgadas como hilos, el hijo del campo, porque llevaba en su pequeño brazo el tatuaje que lo ratificaba. Ese que como él dice, murió “en los primeros días de marzo de 1945, libre pero no redimido”[12] y agregaría yo, sin haber podido nombrar.
Y al recordar a este niño. Me viene la reflexión de que si por un lado esta planteada la posibilidad, el derecho de escribir sobre el Shoa. También surge la interrogante de ¿porqué tendría que leerse?, incluso,¿por qué sentarse en una sala y ver una película al respecto, porqué dar vuelta a la hoja, aunque lo que la antecedió aún nos sigue estremeciendo? ¿porqué habría un sujeto de someterse al suplicio de ver algo cruel? -En el supuesto de que esto le pudiera implicar un suplicio-. Quizás porque, como dice Agamben, “el infrahombre debe de interesarnos en mayor medida que el superhombre”[13] Porque coincido con Enzo Traverso y Hannah Arendt en que “el exterminio de los judíos por el nazismo constituía “un ataque contra la diversidad humana (…). [14]
Se habla y se sabe de Auschwitz por su lamentable vigencia. Por ser triste relato de sucesos vueltos cotidianos. Por buscar acercarse a la idea de que no se trata de un fenómeno ajeno, sin antecedentes y consecuencias posteriores. Por que se trata de un hecho humano. Levi lo puntualiza así: “la aversión contra los judíos, impropiamente llamada antisemitismo, es un caso particular de un fenómeno más vasto: la aversión contra quien es diferente de uno” [15]
En el inicio de este trabajo, mi permití plantear las posturas de Adorno de no escribir evitando volver común el horro. Y de la ficticia Elizabeth Costello, quién no quería leer para resguardarse de sufrir. También he tratado aquí, se rescatar que la Literatura tiene permiso de expresar cualquier fenómeno humano, por terrible que éste sea.
Pero hay un punto más. Desde la experiencia vivida por Celan, existiría entonces, el testigo que no estuvo. Si consideramos al testigo como el que puede hablar de otros. Nos da la oportunidad de realizar, lo que pretendo con este escrito, testimoniar acerca del testimonio, sin censura, ni silencio. Y de verdad espero haberlo logrado. Muchas gracias.
[1] Coetzee, J.M, Elizabeth Costello y el Problema del Mal, Revista Letras Libres Año V, Número 60, Diciembre 2003. pp. 21
[2] Traverso, Enzo, La historia desgarrada, Cap. III, Ed. Herder, 1997 pp 105
[3] Cornaz, Laurent, La escritura o lo trágico de la transmisión, Ed. Psicoanalítica de la Letra, A.C. México, 1994 pp. 13
[4] Primo, Levi, Si esto es un hombre, Muchnik Editores, Barcelona 2000 pp. 64.
[5] Idem pp. 17
[6] Levi, Primo La Tregua Muchnik Editores, Barcelona 1997 pp. 51
[7] Pérez Gay, José María, Cicatriz que no cierra, Revista electrónica “Nexos Virtual”.
[8] Felstiner, John, Paul Celan: Poeta, superviviente, judío, Ed. Trotta, 2002 pp. 41
[9] Celan, Paul, Fuga de la Muerte, Traducción de José María Pérez Gay, Revista electrónica, “Nexos Virtual”.
[10] idem
[11] Agamben, Giorgio, Lo que queda de Auschwitz, Ed. Pre-Textos, Valencia, 2000.
[12] Levi, Primo La Tregua Muchnik Editores, Barcelona 1997 pp. 21
[13] Idib. Pp. 20
[14] Traverso, Enzo, La historia desgarrada, Cap. III, Ed. Herder, 1997 pp.103
[15] Primo, Levi, Si esto es un hombre, Muchnik Editores, Barcelona 2000 pp. 201