Vigencia del psicoanálisis en el siglo XXI
Ramiro Ortega Pérez
No es infrecuente escuchar, tanto de sectores que provienen de la disciplina “psi” como de otros en los que se presupondría un cierto nivel o determinados alcances culturales, la opinión de que la obra de Sigmund Freud se encuentra, en muchos sentidos, obsoleta o pasada de moda.
No nos detendremos en la observación de que, las más de las veces, las opiniones se encuentran formadas más por elementos superficiales que por verdaderas lecturas críticas o por razonamientos textuales de peso. Predominan las repeticiones de ideas extraídas de manuales, de autores que no explicitan sus propios criterios epistemológicos, o simplemente se reproducen sentencias de voces a las que se considera autorizadas.
De hecho, este fenómeno no atañe exclusivamente a la obra freudiana, más bien, implica la plena consolidación de una tendencia señalada a finales del siglo pasado por autores como Dora Laino, quien señala: “… El fenómeno de banalización de los conocimientos, que caracteriza este fin de siglo, se expresa a través de diferentes vías. Una de ellas es la que consiste en basarse en autores recientes que, más allá de no contar aún con una propuesta suficientemente validada y consistente, en muchos casos buscan referenciarse denostando a grandes pensadores, lo que los lleva –muchas veces- a sustentarse en desarrollos que ignoran monumentales trabajos teóricos y ‘redescubrir’, con limitaciones, hechos largamente estudiados. Esta trivialización, congruente con posturas post-modernas que celebran los que se ha dado en llamar ‘la caída de los grandes relatos’, es observable en infinidad de publicaciones que no sólo inundan las librerías, sino también los espacios universitarios …” [1]
Con todo, vale la pena señalar que el psicoanálisis ha sido capaz de renovarse no sólo en sus criterios clínicos referentes a la terapia, la formación de analistas e incluso la transmisión; sino también, de insertarse sólidamente en el tejido social e imbricarse en la Cultura. En este último sentido, el cine, la pintura, la música, o la literatura, dan testimonio de los alcances profundos de su legado.
¿Qué es el psicoanálisis?:
En definitiva, vale la pena comenzar por la caracterización que ofrece Jacques Lacan, en el contexto del Seminario XI [2]. Ahí señala la necesidad de partir, para la ubicación del psicoanálisis, como una praxis, como una forma de acción cuyos fundamentos teóricos, permiten otorgarle una pertinencia particular. Práctica de la singularidad, donde se rompe el diálogo convencional y el analista funciona como el soporte de la producción de una persona que, de paciente, deviene analizante de sus propias producciones psíquicas.
A diferencia de las terapéuticas basadas en “curar”, mediante técnicas, consejos y/o propuestas de solución; el psicoanálisis hace de la palabra del analizante el recurso principal para insertar lo inédito: la dinámica del deseo. No se trata de una apetencia o de un “querer algo”, más bien, de la construcción de un modo único de estar en el mundo, de una solución propia que otorga sentido particular y que funciona como límite a los malestares subjetivos.
Se trata de hacer posible, mediante la emergencia de lo que sólo encuentra su real valor por y para el propio sujeto, una suerte de modificación que sólo puede gestarse desde la legalidad de construcción del propio psiquismo y siguiendo su lógica. No se trata de estandarizar ni mediante dispositivos exteriores ni mediante criterios aceptados por todos, más bien, de producir una forma propia de estar en el mundo. Llegándose, de este modo, a una cura por lo singular.
Así, y en palabras de Osvaldo Delgado, puede decirse que “… Efecto terapéutico, efecto analítico, no refieren a un mismo campo epistémico. El primero tiene como partenaire a la medicina o más ampliamente al campo “psi”; el segundo, a la ética …” [3]
Ética ligada a una lógica, la del acontecer psíquico, de sus leyes, de sus mecanismos de conformación y funcionamiento. Por ello, sólo lo que es gestado desde el propio funcionamiento psíquico puede hacerse perdurable y no momentáneo o simplemente desplazado. La intervención, la propiamente analítica, apuesta, entonces, por construir modificaciones desde la puesta en escena de lo psíquico y no desde una solución proveniente de un experto. No se trata, pues, tanto de eficacia técnica sino de pertinencia del dispositivo.
¿Qué es más pertinente que la producción de un tipo de saber que no se pierde en las generalidades del dominio técnico?.
Lo que se produce como saber, para el analizante tiene el estatuto de lo verdadero y para el analista representa un saber de lo peculiar que tiene reglas peculiares en su pasaje a lo público. Por un lado, se trata de transmitir algo del orden de lo singular, y por otro, de establecer la dignidad de un discurso que no se pierde ni en la metafísica ni en la simplicidad.
Así pues, en su estatuto teórico, el psicoanálisis muestra una doble consistencia: por una parte, una teoría renovada que cuenta con los aportes de la Antropología Estructural, de la Lingüística, de las Lógicas no clásicas, de la teoría de conjuntos y de la topología; por otro lado, con una producción teórica que ha resaltado el valor de la palabra, tanto como fundamento que hace innecesario cualquier tipo de metalenguaje, [4] como también, como la vía para producir de manera incesante una lógica conceptual siempre abierta, imposible de cancelarse, en tanto que, la experiencia apunta hacia un real ineliminable del psiquismo.
Retrocesos:
Vale pues, entonces, señalar que de una teoría de la que se desconoce el status y más aún, su contexto de validación, como diría Popper, resulta por demás, poco fecundo realizar “críticas”, que a lo sumo, alcanzan el estatuto de creencias. Del mismo modo, su transmisión no es algo que se encuentre exento de reglas, ni de la necesidad de un rigor categorial que sólo alejándose de generalidades nocionales puede alcanzar el estatuto de verdaderos conceptos. [5]
Puede incluso señalarse, que en concordancia con las elaboraciones de Slavoj Zizek, [6] en muchas ocasiones el abandono de la reflexión de los fundamentos psicoanalíticos ha llevado a retrocesos conceptuales de peso.
Entre estos podemos situar las ideas modernas sobre el trauma, sobre el papel de la familia en la determinación subjetiva o inclusive el papel mismo del duelo en la economía psíquica humana.
Ya desde 1894 [7], Freud había establecido dos elementos para pensar el trauma: el primero implica que la suma de excitación desborda las posibilidades de representación psíquica, pero ello, porque el propio psiquismo se estructura en una singularidad que da, ¡siempre!, una validación propia a cualquier evento exterior; el segundo elemento implica una temporalidad a-posteriori y no de carácter lineal, es decir, que se requiere de un segundo momento en el que se da significado al primero, para que el evento devenga traumático.¡Qué diferencia con los modernos enfoques sobre el estrés, los traumas psicológicos o los eventos “terribles”, en los que parece que el peso del evento depende de su magnitud externa!.
Asimismo, asistimos a una especie de Psicología del teatro guiñol, en la cual los sujetos son relevados sistemáticamente de su responsabilidad subjetiva, adjudicando a los eventos del exterior el peso causal de sus padecimientos. Con regularidad se plantea, que si una persona sufre es porque: “tiene problemas familiares, el padre es alcohólico, sus padres se están divorciando, sufrió mucho de pequeño (a), etc.”. Lo que no aparece, prácticamente nunca, es que de ese exterior material, y que evidentemente tiene efectos, ¡el sujeto también es responsable!. ¿De qué?, de sus decisiones, de sus complicidades, de sus formas soterradas de participación en la construcción y determinación de los eventos. Pero, sobre todo, de elegir en la reconstrucción histórico vivencial los acontecimientos que lo precipitan a una dinámica masoquista o los eventos que le llevan a construir una forma propia, independiente, de funcionar. En este sentido, el psicoanálisis permite diferenciar entre la dinámica de la satisfacción y la dinámica del deseo.
Un tercer aspecto en que pueden señalarse los retrocesos se encuentra en la dinámica misma de los procesos de duelo humano. Se acepta que la reacción de duelo es inherente a pérdidas amorosas, de seres queridos, como impactos a cambios radicales de vida o incluso de hábitat. Sin embargo, las modernas concepciones desarrollistas y descriptivas, apuntan o a suponer una reacción estándar ante un evento exterior o a suponer un conjunto de fases por las que tiene que atravesarse para decir que el trabajo de duelo se efectuó. En principio, la clínica analítica descubre que lo que a de ser una pérdida lo decide cada sujeto, es decir, lo que para uno puede ser un gran dolor, para otro puede representar un inmenso alivio e incluso un motivo de culpa, pero, sólo por experimentar una satisfacción tan grande ante la pérdida. El tiempo del duelo es personal, enteramente subjetivo, no hay ninguna “normatividad” para ello; sin embargo, lo que sí puede señalarse es que lo que a veces impide el trabajo de duelo se impide por las representaciones inconscientes asociadas a la pérdida. Aún más, puede señalarse que una distinción sencilla, pero que requiere de cierta fineza para establecerse, es que, no sólo tristeza y depresión no son idénticas, sino que, a menudo, la primera salvaguarda de la segunda.
¡Todo vale!:
Lo cierto es que los retrocesos conceptuales se deben, básicamente, a dos razones: por una parte a la insuficiencia de los razonamientos sobre el fenómeno psicológico, por parte de los profesionales de la disciplina o de los legos, para desprenderse de los estrechos criterios otorgados por lo que Cornelius Castoriadis [8] denomina como la ontología heredada; la otra razón la encontramos, en que la opinión, como planteamiento del orden de lo intuitivo, se inserta en un clima intelectual basado en el predominio de un sistema nocional que apunta a validar todo tipo de prácticas como equivalentes e intercambiables.
¡Todo vale! parecen señalar los modernos próceres del cinismo. ¡Seamos buenos, tomémonos de las manos, lloremos juntos y restauremos, por ejemplo, al “niño interior”!. Ofertas del tipo Big-brother, para que otros, sin pudor alguno e impulsados por afanes exhibicionistas expongan sus frustraciones, sus miserias y quebrantos. Pasajes al público, donde cada uno puede exhibirse en una intimidad, que, a final de cuentas es silenciada al hacerla pasar como “paradigma” de lo que a todos acontece.
Los profesionales de lo “psi”, concientes o no, intervienen en esta promoción, llevando las discusiones a terrenos eminentemente técnicos. Todo es igual, una técnica u otra, ¿qué es más rápido?, o aún más, ¿qué es más eficaz?. Prescinden de que si se conoce el fenómeno psíquico, sus reglas, sus formas de manifestarse y también, de manera radical, sus posibles aperturas, y por ende, las posibilidades reales de incidir sobre él; entonces, sólo entonces, podrá ejercerse algún tipo de modificación que apunte a lo perdurable.
Sin embargo, en el reino del ¡todo vale! se encubren, con falsos pluralismos, las adhesiones acríticas a lo peor del cinismo, de la complicidad, de la promoción de ofertas perversas. ¿No es frecuente escuchar a “docentes-decentes” decir a sus alumnos: no te cases con ninguna postura, escucha y forma tu propio criterio?. En el fondo dicen: no me identifiques, porque si me cuestionas mi respuesta, plural, por supuesto, no pasaría del sentido común. ¡Todos somos iguales!, ¿sí?, ¿entonces, porqué ante fenómenos como las psicosis, el suicidio, la depresión o ante las incapacidades de movilizar o modificar comportamientos, los “plurales” reculan y le adjudican todo el peso de los fracasos a los otros y no a la pobreza de su comprensión de los fenómenos?.
Perspectivas:
Ciertamente, el contexto y los referentes a partir de los cuales S. Freud construyó el psicoanálisis se han transformado. Del capitalismo consolidado de finales del Siglo XIX y principios del XX, a su estado salvaje actual, se han modificado no solo las formas mundiales y nacionales, sino también, ello supone impactos en los referentes simbólicos. Las imago paternas declinan y no es posible pensar que los ideales, las representaciones de autoridad o los códigos que regían, como el honor, la lealtad o simplemente el amor, han quedado intactos. [9]
Del mismo modo, el psicoanálisis que fue capaz de impactar a la cultura en el siglo XX y cuyos efectos permanecen saludables en la pintura, la creación literaria, la filosofía e incluso en la música, ha debido modificar sus formas prácticas no sólo ante los nuevos modos de enfermar y padecer, sino también, ante contextos en que se observa un ascenso constante de la desesperanza, de la depresión, de la angustia y de la insignificancia.
En este sentido, la figura clásica del analista de gabinete persiste y se valida a partir de sus resultados, de los efectos que es capaz de realizar en la subjetividad de los analizantes; sin embargo, el psicoanálisis, aún en su relación contradictoria con otros discursos, hasta el siglo pasado parecía contar con territorios y antagonismos bien definidos. En la actualidad, existen muchos aspectos polémicos e incluso múltiples prácticas que se dicen analíticas o al menos influidas por su discurso. No existe, pues, hacia el gran público, un criterio que de garantía de la seriedad del tipo de práctica de que se trata. Y no se trata, como hemos visto, sólo de cuestiones de carácter teórico sino también de implicaciones prácticas específicas. Como bien lo dice E. Laurent: “… La psicoterapia se extiende en igual medida que la concepción mecanicista del yo, que la idea arraigada de que no existe la causalidad psíquica. En ello reside el gran secreto de la psicoterapia generalizada …” [10]
Jacques Alain Miller, dirigente de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, plantea que en la actualidad es menester volver a hacer existir el psicoanálisis en lo social, con toda su fuerza, con toda la virulencia de que es capaz. No se trata, como puede verse, de una lucha de carácter gremial, se trata de que no desaparezca lo más fuerte que existe en los sujetos humanos, se trata de re-situar, el fundamento mismo de la subjetividad: el deseo inconsciente. Se trata, también, de oponer una forma consistente de resistencia a la multiplicación del cinismo contemporáneo, al avance de las formas masificantes que en la educación y en las empresas proliferan como intentos de borrar la diferencia, como intentos de silenciar la singularidad y por ende, de anular el fundamento psíquico de la creatividad humana.
Notas
[1] Dora Laino. Aspectos psicosociales del aprendizaje. Homo Sapiens Ediciones, Buenos Aires, 2000. p. 36.
[2] Jacques Lacan. Seminario XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Ed. Paidós, Barcelona, 1997.
[3] Osvaldo Delgado. “Efectos terapéuticos – efectos analíticos: un debate ético”. En: Varios Autores. La práctica analítica. Ed. Paidós, Buenos Aires, 2003.
[4] Esto a diferencia de los enfoques, de raigambre decididamente positivista, que pretenden eliminar la ambigüedad del lenguaje mediante la garantía de una teorización de orden superior que les proporcione las reglas de la comprensión unívoca.
[5] Resulta de particular interés el reportaje realizado a Cecilia Draghi, del Centro de Divulgación Científica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, aparecido en el Periódico digital “La Nación” http://www.lanacion.com.ar/04/05/18/sl_602149.asp. En él se enuncia un problema fuerte ligado a los docentes de Ciencias Naturales, pero extensible a otros campos y contextos: aún siendo buenos especialistas en un tema, el bagaje conceptual se encuentra impregnado de nociones y creencias que impiden formas de razonar de carácter científico. Para Draghi, con frecuencia, las ideas enseñadas en las universidades tienen poca “potencia” o profundidad y se agregan a concepciones previas, produciendo más efectos cosméticos que formativos.
[6] Slavoj Zizek. Porque no saben lo que hacen. Ed. Paidós, Buenos Aires, 2001.
[7] Particularmente interesante resulta remitirse a los trabajos de 1894 y 1896, sobre las “Neuropsicosis de defensa” y las “Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa”.
[8] Existen varios textos de la obra de Cornelius Castoriadis donde expone las características de la ontología heredada, pero, baste señalar que la crítica a las nociones de ser, de lógica, de identidad y de explicación, que se desprenden de las epistemologías tradiciones, se encuentra expuesto con claridad en obras como: Hecho y por Hacer. Ed. EUDEBA, Buenos Aires, 2002.
[9] Ver. Jacques Lacan. La familia. Ed. Homo Sapiens, Buenos Aires,1986. En este texto expone el modo como se inscriben en lo social determinadas representaciones psíquicas, llamadas imago, cuya función es la contener, como referente externo, los propios límites existentes en lo psíquico.
[10] Eric Laurent, citado en el texto de Anna Aromi. “ La formación analítica y lo actual: un nombre de lo real”. En: Revista Freudiana, No. 35, junio-septiembre de 2002, Ed. Paidós.