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VIOLENCIA POLÍTICA, TRAUMATISMO COLECTIVO Y PSICOPODER

Marília Etienne Arreguy Como estudiosa del tema de la violencia en el campo psicoanalítico, cuyas posibilidades son tan amplias e inherentes a la vida humana, me preguntaba de qué trataría en esta ponencia tamaños sufrimientos tan imputados a los ciudadanos hoy. Teniendo en cuenta los impasses actuales respecto al enlace entre poder, resistencia y goce…


Marília Etienne Arreguy

Como estudiosa del tema de la violencia en el campo psicoanalítico, cuyas posibilidades son tan amplias e inherentes a la vida humana, me preguntaba de qué trataría en esta ponencia tamaños sufrimientos tan imputados a los ciudadanos hoy. Teniendo en cuenta los impasses actuales respecto al enlace entre poder, resistencia y goce en la esfera digital, determinantes de una violencia sutil y subliminal contra todas las generaciones, pretendo trazar un panorama de las implicaciones de las violencias colectivas en el cuadro de los síntomas subjetivos actuales, con el objetivo de abordar algunas características del psicopoder y su capacidad de producir un traumatismo colectivo.

Una violencia primordial que no cesa de no inscribirse

No pretendo detenerme en todos los distintos matices de la violencia subjetiva, tampoco de la criminalidad colectiva o de la guerra, como lo hace Sophie de Mijolla-Mellor (2011) en su inventario psicoanalítico La mort donnée: essai psychanalytique sur le meurtre et la guerre [“La muerte ofrecida: ensayo psicoanalítico sobre el homicidio y la guerra”]. Allí se puede comprender diferentes desenlaces de las pulsiones en el contexto de las criminalidades individuales, abordando los mitos implicados en por qué los niños matan a sus madres y padres, por qué padres y madres matan a sus hijos, por qué hermanos y hermanas se matan entre sí, por qué maridos y amantes se destruyen mutuamente, socios y amigos cercanos asesinan unos a otros. La violencia intersubjetiva se desarrolla a partir de los conflictos narcísicos y edipianos, teniendo cuadros clínicos específicos. En cuanto a la criminalidad colectiva, el prototipo trabajado por Mijolla-Mellor (2011) sería la guerra, diferenciando las condiciones políticas que la desencadena, en el ámbito del “Eros”, de las situaciones extremas de masacre del enemigo, cuando la guerra pierde su razón y se vuelve únicamente barbarie movida por “Thanatos”. 

Por más que haya tantos progresos en el ámbito feminista en la actualidad, no podríamos dejar de mencionar la “violencia masculina” de la cual trata Bourdieu (1998/2003). Ella no se reduce tan solo a la violencia de género, ya que se constituye como una violencia primordial, dicha estructural, que repercute en todos los ámbitos de la vida, no solo en la de los humanos, ya que también ataca, de alguna manera, a todas las especies de nuestro planeta. Es una violencia hegemónica, ejercida de arriba hacia abajo y que está inscrita en el ADN humano desde la figura del paterfamilias romano, que tenía derecho a la vida o la muerte de sus esposas, hijos, amantes, esclavos, animales y tierras. Esta violencia jerárquica no deja jamás de resurgir de todas las formas, conscientes e inconscientes, en un intento por restablecerse como derecho soberano de los hombres, sobre todo los otros seres. Eso parece ser la violencia colectiva que más afecta a la humanidad hoy, con el reflujo del fascismo y las nuevas idolatrías del padre eterno, que vienen de casi todas las religiones y sus dogmas. La dominación de diversos pueblos y naciones alrededor del globo, a partir de un discurso sobre la familia y todo lo que se hace “en nombre del padre”, requiere una digresión al punto de intentar ubicar los orígenes de eso que aun influencia en nuestros días la pregnancia de esa figura metafísica del padre-divino en el meollo del Estado Laico.

Partiendo no solo del hecho de las revoluciones francesa y americana, sino principalmente con la construcción del Estado de Derecho, Alexander Kojève (1942/2004) demuestra en su libro, La notion d’autorité [La noción de autoridad], como la estructuración del Estado moderno fragmentó la posición de autoridad paterna compuesta por la ecuación – padre-soberano-Dios – en las figuras de los tres poderes constitucionales – ejecutivo-legislativo-judicial –, generando una especie de represión política de la figura del padre todopoderoso al ámbito restricto de la familia nuclear. Junto a la destitución del hogar soberano del padre-rey, se fragmentó la estructura del poder, teniendo como resto del recalcado de las revoluciones el resentimiento por la caída y por la división del poder absoluto del padre otrora único. La decadencia del poder patriarcal tendría como prototipo el Tótem y Tabú de Freud (1913), pero más allá de la construcción de una ley simbólica, fue creado el Estado Moderno con sus características disciplinares (Foucault, 1975) en cuyo poder se fragmenta en diversas estructuras. El Padre simbólico se desploma, pero en la subdivisión generada resurge el “pequeño padre” de los micro-poderes jerarquizados y protagonizados, sobre todo en las figuras de hombres blancos hegemónicos. Sin embargo, la imago y lo real de una paternidad tiránica nunca fueron totalmente extirpados, abolidos, ni tampoco transformados o elaborados, porque la figura paterna resiste en sus tendencias a volverse hegemónica. La figura paterna como parte de la estructura familiar es, obviamente, muy importante para el desarrollo de los niños, ya que los padres no pueden ser culpabilizados siempre por toda la violencia, dado que cada hombre ya hace parte de una violencia más compleja, del machismo y del patriarcado, luego también está involucrado en diferentes grados de sometimiento. El deseo solo es posible a partir de la renuncia de una parte de goce. El paradojo de la violencia masculina en el psicoanálisis se constituye por esta oscilación entre imponerse mientras ley y caerse desde su pedestal simbólico. Sin embargo, aunque se arrogue la decadencia del padre tiránico de la esfera política, seguimos inconscientemente el irónico modelo de “autorrealización” de la Pirámide de Maslow. Ese modelo es sugerido para todos, pero si no lo realizamos no nos reconocimos a nosotros mismos. Así: si no somos los mejores no somos nadie.

Si hay en Lacan (1938/2001; 1953/1963) una alusión al declive de la función paterna como denuncia del fracaso del vínculo simbólico y de la caída de los ideales tradicionales, ello, de ninguna manera, sería algo por lo que podríamos volver a sentir nostalgia. Después de todo, un padre funcional o un gobernante justo, para el psicoanálisis, siempre debe ser tomado como decaído. Esta es la única condición para que los padres operen de forma no violenta (o menos violenta) en los vínculos familiares y sociales, teniendo en cuenta toda la alegoría hecha por Freud (1913) en Tótem y Tabú. Considerando desde la insurgencia mitológica de los hermanos de la horda primitiva hasta la real de los campesinos hambrientos de la Revolución Francesa – para mencionar solo estos hitos ejemplares – fue posible, a través de trágicas condiciones de posibilidad, derrocar a la ubiquidad del padre todo poderoso y derribar al Rey Tirano mediante la insurgencia revolucionaria en el campo de los oprimidos. Pero todo ello no fue posible sin derramamiento de sangre. Ahora, en los giros y vueltas de la historia, en la identificación de cada cultura a sus propios principios y en los avances progresivos de la humanidad, la contención de la violencia pasa necesariamente por la limitación del padre. Pero esta interdicción implica también un corte en carne propia mediante el establecimiento de una ley para todos, ya que, indispensablemente, la interdicción de la violencia debe implicar un cierto nivel de renuncia pulsional por el bien del disfrute colectivo. 

Pero estos puntos de anclaje simbólica – y todo lo que abarca la castración – conciernen mucho más a la responsabilidad de los adultos que atribuirlas a una cuestión de aprendizaje de los niños (Ferenczi, 1928/2011). El discurso de discriminación de la infancia trata de criminalizar a los niños y jóvenes por conductas que los adultos también hacen, una vez que son inscriptos de forma escindida en la estructura de la sociedad. En consecuencia, la limitación del goce es algo que debe resultar de la responsabilidad del Estado, de sus instituciones y organizaciones, sobre todo de los adultos, no solo y exclusivamente atribuyendo a las culpabilidades individuales. Tampoco cabe al individuo establecer una función normativa de la cual no tiene gobierno y que no es más que resultado en el campo cultural. De todos modos, la gran discrepancia entre los deberes y derechos del ciudadano frente a un Estado opresor fundado por una burguesía desigual condena, como el primero a pagar por los daños de la violencia, el sujeto solo, echándole la culpa por su propia incapacidad de corresponder a demandas imposibles, vistas como imperativas, como se hace a través del discurso neoliberal, principalmente aquello de la meritocracia. El joven convertido en cifra no tiene otra salida que confrontarse con una demanda ilimitada de éxito. Conforme Lacan (1969-1970), podríamos elegir el discurso capitalista como el único más allá de los cuatro discursos, es decir, que no es capaz de considerar el aspecto imposible del goce, una vez que su propuesta de realización plena acompañada del consumo ilimitado. Todo este proceso se propone de manera casi delirante – componiendo un traumatismo colectivo – como si fuera algo creíble y realizable. Esta omnipotencia del consumo, acompañada de la creencia en la libertad individual con su transparencia narcísica en red, ¿viene a sustituir la omnipotencia del padre o es más una figura de la dominación masculina?” ¿No se podría pensar que la exaltación de las individualidades y de los grupos identitarios sería cooptada por las técnicas del poder patriarcal disfrazadas en el mundo virtual de los cliques instantáneos?

Capas intrincadas de la violencia: capital y tecnología

No seríamos ingenuos de creer en respuestas definitivas o simplistas al problema de las violencias particulares, ni de suponer soluciones a los diferentes estratos de violencia estructural y simbólica que constituyen cada cultura. Esto no nos exime de afrontar lo que más nos aflige en este momento. Me refiero a la violencia mayor del psicopoder tecnológico (del marketing y de las redes sociales) asociado al “divino mercado” (Dufour, 2009).

Para abordar el doble escollo de la violencia actual, al mismo tiempo subjetiva y social, en primer lugar, me gustaría basarme en el concepto de violencia objetiva, tal como define Slavoj Žižek (2008) a propósito de la violencia del capital. Nos cargamos esta violencia en cada momento de nuestra vida y de nuestras elecciones sin darnos cuenta de qué partes inconscientes de esta crueldad exploratoria colectiva actúan en nosotros, interiorizadas, desplazadas y naturalizadas, “como si no fuera así”. En el caso de la ubicación individual de la crueldad de clase, vemos la arrogancia típica de los más abastados, con una superioridad incrustada en su habitus (Bourdieu, 1982). Bion describió la triangulación entre agresividad, narcisismo y arrogancia como una forma disimulada de la crueldad que a mí me alude a la postura altiva y la mirada de arriba hacia abajo de ciertos burgueses híper ricos. No juzgo a una persona pero al efecto de clase expreso en el subjetivo. Esta violencia capitalística se sobrepone a otras formas de violencia subjetiva que, por sí mismas, son la consecuencia de formas de subjetivación en las cuales una violencia estructural es ya inherente y su causa intrínseca, por lo tanto inextricable. Así, la violencia del capital se suma a la violencia estructural del ser hablante: aquella de la pérdida del goce que constituye cada uno de nosotros. Por su parte, Piera Aulagnier (1975) describe la violencia del lenguaje como una violencia primaria que las madres echan mano con su interpretación aproximativa de las demandas del niño. Esta “violencia” es estructural porque, como una “portavoz”, las madres jamás saben qué exactamente los hijos les piden, interpretando desde su inconsciente los pedidos gestuales y sin palabras de sus niños. Así que, una parte del todo, que es enderezado, queda como resto jamás atendido o incluso, malinterpretado. Cuando la madre ofrece algo muy diferente a la expectativa del niño, acaba generando una frustración muchas veces insoportable al bebé. 

No insistiré en los aspectos traumáticos de la constitución psíquica, una vez que el malestar (Freud, 1930) es indisociable y necesario para la formación del lazo social. Sin embargo, mientras la violencia estructural del lenguaje es inevitable, la violencia objetiva del capital es el negocio de los hombres. Más nociva pero menos sancionada, ya que los híper ricos son los que menos pagan tributos y la lógica del mercado en el neoliberalismo desregula todo el lastre de garantías sociales instituidas. 

Delante de estas distorsiones, la violencia subjetiva parece ser el principal foco de las políticas de seguridad y de las preocupaciones reflexionadas en los medios de comunicación en general. Eso solo es posible en una sociedad fragmentada que trata a su pueblo como enemigo, implicando una violencia de clases disimulada, como demuestra el sociólogo brasileño Jessé de Souza (2019) en su aclamado libro Elite do atraso. Sin embargo, poco o nada se dice sobre la forma obscena de estructurar la sociedad a través de la explotación de los cuerpos y subjetividades a lo largo de la historia y que hoy está en consonancia con la sofisticación de las altas tecnologías de red. Todo para mantener una casta del 1% en el poder, pairando sobre todos, como se puede leer en las estadísticas de OXFAM. Paradójicamente, apenas se habla en los medios de comunicación de masa acerca de la violencia del capital, pero solamente de los delitos subjetivos menores, espectaculares, de bullying, de las masacres en las escuelas, de situaciones trágicas, de asesinatos por el tráfico o de la violencia de la naturaleza en fenómenos climáticos, sin cuestionar el sistema y sus causas de desigualdad profundas que desencadenan gran parte de esta violencia subjetiva. El “mercado especulativo”, por su vez, se le trata como una entidad personificada llena de deseos excéntricos, arrollando afectos extremos y caprichosos. 

Psicopoder y traumatismo colectivo

Para pensar las capas silenciosas de la violencia neoliberal, fruto del capitalismo ultra competitivo, tomemos el concepto de psicopolítica, creado por el filósofo coreano, profesor de la Universität der Künste de Berlín, Byung-Chul Han (2014/2018). Este autor circunscribe la violencia de la que somos tributarios, ya que la sostenemos activamente con nuestra parte de sufrimiento, pero también de goce: la violencia del psicopoder.

Como ejercicio de Gestalt, por lo tanto, priorizo ahora un enfoque más amplio, sobre la configuración de una violencia que nos constituye a nivel económico, con el doble sentido que puede tener esta palabra. Me propongo centrarme en el juego de la figura-fondo tanto en términos del materialismo histórico como de los micropoderes e, indagar: ¿Quién posee y controla los instrumentos de exploración del goce? ¿Quién cae en las redes del capital? ¿Quién se regocija en el mercado de individualidades formateadas en una pedagogía de excelencia? ¿Cómo salir de una esfera de dominación de las mentalidades en red? ¿Cuáles son las técnicas de usurpación de nuestra subjetividad?

Así, reflexionar sobre la violencia hoy no depende solo de comprender la singularidad del deseo – aunque el psicoanálisis actúe más en este aspecto – sino que es necesario afrontar, sobre todo, que el psicopoder actual conlleva una crueldad sádica instituida colectivamente y corroborada en las tecnologías de red. El psicopoder es una forma de producción algorítmica de subjetividad de la cual todavía no sabemos mucho, por lo tanto no tenemos cómo defendernos, ya que logra una forma de manipulación digital no solo de la vida individual sino también de la vida colectiva. Sabemos que una nueva forma de exploración mucho más insidiosa que extrae la plusvalía de la enajenación de jóvenes, por ejemplo, en el universo de los videojuegos, aspecto conocido conceptualmente como “gameficación” de la vida (DUNKER, 2020). 

Si estuviéramos atentos a los lazos de subjetivación enajenante, a la medida que íbamos accediendo al pensamiento crítico, sería posible evitar, rebelarse y crear líneas de fuga contra esas técnicas opresivas de enajenación digital. Pero, como no se trata de un poder represivo, sino de un poder seductor, un poder positivo, como señala Han (2014/2018), tenemos mucho más dificultad de detectar y salir de esa especie de cárcel tecnológica. Sin embargo, las personas, principalmente niños y jóvenes, son muy fácilmente capturados por una demanda de ser y de vivir de manera absolutamente individualista, a través del exhibicionismo estimulado en las redes sociales. Toda su vida está expuesta resultando en un doble trabajo: crear contenido y consumirlo. El sujeto enajenado en la red trabaja el doble para los capitalistas detenedores de los medios cibernéticos. Pero eso no ocurre solamente con los jóvenes, incluso en la dinámica del mundo adulto, laboral, gran parte de la sociedad produce y trabaja gratuitamente para tener visibilidad. Se trata de la lógica del “empresario de uno mismo”, en la cual muchas veces el sujeto paga para trabajar.

Pensar «la violencia en la actualidad», por lo tanto, nos convoca a evaluar este punto de entrelazamiento entre las responsabilidades colectivas e individuales por la violencia que nos afecta. Según Agamben, solo lo que es capaz de alumbrar las sombras de nuestro tiempo es digno de ser considerado contemporáneo. Así, lo que más me preocupa es la violencia silenciosa que puede verse desde un punto de vista global como “fórmulas generales de dominación”, para usar una expresión de Michel Foucault (1975), pero que hoy podríamos llamar de fórmulas digitales de dominación. 

Como demuestra claramente Byung-Chul Han (2014/2018) en su ensayo sobre el psicopoder, conocer la violencia objetiva actual no solo depende de conocer y resistir al poder disciplinario y a la biopolítica (sin duda dañina en términos de incremento de la necropolítica colonial (MBEMBE, 2013) establecida desde hace siglos), pero de saber de cómo somos dominados actualmente por nuestro goce. Es importante resaltar y atentarse al potencial de control algorítmico compuesto por los big data. Es cierto que esta tecnología no es tan nueva ya que actualiza la era estadística profundamente arraigada en todos los procesos humanos y sociales desde, al menos, el adviento del positivismo lógico. 

Los big data son conglomerados de datos que extraen todo tipo de información sobre los sujetos: su ubicación en el espacio, sus prácticas de consumo, sus gustos sexuales, sus tendencias sintomáticas, todo puesto en orden para domesticarlos y extraer valor tanto de sus acciones como de sus consumaciones. En las redes sociales el sujeto es un “usuario” que a la vez produce la información y la consume. De esa manera, toda información producida por el usuario es monetizada mientras sus datos personales y privacidad son usurpados. Hasta la dinámica emocional pude ya ser mapeada. Ayudamos los propietarios de estas empresas de big tech a controlar nuestras acciones y deseos a través de nuestras debilidades narcísicas, por la parte pulsional que nos habita, por nuestra compulsión de aparecer para sobrevivir y existir virtualmente.

La psicopolítica, como ya se ha sugerido aquí, presupone el pasaje de un poder disciplinario que se ejerce sobre el cuerpo y de una biopolítica que se ejerce sobre las masas, a un poder omnipresente que invade la psique y encripta el propio inconsciente del sujeto, capturando y forjando un falso deseo. Los productos son elevados a la categoría de objetos-fetiche, moviendo la pulsión de dominación en las personas.  Basada en diversas epistemes psicológicas de matiz positivista o incluso liberal-humanista, el psicopoder tiene un efecto persuasivo de esclavizar el sujeto y las comunidades humanas. Evidentemente hablo aquí de los algoritmos de las redes sociales, que no solo desestabilizan a los sujetos, haciéndolos adictos a una comunicación narcisista especular, reforzadora y auto-justificante, condenándolos al colapso cuando se frustran, sino que desestabilizan también enormemente a los gobiernos, instalando masivamente «bombas semióticas» capaces de generar disensión entre poblaciones enteras. Este es uno de los principales nombres de la violencia actual: el psicopoder capitaneado por el capitalismo de mercado, que genera crisis y por conseguiente impone facturas a la población, obligando a todos a pagar las cuentas de sus especulaciones financieras, mientras que unos pocos, el 1%, comparten en sí mismos los beneficios derivados de la miseria planetaria. ¿Cómo puede ser considerada hermosa toda ostentación de la riqueza si en ella misma oculta procesos históricos de manipulación y explotación continuamente actualizados en una violencia objetiva real? Pues, el psicopoder es hoy el principal instrumento de esa violencia.

La convocatoria de Mark Zuckerberg – CEO de Facebook – que tuvo lugar, en 2018, en el Parlamento Británico es todavía poco conocida. El billonario tuvo que dar explicaciones también en el Senado Americano acerca de la invasión de privacidad de cuentas y permisión de difusión de fake news5. Zuckerberg, junto con responsables de la empresa Cambridge Analytica, fueron condenados por haber influenciado de manera ilegal el resultado del Brexit y de las elecciones de diversos países, entre ellos EE.UU. y Brasil, mediante invasión de privacidad, manipulación y difusión de información falsa a millares de cuentas de Facebook.  

Es de destacar que los mentores en la construcción de esas formas de manipular big data advienen de la Psicología Cognitiva que por veces se utiliza del conocimiento de técnicas de reforzamiento del comportamiento y de cartografía cognitiva para domesticar mejor a las masas en favor de los intereses de las grandes empresas y de pocas personas. Por más volátil que sea el mercado financiero y la fluctuación de las riquezas, sabemos que muchas veces ellas pertenecen siempre a los mismos linajes familiares, las mismas series jerárquicas de personas privilegiadas. 

Llama la atención la arrogancia de la ideología de aquellos que fundaron el liberalismo, como describe Noam Chomsky (2015), los autos intitulados: The masters of human kind, o incluso aquellos que se dicen The Good Citizen, nombre dado al periódico de la Ku Kux Klan desde los idos del siglo 18. Son parte de los mismos grupos que heredaron de la lógica del liberalismo, cuya libertad planteada solo alcanza a los que son propietarios de los medios de dominación y producción, en general, hombres, blancos, hegemónicos y que hoy controlan los big data. En el neoliberalismo, los maestros manipuladores no son más carrascos o patrones temidos y visibles, pero seductores creadores de redes de comunicación que nos usan como cobayas o como nuevos esclavos de la producción, del consumo y del voto que alimenta la democracia como una farsa (Žižek, 2011).

Las personas víctimas de los ataques de fake news, investigadas y elegidas como instrumento diseminador de odio a través de los algoritmos, son aquellas consideradas persuasibles6. Entonces, una vez conocidas todas las personas vulnerables, su opinión está sujeta a la manipulación por el discurso del odio y por imágenes estereotipadas que dan rienda suelta a los más variados prejuicios. La reacción de choque y adherencia a las ideas prejuiciosas que atacan a grupos antagónicos específicos se forman a través del narcisismo de las pequeñas diferencias. El disenso se crea rápidamente a partir de la liberación de pulsiones y no de la liberación de palabras, como se desea en psicoanálisis. Los persuadidos, en general, son personas que ocupan el lugar del derroche en el ámbito social: fracasados y de alguna manera resentidos con la vida y el sistema, que son invocados para desatar su odio contra otros grupos, a los que de otra manera deberían unirse. Sería importante estar alertas a la pregunta permanente: ¿A quién pertenecen los instrumentos que nos lastiman? ¿Sería posible establecer un vínculo simbólico a través de nuevas formas de socialización en red? 

Debido al predominio de los llamamientos imaginarios, lo simbólico tiende a desvanecerse y los sujetos a quedarse “suspendidos” en las redes, colgando de un hilo narcisista que apenas puede sostenerlos. Los persuasibles son los menos cultivados, los que detienen fallas en su pensamiento crítico, por consiguiente son más vulnerables al discurso del odio. Los males que sufren están ligados inmediatamente a la culpabilidad de las figuras criticadas con memes o imágenes vejatorias o hasta mentirosas. La imposibilidad de hacer parte de los “winners”, a los cuales se identifican, los llevan a creer en la promesa de un líder carismático, muchas veces también tiránico, en los moldes de lo que describe Freud (1921) en su psicología de las masas. Figuras de gobernantes justicieros como Trump, Bolsonaro y Orban, encarnan el odio de muchos sujetos explorados que no tienen discernimiento a propósito de las fake news o son comprados por ventajas que los valoran en detrimento de otros grupos y personas, de manera perversa e ilegal. 

En ese contexto de polarización política, de destitución de toda forma de diferencia y de destrucción del debate democrático, acompañada de la desarticulación de las políticas públicas y aumento del paro, los jóvenes son los que más sufren. No es de extrañar la afluencia de alta mutilación e ideación suicida que afecta a nuestros consultorios, especialmente por parte del público adolescente que no encuentra sentido ni apoyo en un mundo que no les da espacio ni empleos, y en el que la aclamada exigencia de auto-exaltación no deja huecos para afrontar las carencias y frustraciones de la vida cotidiana. 

Así, el psicopoder ya no es un poder represivo, sino un poder persuasivo, que va mucho más allá de un superyó normalizador, ya que la sumisión al poder dominante adquiere una dimensión colectiva de GOCE, actualizado por el must del imperativo americano: JUST DO IT. Todos son explotados en su exhibicionismo y su voyeurismo a producir y consumir sus propios contenidos, a exponer sus vidas como una auto-machina ambulante de producir plusvalía de sí mismos, agotando todas las fuerzas en pro de alimentar sistemas cibernéticos que lucran con cada gesto que hacemos en el www.

Sin embargo, el psicopoder no surge desde un punto cero como una forma etérea de dominar a los sujetos. Tiene profundas raíces en la religión y también en cierta ciencia, en su vertiente positivista-liberal. En ese sentido, es necesario precisar el poder, encontrarlo, discernirlo entre el abanico de posibilidades de elección que atraen al ciudadano común. El psicopoder opera domesticando el goce por una falsa libertad (KAISER, 2019). Una democracia colectiva efectiva consiste, por lo tanto, en resistir a los experimentos cognitivos que actúan en red, saliendo de la demanda capitalística que enreda el sujeto en una compulsión por la producción y consumación de informaciones imbuidas de odio. 

Sería necesario volver a las viejas prácticas conductuales de los behavioristas e incluso de la psicología humanista para comprender el largo y continuo camino del secuestro de mentes y corazones por experimentos históricamente determinados y sancionados por prácticas anti-éticas. Situaciones parejas a los experimentos de producción de medo de Watson (Davidoff, 2001) o a el experimento de Milgram se hacen de manera mucho más sofisticada, actualizadas en red, y nuestros actos son captados por la intensidad de la comunicación emocional hecha por los pares influenciados por el psicopoder tecnológico.

Procesos metodológicos y técnicos como la “caja de Skinner”, las prácticas de la “Programación Neurolingüística (PNL)”, la “pirámide de autorrealización de Maslow” (ibid.) fueron las formas primarias de componer estos dispositivos de poder que alienan a sujetos desprevenidos, los dichos persuasibles, pero no solo eso. Se trata de una cierta psicología centrada en el logro del individuo, en su adaptación, en su competitividad, en su rentabilidad, pero sobre todo en su desapego de un mundo común, compartido, ligado a la renuncia instintiva. Todos tienes que llegar a la cima de la pirámide. Todos tienen que hacer lo máximo para ser el mejor siempre. Pero no caben todos en la cima. Esa es la mayor mentira, que si nosotros, “burros viejos”, como decimos en Brasil – que significa experimentados – estamos un poco más atentos, nuestros niños, nuestros jóvenes y nuestros hermanos más vulnerables no lo están.

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No quiero decir que la Internet o las redes sociales en sí mismas sean solamente nocivas o inútiles. Eso sería una forma de oscurantismo. Como forma de resistencia política, las redes sociales y la internet como un todo aun pueden operar como instrumentos de lucha contra muchas formas de violencia, cuyo potencial de liberación todavía es latente. En el libro Cypherpunks: la libertad y el futuro de la internet, Julian Assange (2013) ya alertaba para el ambiente de investigación total de la vida en su transparencia extrema, con sus tipos de trampas para capturar la subjetividad y convertir todos en bandidos: el enfoque del encuadramiento criminal de los sujetos son la “pornografía”, el “terrorismo”, la “propiedad intelectual” y el “tráfico”. De alguna manera, todos están en riesgo de hacer los crímenes a los cuales son incluso estimulados. Los ciudadanos son atrapados por una suerte de goces que viene junto con la adicción a los instrumentos que los controlan. Así, en el psicopoder, se incita al sujeto a transgredir y después se lo lleva a callarse, porque todo en internet deja huellas. Las personas son entonces no solo reprimidas o investigadas, pero también incitadas a transgredir, convirtiéndose en objetos manipulables y “criminalizables”. Aun, no raro la persecución política de personas y grupos progresistas, más allá de los bloqueos y “cancelaciones” de publicaciones en burbujas, también llegan al asesinato de reputación hasta la invención de crímenes por veces inexistentes (p.e. “mamadeira de piroca”, “Ferrari dourada do Lulinha”, “pedofilia de Assange”, etc.).

Así, lo que predomina como violencia objetiva en las redes es la usurpación de la energía del sujeto. El modelo icónico de la Matrix es el cuerpo puesto como batería de las computadoras. Ahora, con internet 5G y su dispositivo de comunicación entre objetos, tendremos un nivel extraordinario de control de las personas, su circulación en las ciudades, las dinámicas laborales y económicas de los pueblos etc. 

En un nivel ampliado se trata de la producción de una guerra híbrida en la que ganan sus financiadores más efectivos. Se sabe que empresas de información como Cambridge Analytica y financieras como los hermanos Koch de la alt-right estadounidense, así como otras figuras imprecisas del llamado «Deep State» estadounidense ya han encabezado más de 40 golpes de Estado a través de la usurpación de los big data. Entre ellos está el último golpe político a nuestra presidenta Dilma Roussef, así como la manipulación de las últimas elecciones en que se eligió el presidente brasileño de ultra derecha en 2018, a través del bombardeo de noticias falsas (fakenews), memes y cortinas de humo (false flags) para poblaciones vulnerables. 

Lo más interesante es que la manipulación del goce es principalmente carrillada por una especie de identificación en el odio, al que comporta de su carácter gregario y cruel por la formación de grupos en burbujas cerradas cuyo comportamiento de sus miembros es siempre parejo y estereotipado. Lo diferente no entra en los grupos políticos distintos formados en red. A través de la creación de disenso y de fake news millares de familias, de amigos, de conocidos entraron en franca guerra personal – induciendo a diferentes formas de violencia subjetiva. Los sentimientos más bajos fueran lanzados a la luz del día. La polarización política en diversos países fue llevada a niveles extremos.

Cabe aclarar que el primero de esos golpes movidos por una guerra híbrida fue el golpe de Estado en Guatemala, en 1954, que creó la figura del miedo al comunismo. Ese golpe de propaganda, creado por Edward Bernays, fue capaz de deponer un gobierno popular al implantar y difundir el miedo a través de la maquinaria de marketing productora de rotura social. Ello fue apenas el prototipo de lo que se pasa hoy. Interesante notar que, al indagar el origen de las formas de dominación hoy, pese a toda tecnología, señala las mismas prácticas de enajenación – de dividir para gobernar, de mentir para manipular, de producir la identificación al agresor vía seducción – siguen las mismas. Pero muchos de nosotros permanecemos “de ojos bien cerrados” para garantizar nuestro goce.

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